Herme Cerezo/SIGLO XXI, 17/01/2011
Pablo Sebastiá Tirado (Castellón, 1973) acabó sus estudios de derecho a mediados de los noventa. Desde entonces ha trabajado siempre ligado al mundo del marketing, terreno que abandonó hace cuatro años para dedicarse a su gran pasión: la escritura. Entre sus novelas figuran ‘El jardín de los locos’ (2004), ‘El último proyecto del doctor Broch’ (2007), ‘La Agenda Bermeta’ (2008) y su nueva entrega, ‘El último grado’ (2019), publicada por El Full, de la que lleva ya vendidas dos ediciones y está a punto de aparecer la tercera. ‘El último grado’ es un thriller basado en una excursión de turismo extremo, protagonizado por Juan Arbaiza, experimentado aventurero, que se verá envuelto en una dramática experiencia que cambiará su vida para siempre. Ambientada en parajes tan remotos como las heladas planicies del Ártico o el Territorio de Nunavut, en Canadá, la novela muestra cómo la historia que se nos ha enseñado puede haberse interpretado de forma absolutamente errónea y, de paso, apunta la idea de que ciertos grupos de presión gobiernan nuestras vidas. Todo el texto está escrito con la minuciosa documentación habitual en el escritor castellonense, envuelta con su prosa afilada que atrapa, fija, sacude y hace pensar.
Publicas una columna en el diario ‘Levante’, presentas un programa de televisión, escribes cuentos y novelas, ¿por dónde te manejas más a gusto?
Con diferencia me siento más a gusto en la novela porque escribiendo ficción tienes total libertad para lo que quieras. Hacer entrevistas para la televisión o escribir artículos polémicos para el periódicos es lo mismo. Toda esta actividad me ha granjeado en Castellón una cierta notoriedad y también algunos enemigos. Eso es normal y ocurre cuando tocas tantos palos. Pero yo disfruto mucho, especialmente cuando mis artículos generan opiniones contrapuestas.
Ahora nos presentas otra novela, ‘El último grado’, ¿qué fue primero el título o el contenido?
En este caso primero nació el título y luego el contenido. Por casualidades de la vida me topé con un viaje llamado El último grado, una experiencia que cuesta 20.000 euros y que es de extrema peligrosidad. Para hacer este viaje, has de ir hasta Escandinavia y allí, mediante un helicóptero, te transportan hasta el grado 89 de latitud norte y tú has de recorrer el grado 90, el último. Si tienes capacidad física para caminar 120 kilómetros en el Polo Norte, a 40º bajo cero, con ventisca y a la deriva, consigues terminar el viaje, si no, no. Muchas de estas excursiones fracasan porque, además de que el suelo se mueve en dirección contraria, la superficie no es plana como puede parecer en las fotografías. Cuando conocí todos estos detalles, pensé en seguida que era el marco perfecto para una novela de misterio.
Este viaje tan arriesgado parece diseñado para ejecutivos recluidos en un despacho durante once meses al año.
Sí, es una excursión muy pija, para gente que trabaja mucho y luego invierte otras tres horas diarias en un gimnasio, personas que ya han estado en el Himalaya y en los Andes y que precisan nuevas emociones. No es la excursión más cara que se puede hacer actualmente, pero sí es la más brutal y salvaje. En resumen, pagas veinte mil euros por la posibilidad de morir en el intento.
Cada capítulo empieza con un arcángel, ¿qué papel juegan estos personajes bíblicos en el libro?
Lo que Juan Arbaiza, el protagonista, y sus expedicionarios encuentran en el Polo Norte es una fuente de energía pura, ilimitada e inteligente, una nueva fuente de vida con forma esférica, que convive con el hombre desde mucho antes que los dinosaurios estuvieran en la Tierra. Los arcángeles, a lo largo del tiempo aparecen muchas veces en la evolución humana. En la novela elimino toda la visión religiosa y trato este asunto desde un punto de vista científico. Los arcángeles, en realidad, no son enviados por ninguna divinidad sino que son esos haces de energía pura que citaba antes.
¿Hay algún paralelismo entre estas bolas de energía y el monolito de la película ‘2001, una odisea del espacio’?
Más allá de encontrar un icono, no. Las bolas desempeñan la función de icono, igual que el monolito lo fue en la película.
¿’El último grado’ es una novela para no creyentes’?
‘El último grado’ es una novela profundamente agnóstica, que no cierra la posibilidad a que haya algo más allá, pero cuya premisa básica es que todo lo que pueda ser explicado por la ciencia lo explica la ciencia. En este caso juego a que la aparición de los arcángeles a lo largo de la Historia de la Humanidad posee una explicación científica.
Pero claro, cuando se habla de este tipo de cuestiones el escritor lo único que puede hacer es apostar por alguna opción, ¿no?
Sí, claro, tienes que apostar. Lo que yo he intentado es abrir los ojos para decir que la Biblia es un libro que narra un sinfín de hechos históricos cuando la Historia no era una disciplina, explicados del modo en que se podía contar entonces, recogiendo información boca oreja y teniendo siempre presente que únicamente habla de lo que ocurrió en una parte del mundo llamada Sumer, la única región civilizada en aquel momento, porque en el resto del planeta la gente vivía en cuevas, devorándose unos a otros, sin tener un código de escritura propia, ni una organización jurídica, ni nada por el estilo. Siempre hay una primera civilización anterior a todas, en este caso fue Sumer, y posteriormente otras culturas se apropiaron de sus historias como, por ejemplo, la del diluvio, y las adaptaron a sus peculiaridades.
Has tenido tiempo para dedicarle un guiño al baloncesto y, en uno de los capítulos, nos tropezamos con nombres como Nicosgallis, Fasoulas o Panagiotis, ¿qué relación te une a este deporte?
La verdad es que no es un detalle que vea mucha gente. Fui jugador y soy muy aficionado al baloncesto y el Campeonato de Europa de 1987, en el que Grecia derrotó a la Unión Soviética, no lo he podido olvidar. Un equipo mediterráneo vencía, con todos los honores, a la todopoderosa Rusia. Para mí fue algo memorable, mítico, que viví con enorme intensidad. A modo de homenaje a aquellos jugadores griegos y como uno de los pasajes de la novela transcurre en el país heleno, decidí colocarlos en este escenario.
La novela también es un libro de viajes: el protagonista se mueve mucho.
Sí, Juan Arbaiza pasa del Polo Norte a Canadá y termina su andadura en Zurich. Conozco algunos de estos territorios, aunque no he hecho la excursión del último grado, y he intentado describirlos lo mejor posible para que el lector se sitúe bien, pero sin pasarme de la raya para no romper el ritmo del libro.
En ‘El último grado’ flota la teoría de que el mundo, valga la redundancia, no lo gobiernan los gobiernos, de que alguien está detrás de todo.
Yo no soy defensor de las teorías de la conspiración, que son muy simplonas y absurdas, ni defiendo que haya un gobierno por encima de los gobiernos. Pero sí que digo que el mundo se mueve por grupos de interés, unos grupos que no son siempre los mismos. Por ejemplo, actualmente existe una gran carencia de coltán y, se sabe, que las mayores reservas están en el Congo. Un grupo de personas relevantes, empresas y políticos constituyen un grupo de presión para defender sus intereses. Hay más de un grupo como ese y son los que se enfrentan y deciden que en el Congo se monte una guerra que, durante quince años seguidos, ha producido seis millones de muertos. Estos grupos de presión están muy por encima de los gobiernos o de la propia ONU. Y eso no quiere decir que los gobiernos sean malos, sino que existen esos grupos.
¿Para qué sirven entonces los gobiernos?
En el mejor de los casos los gobiernos son gente con buena voluntad, que hacen lo que pueden. Pero esto no es nuevo, es así desde siempre. ¿Qué hacen las empresas fabricantes de armas más importantes del mundo reunidas en un hotel como salió publicado en un periódico digital hace un par de años? Estaban realizando sus negocios y decidiendo qué país africano iba a soportar la siguiente guerra.
Al menos, uno de estos grupos sí que aparece en la obra.
No es preciso que estos grupos de presión tengan una ubicación física, ni nada parecido. En mi libro, como una metáfora de todo esto y de un modo muy novelado, existe una gran corporación, con un presidente y con sede en un país determinado, que está interesada en controlar esas nuevas fuentes de energía.
Echamos de menos a Jon Beotegui, ese agente secreto protagonista de tu anterior novela, ¿cómo vive Beotegui?
Jon ya no es capitán, ahora es coronel y en abril del próximo año estará de nuevo en las librerías, más fuerte que nunca. Es un tipo tremendo. El libro se titulará ‘Secreto de Estado’.
Y la última: recientemente, has sido el promotor de un libro colectivo titulado ‘Valencia Criminal’. En años anteriores ya hiciste lo mismo en Castellón, ¿qué tal esta nueva experiencia?
Buena, buena, ha sido una experiencia muy fácil. ‘Crímenes de Castellón’ resultó algo traumático, porque hube de pelear mucho con los autores, controlar sus egos, estar muy encima de ellos. En ‘Valencia Criminal’ cada uno ha escrito su relato, lo ha enviado a la correctora y ella a la editorial. La respuesta de los lectores está siendo estupenda y las ventas van bien. Algún día trataremos de llegar también a Alicante, contando con sus escritores de género negro, por supuesto.