La llegada al trono de Isabel II, cuando aún era una niña, suscitó una guerra civil y abrió el camino para la ruptura liberal con el absolutismo. Reinó bajo la larga sombra de una madre poderosa que la despreciaba, de un marido que la odiaba y de unos partidos liberales que, incapaces de entenderse entre ellos, trataron de manipularla en beneficio propio. Su concepción del poder monárquico, netamente patrimonial, fue de la mano de la inadecuación de su comportamiento personal a los valores de la sociedad burguesa. Sin embargo, la extraordinaria capacidad de desestabilización política y moral de la reina no fue la causa última de la falta de consenso del liberalismo isabelino sino su mejor exponente. Tras abordar ya en el año 2004 la vida de la reina en su obra ‘Isabel II. No se puede reinar inocentemente’, la catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, Isabel Burdiel, vuelve sobre sus pasos y acaba publicar ‘Isabel II. Una biografía (1830-1904)’, editada por Taurus, en la que saca a la luz pública el fruto de todo su trabajo de investigación y documentación sobre la vida de la soberana española a lo largo de los últimos diez años.
Isabel, después de trabajar sin interrupción tanto tiempo sobre un personaje como Isabel II, ¿has llegado a enamorarte de él como les ocurre a veces a los escritores de ficción?
Ese fenómeno se produce si tienes algo en común con el personaje o si te atraen sus características. Pero en mi caso es todo lo contrario. Isabel II me parece un personaje interesantísimo, complejo, imprescindible para entender la Historia de España pero su comportamiento, sobre todo al final de su reinado, no fue especialmente bueno tanto para la monarquía como para el país. En ese sentido, mi libro trata de una historia muy interesante en sí misma pero sin final feliz.
Antes de la publicación de tu obra ¿existía ya alguna biografía de la reina?
Había algunas biografías construidas con material secundario. La mejor y más completa, escrita con métodos historiográficos serios, la publicó en 1958 Carmen Llorca, pero era bastante breve. Con relación a todas estas obras, lo que aporta mi libro como novedad es una investigación exhaustiva sobre los fondos existentes, archivos privados y fuentes diplomáticas.
Este trabajo tuyo, ¿contribuirá a poner de actualidad la figura de Isabel II?
Espero que sí, porque un país maduro, culto, reflexivo, es aquel que se preocupa de su pasado. Necesitamos conocer nuestra Historia de un modo accesible para todos los ciudadanos, con rigor, sin cainismo y con capacidad crítica. Los historiadores tenemos la obligación y la responsabilidad de participar en el debate y en la conversación social sobre nuestra propia Historia
‘Isabel II. Una biografía (1830-1903)’, ¿es un libro atractivo para el lector no especializado o va dirigido a círculos más restringidos?
Uno de los objetivos que me plantee al escribirlo es que no fuese un texto pensado únicamente para los colegas académicos, sino también para cualquier lector culto interesado en la Historia. Y la respuesta que estoy recibiendo, procedente de personas de toda condición, es buena. Es un libro con muchos personajes, con mucha gente que actúa y en el que se habla de la responsabilidad moral de esas actuaciones.
Dado el largo periodo que abarca, esta biografía también ofrece un completo retrato del siglo XIX.
En buena medida sí. Este es un libro que permitirá comprender mejor el aprendizaje de la política moderna en España, el significado del liberalismo y el concepto de la monarquía constitucional, al tiempo que nos enteramos de los conflictos políticos que se produjeron en su tiempo. En este sentido, la vida de Isabel II fue la vía de entrada a un mundo que la trascendió largamente.
Isabel II llevó una existencia difícil, si la reina hubiese sido un hombre, ¿su vida hubiera resultado de otro modo?
Creo que, en algunos aspectos, la vida le hubiera resultado mucho más fácil y probablemente no habría ocurrido la guerra civil carlista, promovida por su tío Carlos María Isidro, que quería impedir que en España reinase una mujer. Si hubiera sido un hombre, con mayor preparación y fortaleza que ella, tal vez su resistencia a la implantación del liberalismo hubiera sido mayor. Con Isabel II el liberalismo jugó fuerte e impuso una monarquía constitucional que, sin ser democrática, sí que es el origen de lo que hoy conocemos como tal.
A los diez años, Isabel II ya era mayor de edad. Al asumir responsabilidades tan graves siendo prácticamente una niña, rodeada de acontecimientos bélicos e intrigas palaciegas, debió de sentirse extraña, desorientada, fuera de sitio ¿no?
Ella tuvo una sensación de enorme desconcierto. Entre los diez y los trece años, Isabel II fue un personaje completamente desconcertado, que recibía mensajes contradictorios procedentes de su madre, de los distintos miembros de la familia real, del Partido Progresista, del Partido Moderado ... Buscó apoyos pero se equivocó al confiar en María Cristina, que la despreciaba. La marquesa de Espoz y Mina pudo ser ese apoyo, pero tuvo poco tiempo para ayudarle a formarse. La reina estuvo sometida a presiones brutales y, en ese sentido, vivió una experiencia peculiar que oscilaba entre un alto grado de poder y un alto grado de impotencia.
Y, por si fuera poco, sufrió un atentado.
Sí y el protagonista fue Martín Merino, un cura bastante reaccionario y, probablemente, un poco loco. En muchos medios, incluidos los círculos de la reina madre, llegó a pensarse que el rey podía estar detrás de todo.
Desdichada en su matrimonio, Isabel II fue una mujer sexualmente muy activa, cosa que no sentó bien en su tiempo. ¿La opinión pública hubiera reaccionado igual si se hubiera tratado de un rey en lugar de una reina?
Probablemente no, porque todos los monarcas anteriores y posteriores tuvieron amantes y también fueron criticados pero no con la virulencia vertida contra ella. La cosa llegó al extremo de publicarse imágenes pornográficas de la reina, que se pueden encontrar en el libro. Estas críticas son el reflejo del cambio de valores sociales que se estaba produciendo en aquellos años, en los que la mujer burguesa era ama de casa y no llevaba una vida sexual tan activa como la que tuvo Isabel II.
¿La reina II fue consciente de todos estos cambios que se estaban produciendo?
Ella sí fue consciente y al final de su vida se lo dijo a Galdós. Intentó entender un mundo que era nuevo, pero estaba rodeada por gente a la que no le interesaba que lo comprendiese, porque cuanto más ignorante fuera la reina más fácil resultaría manipularla.
Queda clara la actitud adoptada por los políticos en su momento, pero ¿qué opinión tenía el pueblo español de la reina?
Inicialmente fue muy querida y apoyada porque era la reina niña, símbolo de la inocencia, que el pueblo protegía al tiempo que se sentía protegido por ella. Pero con los errores políticos que cometió en su reinado que, en buena parte, no eran suyos, esa relación idílica se fue desvaneciendo.
O sea que, a lo largo de su vida, Isabel II fue víctima de algo muy español: encumbramiento y posterior derribo.
Creo que eso puede pasar en muchas culturas, pero sí es cierto que en un país con un grado de consenso muy bajo, como era la España del siglo XIX, fue algo que utilizaron todos los partidos, especialmente el Partido Moderado, como chivo expiatorio. Los moderados primero la fabricaron como era y después la denostaron. Las láminas pornográficas que citaba antes procedían de las filas moderadas.
Hablábamos al principio del Carlismo, ¿quedan carlistas hoy? ¿Los nacionalistas vascos son una reminiscencia del Carlismo?
No creo. Hay un sector del Carlismo que, en algún momento muy remoto, pudo tener algún contacto con el Nacionalismo Vasco, pero actualmente el movimiento se ha escindido en varias tendencias y ya no representa la rama pura y dura que significó en su momento. De hecho, uno de los pretendientes actuales al trono, en su día trató de formar un partido democrático porque es un acérrimo defensor de la democracia.
¿Qué similitudes existen entre la reina Isabel II y la monarquía española actual?
Los monarcas españoles de hoy tienen plena consciencia de que son una institución al servicio del estado y de que han de ser profesionales. Por ello el príncipe ha sido educado como tal. Esa la gran diferencia. Ahora saben que no se nace rey y que el país no es patrimonio suyo porque, en caso contrario, podemos prescindir de ellos.
Después de todo lo hablado hasta ahora, ¿merecería un desagravio la figura de Isabel II?
Creo que merecía un estudio y la mejor manera de desagraviar a alguien es intentar comprender las circunstancias en las que tuvo que actuar, siendo crítico con aquellas situaciones en las que pudo obrar de otro modo.
La última: ‘Isabel II. Una biografía (1830-1904)’, es una obra muy extensa, ¿la verías llevada al cine o a la televisión?
Están llegando ofertas para ambas cosas, tanto para película como para una serie. Creo que es un tema que merece un tratamiento cinematográfico. Si se hace algo serio, parecido a lo que se ha rodado en torno a la monarquía inglesa, sí que valdrá la pena y contarán conmigo. En caso contrario, no será así.