María San Gil (San Sebastián, 1965), alejada de la política desde hace tres años, acaba de publicar el libro titulado ‘En la mitad de mi vida’, editado por Planeta, una autobiografía muy personal, que recoge sus experiencias en el mundo de las instituciones, en el intrincado laberinto vasco y en su vida familiar. La narración alcanza instantes de enorme intensidad, como el asesinato de Gregorio Ordóñez, la amenaza permanente del terrorismo o el cáncer de mama sufrido por la que fue presidenta del Partido Popular Vasco. Fueron diecisiete años de gran actividad pública, sobre los que pude conversar con su protagonista en una ajetreada tarde de entrevistas y grabaciones para distintos medios de información. En nuestra charla quedaron a un lado, orillados, nombres propios, salvo alguna excepción, para centrarnos en sensaciones, en ambientes, en el día a día.
María, si entramos en una librería, ¿en qué apartado debemos buscar ‘En la mitad de mi vida’?
Pues, mira, el otro día pasé por la redacción de Deia y les dije que estaba muy contenta porque, por fin, me podrían poner en cultura. Pero ellos me respondieron que no, que mi libro iba en política. Y la verdad es que todas las reseñas del libro las incluyen en esa sección. No me quito mi perfil político ni queriendo, pero este libro es punto y final. A partir de ahora yo no soy política, ya he cerrado esa etapa.
Sin embargo, y probablemente de modo inconsciente, en el libro hablas tanto de política que es lógico que lo incluyan en esa sección. En la página 267, por fin, cambias y te refieres al cáncer que sufriste.
En los últimos tres años, cada vez que he salido en prensa ha sido para hablar del cáncer. Siento que tengo una responsabilidad sobre este tema porque, dentro de lo que cabe, mi experiencia ha sido positiva y creo que hay que concienciar a las mujeres de que han de acudir a las revisiones anuales sin tener pereza, porque una revisión te puede salvar la vida.
Dedicas este libro a tus hijos, ¿haberlo escrito es una forma de devolverles una parte del tiempo que la política les ha privado de tu compañía?
No sé si es una compensación porque es un tiempo incompensable. Han sido años que he vivido de una manera determinada, pero ahora me estoy resarciendo y les compenso todo lo que puedo. Lo curioso es que, con esto del libro, ellos no entienden que duerma fuera de casa y me preguntan por qué lo hago si ya no trabajo. No sé si el día de mañana tendré fuerzas para contarles todo lo que ha acontecido en mi vida, si les interesa conocerlo, aquí lo tienen.
En un lugar tan conflictivo como Euskadi, ¿cómo fuiste capaz de meterte tan hasta el fondo en el mundo de la política?
Creo que he sido una privilegiada. Entré en política de la mano de Gregorio Ordóñez, una persona extraordinaria con todos sus defectos y sus virtudes, y él me enseñó muchísimo. Me enseñó que la política es vocación de servicio a los demás y es querer mejorar la sociedad en la que han de vivir tus hijos. Y así lo enfoqué yo. Lo cierto es que en 1995, cuando di el paso, no sabía todo lo que se me venía encima. Hoy en 2011, me siento una privilegiada, repito, porque he realizado muchas cosas que jamás hubiera podido hacer de otro modo, he conocido a gente extraordinaria y he defendido aquello en lo que creo.
Hablas de la vocación de servicio, ¿la política es una religión laica?
Creo que en la vida estamos para algo más que nacer, crecer, reproducirnos y morir. Eso es lo fácil. Somos muy poco cívicos y cada uno, desde su ámbito, ha de contribuir a mejorar la sociedad. En una sociedad en la que te matan porque no eres nacionalista, que es lo políticamente correcto, tienes que levantar la mano y decir: mire usted, yo no estoy de acuerdo con eso.
Al leer ‘En la mitad de mi vida’ descubrimos que has trabajado, codo con codo, con Olivia, la hija de Juan María Bandrés, todo un ejemplo de convivencia.
A Olivia la conozco desde los tres años. Íbamos juntas al Colegio Francés. Discutíamos de política mientras nos fumábamos los primeros cigarrillos. Tiempo después, cuando ella estaba con los movimientos cívicos iniciales de las víctimas del terrorismo, coincidimos de nuevo. Procede de una familia de izquierdas pero, durante unos años, tenía muy claro que la mejor manera de defender sus ideas era militar en el PP y conmigo llegó al partido y conmigo se fue.
En Euskadi, ¿el camino a seguir pasa más por trabajar en lo que une que en discutir por lo que separa?
Buscar lo que nos une es imprescindible en el País Vasco. Es muy importante sentirte arropada por otros que coinciden contigo en las cosas fundamentales. Después ya discutiremos de lo demás. Pero todavía han de unirse los que tienen esos pensamientos en común para defender lo esencial.
¿Todavía llevas escolta?
Sí.
¿Y cómo se vive con escolta?
Mal. Y, ahora, de civil mucho peor. La convivencia no es fácil ya que ellos tienen unos intereses completamente distintos a los tuyos. Si eres presidenta del PP pues te lo tomas como algo que va en el cargo. Pero ahora lo llevo fatal, porque vienen conmigo hasta cuando tomo café con las amigas, voy a la compra o a recoger a mis hijos. Pero les he dedicado un capítulo en el libro porque se lo merecen y sólo tengo palabras de agradecimiento para estas personas.
En el año 2005, asististe en Lazcano a un curso de euskera y, al llegar, te encontraste con una pancarta que decía: “San Gil, enemiga del pueblo, no eres bien recibida, márchate”. ¿Qué sentiste en aquel instante?
Fue un shock brutal. Lazcano es Guipúzcoa profunda, un lugar complicado. Hice el curso porque yo tenía un déficit: no soy bilingüe de euskera sino de francés. Y me dije que aquel verano era el momento de solucionar esta rémora. Cuando llegué a Lazcano no me habían advertido de todo aquello. Fue una experiencia muy dura. Los primeros días nadie se sentaba con nosotros en el comedor, me sentía como una paria social. Asistí a todas las clases, pero no me quedaba a dormir porque era un curso de inmersión completa y necesitaba tomar aire y estar con los míos.
Desde fuera, resulta complicado conocer exactamente qué ocurre en Euskadi, ¿no?
Mira, yo he contado mi verdad que para unos será exagerada y para otros no. He tratado de no dramatizar, pero es mi verdad. San Sebastián es una ciudad maravillosa para vivir, con un nivel de vida alto. Muy mala suerte has de tener para salir volando por los aires. El problema es cuando te ponen la etiqueta política, entonces sí que corres determinados riesgos. Desde fuera se ha contado la cosa de modo dramático y la gente ha dejado de venir a veranear y claro, si se quedan los malos y no acuden los buenos, nos hacen un flaco favor.
Si no hubieras sido vasca, ¿te habrías dedicado a la política?
Si hubiera nacido en otro lugar probablemente no me hubiera dedicado a la política. Habría escuchado la radio y hubiera leído la prensa, porque soy curiosa y me gusta estar informada, pero seguramente ni siquiera me hubiera afiliado a ningún partido. Lo que ocurre es que el País Vasco aportaba el plus de defender algo más que es la libertad. Que mis hijos vivan hoy una sociedad en la que por pensar distinto te puedan matar no lo entiendo. Igual que no entiendo que no estemos todos en la calle protestando por eso.
La última: tu territorio político siempre fue Euskadi, ¿no te hubiera gustado probar fuera?
No, nunca. En el libro cuento cómo me ofrecieron ir de número dos con Rajoy y cómo rechacé la oferta. Pensé que para eso había gente mejor y en mi lugar eligieron a Manuel Pizarro. Yo siempre pensé que mi utilidad o mi inutilidad estaban en el País Vasco.