Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980) es licenciada en Ciencias de la Información. Columnista, redactora y crítica literaria, colabora con distintos medio asturianos. En 2004 ganó el IV Premio Tétrada Literaria de Novela Corta por su obra ‘El precio del tiempo’. Su primera novela, ‘Los libros luciérnaga’, mereció el IX Premio Emilio Alarcos en 2009.Con ‘El Gran Juego’, su último título publicado, acaba de obtener el Premio Ateneo Joven de Sevilla 2011.
Misterioso, callado y taciturno, de Jorge Perotti se decía que había heredado una gran fortuna. Sin embargo, ninguno de los parroquianos que lo saludaban todos los días en el bar de la calle de la Luna había intimado demasiado con él. Su única amiga era una niña de diez años, hija de los propietarios del bar, a quien él llamaba tiernamente Cucurucho. Cuando Perotti murió, ya centenario, sus últimas palabras fueron: “El Gran Juego. Sólo quiero volver al Gran Juego”. Y el Gran Juego es la herencia que dejaría a Cucurucho: una serie de pistas encadenadas que la niña deberá resolver en compañía de su hermano mayor, Cosme, y que a la postre se convertirá en la gran aventura de su vida. Con estos mimbres, atractivos sin duda, Leticia Sánchez Ruiz ha construido su novela ‘El Gran Juego’, con la que ha conquistado el Premio Ateneo Joven de Sevilla 2011, editado por Algaida. En la cafetería del Hotel Astoria de Valencia y con el soporte de una taza de té caliente, conversé durante unos minutos con la escritora asturiana.
Una vez me dijo un escritor que ganar el Ateneo de Sevilla era el primer paso para conseguir el Planeta, ¿te presentaste al concurso por este motivo?
No, no, la verdad es que en me presenté al Ateneo Joven porque era una persona menor de 35 años, como establecían las bases, y me parecía el mejor punto de partida que hay ahora para dar a conocer el libro.
Llevas una buena carrera: dos novelas, dos premios, ¿qué valoras más en un premio literario?
No sabría exactamente qué decir. Todo se valora mucho pero la proyección quizá sea lo más importante. El premio Ateneo Joven te vuelve visible, hace que la gente se fije en ti y te busca espacio en los medios y en las librerías. Sin embargo, tampoco podemos olvidar que, con la crisis que vivimos, el dinero tampoco es desechable, porque nos ayuda a comprar tiempo para seguir escribiendo.
Además de escritora también eres crítica literaria, ¿podrías hacer la crítica de tu propia novela?
No, de ninguna forma, sería como si me dijeran que valorase a mi hijo. Estoy metida tan dentro de ella que no podría alejarme lo suficiente como para analizarla con distanciamiento.
Aunque no te consideres capaz de criticarla, dime si ‘El gran juego’ es una novela de personajes o de peripecia.
Es un mixto, pero creo que la definiría más como de personajes y más aún con frases dichas por los personajes.
La has estructurado en capítulos bastante cortos.
Sí, es una cuestión de gusto personal. Siempre separo mis lecturas por trozos y procuro que sean muy breves. Siempre rezo porque los libros que leo se escriban con capítulos cortos.
¿Cómo te tropezaste con la historia que la originó?
El origen de la historia es un asunto familiar. Mi madre se crió en un bar, como la niña del libro, y no me hablaba nunca de su infancia. Entonces pensé en inventármela. Me puse en la piel de una niña que viviera en un bar y salió la novela.
La relación establecida entre Perotti y Cucurucho, los protagonistas, es parecida a la que se establece entre un abuelo y un niño, ¿está basada en un hecho real?
Sí, tiene mucha similitud pero no está basada en un hecho real. Yo fui una niña que creció rodeada de sus cuatro abuelos, y conozco bastante bien cómo es una relación entre ancianos y niños. Perotti y Cucurucho son dos personajes que se asemejan mucho más de lo que parece, que no tienen mucho sitio en la sociedad, que estorban y que poseen un grado de consciencia enorme que les hace tener mucho que contarse. Cuando un anciano ve crecer a un niño piensa: ¡coño, sigo vivo! Es su manera de rejuvenecer. A su vez, los niños perciben el contacto con la vida a través de las personas mayores.
Los lugares donde transcurre la novela carecen de identificación, ¿está hecho a propósito?
Sí, de alguna forma sí. No quería ponerle ningún nombre concreto al lugar porque esa circunstancia te ata a la hora de escribir. Si careces de esta referencia puedes hacer lo que quieras con el espacio, porque puede pertenecer a cualquier ciudad.
Por cierto, los escenarios de ‘El Gran Juego’ tienen sabor, se palpan, huelen…
Son así porque me encantan, es una querencia personal. Me atraen los sitios pequeños que encierran mundos, por ejemplo, la buhardilla del libro que guarda antifaces, gramolas, paraguas… Con el bar ocurre lo mismo porque un bar es un microcosmos donde la gente se emborracha, se pelea, toma una manzanilla... A veces el dueño de un bar observa muchas más cosas que un médico, es medio psicólogo.
Háblanos un poco de los personajes, ¿cómo son?
‘El Gran Juego’ está muy centrado en los años sesenta, en los que los indianos regresaban a España, un tiempo muy distinto al de ahora. Entonces el periodismo se hacía en la calle y los profesionales tenían que buscarse las habichuelas donde podían. Constituían una generación que se sacrificaba para que sus hijos no tuvieran que trabajar y pudieran estudiar.
Entre todos ellos, sobresale uno: Tilda, la coleccionista de palabras.
Para crear el personaje de Tilda me basé en María Moliner. Siempre me llamó la atención que esta mujer después de la jornada de trabajo diaria se marchase a casa a escribir su diccionario. En lugar de zurcir calcetines, coleccionaba palabras. Ahora cada vez utilizamos menos palabras y, en consecuencia, atrofiamos un poco más el cerebro.
¿Son responsables los periodistas y la televisión de esta pérdida de vocabulario?
En cierta manera sí, aunque no tienen toda la responsabilidad. Lo que ocurre, en realidad, es que cada vez nos importa menos el lenguaje.
Leticia Sánchez Ortiz junto a Alfonso Domingo y el entrevistador |
La última: ¿con qué personaje de ‘El Gran Juego’ te identificas más?
No te lo sabría decir porque todos son muy distintos de mí, pero creo que me identificaría más con Tilda, salvando las distancias con María Moliner.