¿Qué tienen en común un doble de
Lorenzo di Medicis, un francotirador o un astronauta perdido en el espacio?
¿Qué comparten la Florencia renacentista, el frente ruso o un bosque
fantástico? ¿Dónde convergen tu historia y la Historia? Los personajes y los cuentos
de Ignacio del Valle se sitúan en una encrucijada en la que todos nos vemos
envueltos, en la que caminamos sobre las aguas del tiempo y de nuestra época. ‘Caminando
sobre las aguas’ (Páginas de espuma), su nuevo libro, desbroza todos estos interrogantes
y unos cuantos más a través de catorce
cuentos. Con ellos el escritor asturiano regresa a un género que cultivó
abundante y exitosamente hace muchos años, tras una etapa en la que predominó
la distancia larga, la novela.
Ignacio, tras publicar varias novelas, ahora un libro de cuentos,
¿sugerencia editorial?
No, por necesidad editorial
seguro que no. Hace tiempo que he dejado de escuchar esos cantos. Tengo claro
que, publique lo que publique, ha de ser decisión mía, porque si no queda como
algo artificial y a estas alturas no estoy por esa labor. Yo tengo un pasado
como cuentista. Escribí muchos cuentos durante diez años al principio de mi
carrera. Los que integran este volumen se habían ido acumulando a lo largo del
tiempo y había que darles salida. Pero para publicarlos tenía que establecer un
criterio de selección y todos ellos, independientemente de cuál sea la historia
o la época en que se enmarcan, corresponden a momentos de transición en los que
protagonistas pasan de un estado a otro en sus vidas.
¿Los cuentos permiten ver tu evolución como escritor?
Todo el año pasado me lo pasé
escribiendo cuentos y algunos están integrados en el libro. También hay otros
más antiguos, pero no creo que se pueda observar mucho mi evolución en ellos
porque mis intereses continúan siendo los mismos. Lo que sí hay es una unidad
estilística y una inquietud patente por experimentar con estructuras
narrativas. Como escritor resulta muy interesante trabajar en distancias cortas
y luego aplicarlas a mayor escala. Pero esto no quiere decir que el género del
cuento sea fácil, ni mucho menos. Que se lo pregunten a Borges que se pasó la
vida escribiéndolos.
¿Te ves muy reflejado en estos relatos?
Para escribir la experiencia es
muy importante. Yo escribo con la memoria, soy fruto de ella, no tengo
imaginación. De todo lo que leo y escucho se produce una amalgama, una
canalización creativa, y después sale lo que sale. No creo que haya gente que
escriba con la imaginación, es imposible. Cada uno es el resultado del flujo de
información que pasa por su cabeza.
Hay escritores que cuando acaban un libro se sienten liberados, ¿te
ocurre a ti lo mismo?
Cuando acabo una novela, la
siguiente ya funciona en mi cabeza, no existe ningún corte traumático entre una
y otra. Conviven en paralelo porque no hay que dejar un especio vacío entre las
dos. Y lo mismo me ocurre con los cuentos. De lo que estoy convencido es que
para escribir lo más importante es no estar nunca cómodo del todo con lo que
haces.
Decías antes que todo el año anterior lo pasaste escribiendo cuentos,
después de tanto tiempo sin hacerlo, ¿qué tal te has sentido?
Verdaderamente me sentí muy bien.
El callo se hace a base de picar piedra, de escribir, y a mí me resulta muy
fácil, muy natural, el proceso de escritura me sale solo, automático, no he de
pensar mucho, únicamente me hace falta una idea potente para escribir un cuento.
No es como la novela que puedes desarrollar varios temas y ensamblar después.
Miguel Ángel decía que la estatua estaba dentro de la piedra y que solo había
que quitar lo que sobraba. El cuento es lo mismo.
¿Hay un tiempo para
escribir cuentos y otro para escribir novelas?
No, es un todo. Yo, que me muevo
entre las dos aguas, percibo que hay una retroalimentación entre ambos géneros,
es un círculo virtuoso. Por ejemplo, el primer relato de ‘Caminando sobre las
aguas’ es el embrión de mi novela ‘Busca mi rostro’, que publiqué el año pasado,
y el relato ‘Gott mit uns’ es el origen de ‘El tiempo de los emperadores
extraños’. Y también me ocurre al revés: ahora que estoy escribiendo una
novela, me tropecé con un trozo que no funcionaba porque era muy potente. La
solución que adopté fue sacarlo del texto y convertirlo en un cuento.
‘Jaques’, uno de los cuentos de ‘Caminando sobre las aguas’, trata de
la tortura de una mujer en tiempos de una dictadura, lo has escrito sin ubicarlo
en ningún país concreto.
Aunque cada vez estoy más
desencantado, algo ciertamente peligroso porque en él se puede encontrar el germen
de muchas cosas, uno de los temas que me interesan es la política. En ‘Jaques’
te encuentras con una mujer torturada, en Guantánamo o en una picana, da igual.
Las torturas son las consecuencias de la ideología y me interesaba un poco desentrañar
los mecanismos que conducen a esa situación.
Precisamente en ese mismo cuento leemos: “Todavía no tenía edad para comprender que aquel era uno de esos días vírgenes,
hasta que llega un hijo de puta y lo convierte en Historia”, ¿ese personaje
es consciente de que está haciendo Historia con sus actos de horror?
Depende de lo inteligente que sea
ese hijo de puta. Algunos ni se lo plantean porque son como peces en una
pecera. Y al revés, a veces aparece una persona benéfica como Pasteur, por
ejemplo, que descubre una vacuna y convierte ese día en Historia. Pero en este
caso concreto, el cuento habla de una dictadura.
Le dedicas el libro a Erundina, tu abuela, ¿fue ella quien, con sus cuentos,
te inició en la literatura?
¡Como Dios manda! Efectivamente y ahí está la
madre del cordero. Mi abuela me aportó dos cosas muy importantes: una, me contó
cuentos y me regaló muchos libros; y dos, creó el espacio para que mis padres,
que no eran nada, fuesen clase media, estuviesen un poco mejor situados y yo
pudiera tener acceso a la cultura. Ahora, ya no somos clase media, aunque
creíamos que lo éramos [risas].
‘Caminando sobre las aguas’, el título tiene reminiscencias evangélicas.
En la Biblia esta todo, ¿no?, me
gusta mucho esa imagen del Cristo caminando sobre las aguas, pero también es
una metáfora del cuento del mismo título, protagonizado por Lorenzo de Medici. La
ciudad de Florencia constituye una gran pasión para mí. La primera biblioteca
pública que hubo, la medicea, estuvo allí. Además, los Medici fundaron la
Academia Neoplatónica para el conocimiento, a cuyos artistas se les pagaba
absolutamente todo a cambio de que creasen obras de arte que luego se quedaban
en Florencia. Precisamente de aquí es de donde arranca el esplendor florentino.
¿En general domina un
cierto ambiente trágico en estos relatos?
Puede ser, pero mis personajes
viven una mutación continua y no creo que los abandone en la desolación
absoluta. Siempre busco algún tipo de luz en su contradicción. Los machaco pero
no los quemo del todo, porque la vida aprieta mucho también. Siempre les queda
una rendija.
La última: ¿en qué va
a consistir tu próximo proyecto literario?
Voy a escribir novelas más
cortas. Como te decía antes, mi gran problema es que no quiero sentirme cómodo
a la hora de escribir, porque a la larga a uno lo que le interesa es continuar
con lo que hace y, además, hacerlo bien y yo tuve una época en la que me
aburría mucho. Por eso hay que buscar cosas nuevas. En mi novela ‘Los demonios
de Berlín’ y en mis cuentos he experimentado mucho con nuevas estructuras. He quedado
agotado, pero ese esfuerzo me cambió la mirada, reconfiguró mi cerebro y me
legó nuevos caminos por explorar que es a lo que pienso dedicarme ahora.
SOBRE EL AUTOR
Ignacio del Valle (Oviedo, 1971) vive en Madrid. Ha publicado siete novelas, ‘Busca mi rostro’ (2012), la serie de Arturo Andrade, integrada por ‘Los demonios de Berlín’ (2009, Premio de la Crítica de Asturias), ‘El tiempo de los emperadores extraños’ (2006, Prix Violeta Negra del Toulouse Polars du Sud, Premio de la Crítica de Asturias, mención especial Premio Dashiell Hammett, Premio Libros con Huella), que ha sido llevada al cine por Gerardo Herrero como ‘Silencio en la nieve’ (2012), y ‘El arte de matar dragones’ (2003, Premio Felipe Trigo); ‘Cómo el amor no transformó el mundo’ (2005), ‘El abrazo del boxeador’ (2001, Premio Asturias Joven), ‘De donde vienen las olas’ (1999, Premio Salvador García Aguilar). Además cuenta en su haber con más de cuarenta premios de relato. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. Colabora con diversos medios de comunicación y gobierna su propio blog: 'El marfil de la torre'.