El
2 de agosto de un verano que un meteorólogo francés anunció inexistente, Madrid
está vacío y hay un periodista que tiene tiempo y ganas de curiosear. Alguien
ha olvidado un manojo de llaves en el rellano del tercer piso. Las llaves abren
todas las puertas y con ellas un mundo de sueños y vidas ajenas. Las
interioridades de los vecinos de un edificio de la madrileña calle de Alcalá
salen a la luz. Este es el bosquejo argumental de ‘El año sin verano’, la opera
prima del escritor Carlos del Amor, editada por Espasa.
Carlos, ¿la primera pregunta para
tu primera novela es muy tópica: estamos ante un texto autobiográfico?
Esa
es la duda que aparece desde el principio y me alegro que surja cuando la gente,
al leer la novela, encuentra datos autobiográficos. He querido jugar con esa
inquietud, con que el lector se pregunte qué es real y qué imaginado y que se fundan ambas cosas.
Entonces, ¿dinos qué es verdad y
qué no lo es en la novela?
Provengo
del periodismo, una profesión en la que has de decir la verdad aunque tengas un
estilo propio. Aquí, en la literatura, de repente, posees todas las armas para inventar
y dar forma a la historia que te ronda la cabeza. Yo juego a no mentir, pero lo
que sí que hago es contar otra verdad que es la ficción.
Sí,
sí, vivimos en un mundo realmente ficticio, un mundo en el que algunas cosas
parece mentira que ocurran, pero suceden y eso es complicado.
‘La vida a veces’, tu anterior
título publicado, era un volumen de relatos. Ahora has dado el salto a una
narración más larga, ¿qué diferencias has encontrado en tu proceso creador?
La
diferencia fundamental es la extensión, pero no me refiero a la extensión
física del número de páginas, sino a la mental. Sentarte a escribir algo que no
es como un cuento, cuyo final tienes en la cabeza, es diferente porque no ves
nunca tierra y produce mucho vértigo ignorar cuándo llegarás a la meta o, lo
que es peor, no saber si vas a llegar o no. Esta situación activa mecanismos de
miedo que son complicados de manejar.
Al ser la novela un territorio
más complejo, ¿te has dejado llevar por impulsos o has establecido un guión
rígido que has respetado firmemente?
Yo
me dejo llevar mucho cuando escribo, pero esta vez he tenido que ser un poco
más organizado: situar personajes, construir el bosque del edificio, localizar
los puntos de contacto entre unas historias y otras... Todo eso no necesita un
guión, pero sí un esquema.
Citabas
antes tu profesión, ¿ser periodista ha influido en la extensión final de la
novela?
Desde
luego al narrador no le saldría una novela de ochocientas páginas en este
momento de su vida. Es verdad que hay personajes que pudieran alcanzar un mayor
desarrollo, como la portera, el cartero o el comisario, pero tampoco quería en
esta primera entrega extenderme demasiado, contar por contar. Creo que viajo
mucho al pasado de los personajes como para engordarlos gratuitamente. Se trata
de una novela corta que se lee de forma rápida.
¿Un escritor es un tipo que reúne
las condiciones de mirón y exhibicionista a la vez?
No
sé si es eso o no, pero muchas veces al hablar de lo que conoce, un escritor se
desnuda un poco y demuestra quién y cómo es. Indudablemente, mirón sí que lo
es, al menos yo lo soy. Me siento como el James Stewart de ‘La ventana
indiscreta’, uno de los grandes voyeurs de la historia del cine.
Ahora que citas el cine y dada tu
relación con el séptimo arte, ¿tu forma de escribir es muy cinematográfica?
Por
suerte, gracias a mi profesión he de ver muchas películas y por eso el cine va
introduciéndose en mi cerebro y en mis pensamientos y, aunque no quieras
volcarlo en el papel, tu subconsciente es lo que has visto y vivido y, en la
escritura, se van filtrando involuntariamente elementos cinematográficos.
El periodista y poeta Antonio
Lucas afirma de ‘El año sin verano’ que es una novela “cercana, vibrante e
intensa”, ¿es también algo “gallega” por aquello de que también resulta un poco
ambigua?
Al
jugar mucho con la confusión realidad/ficción, el lector puede sentirse un poco
descolocado, pero a mí me gustaba hacer eso. De todos modos le facilito mucha
información al lector y va siempre por delante del protagonista, que ha de
conformarse con las migajas de lo que encuentra sin tener claras muchas cosas.
Este “asaltapisos” va tan confuso por la vida que incluso escribe una novela
con lo que va descubriendo a lo largo del verano.
Vamos a etiquetar un poco la
novela. No es la primera vez que alguien escribe una obra literaria centrada en
una escalera de vecinos, ¿las historias de escalera constituyen un género
literario en sí mismas?
No
sé si es un género o no, pero lo cierto es que pasamos mucho tiempo de nuestras
vidas en una escalera, subiendo o bajando. Es un paisaje que visitamos todos
los días y en ella nos cruzamos con muchas personas a las que no tratamos y a
las que damos muy poca importancia, lo cual resulta muy literario. Una novela
de este tipo viene a ser algo así como una telescalera o una radioescalera.
Sigamos
con las etiquetas: ¿‘El año sin verano’ es una novela de autoficción?
Sí,
en la novela todo es realmente mentira o todo es una mentira muy real. Se
podría poner al principio del texto lo mismo que en esas películas que dicen
basadas en algo o no ponerlo. Puede ser autoficción, porque es la ficción que
yo tenía en mi cabeza sobre personajes y acontecimientos que realmente existen.
A todos nos gusta escribir sobre nuestra vida y ficcionarla, maquillar la
realidad, volverla más apasionante y, sobre todo, resaltar sus aspectos más
positivos.
Acabamos con las etiquetas:
también puede considerarse una novela de novelas, a pesar de que su extensión
no es muy larga.
Bueno,
yo diría en todo caso novelita de novelitas. No aspiro a grandes etiquetas,
solo quiero que el lector juegue y se lo pase bien. Pero sí que es verdad que
sin ser una historia de amor contiene una historia de amor, sin ser policiaca hay
un policía, sin bucear en el entorno editorial habla de los entresijos de este
mundo… Toca muchos palos, igual que la vida de un periodista que a lo largo de
su vida profesional trabaja muchos aspectos distintos.
En ‘El año sin verano’, el
escritor descubre algo que desconocía de su anterior libro: que en él hablaba
mucho de la muerte.
Al
narrador despistado de la novela no sé si le ocurre o no, pero a mí, en los
encuentros con lectores, me decían que la muerte estaba muy presente en el
libro, aunque no sé a qué se debe. Tal vez la muerte sea más literaria que el
nacimiento, igual que el desamor es más literario que el amor. El autor
descubre un libro distinto al que escribió gracias a la interpretación de los
demás.
Un manojo de llaves olvidado en
el rellano de una escalera, que abre todas las puertas de una finca, ¿es una
tentación demasiado irresistible para un escritor?
Sí,
y en el caso de un narrador periodista y cotilla mucho más, demasiado fuerte,
como un caramelo delante de un niño. Si, además, comprueba que cada llave
encaja en una puerta y la abre, le da un subidón y su afán conquistador le
lleva a visitar todos los pisos.
Hablas
en la novela del ‘Canon’ de Pachelbel y de que lo dedicó a su mujer e hijo
muertos.
Es
una historia completamente cierta. Trabajo mucho con la música para ambientar piezas
culturales y es verdad que he utilizado el ‘Canon’ más de una vez. En concreto
lo recuerdo en una exposición de cuadros a la que esta composición le venía muy
bien. Pero en la novela, del ‘Canon’ pasamos a ‘Los Planetas’, porque un amigo
me envió un mail en el que me pedía que los introdujera en la novela. La música
y el arte están muy presentes en mi vida.
La última por hoy: de momento
alternas telediarios y reportajes con libros, si la cosa sigue como hasta ahora
¿podrás sostener esta situación mucho tiempo?
Mantenerse
de la literatura es complicado y yo soy un novato en esto. Si quiero seguir
escribiendo he de continuar como hasta ahora, es decir, sacando tiempo de donde
no hay. Mi profesión principal sigue siendo el periodismo y las crónicas de un
minuto y medio.
SOBRE CARLOS DEL AMOR
Carlos del Amor (Murcia, 1974) es periodista y su carrera profesional está vinculada al área de Cultura de los Servicios Informativos de RTVE. Su especial manera de enfocar la información en el Telediario le ha convertido en una de las voces más personales y reconocibles del panorama periodístico. Colaborador habitual de diversos programas de radio, ha cubierto los principales festivales cinematográficos internacionales y ha entrevistado a numerosas personalidades del mundo de la cultura. En el territorio literario se define como un contador de historias y, hasta el momento presente, lleva publicados el libro de relatos ‘La vida a veces’, así como la novela ‘El año sin verano’.
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