Roberto Rial, la pareja
vuelve a encontrarse en la isla de Menorca para aclarar el atroz asesinato del
hijo de un reconocido editor y de otros participantes de la Primera Semana
Negra, que se celebra en la apacible localidad de Ciutadella. Ambos, Médem y
Rial, conviven con sus cuitas particulares. La investigadora pelea
denodadamente por conseguir la custodia de su hijo y el inspector jefe ha de
vérselas con una noble y arrogante mujer madrileña, que le conmina a olvidarse
de la exhumación de un cadáver a cambio de una suculenta cantidad de dinero. La
última foto tomada a John Lennon poco antes de morir a manos de Mark David
Chapman se cruzará en la investigación y, de alguna manera, contribuirá al
esclarecimiento del caso. A grandes, enormes, rasgos, este es el contenido de
‘La mirada de Chapman’, la nueva novela de Pere Cervantes, publicada por
Ediciones B. Con Pere tuve la suerte de conversar en la cafetería de un hotel
de la ciudad de Valencia. Testigo mudo de la conversación fue la fuente de la
Pantera Rosa, sometida durante estos días a los rigores y servidumbres de unas
prolongadas obras de remodelación, bendecidas por transparentes, y obstinados,
rayos solares.
Pere, ‘La mirada
de Chapman’ parece mucho más compleja que tu anterior novela, ¿no?
Sí, a nivel de estructura es más compleja y
la he trabajado de forma enfermiza. Para ello he utilizado una intrincada escaleta
que me permite diferenciar con claridad las tramas de las subtramas. Este
proceso es muy laborioso, pero a la hora de escribir la redacción es mucho más
sencilla. Soy un escritor de mapa puro, de guión total. Admiro a los que
escriben sin conocer cómo va a terminar una novela, porque a mí esa sensación me
produce ansiedad. Ya que en la vida no controlamos nada, solo me queda ejercer
el control en la literatura. Y lo hago.
¿Cómo surge la
idea para escribir esta novela?
El origen es un texto de ‘Alicia en el país
de las maravillas’ que dice lo siguiente: «La Reina explicó a Alicia cómo
funciona la justicia en el país de las maravillas. – Ahí lo tienes – dijo la
reina-. Está encerrado en la cárcel cumpliendo su condena; pero el juicio no
empezará hasta el próximo miércoles. Y por supuesto, el crimen será cometido al
final». Leer esta frase sobre la rabia que provoca la injusticia me puso en
marcha y se convirtió en la idea matriz que ha hecho funcionar la novela.
Regresan los
policías María Médem y Roberto Rial, que habían protagonizado ‘No nos dejan ser
niños’. Para que esto ocurra, el escritor ha de «reanimar» a sus criaturas, ¿en
qué estado te los encontraste?
Bueno, lo cierto es que no han estado
demasiado tiempo dormidos y ha sido bastante fácil reanimarlos, porque apenas
dos meses después de acabar la primera novela ya me había sentado a preparar la
segunda. Si en algún momento escribo una tercera parte, me costará recuperarlos
mucho más porque ahora sí que llevan dormidos una temporada larga.
Por lo que dices,
hay posibilidad de que escribas una tercera entrega.
No lo sé con certeza. En la primera novela es
la voz de María la que narra y en ‘La mirada de Chapman’ suena un narrador
omnisciente. Me gustaría cerrar la trilogía con una nueva entrega, cuya voz
narrativa fuese la de Roberto Rial, pero no sé si sucederá alguna vez. Por otro
lado, cada una de las historias gira en torno a una palabra. La primera fue
reivindicación y la segunda ha sido rabia. Me falta encontrar la palabra para
la tercera parte. Si la encuentro, entonces tal vez me ponga a esbozar ideas.
Para un escritor
de novela negra, ¿escribir novelas seriadas o una trilogía es interesante para
fidelizar a los lectores?
Cuando escribí la primera novela en ningún
momento pensé que sería una serie. Quizá por eso mismo no me he sentido
incómodo al escribir la segunda parte, ya que carecía de ideas preconcebidas. Precisamente
al terminar ‘La mirada de Chapman’, fue cuando surgió esa posibilidad de
convertirla en trilogía por todo lo que te he comentado antes. De todos modos
el final de esta entrega puede dar pie a una continuación o no.
Como no podía ser
de otro modo reaparece el profiler
Galván, ¿sigue demandándote más protagonismo como hizo en ‘No nos dejan ser
niños’?
Galván sigue en su línea y en este segundo
título desempeña un doble rol. Es un buen tipo que ahora se ve abrumado porque,
por primera vez en su vida, pisa el mismo terreno que un asesino de verdad. Me
interesaba tratar la reacción de un teórico al encontrarse con la realidad de
lo que explica.
La irrupción en
escena de Roberto Rial, nos descubre a un inspector cambiado, dispuesto a todo
para conseguir sus objetivos, incluso a saltarse las normas policiales. ¿Esto
es muy frecuente en el día a día de la policía española?
No, no, qué va, el policía ha de recurrir y
respetar la ley si no quiere complicarse la vida. Y no debe complicársela
porque en el noventa y nueve por ciento de los casos que se investigan las historias
le son ajenas por completo, aunque de alguna manera le afecten y le puedan
entrar ganas de convertirse en un tipo que imparte su propia justicia. Al día
de hoy eso no ocurre, pero si miramos veinte años atrás y a nivel de pequeños
casos, algún delincuente sí aprendía alguna lección que, por ley, no le
correspondía aprenderla.
María, por su
parte, atraviesa mayores dificultades que Rial, si cabe, para conciliar su vida
familiar con la profesional, porque está tramitando su separación y comparte a su
hijo, Hugo, con su ex marido.
A la pobre María la he colocado en una
situación límite, que es algo que me gusta bastante. A los personajes hay que
crearles un fuerte conflicto interno, porque sin conflicto no hay acción y sin
acción te vas a aburrir. Es una técnica que aprendí cuando estudiaba en la
Escuela de Guionistas. Por supuesto, a los escritores excelsos eso no les
ocurre, pero yo únicamente busco entretener y utilizo las herramientas que
tengo a mi alcance para conseguirlo.
Repasemos el título.
‘La mirada de Chapman’. Chapman es el apellido del asesino de John Lennon y a
ti te gusta mucho el cuarteto de Liverpool, ¿qué significan los Beatles para Pere
Cervantes?
Por razones obvias no voy a revelar nada,
pero la subtrama que envuelve a Roberto Rial tiene mucho que ver con esa
fotografía en la que Lennon le firma el disco a Chapman cinco horas antes de ser
asesinado. Los Beatles han sido la banda sonora de mi vida y también de la de
mi padre, aunque yo soy más beatlemaníaco que él. Me fascina comprobar que
seguimos escuchando su música y que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía
tiene una fuerza enorme.
Nuevamente Menorca
es el centro de la trama, ¿les gusta a los menorquines ver convertida su isla
en el escenario de varios asesinatos?
Hace unos días presenté el libro en Menorca y
me comentaban que con las dos novelas ya había muchos crímenes para un lugar
tan pequeño. Justo entonces terció en la conversación una mujer, que había sido
juez en la isla, y habló de un crimen cometido por un asunto de drogas y de
otro más en el que apareció muerto un chaval joven. En Menorca no todo es
idílico como se dice, pero se hace difícil pensar que en dos años puedan
aparecer dos psicópatas. De todos modos han encajado muy bien las novelas y
siempre pienso en Camilla Lackberg, que ha situado muchos más crímenes en una
isla como Fjallbacka y allí continúa. .
Hablemos un poco
de la psicopatía, ¿por qué interesan tanto los psicópatas a los lectores y
escritores policiacos?
En el fondo, como escritor y como lector, a
mí me interesa más la psicopatía que el crimen en sí. En términos generales, la
escenificación de los crímenes ocupa dos o tres páginas a lo sumo. En las
novelas suecas, por ejemplo, ocupan las cuatro primeras, después sigue alguna
alusión a la policía científica y, por el último, el peso psicológico del
crimen ocupa el resto. Al ser humano le puede impactar mucho la escena del
crimen, pero lo que le deja realmente K.O.
es conocer el porqué o, lo que es peor, saber que no hay ningún motivo
para cometer el asesinato.
En Menorca, y
también en la novela, sopla la Tramontana, ¿qué efectos produce este viento en
las personas?
Durante los más de doce años de mi vida que
pasé en Llançà, conviví con la Tramontana. Es un viento pesado, persistente, con
algunos momentos de pausa, y que tarda mucho en marcharse. Es agresivo, pero a
la vez atrae, tanto que en ocasiones lo echas de menos. Precisamente he situado
la acción de la novela en el mes de febrero porque sopla en Menorca en esa
época del año, lo que proporciona a la novela la visión más oscura que me
interesaba.
La policía ha de
distanciarse de los hechos a la hora de trabajar. Para conseguirlo, María Médem
utiliza un recurso que llama «cosificar», ¿es posible «cosificar» los horrores de
la escena de un crimen?
No es fácil desde luego, pero eso es lo que
yo hago personalmente para conseguirlo. Suena duro y cruel, pero no hay otra
forma. Todos hemos tenido padres, madres, hermanos y desde que tengo un hijo
todo me preocupa mucho más. Me he vuelto más sensible a estas situaciones. Así
que si tomo parte y humanizo lo que veo, no podré ejercer mi mirada objetiva,
por lo tanto cosificarlo todo es la única manera de ser un policía eficaz.
¿Resulta fácil
automatizar ese proceso interior de «cosificación»?
Con los años uno se vuelve un poco blando y
cuesta más lograrlo. Es como que ya estás cansado de verlo desde esa
perspectiva. Me ocurre mucho con temas de pornografía infantil, en concreto con
las reacciones de las mujeres de los pederastas. Antes me iba enseguida, pero
ahora hablo con ellas. Algunas, al ver que detenemos a su marido y descubrir las
imágenes que guarda en su ordenador, llegan a caerse al suelo. En ese momento
se preguntan quién es el hombre con el que han estado conviviendo hasta
entonces. Quizá en algún momento el rol de escritor se impone al policial, pero
hay que tener claro que no trato de exprimir las situaciones, sino conformar un
retrato del lugar. Luego me asalta la idea de si nosotros mismos nos conocemos…
Todos somos un misterio que, a la vez, resulta fascinante y depresivo.
Los asesinatos
revolotean alrededor de la inexistente Semana Negra de Ciutadella, si pasamos
de la ficción a la realidad ¿podríamos pensar que muchos escritores son
asesinos potenciales y que la escritura los mantiene calmados?
Esa es una cuestión que hemos hablado los
escritores que acudimos a ese tipo de eventos. Nuestras mentes están un poco
perturbadas, sobre todo las de los que escribimos sobre psicópatas, pero en
realidad lo que nos asusta mucho, por extraño que pueda parecer, son las
preguntas del público. A veces pensamos que son ellos quienes nos van a matar a
nosotros. En una de estas semanas negras, una espectadora nos dijo que le
dábamos miedo porque los asesinatos que contábamos le parecían muy reales y,
por tanto, quien los preparaba debía ser un asesino. Uno de los escritores
asistentes le respondió que, si a ella le gustaban nuestros personajes, quien
tenía miedo de ella era él [risas].
Vamos acabando,
¿dónde queda Pere Cervantes en la novela? ¿En algún personaje, en alguna situación,
en los rincones…?
En ‘La mirada de Chapman’ estoy en los
momentos de rabia de Rial. Aunque es un poco mayor que yo, tenemos en común la
edad y también el hecho de que ninguno de los dos hemos conocido la policía de
la Dictadura, los grises. Los de nuestra generación nos dejábamos la piel más
de lo que debíamos, mientras que los policías de hoy son más prácticos, pero no
tan protectores.
Deduzco de tus
palabras que la escritura de esta novela te ha resultado más bien terapéutica,
¿no?
La verdad es que me he desahogado, pero nada
más, en el fondo no sacas nada en claro. Esto me ha servido como un sparring, un saco al que he golpeado
durante los últimos meses sin que me entre ningún tipo de depresión.
¿Escritura como
desahogo, pues?
Sí, creando ficción, mundos y vidas es como
más me recreo. A partir de ahí si hay un proceso de redención interno con mis
monstruos y mis fantasmas, bienvenido sea.
SOBRE PERE CERVANTES
Pere Cervantes (Barcelona 1971) lleva poco menos de un cuarto de siglo pisando las calles de este país con una placa en el bolsillo, pistola en la cintura y mirada grabadora, que le sirve tanto para su trabajo policial como para sus escritos. Durante tres años anduvo por los Balcanes como observador de paz de la ONU y estudió en la Escuela de Guionistas de Catalunya el modo y manera de preparar escaletas con las que escribir novelas. Es autor de los libros ‘Trescientos sesenta y seis lunes’, ‘La soledad de las ballenas’, ‘Tranki pap@s’ y ‘Rompeolas’. Últimamente se ha revelado como un habilidoso cultivador del género negro. ‘No nos dejan ser niños’ y ‘La mirada de Chapman’ son sus dos primeros títulos publicados.
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