«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 10 de julio de 2016

Luis Eduardo Aute: «No soy tanto un inventor de palabras como un curioso que las estudia»

Si hay alguien que, a lo largo de los años y de su carrera, se ha movido por  territorios artísticos dispares con enorme soltura, sin duda ése es Luis Eduardo Aute (Manila, 1943). Hijo de padre catalán y de madre filipina, la música, la poesía, el dibujo, el cine, la pintura, escultura y el teatro son términos que le resultan extraordinariamente familiares, palabras que suenan con voz propia en su día a día. Su perfil hubiera encajado sin fisuras en otro tiempo más lejano, aquel en el que los estados italianos y sus mecenas respaldaron e impulsaron el florecimiento del arte.
Sí me hubiera gustado haber nacido en el Renacimiento, un momento histórico en el que las artes alcanzaron su máximo apogeo, pero no me considero nada de todo lo que has dicho antes. No soy poeta por el hecho de que escriba poemas, ni compositor por el hecho de que componga canciones, ni pintor porque pinte cuadros. Son actividades que desarrollo muy aleatoriamente. Desde los 17 años intenté dedicarme a la pintura, pero también me interesaba el cine, la poesía y la música… Soy una persona que utiliza esos lenguajes para contar sueños, ideas o pesadillas, sin tener conciencia de ser nada de ello. En todo caso, me considero un curioso de los lenguajes.
Aute acaba de publicar un libro de poemas, ‘El Sexto animal’, editado por Espasa, algo bastante difícil de conseguir hoy en España, ¿no?
Sí, actualmente no es fácil de publicar un libro de poemas en nuestro país, pero de todos modos no considero que este libro sea obra poética. Publicar poesía es muy difícil, porque hay poco público, aunque de un tiempo a esta parte menudean los recitales y las sesiones de lectura en locales pequeños de España y América Latina. La venta de libros poéticos es exigua, pero estos encuentros poéticos son bastante frecuentes.
¿Por qué dice que ‘El sexto animal’ no es un libro de poemas?
Porque no lo es. Estos textos son otra cosa, son poemigas, que podemos definir como miguitas poéticas suponiendo que sean poesía. En realidad son como aforismos, pequeños razonamientos…
¿Cómo surgen en su mente estos poemigas?
En su composición hay mucho de juego. Poco a poco voy dándole la vuelta al calcetín para descubrir qué otros significados ocultan las palabras. El noventa y ocho por ciento de los poemigas brotan como chispazos, palabras que se me cruzan cada día. Cualquier cosa que se me ocurre la apunto y, al llegar a casa, compruebo si tiene algún interés para ser desarrollada y empiezo a trabajar en ello. Algunas ideas acaban en poemas o en canciones y otras en poemigas.  
En la película ‘La colmena’ aparece un personaje, interpretado por el propio Cela, llamado Matías Martín, que es inventor de palabras, un creador del lenguaje, ¿tiene Aute algo de Matías Martín?
Aquí el inventor de palabras es Fernando Beltrán, que es quien ha hecho el prólogo del libro. No soy tanto un inventor como un curioso que las estudia. Cada vez creo más firmemente que en las palabras se junta todo el conocimiento, por eso quizá venga de ahí ese icono de las lenguas de luz del Espíritu Santo posándose sobre las cabezas de los apóstoles en Pentecostés. Repasando y estudiando, buscando el origen etimológico de las palabras, uno se da cuenta de que, por ignorancia, las utilizamos muchas veces con significados contrarios.
Acaba de citar el prólogo del poeta Fernando Beltrán, donde cuenta que, cuando Aute no sabe si reír o llorar, pinta, compone una escultura o talla una canción, ¿en verdad son así sus momentos creativos?
No lo sé, para mí la vida consiste esencialmente en curiosear por cualquier lado y hacerme preguntas. Después intento manifestar esa curiosidad a través de cualquier lenguaje. Como ya he dicho antes cambia la herramienta que utilizo, pero no distingo entre un lenguaje y otro. No hay fronteras entre ellos.
¿Por qué el título de ‘El Sexto animal’?
La palabra animal se presta a muchos juegos. Si la leemos al revés, encontramos lámina y con sus letras también podemos formar Manila, ciudad donde nací. Lo de animal viene de que en la educación religiosa que recibíamos de pequeños, los curas explicaban que los buenos iban al cielo y los malos al infierno y añadían que los animales no iban a ningún lugar porque no tenían alma, y eso es una animalada, ya que animal viene del latín «anima». Si te dicen animal en realidad te están piropeando, otra cosa es que te llamen bestia, que es algo muy diferente.
¿Podemos conceptuarlo como uno de esos libros que guardamos en la mesilla de noche y cada día visitamos antes de dormir?
Puede ser, porque lo puedes leer abriéndolo por la página que quieras. No es una novela, no hay discurso, son pequeñas chispas, alguna reflexión más o menos impertinente y mordaz…
Al final del poemiga ‘Los seis días de la creación animal’, donde se cuenta cómo Dios creó el mundo, podemos leer: «Y, en consecuencia, /en el séptimo día, /se suicidó», ¿Dios está muerto?
Creo que a Dios lo hemos suicidado nosotros. No ha habido colectivo humano en la Historia que no haya sido teísta, que no haya tenido la necesidad de creer en alguien. El ateísmo es un pensamiento relativamente moderno. Por otro lado, desarrollar una teoría sobre el ateísmo es imposible, porque la misma palabra teoría ya lleva el teos implícito. Sería un pensamiento elaborado a partir de una negación. En fin, no sé, no soy ateo, pero tampoco creo en una religión. Me considero un creyente religioso, distinguiendo que una cosa es la religión y otra el sentido religioso de la vida, que consiste simplemente en tener curiosidad y formularse preguntas sobre el qué y para qué. La religión es otra cosa, un negocio, una institución, es el Vaticano. El peor enemigo de Dios es la Iglesia, aunque el concepto de Dios para mí es enormemente enigmático, tanto como el del yo, que me resulta inasible. Si alguien me explica, científicamente, qué significa el yo dejaré de tener dudas y pensaré que todo existe porque el yo existe..
Los poemigas también invitan a pensar. Durante los años sesenta y setenta del siglo XX, cantautores como Vd. agitaron el pensamiento de los españoles que vivían bajo la Dictadura. Ahora nos movemos hacia un futuro incierto, ¿hacen falta nuevos cantautores que muevan a pensar sobre lo que pasa hoy?
Cantautor es una palabra que no me gusta, pero lo cierto es que a finales de los sesenta se produjo un fenómeno casi mundial en la música popular. En aquellos años los cantantes interpretaban los temas que escribían otros, hasta que aparecieron artistas  tan importantes como Brassens, Ferré, Dylan, Seeger, la Nueva Troba Cubana, Caetano Veloso, Vinicius de Moraes, Paco Ibáñez, Serrat o Raimon que decidieron poner música a las letras que ellos mismos escribían. Surgieron como una necesidad de elevar la canción a la categoría de poema, porque hasta entonces eran canciones estándar, hechas para bailar, sin mayor preocupación por los textos. Estaban consideradas como un subgénero, lo que era un error enorme porque escribir una buena canción que, en tan solo tres o cuatro minutos, te haga soñar, enfadar o conmover con el aditamento de la música es muy difícil.
¿Esa misma circunstancia podría repetirse hoy?
Todo ese fenómeno surgió por la necesidad que existía de manifestarse contra la situación que se vivía entonces. Hoy hay una libertad de expresión, los partidos políticos son quienes deben expresar y reflejar las distintas corrientes de opinión y no hay esa necesidad perentoria de manifestar la disconformidad a través del lenguaje. Pero motivos de queja y disgusto sí que hay, lo que ocurre es que entonces el enemigo estaba claro, hoy es más difuso y no sabemos exactamente quién es.
Actualmente, ¿podríamos encontrar algún artista que haya asumido ese rol?
Siempre digo en broma que los raperos son los nuevos cantautores porque, aunque no todos, escriben unos textos muy agresivos, denuncian determinadas situaciones y en ellos se da la doble circunstancia que no solo los escriben, sino que también los interpretan.

Herme Cerezo

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