Si hay alguien
que, a lo largo de los años y de su carrera, se ha movido por territorios artísticos dispares con enorme soltura,
sin duda ése es Luis Eduardo Aute (Manila, 1943). Hijo de padre catalán y de
madre filipina, la música, la poesía, el dibujo, el cine, la pintura, escultura
y el teatro son términos que le resultan extraordinariamente familiares, palabras
que suenan con voz propia en su día a día. Su perfil hubiera encajado sin
fisuras en otro tiempo más lejano, aquel en el que los estados italianos y sus
mecenas respaldaron e impulsaron el florecimiento del arte.
Sí me hubiera gustado haber nacido en el
Renacimiento, un momento histórico en el que las artes alcanzaron su máximo
apogeo, pero no me considero nada de todo lo que has dicho antes. No soy poeta
por el hecho de que escriba poemas, ni compositor por el hecho de que componga
canciones, ni pintor porque pinte cuadros. Son actividades que desarrollo muy
aleatoriamente. Desde los 17 años intenté dedicarme a la pintura, pero también
me interesaba el cine, la poesía y la música… Soy una persona que utiliza esos
lenguajes para contar sueños, ideas o pesadillas, sin tener conciencia de ser
nada de ello. En todo caso, me considero un curioso de los lenguajes.
Aute acaba de
publicar un libro de poemas, ‘El Sexto animal’, editado por Espasa, algo
bastante difícil de conseguir hoy en España, ¿no?
Sí, actualmente no es fácil de publicar un
libro de poemas en nuestro país, pero de todos modos no considero que este
libro sea obra poética. Publicar poesía es muy difícil, porque hay poco público,
aunque de un tiempo a esta parte menudean los recitales y las sesiones de
lectura en locales pequeños de España y América Latina. La venta de libros
poéticos es exigua, pero estos encuentros poéticos son bastante frecuentes.
Porque no lo es. Estos textos son otra cosa,
son poemigas, que podemos definir como miguitas poéticas suponiendo que sean
poesía. En realidad son como aforismos, pequeños razonamientos…
¿Cómo surgen en su mente estos poemigas?
En su composición hay mucho de juego. Poco a
poco voy dándole la vuelta al calcetín para descubrir qué otros significados
ocultan las palabras. El noventa y ocho por ciento de los poemigas brotan como
chispazos, palabras que se me cruzan cada día. Cualquier cosa que se me ocurre
la apunto y, al llegar a casa, compruebo si tiene algún interés para ser
desarrollada y empiezo a trabajar en ello. Algunas ideas acaban en poemas o en
canciones y otras en poemigas.
En la película ‘La
colmena’ aparece un personaje, interpretado por el propio Cela, llamado Matías
Martín, que es inventor de palabras, un creador del lenguaje, ¿tiene Aute algo
de Matías Martín?
Aquí el inventor de palabras es Fernando
Beltrán, que es quien ha hecho el prólogo del libro. No soy tanto un inventor como
un curioso que las estudia. Cada vez creo más firmemente que en las palabras se
junta todo el conocimiento, por eso quizá venga de ahí ese icono de las lenguas
de luz del Espíritu Santo posándose sobre las cabezas de los apóstoles en
Pentecostés. Repasando y estudiando, buscando el origen etimológico de las
palabras, uno se da cuenta de que, por ignorancia, las utilizamos muchas veces
con significados contrarios.
Acaba de citar el
prólogo del poeta Fernando Beltrán, donde cuenta que, cuando Aute no sabe si
reír o llorar, pinta, compone una escultura o talla una canción, ¿en verdad son
así sus momentos creativos?
No lo sé, para mí la vida consiste
esencialmente en curiosear por cualquier lado y hacerme preguntas. Después
intento manifestar esa curiosidad a través de cualquier lenguaje. Como ya he
dicho antes cambia la herramienta que utilizo, pero no distingo entre un
lenguaje y otro. No hay fronteras entre ellos.
¿Por qué el título
de ‘El Sexto animal’?
La palabra animal se presta a muchos juegos.
Si la leemos al revés, encontramos lámina y con sus letras también podemos
formar Manila, ciudad donde nací. Lo de animal viene de que en la educación
religiosa que recibíamos de pequeños, los curas explicaban que los buenos iban
al cielo y los malos al infierno y añadían que los animales no iban a ningún
lugar porque no tenían alma, y eso es una animalada, ya que animal viene del
latín «anima». Si te dicen animal en realidad te están piropeando, otra cosa es
que te llamen bestia, que es algo muy diferente.
¿Podemos
conceptuarlo como uno de esos libros que guardamos en la mesilla de noche y
cada día visitamos antes de dormir?
Puede ser, porque lo puedes leer abriéndolo
por la página que quieras. No es una novela, no hay discurso, son pequeñas
chispas, alguna reflexión más o menos impertinente y mordaz…
Al final del poemiga
‘Los seis días de la creación animal’, donde se cuenta cómo Dios creó el mundo,
podemos leer: «Y, en consecuencia, /en el séptimo día, /se suicidó», ¿Dios está
muerto?
Creo que a Dios lo hemos suicidado nosotros. No
ha habido colectivo humano en la Historia que no haya sido teísta, que no haya
tenido la necesidad de creer en alguien. El ateísmo es un pensamiento
relativamente moderno. Por otro lado, desarrollar una teoría sobre el ateísmo
es imposible, porque la misma palabra teoría ya lleva el teos implícito. Sería un pensamiento elaborado a partir de una
negación. En fin, no sé, no soy ateo, pero tampoco creo en una religión. Me
considero un creyente religioso, distinguiendo que una cosa es la religión y
otra el sentido religioso de la vida, que consiste simplemente en tener
curiosidad y formularse preguntas sobre el qué y para qué. La religión es otra
cosa, un negocio, una institución, es el Vaticano. El peor enemigo de Dios es
la Iglesia, aunque el concepto de Dios para mí es enormemente enigmático, tanto
como el del yo, que me resulta inasible. Si alguien me explica,
científicamente, qué significa el yo dejaré de tener dudas y pensaré que todo
existe porque el yo existe..
Los poemigas
también invitan a pensar. Durante los años sesenta y setenta del siglo XX, cantautores
como Vd. agitaron el pensamiento de los españoles que vivían bajo la Dictadura.
Ahora nos movemos hacia un futuro incierto, ¿hacen falta nuevos cantautores que
muevan a pensar sobre lo que pasa hoy?
Cantautor es una palabra que no me gusta,
pero lo cierto es que a finales de los sesenta se produjo un fenómeno casi
mundial en la música popular. En aquellos años los cantantes interpretaban los
temas que escribían otros, hasta que aparecieron artistas tan importantes como Brassens, Ferré, Dylan,
Seeger, la Nueva Troba Cubana, Caetano Veloso, Vinicius de Moraes, Paco Ibáñez,
Serrat o Raimon que decidieron poner música a las letras que ellos mismos
escribían. Surgieron como una necesidad de elevar la canción a la categoría de
poema, porque hasta entonces eran canciones estándar, hechas para bailar, sin
mayor preocupación por los textos. Estaban consideradas como un subgénero, lo
que era un error enorme porque escribir una buena canción que, en tan solo tres
o cuatro minutos, te haga soñar, enfadar o conmover con el aditamento de la
música es muy difícil.
¿Esa misma circunstancia podría repetirse
hoy?
Todo ese fenómeno surgió por la necesidad que
existía de manifestarse contra la situación que se vivía entonces. Hoy hay una
libertad de expresión, los partidos políticos son quienes deben expresar y
reflejar las distintas corrientes de opinión y no hay esa necesidad perentoria
de manifestar la disconformidad a través del lenguaje. Pero motivos de queja y
disgusto sí que hay, lo que ocurre es que entonces el enemigo estaba claro, hoy
es más difuso y no sabemos exactamente quién es.
Actualmente,
¿podríamos encontrar algún artista que haya asumido ese rol?
Siempre digo en broma que los raperos son los
nuevos cantautores porque, aunque no todos, escriben unos textos muy agresivos,
denuncian determinadas situaciones y en ellos se da la doble circunstancia que
no solo los escriben, sino que también los interpretan.
Herme
Cerezo
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