Las hermanas Elisa y Sabela
crecen en una pequeña aldea cercana a Ferrol, donde su madre, Rosalía, una leiteira pobre, las cría sin la ayuda de
su marido. Mateo, que emigró a América para iniciar un negocio que nunca
concluyó, solo le dejó a su hermano Manuel, sordo de nacimiento, que con su
bondad temerosa y sencilla la ayuda a sacar a sus hijas adelante. Cuando
Rosalía comienza a planear la boda de su hija Elisa con Eloy, el único
bachiller del pueblo, no cuenta con que Sabela se ha enamorado de él y que el
guapo minero Martín tiene otros planes para Elisa.
Editada por Planeta, ‘Tierra sin
hombres’ es una novela de personajes y de intrigas familiares, que se enmarca
en la Galicia de finales del siglo XIX y principios del XX, en una aldea
cargada de supersticiones y habladurías. Bajo estos parámetros, Inma Chacón ha
rescatado del olvido a aquellas mujeres que tuvieron que sacar adelante a su
familia, ante la ausencia de sus maridos, emigrados en busca de mejor fortuna o
fallecidos en el intento.
Inma, en tu anterior novela tratabas de una madre soltera. Ahora hablas
de «viudas de vivos», ¿tu tema predilecto es la mujer?
No es mi tema predilecto, pero sí
es un asunto que me gusta. Aunque en una novela mía anterior los protagonistas
eran masculinos, es verdad que la mujer es un tema recurrente y no es algo que
surja de modo intencionado. Me gusta hablar desde el punto de vista, en este
caso, de mujeres que tienen historias con minúscula, que facilitan la escritura
de la Historia con mayúscula. Eso es algo que pasa con casi todas las mujeres y
que ha sido una constante en este país en concreto y también en muchos otros.
Cuando fuiste finalista del Premio Planeta, me comentaste que para ti
escribir era algo balsámico, ¿sigues pensando igual?
Sí. Mientras escribo soy muy
feliz. Descubrí la literatura cuando ya era mayor, en una época muy difícil de
mi vida y se convirtió en mi tabla de salvación. Para mí la escritura ha sido
una manera de sobrevivir. Sobrevivir significa que la vida pasa por ti y vivir
es que no solo pasa por ti, sino que eres capaz de remar en sus aguas. Vivir es
lo importante y, a través de la literatura, yo he encontrado las fuerzas
necesarias para remar.
¿Cómo surge la idea o la imagen para escribir ‘Tierra sin hombres’?
Fue la historia de la abuela de
un amigo mío, que era hija de una leiteira,
cuyo padre, que viajaba mucho a México, desapareció en una de las travesías. Su
madre, entonces, decidió que a su hija mayor, la más guapa y delicada, la iba a
preparar para una boda, mientras que a su hija pequeña le encargaba el cuidado
de los animales y de transportar la leche. A partir de ahí comencé a imaginar y
la imaginación se desbordó, de tal manera que la novela no es su vida
exactamente, pero sí es un homenaje a esas viudas de vivos, que vieron cómo se
marchaban sus hombres a buscar fortuna. Esta emigración no sucedió solo en Galicia,
sino también en Extremadura, mi tierra. Ambas regiones son territorios
fronterizos, muy pobres, en los que no se invirtió nada y que tampoco cuentan
para nada, tierras sin dueño que te pueden arrebatar y eso ha provocado la
ausencia de inversiones a la que aludía antes. En este sentido, gallegos y
extremeños tenemos muchas cosas en común.
Acabas de utilizar la frase «viudas de vivos», ¿de dónde procede?
Procede de Rosalía de Castro,
ella definió así no solo a las mujeres que vieron partir a sus maridos, sino
también a aquellas que, aún teniéndolos cerca, los percibían como ausentes.
A diferencia de Extremadura, en Galicia el mar acentúa la separación
entre hombres y mujeres, la dibuja más lejana, ¿no?
En esta novela el mar es uno de
los protagonistas. El océano Atlántico se convierte en un muro, en una frontera
insalvable entre el uno y el otro. Hay otras aguas, sin embargo, que son mares
de acogida. El ejemplo más claro es el Mediterráneo por el que entraron los
primeros pobladores de la Península Ibérica como los fenicios y otros pueblos. Por
el contrario, el Atlántico es el mar por el que la gente se va.
¿Es igual la soledad del que se va que la de la mujer que se queda?
Mi novela es un homenaje a las
mujeres que se quedaron y también a los hombres que se marcharon, llevándose la
nostalgia con ellos. He enfocado la narración más desde el punto de vista de
quien se queda, pero creo que el desgarro del que se va ha de ser terrible
también, porque deja a la familia en su lugar de su origen y va hacia lo
desconocido con expectativas muy altas, aunque luego comprobará que aquello no
es El Dorado que les habían contado.
¿Para la literatura en general, la escritura de libros sobre mujeres
que asumieron roles que, en principio, no les correspondían, es una asignatura
pendiente?
No lo sé. Tengo claro que he
querido escribir una novela en la que aparecieran las mujeres que han escrito
la historia con minúscula como sustrato. En Galicia, donde se marcharon los
hombres, dicen que existía un matriarcado, pero eso no es cierto. En verdad se
trataba de una estructura patriarcal, porque ellos eran quienes detentaban el
poder. No eran muchos los que se iban y dejaban a su mujer que tomara las decisiones
importantes durante su ausencia. La mayoría se marchó sin otorgarles ese poder.
De hecho, fue un matriarcado, pero de derecho un patriarcado.
Lo paradójico de esta situación es que el nexo de unión de un
matrimonio de aquella época no era la proximidad, sino la distancia.
Sí y fíjate que en esta novela
hay un matrimonio en el que marido y mujer están juntos, pero se sienten muy
lejos. Como te decía antes, hubo viudas de vivos que estaban al lado de sus
maridos, pero que los percibían muy lejanos, ausentes.
Al igual que ocurre con el mar, ¿el hecho de ubicar esta historia en
Galicia también acentúa la intensidad de la separación y la morriña?
Galicia es un escenario muy
bonito, porque es la tierra de las meigas y de muchas leyendas y
supersticiones. Parece que aquella zona se identifica con todo eso, pero en
realidad la he escogido como escenario de la novela porque es la cuna de la
verdadera Elisa y, como quería referirme a ella, tenía claro que había que
situarla allí.
‘Tierra sin hombres’ es una novela de personajes, de sentimientos,
¿quizá por ello la documentación ocupa un lugar menos importante en la obra?
Es cierto que es una novela de
sentimientos, de personajes, de costumbres y de intriga, donde tiene mucha
relevancia el ambiente, el tiempo meteorológico y la aldea. Pero la
documentación resulta fundamental y yo me he documentado muchísimo para
representar bien la idiosincrasia gallega. Además, ten en cuenta que una parte
de la novela se desarrolla durante la I Guerra Mundial y ocurren una serie de acontecimientos,
que voy intercalando en la narración. En aquel momento España fue como una
isla, se mantuvo neutral, aislada. La frase de que España es diferente la
inventó un gallego [risas]. Hemingway opinaba que la documentación era como los
cimientos de una casa: no se ven, pero si no están, la estructura se viene
abajo.
Hasta ahora hemos enfocado la entrevista más hacia el contenido que
hacia el continente, ¿te preocupa eso?
No, no me preocupa en lo
absoluto. Cada uno lee la novela como quiere porque cada novela tiene tantas
lecturas como lectores. Una vez que entrego la obra, la novela cobra vida por
sí sola. Me gusta que se hable del contenido, porque eso significa que, si el
continente no estuviera bien expresado, no se hablaría del contenido, es decir,
he conseguido contar lo que pretendía. En literatura no se puede separar lo que
se cuenta del cómo se cuenta.
En la página 198, leemos el siguiente párrafo «Una parte de la aldea le
reprochaba las sombras; la otra, la luz que debería haberla iluminado». ¿El hecho
de vivir en una aldea pequeña, llena de chismorreos y chanzas, puede condicionar
la existencia de sus habitantes?
No es cómodo sentirse en el punto
de mira en una aldea pequeña, pero hoy podríamos decir lo mismo referido a la
aldea global en que se ha convertido la información. Cualquiera corre el riesgo
de que se desvirtúe lo que dice o lo que
hace. Hoy la gente se permite insultar y juzgar a los demás y no acierto
a comprender cómo se atreven a hacerlo. Por analogía, la situación que viven
los personajes de la novela se podría trasladar perfectamente a la red.
¿De alguna manera, tu hermana Dulce pulula o camina por la novela?
Creo que estamos las dos. Y
también mis demás hermanos, porque a todos les rindo pequeños homenajes en mis
novelas. La más difícil de incluir siempre es Dulce, porque no puedo ponerle su
nombre a un personaje. Pero le he rendido un doble homenaje: he utilizado la
fecha de nuestro nacimiento, para quien no lo sepa éramos gemelas, para datar
una carta y, además, cada vez que utilizo el adjetivo dulce está dedicado a
ella. Sin olvidar que en todas mis novelas incluyo la misma dedicatoria: «Y a
Dulce, por supuesto». A ella le estaré siempre agradecida por haberme reglado
la literatura, pero por otro lado, ojalá nunca me hubiera hecho este regalo.
Y la última por hoy: ¿es la misma Inma Chacón la que comenzó a escribir
la novela que la que la concluyó? ¿Ha cambiado algo tu vida?
Bueno, creo que ni siquiera somos
igual el mismo día desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Cambiamos
en algo. A mí me gusta aprender algo nuevo cada día. Respondiendo de un modo
rápido y simple a tu pregunta, te diría que desde que comencé la novela hace
dos años y medio, no soy la misma para nada. Como dice un amigo mío, hay que
dejar que el tiempo haga su trabajo. Cada día echo de menos a Dulce, pero el
dolor se va amortiguando, convirtiendo en otra cosa y, de alguna manera, el
dolor que sentí por su muerte, me resulta un poco más llevadero.
SOBRE INMA CHACÓN
Inma Chacón (Zafra, Badajoz, 1954) es doctora en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y profesora de Documentación en la Universidad Rey Juan Carlos. Fundó y dirigió la publicación digital Binaria: Revista de Comunicación, Cultura y Tecnología. ‘La princesa india’ fue su primera incursión en el mundo de la narrativa, a la que siguieron ’Las filipinianas’ y ‘Nick’, una novela juvenil donde se cuenta una historia de amor a través de la red. También ha publicado los poemarios ‘Alas’, ‘Urdimbres’, ‘Antología de la herida’ y ‘Arcanos’. En 2011 fue finalista del Premio Planeta con ‘Tiempo de arena’, un relato apasionante sobre las herederas de un hacendado español a finales del siglo XIX, y en 2013, ‘Mientras pueda pensarte’, novela emotiva y sobrecogedora. También ha publicado ‘Voces’, una antología personal de relatos y, en el campo de la dramaturgia, ‘El laberinto y la urdimbre’. Su obra ‘Sí, vale, vale, chao’ ha sido representada con gran éxito de público. En 2016, por encargo de la Biblioteca Nacional, para conmemorar el cuarto centenario de Cervantes, escribió ‘Las Cervantas’ junto a José Ramón Fernández, representada en los Festivales de Teatro Clásico de Alcalá de Henares, Cáceres y Almagro, entre otros.
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