Nº 505.- Inma López Silva ha escrito una
novela cuyas protagonistas - se trata de una narración coral - son cinco
mujeres. Cinco mujeres de procedencias muy distintas que, en un momento
determinado, han ido a confluir en un mismo lugar común, la cárcel de A Lama, donde
prosigue su vida en régimen de privación de libertad. A muy grandes rasgos éste
es el sustrato de ‘Los días iguales de cuando fuimos malas’, editada por Lumen,
y también el objeto de la conversación que sostuve hace unos días con esta
escritora gallega, cuya trayectoria literaria, a juzgar por las obras
publicadas y él éxito alcanzado con ellas, es ya muy importante.
Comenzamos por una
pregunta obligada para escritores que entrevisto por primera vez: ¿qué
significa escribir para Inma López Silva?
Escribir para mí implica vivir. Es el aire que respiro. No
podría no hacerlo y no concibo un día sin escritura. Creo que escribo incluso
cuando no escribo nada.
¿Cuál fue la primera
imagen que te movió a escribir esta novela?
No hubo una imagen, sino una conjunción de temas a los que
atribuí un espacio. Se trataba de escribir sobre el mal y la falta de libertad
desde el punto de vista femenino, es decir, cómo las mujeres vivimos
habitualmente bajo sospecha (el pecado original, ya se sabe…) y cómo eso nos hace
menos libres. Son temas evidentemente literarios y no muy originales, lo sé,
pero ese era mi punto de partida para el que todavía no había encontrado las
historias correspondientes. Hasta que un día, no recuerdo bien por qué,
encontré el espacio que me proporcionaría la unificación de todas esas ideas y,
sobre todo, las historias para contarlas: el módulo de mujeres de una cárcel.
‘Los días iguales de
cuando fuimos malas’, ¿qué fue antes el título o la novela? ¿Cómo se te
ocurrió?
Fue antes la novela, sin ninguna duda. Me costó horrores
ponerle el título. Le di mil vueltas hasta que empecé a dar forma a dos ideas:
necesitaba que en el título estuviese una de las ideas de la novela, la de una
supuesta maldad pasajera y la idea que todos los personajes repiten
constantemente: en la cárcel todos los días son iguales.
Novela coral con una
voz en primera persona y el resto en tercera, ¿por qué esa estructura?
En este punto creo que la explicación se orienta más hacia
la primera persona. La idea coral tiene que ver con la cárcel como depósito de
historias que, aun distintas, tienen denominadores comunes en la pobreza, la
discriminación y la desigualdad. Es fácil contar eso focalizando la narración
en cada personaje y jugar a que el punto de vista vaya y venga de una a otra.
La primera persona, en cambio, tiene que ver con un doble interés. Por una
parte está la apelación directa a un lector que, interiorizando en su
imaginación el discurso de un yo, se ha de plantear si haría lo mismo, si
podría acabar en la cárcel por un cúmulo de fatalidades o de locuras como la
Escritora, si su juicio sobre la primera persona es el mismo que sobre el otro.
Por otra parte, está la reflexión metaliteraria por la cual pretendo hacer
varios juegos: el de la verdad y la mentira sobre lo que se cuenta de la cárcel
y lo que se cuenta de la Escritora, que coincidiendo en muchos elementos
(empezando por el nombre) con la autora del libro, plantea la duda sobre la
veracidad, los límites de la ficción y, sobre todo, el juicio colectivo sobre
la supuesta respetabilidad: si realmente esa Escritora fuese yo, Inma López
Silva, que cuenta que ha estado en la cárcel, ¿dejaría de tener para ti,
lector, mi halo de respetabilidad e incluso honorabilidad que tenía hasta
ahora? Es una forma de situarnos ante nuestra hipocresía colectiva cuando nos
enfrentamos a la cuestión de las cárceles, esos lugares donde escondemos todo
aquello que nos avergüenza y que pensamos que nunca nos afectará a nosotros que
somos tan “buenos”.
Las protagonistas
principales son femeninas, mientras que los hombres son meros personajes
secundarios, ¿por qué?
Desde el principio, el proyecto era escribir sobre mujeres,
tratando específicamente su consideración ética, como te decía. Ese es el
motivo por el que los hombres tienen una consideración menor, aunque tampoco
quise plantearlos como meras comparsas. Por eso uno de los personajes mejor
considerados es un hombre (Xabier) y el detonante de toda la obra es también un
interlocutor masculino que obliga a intuir un modo de relacionarse con él en la
narradora.
En un momento
determinado, la voz narrativa se pregunta sobre cómo va a seguir la novela.
¿Cómo estructuras tú tus novelas, ésta en concreto? ¿Conoces el principio y el
final? ¿Te dejas llevar por la propia inercia narrativa? ¿Tienes un guión
preestablecido?
No soy yo de guiones, la verdad. En este caso tenía el tema
y la idea de que fuese coral, y fui escribiendo y armando la estructura sobre
la marcha. Por lo tanto, esa forma de escribir de la narradora también forma
parte de la ficción. Sí soy de inercias y, sobre todo, de dejar que los
personajes “elaboren” la historia a partir de sus acciones. Luego, y aunque no
me gusta nada, siempre reviso. Y mucho.
En la novela abunda
la introspección, ¿queda mucho tiempo en la cárcel para reflexionar o con conseguir
que el tiempo transcurra lo más rápidamente posible es suficiente?
La cárcel es un lugar donde, paradójicamente, la privación
de libertad implica una eternidad de tiempo libre. Se supone que, igual que en
la vida fuera, una puede gestionar ese tiempo como quiera. Hay quien se estresa
a actividad para no tener ese agobiante vacío que es el tiempo para pensar, y
hay quien se encuentra cómoda en la introspección o, simplemente, en el no
hacer nada.
Supongo que la parte
de documentación será importante, ¿cómo se documenta una escritora para
escribir esta novela sobre el mundo carcelario femenino?
El proceso de documentación de esta novela ha sido, como
seguro que imaginas, apasionante. Antes incluso de empezar a escribir, cuando
el tema no era más que una vaga idea, hice un llamamiento en Facebook:
“¿Alguien conoce a alguien que haya estado en la cárcel? Si es así, enviadme un
mensaje privado”. Y de ahí surgieron mis primeras entrevistas con personas que
habían cumplido condena, curiosamente (porque no es el perfil mayoritario) por
delitos muy graves (homicidio, violación). Esas primeras entrevistas me
sirvieron para plantearme el tono de la novela, esa voz que no juzga y que,
justamente por eso, empatiza, ya que plantea los términos de la culpa fuera de
la idea del bien y del mal, en los términos del determinismo social. Luego,
hubo una coincidencia muy afortunada: un interno del C.P. de A Lama, en donde
se ambienta la novela, me escribió una carta pidiéndome un libro mío anterior
porque había visto una entrevista en la Televisión de Galicia y mis libros no
estaban en la biblioteca de la cárcel. Fue muy curioso porque, en ese momento,
ni siquiera mi familia sabía que estaba escribiendo sobre ese tema. La amistad
con Benigno (porque nos hicimos amigos epistolares) fue importante por dos
motivos: hablamos mucho sobre las emociones y relaciones que provoca la
privación de libertad y me permitió entrar
verdaderamente en la cárcel. También, por supuesto, tuve entrevistas con
personal funcionario de prisiones. Y finalmente me ayudó muchísimo una lectura
maravillosa, el libro Penas y personas
de Mercedes Gallizo, que recomiendo encarecidamente.
La vida en la cárcel
es dura, algunas mujeres no la soportan, incluso se suicidan, ¿son frecuentes
los suicidios en las cárceles de mujeres?
En todas las cárceles hay establecidos protocolos muy eficaces
para evitar los suicidios. Lo primero que se hace cuando ingresas en prisión es
clasificarte: en función de tu personalidad y tu estado psicofísico, jamás en
función del delito que has cometido, se te vincula a un perfil y, en el caso de
los hombres, así se decide en qué módulo cumplirás tu condena y, sobre todo,
con quien estarás obligado a convivir. En el caso de las mujeres, a no ser que
ingresen en una cárcel exclusivamente femenina (no hay tantas), lo normal es
que convivan todas juntas (agresivas con no agresivas, conflictivas con
tranquilas, tristes y contentas) en un único módulo. Si en la clasificación se
detecta la posibilidad de un suicidio, te adjudican otra persona interna para
que te acompañe en todo momento. En España, el suicidio es la tercera causa de
muerte en prisión (por detrás del infarto y las drogas), algo que tiene cierta
lógica si entendemos que en una cárcel se dan las circunstancias que
habitualmente se asocian a la mayor incidencia de suicidio (aislamiento social,
ruptura de relaciones, problemas jurídicos, extracción socioeconómica baja,
trastornos mentales…, según la OMS). La tasa, de suicidios, de alrededor del
0,4 por millar de internos, es superior a la de fuera de la cárcel, y en
mujeres, como todo en las cárceles, es minoritario. Independientemente de los
datos, lo que yo planteo en la novela es, en realidad, el suicidio como salida
libertaria contra las penas de prisión muy largas en las que hay un cierto
tratamiento vengativo del reo; pienso en esos casos en los que la desesperación
lleva a cometer el delito y luego el sistema penal te obliga a vivir
(literalmente, porque se trata de evitar el sucidio) con la culpa y el dolor.
En algunos casos me parece una crueldad del sistema que está orientado a anular
absolutamente la voluntad de las personas, hasta el extremo de impedirles
decidir sobre su propia vida.
Las protagonistas, Laura,
Margot, Valentina, Sor Mercedes e Inma, de un modo u otro todas tienen relación
con la maternidad, ¿te interesaba reflexionar en la novela sobre este tema por
algún motivo particular?
Creo que el tema de la maternidad en contextos femeninos es
inevitable. El vínculo de una mujer con la maternidad no sólo es algo natural
sino, sobre todo, social. Mi libro anterior a Los días iguales de cuando fuimos malas era, precisamente, sobre
ese tema y tuvo mucho éxito en Galicia. Se titula ‘Maternosofía’, y consistía
precisamente en un ensayo feminista en el que, a partir del diario de mi primer
embarazo, proponía una reflexión provocadora sobre los mitos pseudofeministas
alrededor de la maternidad como algo natural que formaría parte de nuestra
identidad como mujeres por encima de nuestra voluntad de definirnos como
mujeres en virtud de nuestro comportamiento social. Era inevitable, por eso,
seguir tratando la misma cuestión en esta novela, aunque desde el punto de
vista de la discriminación y, sobre todo, del doble castigo al que son
sometidas las mujeres madres que han sido privadas de libertad: esa privación y
la separación de sus hijos (que llegará antes o después).
Has analizado un
amplio espectro de causas por los que las mujeres, y también los hombres, van a
la cárcel: prostitución, drogas, tráfico de recién nacidos… ¿Te ha quedado por
incluir algún motivo más en la novela?
Claro. Hay muchos motivos más. ¡Basta con echarle un ojo al
Código Penal o a la prensa! (ahora me río, por cierto, pero no se ve entre
líneas) Últimamente están de moda los delitos fiscales, prevaricación y
corrupción en sus múltiples facetas. También podría hablar del terrorismo. Pero
he preferido centrarme en aquellos delitos que nos ponen no ante la condición
criminal del ser humano, sino al revés: ante nuestra contradicción como
sociedad bienestante en la que no somos capaces de corregir las situaciones que
llevan a muchas personas a delinquir. Y esos no son precisamente los casos de
los corruptos, los estafadores e incluso los terroristas. Esos casos no me
servían para proponer la relatividad del bien y del mal, en cambio cualquiera
de los que pongo en la novela y tú nombras, vinculados a sus respectivas
historias previas, sí.
Sor Mercedes traficó
con bebés y esterilizó mujeres en la época de Franco, ¿cómo surge la idea de
incluirla en la novela? ¿Encuentra sor Mercedes mucha diferencia entre la reclusión
conventual y la carcelaria?
La idea surge de aquel caso real del robo de bebés durante
el franquismo al que asistimos hace unos años en la prensa (y todavía vive
actualizaciones de vez en cuando) en el que me impresionó especialmente la
imagen de la monja sor María, una de las responsables de todo el asunto,
entrando en el juzgado. Recuerdo haber pensado en aquel momento, “¿cómo sería
la vida de esta mujer en la cárcel?, ¿Cómo será eso para alguien que ya ha
optado por renunciar a parte de su libertad en la vida conventual?”. A sor
María, en realidad, la libró de la cárcel la muerte, pero a mí me dio igual. Lo
que plantea ese caso es la justificación del mal por una determinada moral (en
este caso la católica, como sucede en tantas religiones) y la dificultad para
la reinserción, o la reflexión, en estos casos.
Valentina es una
colombiana detenida por traficar con drogas, que pasa de un mal ambiente a otro
casi peor y además pretende estudiar Derecho, ¿cómo aparece en tu mente la idea
de incluir este personaje en la novela?
Tiene que ver con un perfil habitual en nuestras cárceles:
las mujeres extranjeras que cumplen condena por tráfico de drogas
(técnicamente, delitos contra la salud pública). Siempre he pensado que una
mujer que lo arriesga todo por pasar droga en un aeropuerto tiene que tener
detrás una triste historia, y de ahí surge Valentina.
Laura es una
funcionaria de prisiones un poco sui
generis, ¿no?
Sí, pero… ¿quién dice que una no pueda querer ser
funcionaria de prisiones? Laura, además, cumple un cometido importante en esta
novela tan “de mujeres”: la he diseñado conscientemente con atributos
masculinos para generar extrañeza y ponernos a nosotras mismas ante nuestras
contradicciones. A pesar de haber sido educada, como tantas niñas, para la
belleza de las bailarinas, Laura tiene un perfil dominante que asociamos
(porque nuestra sociedad es así) a los hombres, y eso la lleva a plantear sus
relaciones desde la libertad, pero también desde la agresividad y el maltrato.
Laura es como es porque el problema de esta sociedad nuestra no sólo es el
machismo, sino la concepción de las relaciones entre las personas desde las
estructuras (patriarcales) de dominación de la otra persona. En mi opinión, es
eso lo que debemos resolver, pues nuestra ansiada igualdad no servirá para nada
si ha de ser empleada en ese modelo relacional.
¿El personaje de
Margot está basado en alguien real?
Sí, como todas las demás (excepto Laura). Margot conjuga a
la niña Rebeca que cuenta el caso real de una niña gitana que estaba conmigo en
el colegio y a la que sacaron de la escuela a los 10 años para casarla, y que a
los 12 ya tenía un hijo que se traía en el carrito a comer chuches con todas
nosotras cuando salíamos del cole los viernes. Y Margot también responde a una
historia real que me ha contado un amigo médico que salvó la vida a una chica
gitana que al parir a un hijo rubio, fue apaleada y desterrada, pero la familia
de su marido se quedó con el niño. Ella era prostituta y politoxicómana, y ese
grupo de médicos que la salvó no paró hasta encontrar a su madre y, al menos,
ayudarla a reencontrarse con ella.
Inma, otra
presidiaria, cuenta las historias de sus compañeras y también la suya propia,
¿es muy frecuente que en una cárcel la gente escriba?
Escriben muchísimas cartas, lo cual me parece entrañable.
Aunque es minoritario, siempre que visito una cárcel me encuentro con alguien
que me cuenta que escribe cuentos, novelas, poemas… La cárcel es como la calle,
pero en concentrado. Así que también allí la gente cultiva la afición por
contar historias. Y si lo piensas bien, qué mejor que inventar ficciones para
abrirte puertas imaginarias en una cárcel, ¿no?
En el baloncesto se
dice que el jugador base es la proyección del entrenador dentro de la pista,
¿Inma es la proyección de Inma López Silva en la novela? ¿Existen muchas
similitudes entre tú y ella?
Pues no lo había pensado con el símil del baloncesto, pero
puede que haya algo de eso sí. Hay muchas similitudes porque de eso se trata el
juego ficción-realidad que plantea la novela para lograr la reflexión sobre que
cualquiera podría acabar en la cárcel (aunque tienes muchas más opciones si
eres pobre, marginal, enfermo mental o ya tienes algún progenitor que haya
estado dentro).
‘Los días iguales de
cuando fuimos malas’ está escrita en gallego. Creo que la has traducido tú
misma, ¿has quedado satisfecha del resultado final?
Mucho. En realidad, no la he traducido sola, y así he
querido reflejarlo en los agradecimientos de la novela. Mi hermano, Xosé
Antonio López Silva, junto con Raquel Rodríguez, han sido los autores de una
traducción inicial de la obra a partir del primer original en gallego. Luego, y
ya en contacto con Silvia Querini, la maravillosa editora de Lumen, hemos
trabajado muchísimo con la traducción pensando en un nuevo lector. Ha sido una
experiencia muy gratificante desde el punto de vista creativo. Sé que para
otros escritores eso es una tortura, pero para mí no ha sido así. Puede que
influya que yo misma soy traductora (a ratos).
La última por hoy: aunque
todavía estás promocionando la novela, ¿tienes ya en mente algún proyecto
literario nuevo?
Sí, por supuesto. He terminado una obrita corta y ligera que
es una historia de amor. Y estoy con otro proyecto de novela que será,
nuevamente, una obra demorada (piensa que con esta estuve cinco años y es así
como me gusta escribir). Versa sobre la verdad y la mentira. Y hasta ahí puedo
leer…
SOBRE INMA LÓPEZ SILVA
Inmaculada López Silva (Santiago de Compostela 1978) es escritora, traductora y crítica teatral. Licenciada en Filología Gallega por la Universidad de Santiago, colabora en varias revistas, así como en el periódico El Correo Gallego. En la actualidad es profesora en la Escuela de Arte Dramático con sede en Vigo. Se dio a conocer en 1996, con su novela ‘Neve en abril’, escrita en gallego como la mayor parte de su obra. Otros títulos suyos son ‘Concubinas’ (Premio Xerais de Novela 2002) y ‘Memoria de ciudades sin luz’ (Premio Blanco Amor 2008). También pertenecen a su obra narrativa las colecciones de relatos ‘Rosas corvos e cancións’ y ‘Tinta’; la novela cómica ‘No quiero ser Doris Day’; el texto sobre Manhattan ‘New York, New York’; y ‘Maternosofía’, un ensayo escrito al hilo de su maternidad. Por último, cabe reseñar que también es autora de una extensa producción ensayística centrada en el mundo del teatro.