Nº 557.- Esta
es una entrevista distinta a todas las demás. Los parámetros habituales no se
dieron. Fueron otros. Hubo testigos presenciales, público, cosa no demasiado
frecuente en mi quehacer como entrevistador para el Diario Siglo XXI. Tampoco
el marco era el acostumbrado, una cafetería del centro urbano, sino una sala de
un antiguo convento, ahora remozado, rebautizado como Centre del Carme Cultura
Contemporània y destinado a otros menesteres. Sucedió todo el pasado 8 de
diciembre de 2018, dentro de la I edición del Golem Festival, celebrado en
València y organizado por Susana Alfonso, Juan Miguel Aguilera y José Luis
Rodríguez-Núñez. Allí tuve la enorme suerte de conversar con la escritora
argentina Valeria Correa Fiz. El propósito de nuestro encuentro era presentar ‘La
condición animal’, su primer libro de relatos, publicado por la editorial
Páginas de Espuma.
¿Qué
es lo que nos hace diferente como especie, en qué consiste la condición humana? ¿Sabernos frágiles,
expuestos, mortales? ¿Cómo seríamos si no temiésemos el mal ajeno?... Estas son
algunas – hay más – de las preguntas que intentan responder los cuentos que
integran el libro de la escritora argentina. Nuestra conversación, distorsionada
por la reverberación de la megafonía sobre los muros del convento, dio comienzo
pasadas las cinco de la tarde. Tras la presentación ritual, llegaron preguntas y
respuestas.
Valeria, naciste en Rosario y la primera
cuestión, doble, es casi obligatoria: ¿eres seguidora de Rosario Central o de Newell’s
Old Boys o, quizá no te interesa el fútbol?
Sí,
sí me gusta el fútbol, pero soy de River [risas].
Siempre que entrevisto a una escritora
por primera vez, formulo la misma pregunta: ¿qué significa para ti escribir?
Bueno,
escribir para mí es una manera de dialogar conmigo misma. De profesión soy
abogada, lo digo siempre, y no hubiera escrito si no me hubiera marchado de mi
país. De alguna manera, escribir fue como encontrar un hilo conductor para
contar cosas sin implicarme. Cuando te vas fuera, necesitas hablar y, para
hacerlo, has de explicar tu contexto, de dónde eres, cómo eres, a qué te dedicas…
Escribir te permite obviar ese trámite y contar lo que te preocupa. Italo
Calvino venía a decir que «usted escribe como algunos animales hacen guaridas»
y esa idea de refugio, de cuidarse con las palabras me gusta mucho.
En la charla que participaste ayer dentro
del Golem Fest, definiste al escritor como «un arqueólogo de sí mismo», ¿puedes
desarrollar un poco más este concepto?
La
idea es que de alguna manera escribo ficción. No hago biografías del yo, un
género respetable pero que no practico. Nada de lo que hay en ‘La condición
animal’ me pasó a mí, pero sí narro a través de los personajes desde mi
experiencia. En ese sentido, digo que el escritor es un arqueólogo porque
trabaja armando la ficción, pero desde sus sentimientos, desde sus recuerdos.
Yo no creo en la fantasía ni en la imaginación sino en la mala memoria. Uno vive
cosas, las ve, las olvida, luego asocia esos fragmentos de memoria y eso es lo
que llamamos imaginación, es decir, por un lado escribo ficción, pero no lo es
tanto. Hay una pequeña contradicción en ello.
Has publicado ya dos poemarios y tu
primera incursión en la prosa, ‘La condición animal’, es un libro de cuentos, ¿por
qué comienzas con un género tan específico y exigente?
Como
has comentado, yo escribía poesía y, aunque el cuento es muy distinto, posee
una forma de concepción muy parecida a la poesía. Ambos trabajan con la elipsis,
la condensación, la brevedad… Por otro lado, soy latinoamericana y nosotros
crecimos leyendo cuentistas, por lo tanto, para mí escribir un cuento es algo
muy normal. Si te fijás, los padres del cuento en lengua castellana son
latinoamericanos: Silvino Ocampo, Cortázar, Borges, Filisberto Hernández,
Quiroga… a todos los leía en el colegio y, de algún modo, escribir cuentos es
como seguir los pasos de tus padres.
Tradicionalmente, España ha sido un
territorio más proclive a la novela que al cuento, aunque ahora el cuento
parece funcionar un poco mejor.
Creo
que leer una novela es más fácil que un cuento, porque puedes saltarte algunas
páginas. En un cuento no puedes distraerte, no puedes saltarte nada porque apenas
tienes nada. El lector de cuentos es muy inteligente, siempre está atento y
busca los resortes del texto. En la novela, en cambio, a medida que avanza el texto
se va diluyendo un poco.
Estos cuentos los escribiste y después
los guardaste en un cajón. Y allí hubieran seguido de no ser por Clara
Obligado, que te animó a publicarlos.
Siempre
digo que soy escritora por accidente. Yo había escrito un montón de cuentos y los
tenía guardados. Se dio la circunstancia de que a un club de lectura que dirigía
en Milán, acudió la escritora Clara Obligado. Ella notó algo y me preguntó si
escribía. Le dije que sí, pero que lo hacía para mí. Entonces me respondió que
eso estaba muy bien para personas de setenta años, que escondían un cajón repleto
de cosas, pero no para mí. A partir de ese encuentro arrancó todo.
Dice la solapa del libro que aunque
llevas más de diez años viviendo en el extranjero, el río Paraná, que baña Rosario,
te legó «un humor turbio y sedicioso», ¿qué tiene de particular ese río que te
ha conducido a escribir estos cuentos tan intensos?
Esa
es una frase que escribí a petición de la editorial. Nací en Rosario, pero
siempre he vivido en ciudades que empiezan con la letra eme: Miami, Milán y
Madrid. Y lo del Paraná es verdad, porque es un río grande, violento, marrón,
poco agradable de ver y muy oloroso. Aunque Rosario es una población industrial,
la existencia del río consigue que la naturaleza esté continuamente presente en
la ciudad. En alguna ocasión el Paraná se sale de su cauce y me recuerda a mis
cuentos que, aunque todo está controlado, de vez en cuando también se desbordan.
¿Antes de escribir tomas notas de las
ideas que se te ocurren?
No,
nunca, las ideas que de verdad me importan las recuerdo. Un cuento puede surgir
a través de una frase o por alguna cosa que he visto o leído. Ser escritor es
una forma de estar en la vida, algo que viaja instalado en el interior de tu cabeza y cuando ese algo me
obsesiona mucho, me doy cuenta de que he de pasarlo al papel.
¿Qué criterios seguiste para escoger los
cuentos que ibas a incluir en ‘La condición animal’?
Después
de la conversación con Clara Obligado, revisé los cuentos que tenía, había 40 o
50 por lo menos, y me di cuenta de que todos ellos estaban atravesados por la
idea del mal. Al principio me sorprendió, pero como soy abogada comprendí que
el bien y el mal, la honestidad y la justicia son temas que me preocupan bastante,
así que me propuse hacer una cartografía sobre ello. Aunque los textos estaban
escritos de antemano, para nada es un libro espontáneo, ya que arranca con un
cuento sobre la presencia del mal en una relación de pareja, la violencia
sexual, la enfermedad, la locura y la muerte y se cierra con un relato sobre el
mal a partir de la explosión de la bomba atómica. Como me gustan mucho los cuentos
circulares, traté de que estos dos tuvieran una relación especular entre sí
para conseguir también esa circularidad entre los demás.
No hemos hablado aún de ello, ¿por qué
el título de ‘La condición animal’?
Se
lo puse porque creía que la condición humana siempre era lo bueno, lo luminoso,
lo racional y que la parte pasional y desbocada, la animal, también formaba
parte de la condición humana. Tal vez lo cierto es que estamos en el medio del
bien y del mal y que la condición humana aparece cuando existe la posibilidad
de hacer el mal y tú te restringes y no lo hacés.
Has citado el primer cuento, ‘Una casa
en las afueras’, y el último, ‘Criaturas’. El primero es duro, es como un aviso
al lector sobre lo que se puede encontrar dentro del libro. El último, aunque
también es duro, termina de modo tierno, casi entrañable. ¿Pretendías que el
lector concluyese la lectura con buen sabor de boca?
El
editor tenía muchas dudas de poner ‘Una casa en las afueras’ al inicio, pero yo
defendí esa idea bajo los parámetros de la circularidad que pretendía lograr.
El libro está escrito con visceralidad, pero el lector también va a encontrar
personajes tiernos, bondadosos, dulces, aunque le impresionarán más los
perversos, claro. Mi intención era que, tras leer el primer cuento nadie se
sintiera engañado y supiera lo que iba a encontrarse a continuación si seguía
leyendo el libro. No quería hacerle trampas de ningún modo.
En ‘Criaturas’ leemos que «El horror
también puede ser una costumbre», ¿el hombre es consciente de que el horror se
encuentra por todas partes y que él lo ejerce de manera indiscriminada o, por
el contrario, no se da cuenta porque forma parte de la vida cotidiana?
Eso
es algo muy normal. Una vez, en el telediario estaban contando cosas muy
fuertes, horrendas, y mi abuela, que era de Zamora, y lo estaba escuchando,
siguió cocinando mientras exclamaba ¡qué horror! Pero luego, pusieron una
novela en la que el protagonista se moría y ella se puso a llorar, es decir, no
lloró con la realidad pero sí con la ficción. Eso es algo muy humano y por eso
escribí la frase que citás vos.
Agrupaste los cuentos en cuatro partes: Tierra,
Fuego, Aire y Agua, los cuatro elementos, una estructura que recuerda la
configuración de una sinfonía o de un concertó grosso.
Soy
aficionada a la música clásica y la idea de dividir los relatos en los cuatro
elementos también asume una función de ritornello
y de construir unidades por sí mismas. Pero, además, cumple con otra misión,
porque yo traté de encontrar respuestas a mi pregunta sobre el mal. Y las
busqué tanto en la filosofía como en la religión, disciplinas que no ofrecen
respuestas sobre el mal. A mí me gusta la postura de San Agustín, que define el
mal como la ausencia del bien. Dios creó el bien y cuando vos te alejás de él
generás el mal. Durante mi búsqueda, se me ocurrió que también podía
estructurar el libro al estilo de los primeros filósofos, tomando como eje
principal la pregunta sobre el mal y como subejes los cuatro elementos, que
además están muy presentes en los cuentos que, como las sinfonías, también van in crescendo.
Leemos en la contraportada del libro que
«Es imposible que alguien se interne en los
doce cuentos que forman ‘La
condición animal’ y no salga de ellos, al menos, sacudido, turbado y, por qué
no advertirlo, también conmocionado por la intensidad de estas historias». Por
todo esto, a la hora de escribirlos ¿necesitaste un filtro o un parapeto para distanciarte?
Creo
que uno lo pasa mal escribiendo, pero si mi personaje está cansado yo tengo que
ponerme en su sitio y ver qué siento cuando estoy cansada. Eso forma parte de lo
que decía antes sobre el arqueólogo que el escritor lleva dentro. El único que
no convoca el cuerpo para escribir es Borges, porque él lee las situaciones con
el intelecto, los demás se ven obligados a invocar su propio cuerpo para
narrar.
Tu prosa describe atrocidades con un
lenguaje sereno, a veces casi apacible.
A
mí me gusta lo que dijo Eloy Tizón sobre mis cuentos, cuando manifestó que yo
parecía una escritora inglesa de estas que matan sin sangre, con una taza de
té. Yo confío mucho en los datos que doy y preparo el ambiente adecuado. Después
el lector es quien, con su imaginación, hace cosas más atroces que las que yo
podría escribir. Me gustan los cuentos como están, con esa especie de elegancia
que sortea el «momento sanguíneo».
Reservaste un hueco en los relatos para el
amor, aunque sea un amor «con las manos cortadas», como el que encontramos en el
cuento ‘Nostalgia de la morgue’.
Sí,
esta es una historia que sucede en un hospital donde hay un fragmento de un
cuerpo, algo muy terrorífico. Y en ese espacio tan horrible queda hueco para el
amor. En el fondo, yo también soy una cursi y creo que incluso en el lugar
menos romántico y más desagradable, puede darse el amor.
Concluimos por hoy, ¿se puede saber cuál
será tu próximo proyecto literario?
No,
no se puede [risas]. Nunca lo digo porque soy supersticiosa. Pienso que si
nombro algo, entonces no ocurre y para que eso no suceda, no lo nombro.
Fue
la propia Valeria Correa Fiz quien cerró el acto de la presentación y la
entrevista con la lectura a los asistentes de un fragmento del cuento
‘Criaturas’, que cierra ‘La condición animal’ y que arranca diciendo: «De esa
madrugada vacía, recordarás para siempre
la abundancia sorda del blanco. Te detuviste en el primer semáforo…»