SOBRE LA
PROMOCIÓN
Hace unos días, Rafel Nadal anduvo por
Valencia para presentar ‘El hijo del italiano’, porque desde siempre – Charles
Dickens ya lo hacía – los escritores también promocionan sus libros, aunque
algunos eso no lo llevan muy bien. «Es verdad, los escritores no debemos
renunciar a ello, no podemos decir que estamos al margen y que nuestro trabajo
concluye con la escritura. Al final, las librerías son un milagro, igual que
las editoriales. Se lo debemos todo a libreros y editores y hay que ayudarles. Tampoco
hay que olvidar a los clubes de lectura a donde acudimos para hablar de
nuestras novelas. Son muy importantes. Los miembros de los clubes son personas
que llevan muchos años leyendo, saben muy bien lo que buscan en un libro y lo
que quieren preguntarle a su autor». En ocasiones, los mismos clubes le han
facilitado su tarea a Rafel Nadal, aunque sea de modo involuntario. «A lo largo
de mi carrera literaria, los lectores me han proporcionado muchas historias. No
soy uno de esos escritores que dicen que no les importa el público. Yo no me
escondo, a mí los lectores me importan mucho. Me encanta que se introduzcan en
la historia y se sientan interpelados por lo que escribo. Sin ellos escribiría
igual, porque es algo que no puedo evitar, pero mientras trabajo pienso que hay
personas que se pueden emocionar con lo que les cuento y eso me produce un gran
placer».
Parece claro, pues, que para el escritor gerundense el hecho de narrar es algo inevitable, algo que lleva dentro. «La literatura es una forma de dejarte ir, de interpelarte a ti mismo. Escribir me obliga a preguntarme cosas continuamente, me permite hablar conmigo mismo con mucha intensidad y, al igual que la lectura, me hace vivir otras vidas».
‘EL HIJO DEL
ITALIANO’: LA NOVELA
‘El hijo del italiano’ tiene un trasfondo
histórico y está basada en un hecho real poco conocido, pero absolutamente
cierto: la llegada de mil italianos al pueblo catalán de Caldes de Malavella. «En
un club de lectura se me acercó una persona que me dijo que quería contarme la
historia de mil marineros italianos que se refugiaron en Caldes de Malavella en
el año 1944. El hombre empezó a darme detalles y me di cuenta en seguida de que
ahí había un relato. Quedé a comer con él y me explicó que, según la
rumorología, aquello podía desembocar en un asunto de hijos ilegítimos, cuyo
protagonista tenía setenta años, aún vivía y estaba buscando a su padre. Sin
duda era un regalo del cielo». Pero aquella dádiva celestial no era tan fácil
de conseguir. El protagonista, Mateu en la novela, era un poco especial. «Mi
interlocutor me advirtió de que Mateu era una persona reservada y que tal vez
no querría hablar. Pero cuando lo conocí, sí me contó cosas, cosas
entremezcladas con silencios muy
significativos. Al principio, me costó gestionarlos, pero aprendí a respetarlos
y a escucharlos. La gente que habla poco, cuando lo hace, se expresa con
contundencia, sabe muy bien lo que ha de decir, sentencia, y se explica bien». En
este sentido, las primeras palabras de Mateu en ‘El hijo del italiano’ son
claras: “Siempre me sentí diferente. Había nacido a la casa más miserable de
Caldes de Malavella, en el seno de una familia que ahora llaman rota, de la que
no me sentía formar parte”».
El escritor gerundense ha ganado el Premi Ramon Llull 2019 con su novela ‘El hijo del italiano’.
Como ha manifestado en más de una ocasión,
Rafel Nadal no escribe novela histórica. Sin embargo, es inevitable que tenga
que ambientarlas en la época que les corresponde. Como toda creación literaria,
‘El hijo del italiano’ tiene dos partes: una de documentación y otra de
escritura. En este caso, el trabajo de documentación no fue solo histórico sino
también una introspección, una búsqueda en los sentimientos de Mateu, algo no demasiado
frecuente. «En mi época de periodista, ya me había tocado hacer algo parecido
mientras cubría una catástrofe o un atentado. En esos momentos te enfrentas a
situaciones muy difíciles y aprendí a ser muy respetuoso con el dolor de la
gente y a contar las cosas observando y explicando tu propio pudor ante lo
sucedido. Me reuní con Mateu una vez cada dos semanas durante un año, y le dejé
expresarse. De este modo pude aproximarme a alguien que había tenido una
existencia muy dura de la que fue capaz de sobrevivir. Me interesó mucho
conocer su alma, porque era una persona sin malicia, sin resentimiento… En
cuanto a la documentación, la trabajo durante un tiempo. Luego la aparto y me
quedo con lo que mi memoria ha depurado. Mis novelas no son fotos, son cuadros
impresionistas».
‘El hijo del italiano’ es una novela
coral. Aunque también escuchamos la voz de Mateu, son los otros personajes
quienes hablan de él, al tiempo que un narrador omnisciente interviene para dar
sentido a la historia. «Al principio, la escena que transcurre en el cementerio
no estaba en la novela. La escribí después, cuando observé que el lector comprendería
más fácilmente lo que vendría a continuación. A Mateu le puse una voz
reservada, contundente. Su mujer, Neus, es lo contrario, abierta, habladora, simpática,
y me dijo que ella me contaría todo lo que él no me dijera. Las hijas tienen
una voz más contemporánea, se nota en la forma de hablar, en su léxico y su
hermano, que le hizo de todo a lo largo de su vida, aunque se sentía muy
próximo a Mateu, representa otro tono. La familia italiana habla con una sola
voz muy característica, la de una familia italiana, colectiva, típica y tópica.
El narrador omnisciente lo he reservado para contar los hechos puros y duros de
un modo ágil. Me sirve para unir a los protagonistas con el contexto
histórico». El propio Rafel Nadal aparece en la novela. Lo descubrimos
enseguida. «Mi experiencia como personaje está bien, es divertida. Quería
explicar un poco cómo es el trabajo del escritor. No cabe duda que algunas técnicas
de mi época periodística me han ayudado para construir a los personajes».
Los marinos que llegaron a Caldes en enero
de 1944 procedían del acorazado Roma, buque insignia de la marina italiana, que
había sido destruido por la aviación nazi como represalia por la firma del
armisticio con los aliados por parte de Italia. El pueblo tenía poco más de dos
mil habitantes cuando desembarcaron, su presencia constituyó todo un fenómeno
social y supuso casi una revolución en la comarca. «La convivencia fue fácil,
aunque es verdad que hubo incidentes con el capellán, con la delegada de la
Sección Femenina, con el gobernador civil y con algunas familias, especialmente
cuando los italianos comenzaron a moverse por toda la región. Pero también hubo
mucha solidaridad y mucha ayuda. Había viudas que habían perdido a sus maridos
en la Guerra Civil y llevaban adelante sus granjas ellas solas. La aparición de
mil hombres fuertes y con ganas de trabajar les benefició mucho. Igual ocurrió
con algunos talleres y pequeños negocios regentados por personas mayores. El
consulado italiano pagaba una pequeña cantidad a los marineros para sus gastos,
lo que permitió revivir a los balnearios y dar actividad a las tiendas. Se estrecharon
importantes lazos de amistad con los recién llegados, una amistad que hoy aún
se conserva a través de correos electrónicos con sus descendientes». Las cartas
que el Mateu le enviaba a Neus mientras prestaba el servicio militar juegan un papel
destacado en ‘El hijo del italiano’. En ellas observamos que el encabezamiento
y el final están escritos en catalán, mientras que el cuerpo del texto está
redactado en correcto castellano. «Esto era así por la censura. Se conservan
más de cien de estas cartas, cuyo contenido podía ser leído tanto en su origen
como al llegar a destino. Los censores comprobaban si contenían maledicencias
contra los militares, algo que estaba penado».
Cuando una novela está ubicada en un lugar
real y además el personaje principal vive, siempre es interesante conocer cuál
es la reacción que se produce tras publicarse el libro. «Tenía un cierto miedo,
porque en las poblaciones pequeñas como Caldes, si la gente detecta algún cambio
en la fisonomía del entorno, siempre acaban diciendo que este tío no tiene ni
idea de lo que habla. Sin embargo, el día de la presentación en el pueblo había
cuatrocientas personas en la sala y me cuentan que la autoestima de sus habitantes
ha crecido, como se refleja en las redes sociales. También Mateu está contento.
A veces viene a presentaciones del libro e incluso ha llegado a firmar
ejemplares él mismo».
La permanencia de los marinos en Caldes de
Malavella estuvo a punto de ocasionar un conflicto político. «Llegó un momento
que no sabían qué hacer con ellos. Franco tiró por el camino del medio. Llamó a
su amigo el general Moscardó, Capitán General de Catalunya, para que le quitase
de encima el problema. La II Guerra Mundial ya había concluido y no sabían si
enviarlos al Norte, a la República de Saló con Mussolini, o al Sur con el rey de
Italia. Franco se inventó un referéndum, algo lógico, histórico y documentado.
Poseo incluso las actas de la votación que se efectuó en la caserna de la
Guardia Civil. Tres italianos decidieron quedarse en Caldas para regresar a su
tierra un tiempo después. El resto se marchó antes».
Bien pasado el mediodía concluyó nuestra
conversación. Rafel Nadal tenía el tiempo justo para atender las entrevistas de
la sobremesa. A última hora de la tarde debía presentar ‘El hijo del italiano’
en Castellón, así que no era cuestión de entretenerle más. Fotos, dedicatoria y
un fuerte apretón de manos.
Herme Cerezo