Nº 588.- Ciudad de València. Octubre. Dieciséis horas. Un miércoles. Día
de otoño que huele a verano. El escritor Jordi Llobregat se muestra satisfecho
con ‘No hay luz bajo la nieve’, su nueva novela, editada por Destino. Es algo
que no puede ocultar. Tampoco lo pretende. Ha trabajado duro durante mucho
tiempo para presentar este thriller, ambientado en una abadía, entre
montañas inmisericordes, y protagonizado por una policía atípica que firma su
debut en la literatura: la subinspectora Álex Serra, una mujer con problemas
asmáticos y ansiedades, que utiliza Ventolín y está apartada del cuerpo
policial por disparar, accidentalmente, sobre su compañero Manel. En su regreso
al servicio activo, Serra no se enfrentará sola con el horror de unos crímenes.
Le acompañará Jean Cassel, teniente de la policía francesa. Juntos recorrerán
un camino salpicado de sorpresas, sobresaltos y mucha nieve. Al fondo, como un
telón espeso y oscuro, la colonia industrial de la familia Dalmau y más de un
personaje enigmático. ‘No hay luz bajo la nieve’ posee todos los elementos para
ser lo que es: un estupendo thriller sobre el que pude charlar con Llobregat durante
un buen rato. A Jordi, quizá, se le ve un poco cansado, pero feliz y tranquilo,
saboreando cada sílaba, cada palabra, cada respuesta suya. Así lo registró la
grabadora a partir del momento en que pulsé la tecla Rec. Con el piloto
rojo encendido, comenzamos nuestra conversación.
Jordi, me encanta la portada de tu novela.
Me pasa lo mismo que a ti. Me parece muy apropiada para ‘No
hay luz bajo la nieve’, el título de la novela. Titular es una tarea complicada
para mí, me cuesta elegir. Pero no cabe duda de que, en este caso, diseño y
título conjuntamente funcionan bien.
Eres director del festival València Negra y codirector
de Torrent Histórica, un festival de novela histórica. También
participas en el programa Xats, publicas artículos, tienes tu propio
trabajo y una hija, ¿de dónde sacas tiempo para escribir una novela con más de quinientas
páginas?
[Risas] Lo de la hija es importante, porque requiere mucha
dedicación, mucho tiempo. Y también tengo pareja y viajo mucho… Sí, mi tiempo
es muy limitado y me apaño como puedo. Todo es problema de organización y, aun
así, estoy lejos de otros autores que conozco, que le sacan un enorme partido a
su tiempo. Creo que soy bastante metódico y, a la vez, caótico y en ocasiones
no consigo estirar las horas todo lo que necesito, porque procrastino mucho.
A la hora de escribir, ¿precisas de algunas condiciones
especiales para hacerlo?
No necesariamente. Las cosas evolucionan. Yo planifico mucho
y eso suelo hacerlo en bares o lugares parecidos, porque me llevan a
procrastinar [risas]. En seguida me intereso por lo que sucede a mi alrededor,
me distraigo y, aunque parezca mentira, eso me ayuda mucho. Ahora bien, a la
hora de escribir sí que necesito una atmósfera más tranquila. Y uno de los
mejores momentos para mí es cuando empieza la noche de verdad, cuando toda la
gente se ha ido a dormir… Es un ambiente bonito, calmado, en el que me siento muy
bien. Me gusta estar solo en medio de la ciudad. En este sentido soy un tipo
muy urbano.
¿Disfrutas más documentándote o escribiendo?
Son momentos distintos. En ocasiones comienzo a documentarme
con algo que no encaja con lo que necesito. Busco sin saber muy bien lo que
quiero y encuentro cosas que no me van a servir para nada. Sin embargo, de
repente, aparece una veta, te das cuenta de que es lo que quieres y la
sensación es muy buena. Escribir es otra cosa, porque escribir es crear. Cuando
fluye la escritura te sientes muy bien. Es un instante mágico, que me recuerda
mi época de nadador. Cuando alcancé mi punto óptimo en la piscina, yo no
nadaba, fluía, era como si rozase el agua. Fueron momentos impresionantes que,
a veces, echo de menos porque los disfrutaba mucho.
No, no es un mito. En realidad, no es que tenga miedo al
papel en blanco, lo que ocurre es que nunca eres tan libre como cuando escribes
tu primera novela. Es algo que les sucede a casi todos los escritores. Cuando te
llegan las reacciones que has generado con tu libro, que suelen ser muy
bonitas, al escribir la segunda resuenan en tu cabeza. Y a mí me pesa mucho
cumplir las expectativas generadas, porque la novela no se completa hasta que
es leída por otros. Si los lectores te dicen «quiero más», te sientes muy
feliz.
¿Cómo te tropezaste con la historia que dio pie a escribir
‘No hay luz bajo la nieve’?
En este caso el punto de partida fue una imagen, que no aparece
en la novela. Se trata de una fotografía de un grupo de seminaristas de
comienzos del siglo XX. Me llamó la atención, porque los retratados presentaban
expresiones de vanidad, violencia, orgullo sobremedido, a la vez que, de miedo,
agresividad… Era una serie de cosas que yo no esperaba, que no encajaban con la
idea que yo podía tener a priori sobre un grupo como aquel. Me impactó mucho y
me la llevé conmigo. Ese verano viajé por los Pirineos y visité las colonias
industriales, con lo que la idea fue tomando forma. Mi primera intención era narrar
la historia del grupo de seminaristas, sin embargo, fui tirando del hilo y
salió esta novela.
Más que género negro, un término que cada vez resulta más
fronterizo, pienso que ‘No hay luz bajo la nieve’ es un thriller, como también
lo era tu anterior novela, ‘El secreto de Vesalio’, ¿por qué te has mantenido
dentro de este mismo registro?
Efectivamente, es un thriller. A priori, cuando escribo una
historia no decido a qué género va a pertenecer, pero lo cierto es que me
siento cómodo en el thriller, porque me permite hablar de ciertas cosas que me
apetece contar. De todos modos, esta novela es una mezcla, porque tiene aspectos
propios del género histórico. Como lector todo eso no me importa, porque lo que
busco son las buenas historias. Los lectores saltan de una cosa a otra, devoran
toda clase de libros. Mucha gente ha leído ‘El nombre de la rosa’, que marcó
este género, con el mismo interés que lee a Almudena Grandes o a Michael Ende.
A mí me gustan todos los registros. Me interesa la literatura fantástica o la
de terror, que pertenecen a géneros con sus propias normas de escritura y
generan productos muy interesantes.
Tú puedes hablar del thriller o del género negro desde
la triple vertiente de organizador de festivales, lector y escritor, ¿con cuál
de ellas te quedas?
Con la de lector [risas], aunque cada vez con mayor
frecuencia no encuentro lecturas que me seduzcan lo suficiente, porque he
perdido la inocencia y eso es una lástima. Yo me crie con una biblioteca en
casa y creo que ese es un factor muy importante. Mi vertiente de programador
cultural también es muy interesante, porque me apetece descubrir autores y
darlos a conocer. Y como escritor me sucede algo parecido, ya que también me
gusta encontrar cosas nuevas y contarlas. En realidad, me encuentro cómodo en
todo, cada cosa tiene su propio atractivo.
¿Cómo surge el personaje de Álex Serra? ¿Se basa en alguna
persona en particular?
Mis personajes siempre están basados en personas. Álex tiene
rasgos físicos de una amiga y mentales de otra. Yo quería salirme del
acostumbrado arquetipo de protagonista alcohólico y le he hecho vivir un
conflicto de salud. Ella sufre ataques de ansiedad, que he documentado a través
de mí mismo. Fue curioso describir uno de esos episodios y sufrirlo al mismo
tiempo. Una cosa importante sobre Álex, y esto es algo que no suelo comentar,
es que, en la novela, yo no la describo, pero hay lectores que creen que sí lo
he hecho y me la cuentan con todo lujo de detalles. Y eso me gusta mucho, porque
significa que cada uno de ellos ha construido su propia Álex Serra.
Esos ataques de ansiedad de Àlex son poco recomendables para
su profesión policial, ¿no crees?
Claro, una lectora me dijo que no le parecía verosímil, pero
en realidad sí que lo es. Totalmente. De hecho, esta enfermedad está asociada a
numerosas bajas por estrés y, en la mayoría de los casos, esos problemas de salud
proceden de situaciones vividas en el pasado. Esta sintomatología no se aborda
en muchas novelas, pero es real.
Has narrado en tercera persona, con una incursión en primera bajo
la forma de diario, ¿no tuviste la tentación de narrarlo todo en primera?
Sí, pero no lo hice porque, como dices, ya me expreso en
primera persona en el Diario de Raquel y necesitaba ese contraste
tercera-primera. El Diario de Raquel es como una lanza al corazón del
lector, que se instala en su alma. Las historias policiacas narradas en primera
persona son complicadas, porque el mundo interior de los personajes se
convierte en una caldera en continua ebullición y eso es algo difícil de
mantener a lo largo de toda la narración.
«Cuando nieva, todo queda en silencio», leemos en una de las
escenas del libro donde se juntan
Álex Serra y Jean Cassel. Ese silencio, esa
paz y esa calma que teje la nieve, ¿te ha servido como contrapunto para los
instantes de tensión que hay en la narración y, también, para darles un respiro
al lector y al propio autor?
Es verdad que guarda una cierta relación. A mí me apasionó
mucho saber que el silencio de un paisaje nevado se genera porque los cristales
de la nieve atrapan las partículas en las que rebota el sonido y, cuando la
pisamos, rompemos ese silencio. A priori, Álex, que busca su paz, odia ir a la
montaña, pero descubrirá que una parte de ella le devuelve su verdadera
personalidad y eso le proporciona tranquilidad y sosiego.
Antes has citado las colonias de trabajadores que están
situadas en zonas próximas al Pirineo, ¿en qué consistieron estas colonias?
Son un fenómeno poco conocido, pero no menos apasionante. Una
colonia era un complejo que contenía una fábrica, las viviendas de los obreros,
un banco, tiendas, la iglesia, un teatro, la escuela, y la casa del amo, construida
en un lugar destacado para ser vista desde todos los ángulos de la colonia y marcar
territorio. Se pusieron en marcha a finales del siglo XIX y duraron muchos
años. Parece algo idílico, pero en realidad encierra un régimen basado en el
capitalismo paternalista, cuyas relaciones internas fueron muy feudales. Eran
comunidades muy cerradas y fuera de su recinto la gente se moría de hambre. Tenían
muy bien atrapados a los trabajadores, que eran esclavos de por vida. Allí
nacían, se casaban, tenían hijos y morían. Los movimientos obreros de comienzos
del siglo XX apenas si tuvieron repercusión dentro de estos lugares.
‘La Divina Comedia’ de Dante Alighieri guarda relación con la
novela, ¿qué cualidad posee esta obra para constituirse en referencia de muchos
thrillers?
La primera razón, sin duda, es que ‘La Divina Comedia’ habla
abundantemente de la muerte y que el recorrido que efectúa a través del infierno,
los pecados, el purgatorio, etcétera es muy sugerente para un escritor. En
cualquier historia donde el pecado ocupe un lugar importante, puede ser usada
como referencia. Uno de los mejores thrillers de la historia del cine, ‘Seven’,
se construyó basado también en ella.
Guardas momentos para la música en ‘No hay luz bajo la
nieve’. Sin ir más lejos suena el fragmento de una partitura de Tchaikovsky
mientras asistimos a una práctica forense, ¿qué significa la música para ti?
La música para mí es algo importantísimo. En realidad, es la
banda sonora de mi vida, que no está compuesta solo por música, sino también
por voces, tonos y ruidos. Si miramos atrás, yo siempre viví cerca de un
ascensor y en un lugar sobrevolado por muchos aviones. Esos sonidos me
persiguen, los tengo asumidos y, por supuesto, la música también forma parte de
ellos. Hay temas musicales que me devuelven añoranza y otros que me hacen
pensar lo ridículo que era en determinados momentos. Creo que eso nos pasa
todos. Yo he introducido en el texto piezas que me sugieren cosas. En concreto,
el fragmento de Tchaikovsky tiene relación con una de las pistas de la novela.
¿Conocías el desenlace desde el momento en que comenzaste a
escribir o lo fuiste descubriendo poco a poco?
Sabía el desenlace, aunque solo lo había esbozado. Yo
construyo una estructura compleja, que el lector no percibe, y necesito planificar.
Si no lo hiciera, resultaría imposible escribir una novela como ésta. Durante
la escritura dispongo de varias opciones y, hasta que se ajusta todo a la idea
que yo pretendo llevar a cabo, me cuesta bastante. Según avanzo, surgen cosas
que voy incluyendo en el texto. Por ejemplo, mientras preparaba ‘El secreto de
Vesalio’, el personaje apareció cuando ya tenía escrito el treinta por ciento
de la novela. Y su aparición fue importante, tanto que incluso se llevó el
título del libro. En esta segunda entrega, concebí varios finales y me decanté
por uno de ellos. Una vez, Pierre Lemaitre me explicó que su máxima aspiración
es generar un giro en la cabeza del lector con la última palabra de sus novelas.
Eso es algo difícil de conseguir, pero también me gustaría lograrlo a mí.
La novela es autoconclusiva. El desenlace es claro y
evidente, pero también deja alguna puerta abierta para una posible
continuación, ¿volveremos a encontrarnos con Álex Serra más adelante?
Eso lo decidirán los lectores. Lo tengo clarísimo. Si el
libro gusta lo suficiente para que un lector lo recomiende a otro, que es lo
más importante, puede que sí, porque eso significará que el personaje ha calado
en el público y la gente desea conocer cosas nuevas sobre ella. De momento, el feedback
que recibo me dice que los lectores quieren una segunda entrega. Desde
luego, en mi cabeza se han quedado cosas por contar de Álex Serra y, si vuelvo sobre
ella, tengo claro que las novelas también serán autoconclusivas.
Concluimos ya. Hemos hablado de la nieve, de las colonias, de
Álex Serra, de estructuras, de música, pero no de ti, ¿dónde queda Jordi
Llobregat en la novela?
Bueno, Jordi Llobregat en la novela está en todo, en cosas
muy personales volcadas en el texto, pero siempre con la intención de ser
honrado y de que el lector las haga suyas. Se puede caer en el error de contar
aspectos demasiado íntimos, que no interesan a nadie, y que yo he tratado de
evitar. En ‘No hay luz bajo la nieve’ podemos encontrar un homenaje a mi padre,
que falleció mientras la escribía, y también detalles míos, porque todo lo que
vivimos es susceptible de convertirse en material de escritura.