Nº 601.- Pocas
personas de mi generación no conocerán una película de siete minutos de
duración, más o menos, en la que se puede observar la reconstrucción del
asesinato de José Canalejas, presidente del consejo de ministros de España en 1912.
Canalejas fue tiroteado en la Puerta del Sol de Madrid, al mediodía del 12 de
noviembre, mientras observaba el escaparate de una librería. El asesino respondía
al nombre de Manuel Pardiñas, un hombre de filiación anarquista. Sin embargo,
con la perspectiva del tiempo transcurrido, se vio que aquel fue un caso de magnicidio
cerrado en falso, archivado muy prematuramente. Sobraban personajes interesados
de pelajes muy diversos, incluso contradictorios, en la desaparición, física y
política, del prometedor dirigente liberal ferrolano, llamado a pilotar el viraje
al que se veía abocada España tras el desastre de 1898. Bajo este
planteamiento, el escritor onubense afincado en Sevilla, Julián Granado, ha
construido un thriller histórico, ‘El complot Canalejas’, en el que valiéndose
del inspector de policía Eduardo Borrego intenta reconstruir todo lo ocurrido y
esclarecer los verdaderos entresijos del asesinato. Desde nuestros respectivos enclaustramientos,
el de Julián Granado en Sevilla, y el mío, en València, a través del teléfono
hilvanamos una conversación sobre la novela, que la grabadora registró con su
fidelidad acostumbrada.
Julián,
¿cómo lleva el coronavirus?
En casa,
confinado como todos. Intento combatirlo leyendo, abstrayéndome del clima de
pánico generalizado que producen los informativos, aunque ellos pretendan
justamente lo contrario. Hay que tener vida, aunque sea en reclusión.
Enhorabuena
por el Premio de Novela Ciudad de Salamanca, ¿qué supone para Vd. haberlo
ganado?
Muchas
gracias. Teniendo en cuenta la altura del galardón, yo diría que es el más prestigioso
que he ganado hasta este momento. Me produjo una gran emoción y satisfacción
cuando fui a recogerlo y vi como el Ayuntamiento de Salamanca y la Fundación
Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes cuidan y miman de un modo muy especial este
premio.
Usted
es médico de profesión, ¿se llevan bien la medicina y la escritura?
Se
llevan muy bien porque la medicina, por lo que tiene de trato humano, aporta
muchas experiencias, que luego rinden beneficios a la hora de sentarse a
escribir. Por otro lado, mis pacientes saben de mi vocación literaria y a veces
me permiten que me pierda por las tardes para dedicarme a la escritura [risas].
Y ¿qué
significa o qué es para Vd. la escritura?
Para
mí, escribir es una forma de conocer e interpretar el mundo y de intentar saber
de dónde viene y a dónde va. Por eso, las circunstancias que estamos viviendo ahora,
seguramente tendrán su influencia en literatura, estoy seguro de ello.
Vd. se
ha especializado en la novela histórica, ¿qué le atrae de este género?
Siempre
digo que no me gusta ficcionar en el vacío. Me gusta aprovechar las experiencias
y las realidades que han tenido lugar históricamente y aprovecharlas, como si
de un hilo de funambulismo se tratara. Así que me deslizo por la historia y me
permito incursiones en el terreno de la ficción, o permito que la ficción
hurgue en determinadas lagunas históricas que no están suficientemente bien
aclaradas. Desde ese punto de vista, creo que el literato puede suplir la
imaginación que les falta a los historiadores, entre otras cosas porque su
misión no es ésa, sino la de certificar realidades históricas e investigarlas.
Toda
novela histórica incluye dos procesos: el de documentación y el de escritura, ¿en
cuál de los dos disfruta Vd. más?
Pues,
yo diría que cuando más disfruto es en ese momento de transición de un proceso
al otro, porque documentarse exhaustivamente es imprescindible si se quiere
acudir al vivero de la Historia, pero igualmente en el oficio de escribir hay
que olvidar esa exhaustividad documental adquirida, del mismo modo que, cuando
la historia transcurre, no estás pendiente de ella. La novela hay que escribirla
como le sale a cada uno de su vocación creativa, aprovechando todo el material
documental acumulado.
¿De
dónde arranca su interés por Canalejas?
Tengo
debilidad por los personajes históricos que han intentado modificar o
modernizar su tiempo. En mis novelas empecé ocupándome de Mendizábal que, se
diga lo que se diga, fue un personaje definitivo en las finanzas del siglo XIX
español. De esa misma forma, Canalejas también es un personaje definitivo como
político liberal que intentó desasirse, romper ataduras con el casticismo
liberal del siglo XIX para entrar en el liberalismo del siglo XX y desarrollar
una forma de actuar que resultase mínimamente acorde con la política, que comenzaba
a ponerse en práctica en Europa o, incluso, en Estados Unidos.
Dicen
que un escritor escribe una novela para responderse alguna pregunta, la
pregunta que ha guiado la escritura de ‘El complot Canalejas’ es ¿quién asesinó
a Canalejas?
Sí,
efectivamente, porque el número de candidatos era considerable y puede que
incluso se ayudaran unos a otros, de manera que la pregunta estaba servida en
bandeja: ¿quién pudo matar a Canalejas? Si el objetivo era asesinar a un
político de renombre, seguramente había otros que podían estar en la lista por
encima de Canalejas, pero le tocó a él.
Hace
muchos años, en Televisión Española emitían un programa titulado ‘España Siglo
XX’, en uno de cuyos capítulos aparecía el asesinato de Canalejas, rodado como
si el cameraman hubiera estado presente en el atentado en plena Puerta del Sol.
Parecía un documento gráfico absolutamente real. Su novela arranca por ahí…
Sí, es
verdad. Fue una película rodada a posteriori, que contiene una parte creativa y
en la que, a continuación, se incluyeron imágenes reales de su sepelio.
Canalejas
suprimió la pena de muerte, prohibió el trabajo nocturno de las mujeres,
instituyó el descanso dominical, llevaba en mente un proyecto de expropiación
de tierras, pretendía reglamentar las órdenes religiosas, ilegalizó a la CNT…
¿su asesinato fue algo más que la obra de un pistolero a sueldo?
Por
supuesto que sí. Ese es el planteamiento del que parte ‘El complot Canalejas’.
Ni Pardiñas era un pistolero, que estuviera fuera de sus cabales, ni a mi
entender era únicamente un sicario a sueldo del internacionalismo anarquista.
Detrás de todo eso había algo más.
Usted
retrata a Manuel Pardiñas Serrano como un hombre dubitativo, que no tenía muy
claro eso de asesinar al presidente del Consejo de Ministros…
Pardiñas
era un pusilánime, que tenía una serie de caracteres definitorios. Era un idealista,
entre comillas «bien intencionado». Quería hacer la revolución para salvar a
los más débiles, pero, como digo, también era un pusilánime al que le temblaba
la mano cuando tenía que empuñar un arma de fuego. No en vano la novela juega
con una cierta enfermedad neurológica que le provocaba temblores, que eran algo
más que físicos o psicosomáticos, eran también temblores morales.
A la
muerte de Canalejas, ¿sus sucesores Manuel García Prieto, primero, y el Conde
de Romanones, después, continuaron sus reformas o le pusieron freno?
No,
no, no las continuaron en absoluto, porque la obra de Canalejas iba a ser algo
muy personal y no coincidía para nada con las expectativas ni con los intereses
del Conde de Romanones, entre otras cosas porque él no albergaba otras expectativas
que no tuvieran que ver con sus intereses. Romanones era un político muy interesado.
Aunque
el pretexto es Canalejas, en realidad el protagonista de la novela es Eduardo
Borrego, un inspector de policía, que bebe bastante y vive un pelín amargado, ¿‘El
complot Canalejas’ tiene algo de thriller?
Eduardo
Borrego es un personaje del que en la historia real solo existe su nombre. Era
uno de los guardaespaldas que estuvo presente en el asesinato y que falló
estrepitosamente, ya que fue incapaz de proteger la vida de Canalejas. Yo
necesitaba un hilo conductor y mi Borrego es un antiguo militar, que en la desgraciada
Guerra de Cuba sufrió todo lo que sufrieron los militares españoles. En una
visita que Canalejas giró a la isla, hipotéticamente le habría conocido, y el
político se interesaría mucho por aquel pundonoroso soldado, después reducido a
una sombra de sí mismo a causa del alcohol y de una herida de guerra.
El
hecho de que Eduardo Borrego sea policía le ofrece a Vd. la oportunidad de
construir un thriller histórico.
Ese es
otro hilo conductor por el que tengo cierta debilidad. Me interesan los policías
sentimentales [risas] y me gusta elegir historias para contarlas a través de un
protagonista que, al mismo tiempo, es duro y emotivo.
En la
novela tropezamos con buenos personajes secundarios, como Pepe Francos
Rodríguez, director del periódico El Heraldo, un personaje muy ambicioso.
Sí, sobre
todo al final de la novela alcanza más relevancia y vemos que tiene más
importancia de lo que parecía al principio. Pepe Francos es un personaje
histórico, un periodista que dio el salto a la política, un hombre víctima y
esclavo de sus propias ambiciones. Al menos así lo retrato yo en la novela. Era
muy amigo de Canalejas y puedo suponer que algunas grandes amistades encierran
también grandes traiciones.
Ha encontrado
un hueco para el humor en ‘El complot Canalejas’, especialmente en los
diálogos.
El
humor es muy importante en una novela de este estilo. Si no hay humor, una
novela negra puede convertirse en una novela triste y hay una gran diferencia
entre ambos términos. Todos los buenos thrillers son sarcásticos y a mí me
gusta utilizar una cierta dosis de este ingrediente en mis libros. Creo que
para que el lector se divierta con los diálogos, los primeros que deben
divertirse son los propios protagonistas.
Estamos
terminando. La penúltima pregunta la reservo para el Julián Granado médico:
¿vamos a salir bien librados del coronavirus?
Creo
que moralmente saldremos bien parados. Vamos a aprender el valor de una serie
de cosas y despreciaremos todo aquello que no lo tenga. Ya veremos si la
realidad me da la razón, pero espero que tengamos suerte y me la dé.
Y la
última por hoy: ¿lleva ya algún nuevo proyecto literario en ciernes?
En
algo hay que emplear el confinamiento y precisamente me pilla hoy en eso. Estoy
trabajando en una nueva novela, también de inspiración histórica, que le debo a
mi tierra. Yo procedo de la cuenca minera de Río Tinto, que fue lugar de
intensa conflictividad laboral a comienzos del siglo XX y donde el problema del
colonialismo industrial inglés se planteó de forma muy sangrante y trágica.
Sobre esto se han escrito ya algunas novelas. Yo ahora estoy con la mía.