Nº 604.- Francisco J. Leira
Castañeira (El Ferrol, 1987) es doctor en Historia por la Universidad de
Santiago de Compostela con su tesis ‘La socialización de los soldados del ejército
sublevado (1936-1945). Su papel en la consolidación del Régimen franquista’, que
mereció el Premio Miguel Artola para tesis doctorales en Historia Contemporánea
y que ahora ve la luz, publicado por SIGLO XXI de España Editores, bajo el
título ‘Soldados de Franco. Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y
desmovilización militar’. Máster en Historia Contemporánea por la Universidade
de Santiago de Compostela y Máster en Ciencias Documentales por la Universidade
da Coruña, Francisco J. Leira ha sido visiting fellow en la University
College Dublin - Center War Studies. Entre otros reconocimientos, ha recibido el
Premio en Ciencias Sociales Juana de Vega, así como una mención honorífica en
el concurso de ensayo George Watt de la ALBA-VALB de Nueva York, ambos por
avances de esta investigación en 2012. Fue hace unos días cuando a través del
teléfono, pude conversar con este doctor e historiador gallego sobre su libro,
que tan buenos elogios ha recibido y cuya lectura resulta sencillamente
apasionante, porque desmonta las ideas preconcebidas que podamos albergar sobre
el ejército de Franco. Fue a eso de las once y media de una mañana del mes de
julio, cuando la grabadora, piloto rojo iluminado, tecla rec pulsada,
comenzó a registrar nuestra conversación. Francisco J. Leira desde el Atlántico.
El que suscribe, a orillas del Mediterráneo.
Francisco, en primer
lugar, enhorabuena por el libro y por el Premio Miguel Artola.
Muchas gracias.
Un libro como el tuyo
amanece después de muchas horas de trabajo, mitad documentación, mitad
escritura, ¿en qué momento de todo el proceso te sientes más a gusto?
El trabajo de mi tesis
doctoral, de donde procede este libro, lo desarrollé sin ningún tipo de beca o
ayuda estatal. Tuve que compaginarlo con ocupaciones muy diversas. Ahora las
cosas han cambiado y tengo un contrato de investigador postdoc en
Dublin. La parte que más me gusta es la documental que precede a la escritura, esos
momentos en los que vas a un archivo, encuentras documentación y empiezas a
trazar líneas. Unas te salen bien y otras no y entonces todo lo que pensabas da
una vuelta. Pero eso es investigar. La escritura del texto es una opción que va
más allá del marco histórico en sí.
Has visitado muchos
archivos para elaborar este trabajo, ¿te ha resultado sencillo acceder a los
fondos o has tropezado con algún impedimento?
No, no he tenido
problemas. En esto he de romper una lanza en favor de los archiveros, porque si
fuera por ellos nos enseñarían todo lo que guardan sus archivos. Es cierto que
en alguna ocasión hubo reticencias y que varias veces hube de pedir permiso por
si existían interferencias legales, que pudiesen impedir las consultas, pero
por parte de los archiveros solo encontré ayuda. Ellos quieren que consultes sus
archivos, porque cuando más se consulta mejor los organizan. En estos casos se
produce un feedback archivador-investigador, que enriquece mucho.
Sí, es cierto lo que
dices y durante años incluso se efectuaban bromas de mal gusto respecto a la
historia oral. Por su carácter subjetivo, no estuvo bien vista por los
historiadores positivistas, pero luego se dieron cuenta de la potencialidad que
encierra y, de un tiempo a esta parte, cada vez se usa más. Es cierto que la
memoria es subjetiva, pero también es verdad que en la subjetividad hay
historia e información. El historiador ha de tener claro que se trata de una fuente
de información, que hay que saber utilizar como cualquier otra. Si tienes una buena
metodología para entrevistar, si no buscas el relato que citas para que quede
bonito el texto y lo utilizas como análisis, resulta de gran ayuda. A mí me ha
servido de apoyo documental para mis ideas e incluso me proporcionó pistas para
luego buscar en los archivos.
Según cuentas en
‘Soldados de Franco’ algunos de los entrevistados no pudieron resistir sus
propios recuerdos e interrumpieron su narración.
En general y en
entrevistas de este estilo, te acuerdas de casi todas las que hiciste, pero
hubo una en la que estábamos hablando normalmente y yo quise indagar un poco
más. De repente, el hombre se levantó y no pudo continuar. Habitualmente, se
trata de conversaciones guiadas para que los entrevistados no se sientan
intimidados, pero en este caso él se vio incómodo y le ayudé a levantarse para
que se fuera. Fue una situación que me dio mucha pena y esa sensación te la
llevas a casa y llegas a plantearte si merecía la pena entrevistarlo o no. Luego
reflexionas y te das cuenta de que sí que merece la pena, porque gracias a todo
esto he podido dar voz a gente que no la tenía, convirtiéndola en protagonista
de la acción.
Dices también que en el
ejército golpista había soldados de muy distintas procedencias, gente convencida
de lo que hacía y gente que no tuvo otro remedio que combatir en el bando que
le cayó en suerte. No creo que se luche igual cuando vas a la guerra con
convencimiento que cuando vas porque no hay otra solución.
En mi opinión, no. Es
evidente. En un momento dado puede existir una chispa de fervor patriótico, que
te hace ir a luchar, ayudado también por esa idea de masculinidad, que existe
ahora y también entonces, con el argumento de que lo de ser hombres se
demuestra en la guerra, algo que encontramos mucho en la literatura de
Hemingway. Sin embargo, ir obligado te hace moverte en un contexto que te
provoca miedo, incertidumbre, un lugar al que vas a enfrentarte con personas
que no te han hecho nada y a las que, a lo mejor, apoyarías.
Al final, ¿el único
argumento que encuentra un soldado no convencido, en medio de una guerra, es el
de «matar para que no te maten a ti»?
Sí, es lo que me
repitieron una y otra vez todos los soldados que entrevisté y lo que también
escuché en entrevistas realizadas por otros compañeros. A ese razonamiento hay
que sumarle otro más: la guerra hay que vivirla para poder hablar sobre ella.
Fueron las dos frases que resumían todo lo que me dijeron los excombatientes. Y
no les falta razón, porque la guerra es supervivencia y vivirla no tiene nada
de heroico, ni agradable, simplemente matas para sobrevivir o duermes entre cadáveres.
Los soldados de ambos bandos eran personas normales que, en su vida civil, no
habían hecho ciertas cosas que, ante ese escenario de violencia, se vieron
obligados a llevarlas a cabo.
Cuando
el ejército rebelde o golpista reclutaba a un soldado, su familia quedaba
fichada, porque en caso de desertar era objeto de represión.
Sí, cuando un recluta
era llamado a filas y no se incorporaba, perseguían a su familia y llegaban a
matarlos, si era necesario. Más adelante se estableció que, si tenía un
hermano, lo enviaban al frente en su lugar. Por otro lado, el soldado que
estaba en combate tenía una responsabilidad mayor, porque debía comportarse de
tal manera que a su familia no le ocurriera nada por su mala actitud. Hay que
tener presente que en el frente transcurría mucho tiempo sin tener noticias de
casa, hablo de semanas e incluso de meses, sin saber nada de la retaguardia. Esta
ausencia de información acrecentaba el miedo y les animaba a participar en la
guerra.
Siempre creí que entre
las filas del ejército sublevado había muchos falangistas. Sin embargo, ‘Soldados
de Franco’ muestra que los soldados rebeldes procedían, mayoritariamente, de
levas forzosas.
Sí, esto es una
cuestión que investigué con mi directora de tesis y que ella ha abordado con
mayor profundidad. Yo lo hice a través de algunos documentos y estadillos y he
establecido un porcentaje como del veinte por ciento en el caso gallego, que es
el que más he estudiado. Pero creo que esto también es aplicable al resto de España,
excepto en Navarra, que constituye un caso especial, porque allí con el
carlismo y el tradicionalismo ya existía un caldo de cultivo muy proclive para
la movilización. En el resto de los lugares no fue relevante la presencia de
falangistas y por eso el primer decreto de movilización forzosa del 8 de agosto
de 1936, surgió tan rápido.
A las personas que no aceptaban
el reclutamiento, solo les quedaba resistir, fugarse o automutilarse, tres
opciones muy duras, ¿no te parece?
En efecto, no había más
salida. Los meses pasaban, la guerra se prolongaba y la gente veía inminente su
movilización, así que para evitarla se automutilaban. Hubo quienes huyeron al
monte, con todas las consecuencias que eso conllevaba, como vivir en un zulo,
que les llevasen la comida o que ellos mismos bajasen al pueblo con el miedo de
ser apresados y perder la vida. Vivir en estas condiciones es algo terrible. Aun
así, muchos de los que huyeron, se escondieron o no se presentaron a la
recluta, al ver que la guerra avanzaba, decidieron incorporarse a filas, al
comprobar que era mejor estar en el ejército para que no les pasase nada a
ellos o a sus familias. Realmente parece algo impensable, pero en aquel momento
ir al frente era más seguro que vivir en la retaguardia.
Para paliar los efectos
del desarraigo que provocaba la guerra en los soldados se creó la figura de las
madrinas de guerra. ¿Qué era una madrina de guerra?
Eran mujeres que
voluntariamente daban sus datos para que los soldados les escribieran.
Tristemente, en España no hay muchos archivos de cartas y, por tanto, no
conocemos muchos casos de este tipo. Los que disponemos proceden de archivos
familiares, cartas en las que narraban anécdotas de la guerra sin mucho aditamento.
Lo que en verdad les interesaba a los soldados era que ellas les contasen cosas
y les enviasen fotografías. Era su modo de escapar de la realidad de la guerra
y de perpetuar su masculinidad, porque los soldados enseñaban las fotografías
de sus madrinas a sus compañeros para darles envidia. Era un comportamiento
masculino muy propio de entonces.
Con el fin de controlar
a la población y a los combatientes mediante el miedo, en la retaguardia se
crearon las milicias de voluntarios y en el frente el Servicio de Información
Militar (SIM), respectivamente. ¿Miedo es la palabra clave para definir la
situación de estos soldados?
Sí, sin duda. Miedo es
la palabra fundamental y existe en todas las guerras. El francés Gabriel Chevalier
escribió un libro, unas memorias noveladas sobre la Primera Guerra Mundial, que
se titula ‘Miedo’ precisamente. En él hay una escena en la que una enfermera le
pide a un soldado que le cuente una historia heroica. El soldado se enfada y
termina diciéndole que lo único que vivió en el frente fue miedo. Esta
afirmación chocó frontalmente con lo que las enfermeras pensaban del frente,
porque ellas no tenían esa idea. Y es que en la retaguardia la guerra se vende
de un modo diferente.
Resumiendo, podemos
decir que el recluta fue un hombre sencillo, que vio brutalmente zarandeada su
vida. Fue soldado, verdugo de múltiples tropelías y asesinatos y, por último,
excombatiente olvidado y, a menudo, manipulado en beneficio del Régimen.
En cierto modo y lamentablemente
sí, porque en verdad muchos no tuvieron ni una recompensa, ni un trabajo para
sobrevivir durante la postguerra, un tiempo en el que se padeció mucha hambre.
El franquismo lo único que hizo fue utilizarlos propagandísticamente, haciendo
servir a los caídos como elementos legitimadores. Pero a los excombatientes no
les llegó nada.
Hablemos un poco sobre
la religión y de la Iglesia Española durante la guerra. Según cuentas en ‘Soldados
de Franco’, parece que hubo dos niveles de comportamiento: uno, el de la jerarquía
eclesiástica, claramente proclive al golpe; y dos, el de los sacerdotes, muchos
de los cuales no querían desplazarse al frente, porque rechazaban atender
espiritualmente a las tropas africanas.
Durante la Guerra Civil,
la Iglesia Española sirvió de soporte ideológico y legitimador a los
sublevados. Cuando se publicó la famosa carta del Episcopado Español dirigida a
los obispos de todo el mundo, en la que se posicionaba favorablemente al lado
del ejército sublevado, se dio una visión de apoyo moral a los golpistas. Pero
a nivel social, que es lo que constituye mi materia de estudio, se observa que
el catolicismo de a pie era muy diverso, como también lo es ahora. Muchos sacerdotes
no querían ir a la guerra, porque tenían miedo o porque decían que no era lo
suyo. Otros, en cambio, sí querían ir, porque tenían una idea muy antigua de lo
que eran los sacramentos, pero no querían acudir a las unidades de moros por
una cuestión de racismo y también por su concepto de religiosidad. Es cierto que, cuando se tomaba una ciudad, se
organizaba una gran misa con el obispo, pero, como analizo en el libro, el
papel de la Iglesia fue irrelevante en los batallones. Podía decirse alguna
misa, si había capellán, o producirse la confesión de algún soldado como alivio
espiritual, pero generalmente no tuvo la importancia que se le ha querido dar
después.
La propaganda también
jugó un papel muy importante durante la Guerra Civil. Desde el punto de vista
del ejército sublevado, ¿servía para justificar el golpe de estado o para desmoralizar
al enemigo?
Creo que para ambas
cosas. Hay que entender que las personas, cuando cometen ciertas acciones,
tratan de justificarse, y lo hacen a través de unos códigos. Eso lo estudia la
psicología social. Tal vez la propaganda sirvió para justificar la actuación de
ciertos soldados, que pensaban que ellos hicieron lo que les dijeron, lo que
les mandaron. Pero realmente, el mayor logro de la propaganda es generar un
discurso público del pasado, que perdura hasta la actualidad, y que difundió el
pensamiento de que todos los soldados de Franco, yo les llamo así con sentido
de posesión, eran africanistas, requetés y falangistas, cuando en verdad era
una masa heterogénea. La propaganda también sirvió para que el Régimen pudiera
estabilizarse y conservar el poder una vez concluida la guerra.
Los excombatientes
fueron olvidados al terminar la Guerra Civil. Al igual que ocurrió con los
veteranos norteamericanos del Vietnam, ¿en España llegaron a protestar por su
situación o cometieron algún atentado como represalia por el desprecio con el
que los trató el Régimen?
Precisamente en eso es
en lo que estoy trabajando en mi nueva investigación. Pretendo hacer una
segunda parte de ‘Soldados de Franco’ para ver cómo los excombatientes se
adaptaron a su nueva situación, dentro de una cultura como fue la de la Dictadura,
un tiempo distinto del que ellos habían conocido antes de partir hacia el
frente. En mi trabajo trato de ver todo esto a través de juicios y sentencias
para detectar si hubo algún excombatiente violento, si se produjeron hechos de
violencia de género, etcétera. Por otro lado, he detectado hasta ahora que, al
igual que ocurrió en los soldados de Vietnam, en España también hubo casos de
estrés postraumático.
Terminamos con la
magnífica fotografía que ilustra la portada del libro, la de un escuadrón
gallego desfilando por València, recién acabada la Guerra Civil.
Esa fotografía es casi como el
resumen de todo lo que cuenta el libro. Un grupo de personas bien formadas, que
desfilan todas ellas, casi sin alma, en la misma dirección, la dirección que
marcaba el Régimen.