¿Qué significa la escritura para Laura Ferrero?
Escribo desde niña. Yo leía libros propios de mi edad, como las ‘Torres de Malory’, y me puse a escribir como si fuera una respuesta a estas ficciones. Y definitivamente, se me quedó esa forma de utilizar las palabras para entenderme a mí misma y también para explicarme el mundo que me rodea.
¿Por qué empezaste a escribir cuentos?
La novela es la reina del sistema literario y yo reivindico el
cuento. En nuestro país parece un género casi de segunda. A mí los relatos me
sugieren otra forma de contar las cosas, porque para escribirlos dispones de poco
espacio y has de condensar bastante, sin irte por las ramas. Esta condensación
me interesa mucho, sin menospreciar a la novela, que también tiene sus
complicaciones.
¿Para ti el cuento es un chispazo, que has de escribir de
inmediato, o es una idea que se almacena en tu cerebro y va madurando?
Puede ser las dos cosas. A veces te cuentan o te pasa algo y
piensas que lo tienes que escribir. Entonces construyes un primer párrafo
tentativo y, si luego se te repite varias veces la misma idea, la vas
madurando. En literatura el tiempo es necesario, porque te permite tomar
distancia. Si no es así, se convierte en algo inmediato y eso, para mí, no es la
literatura.
A la hora de agrupar los cuentos de ‘La gente no existe’,
¿qué criterio has seguido?
El hecho de que se titule ‘La gente no existe’ hace
referencia a esa pregunta, que nos formulamos a veces, sobre cuándo estamos verdaderamente
aquí y qué es lo que nos hace irnos de la realidad, esos subterfugios y trampas
que nos tendemos a nosotros mismos. Los diecisiete relatos del libro todos
tienen un mismo tono y son como una respuesta a esa pregunta.
¿Se te han quedado relatos sin publicar en algún cajón de tu
mesa?
Para organizar un libro de cuentos es necesaria la coherencia
y hubo tres o cuatro relatos que descarté, porque no abordaban la temática que
te he comentado antes, y, por tanto, no podían formar parte de este corpus.
A lo largo de ‘La gente no existe’ observo un equilibrio
entre lo que cuentas y cómo lo cuentas, ¿te interesa por igual la forma y el
fondo?
Bueno, lo que me interesa de los libros de relatos es que
exista una diversidad, que no esté contado todo en primera persona y que los
protagonistas no sean solo hombres o mujeres, porque me seduce enormemente introducirme
en la cabeza de diferentes tipos de personas y plantearme qué es tener otras
vidas. Si todos los cuentos los protagonizara el mismo personaje, eso ya sería
una novela u otro tipo de artefacto.
La mayoría de los cuentos tienen finales abiertos. ¿Te has
planteado alguna vez la posibilidad de retomarlos más adelante?
No, no. Lo cierto es que me gusta que el relato tenga un
final abierto y que consiga interpelar al lector para que sea él quien, a
partir de ese final, pueda construir otro distinto. Es lo que más me atrae de
este género. En ocasiones le coges cariño a los personajes, pero quiero que sea
el lector quien concluya los cuentos a su manera.
Entonces, ¿cuándo empiezas a escribir te dejas llevar o
conoces el final de cada cuento de antemano?
Para nada, no sé nunca cómo van a acabar los relatos. Al
iniciarlos tengo la intuición de a dónde me gustaría llegar, pero, aunque
parece una cursilada lo que te voy a decir, la ficción tiene vida propia. Tú empiezas
a escribir porque quieres contar una cosa y terminas contando otra distinta,
algo que ni siquiera tú sabes a dónde te va a llevar. Y has de actuar así, has
de dejar que la narración fluya libremente.
Por su extensión, pensaba que ese dejarse llevar por la
narración es más fácil que se diese en una novela.
Sí, pero cuando empiezo a pensar en un personaje no sé a
dónde me va a conducir. Esa es la magia de la escritura. Imagino que cada
escritor se hace preguntas y se plantea los textos de un modo diferente, pero
yo nunca conozco el final de manera prestablecida. Sé unas cuantas cosas que
quiero incluir, pero no son tan importantes como para que no pueda cambiarlas.
La lectura de ‘La gente no existe’, donde hablas de la
familia, del amor, de la muerte, de frustraciones y de otras cosas, deja un
cierto poso de amargura.
No percibo yo el libro en plan de amargura. Estos personajes se
sitúan un poco en el abismo y ven las cosas como un camino hacia la lucidez.
Todos nos tendemos trampas a nosotros mismos y a ellos la vida los coloca en un
punto en el que han de decidir. Y justo en ese momento concluye el cuento. Creo
que son relatos esperanzadores, porque piensas que una vez finalizada la
narración su situación va a cambiar.
Detecto interés por las palabras exactas. Incluso algunos
personajes hablan sobre eso. El otro día, en una entrevista, el escritor Luis
Landero decía que él se enamoraba de algunas palabras. ¿Te ocurre a ti algo
parecido?
Yo creo que no soy una estilista. Me enamoro de palabras de
otros idiomas, porque no las conozco, pero del nuestro no. Siempre escribo el
relato con incorrecciones, porque lo más importante es lo que quiero decir.
Después ya veré cómo lo digo. Pero sí me obsesiona encontrar la palabra precisa.
No me gustan los eufemismos, busco la forma más acertada de decir las cosas.
Un cuento que me ha tocado especialmente es ‘Principios de arqueología’,
donde tratas de la adopción con mucha delicadeza y da mucho que pensar.
Este cuento me lo inspiró el viaje de una niña nepalí a su
país, acompañada de sus padres adoptivos, para conocer a su madre biológica,
del que tuve noticia hace un tiempo. El tema de la adopción me parece que está
muy poco tratado en la literatura. A mi alrededor tengo amigas que han adoptado
niños y me fascina cómo se adaptan a sus nuevas realidades, cuáles son sus
certezas y cómo miran el futuro. A la hora de escribir me interesaba hacerlo no
desde el tópico, porque la pregunta que hay detrás del cuento es: ¿en ocasiones
es mejor saber o no saber determinadas cosas? Al leerlo vemos cómo afronta la
situación una niña de trece años y cómo lo hace su padre, que debería ser mucho
más maduro y entonces te preguntas ¿quién sostiene a quién? Al final es el
padre quien se apoya en su hija.
Algunos personajes como la protagonista del primer cuento, ‘Muchas
posibilidades’, o la de ‘Principios de arqueología’, del que hemos hablado
antes, son niñas que hacen cosas o asumen roles de persona mayor que, en
principio, no les corresponden.
A veces nosotros vemos a los niños como si fueran tontos,
pero ellos se enteran mucho más de lo que pensamos de las cosas de los adultos.
A mí me interesa la figura del niño lúcido, el que realmente te dice «no
llores, que yo estoy bien, no me trates como si yo fuese una versión disminuida
de ti», que son los que aparecen en estos cuentos.
En ‘Don't cry, Madame!’, cuentas la historia de un caballo
sanador, al que has bautizado como Ramón, un nombre humano, y al que atribuyes
dotes propias de un médico, utilizando un interesante juego de contrastes.
Bueno, hace mucho tiempo leí una noticia de un caballo
sanador y me pareció fascinante, porque yo no tenía ni idea de que eso existía
y me interesaba jugar con saber qué le ocurría al protagonista: ¿está vivo o no
lo está? ¿Por qué el caballo va hacia él? Es como un elemento de realismo
mágico, pero en realidad es algo que existe y que yo no me he sacado de la
manga.
Los cuentos ‘Aquellos ojos verdes’ y ‘Una trenza’ dialogan
entre sí. Además, forman parte de un obituario dedicado a tus abuelos. ¿Escribirlos
ha sido como saldar una deuda familiar o como decir «te quiero»?
Creo que buscaba decirles simplemente te quiero. ‘Aquellos
ojos verdes’ es un relato que escribí hace muchos años, cuando murió mi abuelo.
Al comienzo del covid mi abuela falleció también y escribí ‘Una trenza’ para
publicarlo en un periódico. Después, con el paso del tiempo, decidí que debía
incluirlo entre los demás relatos, porque era una continuación del primero,
pero sobre todo porque era mi manera de despedirme de dos seres que habían sido
muy importantes para mí.
Acabas de citar el covid, aunque en algún cuento tú citas la
pandemia de pasada, ¿cuándo crees que la literatura comenzará a reflejar todo
lo que estamos viviendo desde hace un año?
Para mí la pregunta es saber si, desde la literatura o el
arte, hemos de abordar esta pandemia. Creo que la hemos tenido tan presente y
ha copado tanto espacio durante un año, que yo ahora agradecería no leer nada
sobre este asunto durante un tiempo. Pienso que necesitamos distanciarnos para
digerirlo, porque aún estamos inmersos en ello. De todos modos, aquellos
relatos que aborden el aislamiento o la soledad, de manera indirecta y sin
citarla explícitamente, creo que pueden referirse a este asunto.
En el cuento ‘Verano 2017’, una mujer que acaba de romper con
su pareja y regresa a su casa siente miedo. ¿Qué es el miedo para ti?
Sobre todo, el miedo es no quedarse en el lugar donde
querrías quedarte. Es una frase un poco ampulosa, pero muchas veces no sabemos
por qué huimos de algo, incluso de las cosas buenas. Y el miedo verdadero es
ese miedo, ese estar asustada porque no conoces algo que puede también ser bueno.
El miedo es una emoción muy sana, que previene de muchos peligros y nos permite
sobrevivir, pero también nos hace morirnos un poco.
Para el final del libro has reservado el cuento ‘La gente no
existe’, que da título al volumen, ¿por qué?
Sinceramente no lo sé. Como ya he dicho, todos los relatos
son una aproximación al mismo tema y el que lo aborda en sí es ese, el último,
el que habla de un tipo que piensa «cuándo he estado vivo» y me daba la
sensación de que era un buen cierre.
Penúltima: hay tres relatos en los que parece detectarse
claramente tu presencia, pero ¿dónde queda Laura Ferrero en los demás?
Creo que estoy en todo como narradora. Desde el momento que
abordas un tema, significa que tú lo escoges porque te interesa. En muchos
relatos se incluyen escenas que he vivido, o una frase que me ha impactado o
algo que he soñado. La implicación puede ser mayor o menor, pero en todos los
cuentos hay algo de mí. En esos tres que has citado, manifiestamente se
encuentra mi vida, pero eso no significa que haya sido así, sino que yo la he
vivido de esa manera.
Próximos proyectos literarios: ¿te decantarás por el cuento o
por una nueva novela?
Ahora estoy escribiendo una novela. La empecé hace dos años,
pero se me fueron simultaneando estos relatos hasta que me di cuenta de que, en
realidad, llevaba entre manos un libro de cuentos. Estas cosas suceden a veces,
así que la interrumpí y seguí con ellos.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI/16/02/2021