Luis García Jambrina (Fotografía cedida por la editorial) |
vez que el día 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, cae en domingo. El escritor Luis García Jambrina (Zamora, 1960), profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Salamanca, rinde su tributo particular a esta efeméride con la publicación de ‘El manuscrito de barro’ (Espasa), la quinta entrega de la serie de novelas protagonizada por Fernando de Rojas, el autor de ‘La Celestina’, que también fue jurista. García Jambrina ha convertido a De Rojas, de cuya vida desconocemos casi todo, en un detective, en un pesquisidor en el decir de la época, que debutó en la ficción con ‘El manuscrito de piedra’. A partir de entonces, este pesquisidor nacido en la puebla de Montalbán, se ha visto inmerso en varios misterios, tejidos con el velo literario de una hibridación entre el género histórico y el policiaco. En esta ocasión y por encargo del arzobispo de Santiago, Juan Pardo de Tavera, tratará de descubrir el origen de una serie de crímenes, que ocurren en el camino compostelano. Contará para ello con la valiosa ayuda de su Watson particular, o de su Sancho, que viene a ser lo mismo, Elías do Cebreiro, clérigo y archivero de la catedral de Santiago. Corre el año mil quinientos veinticinco cuando «un peregrino es asesinado poco antes de llegar a la ciudad de Burgos; se trata de una más de una serie de extrañas muertes que se vienen produciendo en las diferentes etapas del Camino Francés…» Con este comienzo, tan prometedor para los amantes del género, arranca ‘El manuscrito de barro’. Aplicado el protocolo preceptivo para entrevistas desde la irrupción del covid-19 en nuestras vidas, apreté la tecla rec de la grabadora, y Luis García Jambrina y quien suscribe, teléfono móvil mediante, manos libres accionadas y bloc de notas preparado, comenzamos a charlar sobre esta novela y sobre algún que otro asunto literario. Corría el segundo día del mes de febrero del año dos mil veintiuno.
Luis, ¿por qué escribe o qué significa la escritura para Vd.?
Creo que en una persona lo más natural es la lectura, pero
llega un momento en que uno siente la necesidad y la vocación de escribir. Y
cada vez esta necesidad puede más, de tal manera que para mí la escritura se ha
convertido en algo fundamental desde el punto de vista psicológico y también
fisiológico. Eso se ha demostrado en este último año, ya que en los meses más
duros del confinamiento yo me agarré a la escritura y, de este modo, pude sobrellevar
mejor la situación y no pensar. En una coyuntura tan prolongada en el tiempo
como esta, resulta indispensable tomar distancia y gracias a la escritura puedo
sumergirme en otros mundos y realidades paralelas.
De la vida de Fernando de Rojas, autor de ‘La Celestina’ y
protagonista de ‘El manuscrito de barro’, se sabe que fue jurista y no mucho
más. ¿Cómo surgió la idea de convertirlo en el protagonista de una serie de
novelas histórico-policiales, con el oficio de pesquisidor?
De Fernando de Rojas no se sabe prácticamente nada y eso lo convertía
en un personaje atractivo para mí. Él era una figura de la Literatura Española,
cuya vida está rodeada de muchos enigmas, como por ejemplo saber por qué
abandonó la escritura tras haber publicado un bestseller de la época, como fue ‘La
Celestina’, del que surgieron continuadores que escribieron secuelas. También me llamaba la atención su profesión de
jurista, que ejerció en las últimas décadas de su existencia en Talavera de la
Reina, observando una vida muy discreta, quizá porque era converso. Él fue jurista
del concejo y alcalde mayor de Talavera, es decir, la persona encargada de
impartir justicia en la población. Esta labor suya tiene mucho que ver con el
oficio de pesquisidor, alguien que se ocupaba de efectuar pesquisas sobre los
delitos que se cometían. Además, existe una gran relación entre su oficio de
pesquisidor y el humanismo. Ser humanista significaba interesarse por todo, ya
que para él no hay dogmas y esa curiosidad le llevaba a no conformarse con la
realidad aparente y buscar la verdad. Por esa suma de razones decidí
convertirlo en un personaje de ficción, protagonista de mis novelas, teniendo
en cuenta también que no hubiera podido escribir una biografía suya por la
escasez de datos existente.
Pesquisidor y sus derivados, pesquisa (o pesquisición como
decía Plinio, el personaje creado por Francisco García Pavón), facecia,
jacobear, bordón, hospitalero, filandón… Palabras bellas, pero también
olvidadas, esta novela le ofrecía la posibilidad de recuperarlas, ¿no?
Sí, a veces hay lectores que me hablan de palabras que hacía
tiempo que no escuchaban, muchas de las cuales se han venido utilizando hasta
hace muy poco, sobre todo en zonas rurales. Esto surge en el momento que decido
de qué manera iba a escribir una novela histórica. Había dos opciones: hacer
uso de un lenguaje similar al que se hablaba entonces y convertirlo en eso que
llamamos un pastiche, o escribir con un lenguaje completamente actual. Yo me
incliné por una solución intermedia, es decir, utilizar un lenguaje
comprensible, que incluyese palabras, fórmulas de tratamiento y modismos de aquel
momento, y que proporcionaran al texto un ambiente de época.
En ‘El manuscrito de barro’ y para descubrir a los autores de
los crímenes, De Rojas viaja acompañado del archivero Elías do Cebreiro, que actúa
como una especie de contrapeso. ¿Hay aquí un homenaje a Don Quijote y Sancho o
a Sherlock Holmes y Watson?
A los dos [risas]… Está muy bien que me lo pregunte, porque
esta es también otra de esas decisiones importantes que tomas a la hora de
escribir. En mis novelas he tratado de mezclar la tradición literaria culta y
la de la novela popular. Hoy en día ya no hacemos esas distinciones, salvo en
el mundo académico y entre algunos críticos, pero desde mi adolescencia para mí
era algo natural leer un día ‘El lazarillo’ y otro un libro de Agatha Christie.
Yo no encontraba diferencias, para mí era lo mismo, literatura, libros que me
podían apasionar…
Disculpe que le interrumpa, pero acaba de citar a Agatha
Christie, a la que también le dedica un guiño notable al incluir en ‘El
manuscrito de barro’ la canción ‘Doce peregrinos’, que, inevitablemente, retrotrae
a la canción de cuna que aparece en la novela ‘Diez negritos’ de la escritora
británica.
Pues sí, es cierto, la tenía en mente cuando escribí esa composición,
vinculándola con la trama en la que van desapareciendo peregrinos. Muy bien
visto por su parte. Me gusta esa pregunta porque es algo esencial en la novela.
En general, la serie de los manuscritos está llena de estos guiños y cuantos
más reconozca el lector mucho mejor, porque estos descubrimientos siempre
producen placer durante la lectura. Regresando a su pregunta anterior, Watson y
Holmes, Don Quijote y Sancho, son personajes que discuten entre sí, representan
caracteres muy contrapuestos entre los que existe una cierta tensión, pero en
mi caso, a medida que avanza la novela, De Rojas y Elías se van contaminando el
uno del otro. Al final se produce una transformación, se vuelven más
comprensibles y surge una cierta amistad entre ambos. Y esto también se observa
tanto en el Quijote como en los relatos de Conan Doyle. En ‘El manuscrito de
barro’, además, aparecen muchos pícaros, que se ganaban el sustento haciendo el
Camino de Santiago.
Es verdad, su novela está llena de estos personajes que
conforman el microcosmos del Camino. Entre ellos se encuentran los llamados «peregrinos
de oficio», que, a cambio de dinero, marchaban a Santiago en lugar de otras
personas, que les pagaban por ello para ganar la indulgencia prometida.
Sí, era un tipo de peregrino muy frecuente en la etapa
medieval y, sobre todo, en la época en que se sitúa la novela, un momento de
crisis y cambios en el que el perfil de los caminantes varió bastante. El
archivero Elías cita a esos peregrinos de oficio, mercenarios, que se ganaban
la vida peregrinando en nombre de otros. Incluso hubo gente que, en su
testamento, dejaba mandas para que alguien peregrinase en su lugar para obtener
el perdón de sus pecados. Con todos estos detalles he pretendido mostrar la
decadencia del Camino durante aquellos años.
La época en que se ubica la acción corresponde con un momento
histórico muy interesante, ya que apenas hace 30 años que se ha tomado Granada
y se ha descubierto América, sin olvidar el auge de Lutero, que está
expandiendo su Reforma. Son tiempos convulsos, de transición.
Precisamente por ese motivo escribí ‘El manuscrito de piedra’,
la primera novela de esta serie. Al principio, mi intención era hacer un relato
breve sobre Fernando de Rojas, pero entonces me di cuenta de que era un
personaje que daba para mucho más, ya que su época iba asociada a los cambios
producidos tras el paso de los Reyes Católicos a Carlos V, con todos los
acontecimientos que sucedieron entonces. Los momentos de transición como ese son
siempre muy interesantes. Y justo allí, en medio de todo eso, se encontraba el personaje
de De Rojas.
Luis García Jambrina (fotografía cedida por la editorial). |
Todas las novelas de la serie se titulan ‘El manuscrito’, seguido
de uno de los cuatro elementos de la tradición clásica. El título lo tengo claro
desde que comienzo a escribir, está siempre presente, aunque luego puede
cambiar, y va cobrando sentido a lo largo de la escritura. En este quinto libro
quise mantener esa idea y regresé a la tierra, como ya ocurría en ‘El
manuscrito de piedra’. Pero en este caso hay algo más, porque el elemento
simbólico fundamental de los peregrinos es el barro, que es una palabra muy
cargada de significados. El barro forma parte del Camino, tiene que ver con el
pecado y con la debilidad humana, sin olvidar que estamos hechos de barro, por
muy elevados que sean nuestros pensamientos. Además, ya estaba presente en la
Biblia y el primer soporte de la escritura fueron las tablillas de arcilla. Por
lo tanto, como resulta fácil de comprobar, a este elemento se le puede sacar
mucho rendimiento desde un punto de vista literario.
El Camino de Santiago está pleno de simbolismos. Por ejemplo,
el bordón o bastón, como tercer pie, simboliza la Santísima Trinidad. Pero la
novela guarda otras sorpresas, como la de descubrir que el célebre Juego de
la Oca, con sus trece ocas y todos sus obstáculos, sea una representación
de la peregrinación, dividida también en trece etapas.
Sí y eso se vincula con los templarios, que también forman
parte de la historia del Camino de Santiago. Los templarios, con sus
resonancias más o menos esotéricas, habitaban el famoso castillo de Ponferrada
y eran un elemento natural del Camino. Hay gente que sostiene muy seriamente
con argumentación escrita, que el recorrido del Juego de la Oca es una representación
del Camino de Santiago con todos los peligros, obstáculos y ventajas que se
pueden encontrar en él. Se trata de un camino de superación, que se dirige
hacia lo sublime y estos aspectos se pueden visualizar muy bien en ese juego.
Tampoco podía imaginar que existiera un libro titulado ‘El
camino de Künig a Compostela’, una guía de viaje escrita a finales del siglo
XV, donde con todo detalle se le proporciona al peregrino una serie de
recomendaciones para bien comer y mejor pernoctar.
La ‘Guía’ fue un descubrimiento que hice mientras me
documentaba sobre el Camino. Fue escrita por un monje alemán, Hermann Künig, y
publicada en 1495, poco antes del comienzo de la novela. Fue la primera guía
que se publicó en el mundo sobre el Camino de Santiago y fue también una de las
primeras guías turísticas que vieron la luz. Estaba escrita en verso para que
el peregrino pudiera memorizarla más fácilmente. Pero no es muy conocida y creo
que no se le ha otorgado la importancia que en verdad merece. De hecho, hace
unos meses se publicó por primera vez en castellano. Hasta ahora solo existía
en gallego, aunque había sido incluida en una enciclopedia eclesiástica, que
resultaba inaccesible. En la actualidad, se ha producido también una recuperación
de la figura del monje Künig, del que tampoco se sabe mucho. Atando cabos de
aquí y allá lo he convertido en un personaje más de la novela. Desde luego para
un novelista los detalles que proporciona son fundamentales y a mí, entre otras
cosas, me ha permitido conocer el día a día de la peregrinación.
En ‘El manuscrito de barro’ aparecen mujeres que recorren el
Camino, pero ¿en la vida real, las mujeres tenían permitida la peregrinación?
No, no estaba prohibido. Había peregrinas y hay libros que
hablan sobre ellas. El camino es como la existencia, un pequeño universo que
encierra la vida de entonces y ahí cabían las peregrinas. Lo que ocurre es que
los teólogos católicos recomendaban que las mujeres no hicieran el Camino
porque, dentro de la mentalidad social de entonces, constituían una tentación y
justamente a un camino de penitencia ellas llevaban el pecado. Por lo tanto, no
querían que peregrinasen, ni que salieran de casa o del convento. Además, si
para un viajero el Camino en aquella época era peligroso, para una mujer lo era
cien veces más, así que ellas optaron por peregrinar menos y hacerlo en grupo,
acompañadas por sus maridos y criados. Las que caminaban en solitario por
alguna penitencia, recurrían al disfraz. La mujer disfrazada de varón forma
parte de la Literatura Española y es un elemento que incorporo mucho en mis
novelas, porque da ocasión a situaciones literarias muy interesantes. Las
monjas también peregrinaban y no podemos dejar sin citar a Egeria, una mujer
apasionante, que peregrinó a Tierra Santa algunos siglos antes y dejó testimonio
escrito de su viaje.
En una peregrinación jacobea, ¿lo más importante es llegar a
la meta o lo es el camino recorrido, como dice el poema ‘Itaca’ de Kavafis?
Lo importante es el camino, no la meta y creo que esto lo
dejo claro en el libro. El sepulcro de Santiago es un pretexto. Yo lo comparo
con eso que Hitchcock llama macguffin, un elemento aparentemente
importante de la trama, pero que en realidad no lo es. Es indudable que llegar
a Santiago es importante, pero el término de la peregrinación es Finisterre, donde Fernando de Rojas acaba su recorrido en
la novela. Allí se encontraba el final del mundo conocido y era el lugar donde,
simbólicamente, estaba la muerte. Porque el Camino era muerte y renacimiento, marchar para regresar
renacido, nuevo. Eso era lo trascendente. Además, el Camino de Santiago está
lleno de bifurcaciones y cada uno elige las suyas. La peregrinación es algo que
va más allá de las creencias católicas, porque lo hace todo tipo de gente, sin
olvidar, claro está, sus repercusiones políticas y sociales.
Vamos con la última por hoy: en verdad, ¿a quién pertenecen
los restos que se encuentran en la catedral de Santiago de Compostela?
Lo primero de lo que se reía Lutero era de que en la catedral
de Santiago estuvieran los restos del apóstol. Y lo mismo ocurría con Erasmo de
Rotterdam. Esa es la gran pregunta: no sé sabe qué hay allí y, si hay restos, a
quién pertenecen. Las reliquias eran relevantes para la mentalidad medieval y
no tenemos que despachar este aspecto de una manera despectiva, porque constituían
un símbolo de lo trascendente. Era importante que pertenecieran a alguien destacado
dentro de la tradición del cristianismo. En el mundo que yo retrato en ‘El
manuscrito de barro’ eso entra en crisis y creo que en el fondo es mejor no pronunciarse
sobre los restos. Sobre todo si admitimos que ese es el pretexto para movilizar
a mucha gente diversa en una misma dirección. Es como la cajita que aparece en
la película ‘Belle de jour’ de Luis Buñuel. ¿Qué más da lo que haya en ella?
Dejémoslo así, como un misterio sin resolver.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 09/02/2021