Toni Hill (fotografía cedida por la editorial). |
Toni, ¿cómo te cruzas tú con esta novela?
La verdad es que fue una cosa un poco rara. Fue como el
nacimiento de una imagen, la de Teresa muerta, una inmigrante hondureña que, de
alguna manera, seguía yendo a las casas donde había limpiado mientras vivía.
Surgió con mucha fuerza, tanta que la novela está montada en torno a ella, ya
que los demás personajes nacieron porque Teresa existía.
A lo largo de tu trayectoria como escritor, has visitado
distintos momentos históricos, ¿te gusta cambiar de época?
En realidad, cambiar de época solo lo hice en ‘Tigres de
cristal’, pero en mi anterior novela viajé a los años setenta y es algo que me
gusta, porque creo que me activa y me obliga a escribir de una forma distinta.
También me interesa la actualidad y por eso siempre estoy navegando entre esas
dos aguas, el pasado y el presente. De alguna manera, cada proyecto te embarca
en un viaje distinto.
Has empleado un estilo calmado, mayoritariamente en tercera
persona, envolviendo al lector, sin prisa por captar su atención, ¿ese es tu
sello de identidad como escritor?
Creo que un poquito, sí. Siempre ha de haber un anzuelo al
principio, que el lector debe morder, pero a mí me gusta que las novelas tengan
su tempo, que la gente se interese poco a poco, porque así es como se involucra
de verdad y puede empatizar con los personajes y comprender sus puntos de
vista. Es mejor que la trama te vaya atrapando a medida que avanza la novela.
Si esto no ocurre, entramos en uno de esos libros de consumo rápido y que, una
vez acabados, no dejan mucho poso en el lector. Yo los empiezo a llamar libros
Netflix, porque los lees y dices ¡mira qué bien!, pero al día siguiente no
sabes si los has leído o no, porque todos son muy parecidos.
Si tuvieras que etiquetar ’El oscuro adiós de Teresa Lanza’,
¿cómo lo harías?
Yo creo que no la incluiría dentro del género de thriller
propiamente dicho, porque el thriller pide otro tempo narrativo, aunque a veces
se utilice esta palabra como un sinónimo. No es lo mismo leer una novela de Patricia
Highsmith que una de Raymond Chandler. Creo que la calificaría más bien como
una novela de intriga. En mis últimos libros, me muevo en un territorio
ambiguo, en el que hablaríamos de ficción en general con un elemento de
misterio. Pero esta novela pueden leerla los aficionados al género negro
clásico, porque plantea un misterio, y también los que no lo son, porque es una
historia de personajes que formula preguntas, cuyas respuestas va descubriendo
el lector a medida que avanza en su lectura. Si no fuera así resultaría una
literatura muy limitada, muy de vivencia personal.
En el libro aparecen muchos personajes como Max, Lourdes,
Xenia, Dante, Greta, Jimmy, Daisy, Simon, Rodrigo, Álvaro, Coral, Eneko, Ander,
Olga, la propia Teresa, los policías, Íñigo, Mireia… ¿Estamos ante una novela
coral?
Sí, es una novela coral. Sin duda. Incluso hay un personaje
que se llama así, Coral, aunque hasta ahora que tú la has nombrado no había
caído en ese detalle. Es difícil manejarse con tantos personajes, no solo a
nivel de trama, que también, porque cada uno de ellos ha de hacer algo, sino
porque has de caracterizarlos psicológicamente a todos. Sin embargo, cuando
llevas leyendo un rato, los conoces bien y sabes quién es quién, porque sus
personalidades están muy marcadas y los identificas con facilidad.
A lo largo del texto abres muchas ventanas al lector, pero
luego te las apañas para dar respuestas y cerrarlas todas.
Sí, las cierro aunque sea momentáneamente, porque yo les
enseño a los lectores unos meses de la vida de todos estos personajes. Luego les
dejo que piensen qué sucederá con algunos de ellos. Sus vidas no acaban cuando
se cierra el libro. Esta gente continúa viviendo, al menos en mi cabeza.
‘El oscuro adiós de Teresa Lanza’ guarda algún parecido con
las series de televisión ‘Arriba y abajo’ o ‘Downton Abbey’, en el sentido de
que en el pueblo de Castellverd convive un grupo dominante, burguesía acomodada
y con su vida propia, y otro constituido por los sirvientes. Las interacciones
entre unos y otros desencadenan la acción.
Sí, creo que es algo de eso, pero trasladado al siglo XXI y
con otra temática. Incluso el personaje de Lourdes, en un momento determinado
de la novela, hace referencia a una de esas series y dice: «Oiga, que no
estamos en ‘Downton Abbey’». Las chicas que trabajan como limpiadoras o
cuidadoras de ancianos las tenemos como parte integrante de la familia y las
tratamos muy bien, algo que ya pensaban en ‘Downton Abbey’. En el fondo, hemos
cambiado las formas, pero al final el poder es el poder y está solo en un lado,
no en el otro.
Hace unos años, cuando hablábamos sobre tu novela ‘Los
ángeles de hielo’ me contaste que te interesaba el lado oscuro de la realidad. En
‘El oscuro adiós de Teresa Lanza’ muestras la cara b de los personajes, ¿en
realidad, ninguno somos lo que parecemos?
Sí, a veces el lado oscuro es una frase algo pretenciosa. A
mí lo que me gusta es mostrar los personajes al lector de manera objetiva, como
si te permitieran acceder a su intimidad y yo no estuviera por medio. Y claro, todos
tenemos esa parte oscura. Nadie resistiría un análisis pormenorizado sin
enseñar algún rasgo que preferiría ocultar. Aunque ‘El oscuro adiós de Teresa
Lanza’ trata del suicidio y es una novela inquietante, resulta más luminosa que
‘Los ángeles de hielo’, que era una intriga declaradamente gótica y jugaba con
otros códigos. En esta puedes simpatizar con todos los personajes y en el fondo
los entiendes. El gran esfuerzo del escritor es no juzgar, sino plantearlos y
presentarlos para que la gente saque sus propias conclusiones, que no tienen por
qué coincidir con las mías en absoluto.
Sí, ya lo usé antes, pero esta es la primera vez que lo hago
de una manera tan directa. En ‘Tigres de papel’ aparecía un señor que escuchaba
voces, pero eso pertenece a otra patología, ajena al surrealismo o al género fantástico.
La verdad es que esta experiencia me ha gustado mucho y la novela nació así. Por
otro lado, constituía un reto, porque se trataba de una chica joven, muerta,
que habla en primera persona, y yo tenía que lograr que el lector empatizara
con ella y que, de algún modo, siguiera preocupado por lo que le pudiera
suceder. Y eso no es sencillo, porque el personaje vive atrapado en un mundo
reducido y casi paralelo, con las mismas rutinas que seguía mientras vivió. Y
creo que el lector, al final, la percibe como un personaje más. Desde luego yo no
quería escribir una novela de terror, y de hecho no lo es, pero el recuerdo de
alguien que se suicidó es algo perturbador. Con este recurso, además, pretendía
que la gente entrase de una manera más sutil a lo que había sido la vida de
Teresa, porque ella iba a sus casas y los que le apreciaban solo conocían las
dos horas que trabajaba allí. Su vida fuera de sus hogares les interesaba más
bien poco.
Este recurso te ha permitido construir la metáfora de que a
los inmigrantes se les trata como fantasmas, es decir, como si no existieran.
En realidad, intentamos ver solo lo que nos pasa dentro de
casa. Si la inmigrante malvive en un piso compartido, ha de enviar dinero a su familia,
y a ella no le queda, o la detiene la policía, porque no tiene papeles, no lo
vemos, queda fuera de nuestro campo de visión. Y la gente no es que sea mala,
pero con sus propios problemas tiene bastante y no se detiene a ponerse en la
situación de la otra persona.
Como has comentado, el tema del suicidio está presente en la
novela. Por algún lugar he leído que, literariamente hablando, el suicidio es
menos rentable que el asesinato, ¿eso es así?
Bueno, creo que el suicidio es un tema complejo del que a la
gente no le gusta hablar mucho, porque remueve cosas e inquieta. En una novela policial
clásica siempre hay una especie de catarsis final, donde el malo resulta
atrapado y encarcelado. Y claro, si el tema del fondo es el suicidio no hay un
malo, no hay un culpable y se pierde parte del morbo. En ‘El oscuro adiós de
Teresa Lanza’ yo he pretendido averiguar por qué se suicidó Teresa, descubrir
qué cúmulo de circunstancias pudieron conducir al suicidio a una chica como
ella, en principio no depresiva, contenta, creyente y enamorada. Seguramente
era la persona menos tendente al suicidio y eso es algo que al lector le choca
también.
Hagamos un inciso. Lourdes, un personaje que ya has citado
antes, es editora y opina que a la gente ya no le importa el libro sino el
autor. Actualmente, ¿el lector busca la marca del libro, del mismo modo que
compra determinado tipo de ropa o de coches, sin importarle tanto el producto?
Es una de mis tesis y antes eso sucedía mucho en la ficción
comercial. Comprabas el último libro de Stephen King y te daba un poco igual el
título o el contenido. Y creo que eso también pasa ahora en la ficción
literaria. Por ejemplo, se compra el último título de Carrere o el de Cercas,
sin que importe lo que han escrito. En la actualidad, todo lo que rodea al
escritor es más conocido por las redes sociales y acabas generando una especie de
conexión o no, claro, porque hay gente que no la establece. Se apuesta cada vez
más por escritores con un discurso muy marcado. Y en el fondo, esto tiene mucho
que ver con eso de si “es de los míos o no”, algo que resulta bastante
perturbador e inquietante, porque al final lo que nos debería importar es si un
libro nos ha gustado o no.
También hay espacio en la novela para abordar otro tema
delicado: el de la adopción. No todas las adopciones funcionan bien.
Efectivamente, es un tema delicado. Tampoco todas las
paternidades o maternidades funcionan bien, lo que ocurre es que, cuando el
hijo es nuestro, lo asumimos de manera natural, pero se convierte en tabú
cuando es adoptado. Y creo que el hecho de que los padres adoptivos puedan
pensar que se han equivocado y que vivirían más tranquilos si no lo hubieran hecho,
es algo plenamente humano. Eso nadie lo cuenta, pero yo intuyo que es real. Todo
no es tan bonito como nos enseñan las fotos de Instagram cuando estamos de
vacaciones.
En un momento del libro, encontramos una reflexión sobre la
vejez: «Envejecer es borrar recuerdos».
Sí, es borrar y a veces tu cabeza borra sola. Pero borrar
significa relativizar. Hay un punto en el que lo que te parecía tremendo a los
veinticinco años, a los cuarenta ya no lo es tanto y a los setenta lo recuerdas
muy vagamente. Esto se nota mucho con las nuevas tecnologías, cuando se nos
pide que sigamos atentos a todas las innovaciones, aunque envejezcamos.
Entonces llega un punto que dices «oiga, por favor, déjeme en paz, ya está
bien». Tú usas Facebook, Twitter, Instagram, pero dices no a Tik-Tok. En ese
momento estableces una barrera y automáticamente quedas descolgado de un mundo
que crece sin ti. Es algo complicado, porque las diferencias generacionales,
que siempre han existido, no eran tan marcadas como ahora. Hay un momento en
que para la gente mayor es horrible, porque ni siquiera pueden acudir a la
ventanilla del banco, ya que no hay nadie que les atienda. La pandemia que
estamos padeciendo también ha contribuido a agilizar y acelerar estos procesos.
¿Por dónde queda Toni Hill en la novela?
Estoy en todos lados, es aquello de «Madame Bovary c’est
moi». Hay cosas mías diseminadas en cada personaje. En realidad, si somos
sinceros con nosotros mismos, todos tenemos un punto caprichoso como Xenia; un
ego crecidito; un disfrutar de un libro como Lourdes; pensamientos oscuros como
Olga... Yo no escribo sobre mí mismo nunca, pero cuando empatizo con un
personaje de alguna manera trato de acercármelo. En esta novela, diría que no
hay tantas cosas mías, porque no reúno las condiciones de vida de estos personajes,
pero al mismo tiempo conservo una visión panorámica de todos ellos.
Terminamos por hoy: ¿te aguarda ya algún nuevo proyecto
literario en el cajón de tu mesa, algún borrador…?
No, de momento no tengo nada. Aunque siempre hay ideas que te
bullen por la cabeza, ahora con la promoción es suficiente. Por otro lado,
cuando terminas una novela hay un proceso de duelo, luego una promoción, que de
alguna manera te vincula con la novela durante un tiempo añadido, y hasta que
no aparece algo muy interesante o una idea empieza a tomar cuerpo, te mantienes
fiel a estos personajes, con los que he pasado más de tres años. No puedes
borrarlos de un plumazo, es un alejamiento paulatino hasta que los dejas. De
todos modos, pienso que al final de mi vida estaré lleno de ellos, porque es
muy difícil olvidarlos completamente.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 22/03/2021