Men Marías (Fotografía: Luis Rodríguez) |
Men, suelo empezar mis entrevistas con la misma pregunta:
¿por qué escribe un escritor? Sin embargo, tu caso es distinto, porque en la
Nota de la Autora del final de ‘La última paloma’ podemos leer: «Escribir es
una cuestión de crueldad para con uno mismo y la crueldad, como cualquier forma
de dolor, no es necesariamente mala. La rechazamos de manera instintiva porque
no la entendemos…»
La verdad es que escribir es exactamente eso. Yo no creo en
el tópico de escribir para uno mismo, algo que me parece un acto de ego a los
que se presta cualquier actividad artística. Pienso que se escribe para los
demás, igual que trabajan un cirujano o un abogado. En este sentido, lo que hay
que ofrecer al público es algo muy honesto y para que el texto sea honesto uno
ha de esforzarse mucho, detectar qué heridas le están sangrando y escribir
desde ahí. Por eso, para mí se trata de un acto de crueldad, porque va dirigido
hacia esa parte tuya en la que no quieres estar.
Tu verdadero nombre no es Men Marías, ¿por qué utilizas
seudónimo para escribir?
Por nada especial. Yo no me escondo detrás de un seudónimo,
aparezco en fotos y vídeos sin ningún problema. Lo he hecho simplemente porque
me sentía más cómoda dentro de ese nombre. Al final, igual que uno se cambia de
ropa, ¿por qué no se ha de cambiar de nombre?
¿Cómo surge la idea que dio pie a esta historia?
Tenía muy claro que quería escribir una novela con un
contenido más bien turbio y que aconteciera en la parte sur de Andalucía. Fue
de esta manera como di con Rota.
‘La última paloma’ es un thriller bastante claro, ¿por qué te
interesa este género?
Me interesa porque es un lugar perfecto para analizar el
comportamiento humano. El thriller es el género que más se presta a buscar las
motivaciones que tienen los personajes para cometer ciertos actos, catalogados
como criminales. Trato de observar las causas por las que las personas son como
son o si, por el contrario, es que ya nacieron así.
¿Al comenzar a escribirla conocías ya el desenlace de la
historia o te has dejado llevar por la propia inercia del proceso creativo?
Soy una escritora-mapa. Soy muy maniática y hasta que no sé
qué es lo que va a suceder en cada escena no escribo ni una sola palabra.
¿La novela está basada en hechos reales?
Sí. Estamos ante una historia de ficción basada en el pasado
de Rota, del que no hay nada de documentación. Todo lo que he podido encontrar
me ha llegado a través de información oral. El gran choque cultural, que supuso
la llegada de los norteamericanos al pueblo, me lo han contado los vecinos de
la zona y el asunto de la desaparición de mujeres es real, lo que ocurre es que
nunca se ha investigado.
Supongo que la falta de información a la que aludes se debe
precisamente a la presencia de la base.
Sin lugar a duda. Todo lo que tenga que ver con los
norteamericanos es de difícil acceso.
¿Hubo muchas desapariciones de mujeres como la que sucede en
‘La última paloma’?
Sí, efectivamente, hubo casos de desaparición de mujeres en
Rota. Muchos. Y nunca se investigaron. Los vecinos del pueblo me contaban que
todos los días desaparecía alguna mujer y jamás se hizo nada al respecto. Fue
una época de impunidad absoluta.
La protagonista de ‘La última paloma’ es Patria Santiago,
sargento de la Guardia Civil, un nombre que se presta a juegos de vocabulario.
Lo cierto es que el nombre de Patria lo había escuchado como
sustantivo común, pero una señora mayor me enseñó una orla de su facultad donde
figuraba una compañera que se llamaba así. Me llamó mucho la atención
especialmente al adjudicárselo a un personaje como ella, que se siente un ser
tan desarraigado. Además guarda relación con el emblema de la Guardia Civil:
«Todo por la patria».
¿Cómo es Patria Santiago?
Es una persona que pretende huir de su pasado, pero el pasado
siempre quiere adelantarla o ir a la par que ella. Patria utiliza una serie de
herramientas, como el dolor físico, para escapar de este tipo de situaciones que
podrían destruirla.
Su compañero, Sacha Santos, es todo lo contrario.
Sacha es la parte fácil, agradable de la vida. Son dos puntos
de vista muy diferentes, pero al final se contaminan un poco el uno del otro.
Patria y Sacha son el clásico dúo Holmes-Watson, pero en este
caso uno de los miembros es mujer y, además, es la que manda, la que dirige la
investigación.
Sí, al final la pareja Holmes-Watson es real, quiero decir
que siempre se ha dicho que cuatro ojos ven más que dos y en ese sentido
siempre está bien que un investigador lleve a alguien a su lado, que sea
diferente, y pueda ver otras cosas y de una manera distinta. Con respecto a que
uno de los investigadores sea una mujer, afortunadamente vivimos una época en
la que este tipo de cuestiones está superado y una ya no tiene que pararse a
pensar que una mujer en este papel resulta inverosímil. Ahora eso no llama nada
la atención, pero imagino que en otras épocas, si te apetecía poner a una mujer
como la persona que da las órdenes, no podías hacerlo porque no resultaría creíble.
En la novela se escuchan un par de temas musicales: ‘Hombre
Lobo en París’ de La Unión y ’Windows’ de Chick Corea, ¿qué significan para ti?
Bueno, pues, la canción de ‘Hombre lobo en París’ para mí
significa dos cosas. Por un lado, trata de aquella frase del hombre que es un
lobo para el hombre, es decir, una persona que se transforma en lobo, pero que
no deja de ser hombre. Y por otro, y esto no lo he contado nunca, creo que las
palabras son el material más inútil que existe. Son algo muy sucio y manido, que
usamos constantemente y que creo que no pueden decirlo todo. En esa canción,
por ejemplo, una parte solo es música y expresa cosas que yo no encuentro la
forma de explicar con palabras. Con respecto a ‘Windows’, Chick Corea fue un
hombre al que yo admiraba muchísimo. Me parece que llegó a un nivel que difícilmente
podrá alcanzar otra persona y siempre que puedo lo meto por algún lado. En este
sentido, por tanto, ‘Windows’ es un pequeño homenaje que le rindo.
Los personajes de Sacha Santos, Patria Santiago y Piti hablan
en primera persona y eso lo intercalas con narración en tercera, ¿qué pretendes
con este juego de voces?
Hacerlo así me parece mucho más enriquecedor para la
narración. La primera persona aporta el pensamiento del personaje y su forma de
entender la realidad. También le proporciona a la novela un punto de vista más
intimista, que a mí me interesa mucho. Por su parte, la tercera persona te
lleva a una visión más global de todo lo que ocurre. Si te fijas, la he utilizado
para narrar las escenas del pasado, las de los años cincuenta. Esa parte es la
que me contaron los vecinos de Rota y es mi forma de darles voz también a todos
ellos.
Como ya has comentado, la acción transcurre en Rota, ¿cómo
era ese territorio antes de la llegada de los norteamericanos?
Era un sitio muy pequeño, cuatro calles que se cubrían de
charcos cuando llovía. La luz era la luz del sol y el agua la de los pozos. No
había absolutamente nada, todo era huerta. La población se dedicaba a la
mayetería, que es algo similar a lo que hoy entendemos por cultivos sin
nitratos, ecológicos, y vivía de eso. Cuando llegaron los americanos, esa huerta se expropió para construir la base
y la actividad económica cambió de un modo radical.
Leemos en la novela que Rota fue el único territorio peninsular
donde Franco no mandaba y que, según la revista ‘Interviú’, se convirtió en «el
paraíso del vicio».
Efectivamente, así salió publicado en la revista ‘Interviú’.
Franco buscaba una buena relación con Estados Unidos y permitió que nuestra
policía no actuase de manera directa en Rota. Fue un punto ciego en la
Dictadura, en el que se hacía lo que ellos querían, encubiertos por la Shore
Patrol, la policía de los estadounidenses, que tenían una cultura mucho más
libre, en ocasiones rozando el libertinaje absoluto, y esa fue la tónica de la
vida del pueblo entonces. En España se miró para otro lado y por eso la
historia de Rota es muy desconocida, incluso en la propia Andalucía. Todavía
hoy sigue habiendo mucho velo sobre aquella época.
Me recuerda un poco las películas sobre la conquista del Far-West.
Sí, es una cosa parecida. Rota funcionó como una pequeña
isla.
La presencia norteamericana conllevó la llegada de elementos
propios de su cultura.
Así fue, de hecho, el primer restaurante chino que hubo en
España y el primer autocine construido en Europa se ubicaron en Rota. Los estadounidenses
vinieron cargados con productos que aquí ni se podía imaginar, como el kétchup,
los donuts, la salsa ranch y también un montón de marcas comerciales como Nike,
Pioneer… En Rota se formaron auténticas mafias de contrabando de todos esos
productos. Según me contaron, y además muy orgullosos de ello los vecinos de
allí, siempre ponían a los mismos vigilantes, a los que pagaban una pequeña comisión para
que hicieran la vista gorda.
Un escenario clave en la novela es la Casa Mongoli, ¿cómo es
ese lugar?
La Casa Mongoli fue una mansión construida por León de
Carranza, un antiguo alcalde de Cádiz, que iba allí de veraneo. Durante un año
hubo de ausentarse y dejó un guardia al que la gente llamaba El Mongoli. Ese
hombre desapareció un día, nadie supo nunca nada más de él y, desde entonces,
la casa quedó abandonada y empezaron a usarla chavales para hacer ouija y ese
tipo de cosas. Luego comenzó a rumorearse por el pueblo que se había visto al fantasma
de una mujer ahorcada y surgió su leyenda. Una vez que fui a Rota para ver
dónde podía aparecer un cadáver de la novela, me tropecé con la casa y la verdad
es que fue como un regalo. Por último, te diré que en la casa se respira una
energía rarilla, es como decir haz lo que tengas que hacer aquí y vete.
En la novela percibo casi como un lenguaje o un argot propio,
¿la colonización norteamericana llegó a alcanzar al idioma?
No, no se creó ningún tipo de sublengua, ni nada parecido,
pero lo del lenguaje es algo que me llamó mucho la atención y lo he tratado de
reflejar a través del personaje de Sacha, que es de Madrid y se sorprende cuando
llega a Rota, se tropieza con personas que hablan gaditano, un acento muy
cerrado a la vez que muy bonito, y que, de repente, se ponen a hablar en inglés
como si fueran nativos norteamericanos. Es algo muy curioso y que procede de
que en aquella época se formaron muchas parejas, que todavía perviven.
«No sabemos que estamos viviendo hasta el momento de morir»,
dice Piti, uno de los personajes secundarios de la novela.
Estoy de acuerdo con ella. Digamos que es un poco eso de que
no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. No sé muy bien cómo explicarlo,
porque yo soy más de escribir que de hablar, pero creo que solo somos capaces
de valorar la vida cuando adquiere la condición de recuerdo. Sin embargo,
mientras estamos inmersos en ella, siempre buscamos alguna excusa para no
verla, para no disfrutarla. Luego, cuando todo pasa, sientes aquello de «qué
feliz hubiera sido si hubiera sabido lo feliz que era».
A estas alturas de la entrevista, todavía no te he preguntado
por dónde andas tú en ‘La última paloma’.
Decía Freud que cada persona que aparece en tus sueños eres
tú mismo, al menos una parte. Creo que estoy en todos los personajes, tanto en
lo que me gustaría tener de ellos como en lo que rechazo, porque no me gusta.
¿Esta pareja de guardiaciviles va para serie de novelas?
No lo sé, no lo sé. Si la novela tiene buena aceptación y a
los lectores les gustase, por mí encantada. Algunos personajes que utilizo te
instrumentalizan y se van sin ningún problema, pero de momento ellos dos no se
han ido, así que ¿por qué no seguir juntos?
Acabamos por hoy: ¿llevas ya algún nuevo proyecto literario
entre manos?
Estoy escribiendo y es una novela, pero no puedo contarte más.
Me parece que me voy a quedar a vivir un tiempo en este género literario.
Herme Cerezo/Diario Siglo XXI, 27/07/2021