Fotografía: Asís G. Ayerbe |
describe en ‘La impostora’ sus sensaciones y experiencias dentro del oficio de traductora, un territorio literario, atractivo e interesante, pero no exento de dificultades.
Nº 646.- Algunos afortunados tienen la posibilidad de leer libros directamente
en la lengua vernácula de sus autores. Otros no. Sin embargo, todos leemos
libros traducidos de otras lenguas, gracias al trabajo de ciertas personas que,
habitualmente, habitan en el limbo de lo invisible. Me refiero a los traductores. Sin duda ninguna, la calidad
de esas lecturas depende de la implicación de los traductores en su tarea, de
cómo intercalan su voz entre el escritor en lengua foránea y el lector en
lengua castellana. Las editoriales les
contratan, revisan su trabajo, les pagan y pasan página. Ellos, entonces, regresan
a sus cuarteles de invierno, a su invisibilidad. Luego su nombre, aunque parece
que esta situación ha cambiado un poco, aparecerá escrito, casi con disimulo,
en las primeras páginas del libro traducido. La escritora Nuria Barrios,
traductora entre otros de Benjamin Black, Premio Príncipe de Asturias 2014, aprovechó
el tiempo de reclusión impuesto por la pandemia para interrogarse acerca de su
trabajo como traductora. De esta manera surgió su ensayo ‘La impostora.
Cuaderno de traducción de una escritora’, publicado por Páginas de Espuma,
donde aborda las cuestiones específicas de este oficio literario, porque
traducir también es hacer literatura, y desvela sus entresijos, sus lugares
ocultos, sus interrogantes. ‘La impostora’ fue galardonada, además, con el XIII
Premio Málaga de Ensayo. Sobre todo ello, un martes de diciembre, por añadidura
día trece, pude conversar con la escritora madrileña a través del teléfono. Abajo,
en la avenida, los villancicos desaforados de un cantante callejero, acompasados
por el ritmo machacón de un piano automático y un platillo limosnero, amenizaron,
por así decirlo, nuestra charla.
Nuria, hasta ahora habías
publicado poesía, relatos y novelas, ¿cómo surge la idea de escribir este
ensayo?
Siempre he dicho que, en cada
obra mía, no soy yo quien decido si voy a escribir novela, poesía, relato o lo
que sea. Yo no funciono así. Aquello sobre lo que me dispongo a trabajar determina
la forma en la que quiere ser contado. En concreto, el tema de este ensayo
surgió a partir del confinamiento por la pandemia, que para mí, entre otras
muchas cosas que marcaron estos meses, significó tener una sensación de incertidumbre
provocada por no saber a qué virus nos enfrentábamos, ni cómo sería el mañana, ni
si podría volver a ver a mis padres, ni hacia dónde irían las relaciones
humanas… Ante todas esas incertidumbres llegó un momento como de iluminación, en
el que me di cuenta de que esa misma sensación ya la había notado la primera vez
que me enfrenté a una traducción. Esa percepción de perder mi propia lengua, de
haber perdido el español y estar extraviada por el mundo, me hizo caer en la
cuenta de que escribir sobre la traducción sería la herramienta que me
permitiese abordar la incertidumbre. Todas las piezas casaron y vi que mi voz
iba a ser un ensayo literario, en el que hablaría por primera vez desde el yo,
aunque no se trataba de un yo cerrado, acotado a mi biografía, sino un yo más
amplio, casi como un médium, un espejo que permitiera que todos los que lo
leyeran pudieran sentirse reflejados en él.
En ese sentido, ¿‘La impostora’
tiene mucho de desahogo o de exorcismo/catarsis para ti?
Sin duda, tiene el sentido no
de catarsis, porque el final de una catarsis conlleva sanación y no creo que
ninguna obra literaria tenga valor terapéutico para ello, pero sí posee el
sentido de iluminación, de poner luz en la tiniebla. No hay cura ni solución,
pero sí investigación, exploración y descubrimiento.
Sería, más o menos, como un
saber dónde estoy, ¿no?
Sí, es un saber dónde estoy y qué hay en torno mío. Muchas veces la incertidumbre es una niebla y la escritura, como herramienta, se comporta como los faros antiniebla de un coche, que permiten aclarar y ver a través de esa bruma aunque no la disipe.
Los escritores, a veces, sentís un cierto pánico al papel en blanco, ¿en la traducción existe también ese miedo?
No, no hay miedo al papel en
blanco, porque ese miedo es el de la creadora. En la traducción siempre existe temor
al bloqueo, que es distinto, a tropezarte con un problema semántico, de
significado o de sentido, que no sepas resolver. A veces ocurre porque no encuentras
el salto a tu propio idioma o la acepción más fiel a lo planteado en la lengua
extranjera o porque no logras entender bien qué es lo que allí se plantea. El
miedo al papel en blanco sale solo, mientras que el bloqueo conlleva otros
instrumentos de desbloqueo como son la búsqueda, la investigación o las
consultas y acaba rompiéndose siempre. La verdad es que es una situación
bastante más liviana que el temor a la página en blanco.
En cierto sentido traducir es
una experiencia algo traumática. ¿El
hecho de que seas traductora del inglés al castellano, dos
lenguas con estructuras tan diferentes, puede acentuar esa sensación? ¿Con otro
idioma más afín te hubiera resultado más cómodo?
No, creo que no es eso. Es
más, siempre he pensado que al traducir un idioma tan alejado del mío,
perteneciente a una familia lingüística tan distinta, me da mucha libertad,
porque la cercanía se convierte muchas veces en una argolla que te limita y
ancla demasiado a lo tuyo. La distancia, evidentemente, plantea un reto más
grande, pero también te proporciona una mayor libertad para explorar. Me gusta
la distancia y creo que, cuanto más lejana es esa lengua, trabajo mejor.
Cuentas que la traducción es
una ocupación que se apodera de tu actividad escritora y la absorbe. ¿Al revés
no te sucede lo mismo?
Bueno, sí, al revés también me
sucede. Cuando estoy escribiendo no puedo empezar a traducir. Son dos tareas
distintas, que requieren mucha concentración de la persona que las realiza y
para mí son exclusivas. Soy incapaz de compatibilizarlas. No puedo desarrollarlas
al mismo tiempo. Aunque, en principio, ambas trabajan con la misma herramienta,
que es el lenguaje, son como una pareja de bailarines que danzan de espaldas, cada
uno con la mirada enfocada hacia un lugar distinto y que no se pueden separar.
En la ficción, deformas, estiras y ensanchas el lenguaje a tu conveniencia para
contar y crear. En el caso de la traducción, el lenguaje es un fin en sí mismo,
porque trabajas sobre él, sobre algo que ya está contado.
Realmente, ¿a los escritores
les gusta ser traducidos a otras lenguas o simplemente lo permiten porque les
hace ganar más dinero?
No, no, a los escritores les
encanta ser traducidos. Una traducción es una ventana al mundo, te saca de tu
pequeño ámbito lingüístico y te pone en contacto con lectores insospechados.
Para cualquier escritor una traducción es una bendición. Cuando digo que los
escritores ven con recelo a los traductores y los traductores a los escritores,
en realidad, me refiero a que los escritores consideran que los traductores que
también escriben, primero son traductores y luego escritores y que la escritura
es casi un hobby para ellos. Por su parte, los escritores, que también son
traductores, tienen mucho recelo porque piensan que entran en el oficio con un
ánimo de superioridad, como si fueran más por el hecho de ser escritores. Pero
esos recelos no son generales y creo que forman parte de cualquier profesión en
la que existe un sentimiento gremial, que, afortunadamente, defienden solo unos
cuantos y la verdad es que suelen ser espíritus muy provincianos.
Al ser la primera persona que
tiene en sus manos un libro que ha de traducir para su posterior publicación,
¿te sientes una privilegiada o te abruma la responsabilidad del trabajo que vas
a realizar?
Es ambas cosas, placer y
responsabilidad. ¡Cómo no vas a sentir placer por el privilegio de leer antes
que nadie una obra de teatro o una novela! Pero también es una responsabilidad inmensa, porque
sabes que lo que llegará a manos de los lectores será tu versión y eso te
infunde una cierta presión, que creo que es buena porque opino que
responsabilidad y presión deben formar parte de cualquier trabajo bien hecho.
Cada traductor deja su
impronta en lo que traduce. ¿Significa eso que, por ejemplo, Benjamin Black o
Lobo Antunes son un solo escritor, pero que el lector puede tener a su
disposición varias versiones de ellos?
A no ser que sean lectores muy
atentos, las personas que lean esas novelas no repararán en ese tipo de
detalles, porque ellos buscan el placer de la historia que es el placer de la
narración, de saber qué me va a contar y a dónde me va llevar… Quienes leen con
más atención suelen ser los que están dentro del oficio: críticos, escritores y
traductores. Para ellos existe el placer añadido de contemplar como las
historias ofrecen algo distinto en función de quien las cuenta.
Julio Cortázar recomendaba la
traducción de novelas para mejorar el estilo literario de un escritor. ¿Estás
de acuerdo con esa afirmación suya?
Normalmente, quien escribe
termina perfilando una voz lingüística muy concreta, que es la suya, y trabaja
en un ámbito más o menos identificable. La traducción te obliga a ampliar esa
circunstancia de forma inusitada. De repente, has de hablar con una voz y de
una manera que no son las tuyas, dialogar y describir el entorno de forma
distinta y eso es algo muy enriquecedor, porque te obliga a salir de tu espacio
de creación. Si a alguien le operan de cadera, no se atreve a caminar y, de
repente, le obligan a ello todos los días con el auxilio de las muletas, lo hace
de una manera diferente a la suya propia. Pero, al mismo tiempo, anula el miedo
y se tranquiliza. Es como decirle lo que tú haces es muy importante, pero no
tiene la trascendencia ni la solemnidad que le estás otorgando. Es un juego,
tómatelo como tal y prueba de nuevo. Luego será más fácil que puedas volver a
trabajar.
«La traducción es el arte de
descifrar», afirmas en ‘La impostora’. Para ti, ¿un libro en lengua extranjera,
nuevo, sin abrir, es un enigma, un reto que superar?
Sí, siempre es un reto, porque
la traducción es el arte de descifrar, pero antes que todo eso lo fundamental,
lo primero de todo, es efectuar una lectura atentísima del texto. Y una lectura
siempre es interpretación e interpretar es un arte, que una ha de practicar
mucho para conseguir los mejores resultados.
Tras
concluir un trabajo de traducción, ¿tienes la misma sensación de duelo que los escritores
cuando ponéis el punto final a una novela en la que lleváis mucho tiempo
trabajando?
No, es
distinto. En general, hay cosas comunes, pero los sentimientos, las emociones
y el trabajo son otros. Cuando finalizo una traducción, estoy agotada y a la
vez contenta, aunque, en realidad, mi tarea no termina ahí. Ten en cuenta que
yo entrego una traducción y lo normal es que vuelva dos veces a mí. La primera,
tras pasar por las manos de una correctora, que lo mira y me lo devuelve para
que vea sus sugerencias y las acepte o no. La segunda, tras mi nueva revisión regresa
a la correctora que lo repasa y me lo envía otra vez. Es entonces cuando
termina el proceso y el libro sale hacia la editorial, un momento en el que
siento mucho alivio. Sin embargo, cuando entrego un libro de ficción, que también
pasa por todo ese proceso de corrección, y llega a imprenta para ser publicado,
yo sigo vinculado a él. Me queda todavía la incertidumbre de saber cuál será su
recorrido, cómo lo voy a defender, porque me va a tocar hacerlo en entrevistas
y presentaciones, e incluso habré de reinterpretar y rearmar el relato de lo
que he contado. En el caso de la traducción, no tengo ese vínculo posterior de
defensa del libro, que le corresponde al autor. Mi trabajo ya está hecho,
finalizado, y el corte es mucho más nítido.
¿El peor enemigo de una buena
traducción son los plazos de entrega?
El peor enemigo de una
traducción es, efectivamente, la premura y luego la precariedad. Dos adversarios
enormes.
Cuentas que es bueno que el
traductor desaparezca del libro, que no se note su presencia. Lo mismo dicen de
los arbitrajes en el fútbol: si el árbitro pasa desapercibido es buena señal.
¿Ser invisible es la solución a los problemas inherentes a una traducción?
En realidad, ser invisible
significa para mí que, cuando el lector coja el libro, pueda recorrerlo de
principio a fin sin sentirse detenido por zonas de oscuridad, espacios que no
entiende o trompicones de algo que no está bien expresado. Cuanto mejor es la traducción,
mayor es el placer que recibe quien lee. A eso me refiero cuando hablo de
invisibilidad en ‘La impostora’. Si has hecho bien tu trabajo y una traducción
es buena de verdad, el lector recorre el libro de una forma plácida, sin
obstáculos, sin reparos. Eso es lo que ha de conseguir la traductora, lo que no
es incompatible con que su nombre tenga que estar en la portada.
En algunos casos el oficio de
traductor es peligroso. No hay más que ver las muertes sufridas por los
traductores de Salman Rushdie.
Sí, eso es obvio, y no solo en
su caso, que sigue coleando hoy día, después de lo que le sucedió en agosto
pasado. Ahora, de nuevo él vive en la clandestinidad y ha perdido el uso de una
mano. Pero hay otras situaciones más evidentes, sobre las que pasamos de puntillas,
como es el caso de los traductores del ejército aliado en Afganistán,
considerados como traidores por los talibanes, y que, en realidad, nos están
diciendo lo que significa traducir.
Concluimos. Próximamente, vas
a revisar tus dos primeros libros de cuentos, con intención de ser publicados
de nuevo. Cuando concluyas con ese trabajo, ¿pasará por tu cabeza la idea de
publicar otro ensayo, en este caso titulado ‘La correctora’? Sin duda que
revisar lo que escribiste hace tiempo ha de resultar también una experiencia interesante.
Es verdad, saldrán por
separado y los publicará Páginas de Espuma, pero aún no los he revisado por
falta de tiempo. A partir del próximo mes de enero me entregaré a ello. Sobre
lo del ensayo [risas telefónicas], por de pronto te diré que la reedición va a
ir acompañada de un prólogo y ya veremos lo que este prólogo dará de sí.
La entrevista a Nuria Barrios
no podía terminar sin una cita que ella ha incluido en la página 114 de ‘La
impostora’. Es de Samuel Beckett y dice así: «Ever tried. Ever failed. No
motter. Try again. Fail again. Fail better» (Inténtalo siempre. Falla
siempre. No importa. Inténtalo de nuevo. Falla de nuevo. Falla mejor). No
encuentro mejor manera de despedir esta entrevista.
Herme
Cerezo/Diario SIGLO XXI, 29/12/2022