Francisco, tu labor como investigador/historiador se ha centrado hasta
ahora en la Guerra Civil, ¿por qué te atrae tanto ese tema?
Me atrae porque aún quedan muchas historias que no se conocen de viva
voz, que permanecen ocultas, como en una nebulosa, y no se han contado en el
plano social ni institucional, quedando reducidas al ámbito familiar. La Guerra
Civil y el Franquismo marcan un punto de ruptura en el siglo XX. Es lo que
pudimos ser y no fuimos a causa del golpe de estado.
La Historia con mayúscula se ha ocupado siempre de los grandes
movimientos, de los grandes hechos y las
grandes figuras. Sin embargo, a ti te interesan los Nadies, esas personas que
participan y sufren las directrices del devenir histórico sin comerlo ni
beberlo…
Realmente, creo que es una cuestión generacional. De alguna manera, yo
también me siento como una especie de Nadie en este mundo que vivimos. A veces
pienso que la influencia que podemos ejercer en los cambios sociales y
políticos se ha visto reducida por culpa de los grandes poderes que no somos
capaces de controlar. Por eso me he centrado en investigar a esas personas que,
digamos, no han sido tan relevantes y, sobre todo, en descubrir cuál fue la
interacción que tuvieron ellos con el mundo que les rodeó, algo que, también de
algún modo, explica la interacción que tengo yo con el mundo que me rodea a mí.
Por tanto, ahí hay una cuestión de identificación personal mía, y de otros
historiadores que, igualmente, se sienten identificados en este mismo sentido. Como
decía Pierre Vilar «Una parte del historiador también está en la Historia».
Este modelo de historiar, que tú has plasmado en ‘Los Nadies de la
Guerra de España’, recibe el nombre de Historia Pública. ¿Podrías definir este
término en pocas palabras?
Sería ese lugar en el que, tanto los que nos dedicamos a hacer Historia
como la sociedad civil, podemos tener un
espacio de debate. Se trata de una forma de construir la Historia contando con
la aportación de las personas, a través de información transmitida por su
propia memoria vivida o por la documentación, que ellas mismas puedan guardar
en su casa, siguiendo un método de trabajo riguroso. Este espacio de debate
para mí resulta fundamental. Creo que debemos fomentarlo para que la gente no
experta se sienta reflejada, se involucre y participe en él.
Si no lo entiendo mal, la Historia Pública concibe la Historia narrada
no a través de una voz única, sino de muchas, lo que la transforma en una
Historia coral, ¿es así?
Sí y en este libro creo que lo consigo más que en el anterior, a pesar
de que allí también hablaba de personas apenas conocidas a través de
entrevistas orales. Aquí, aunque son ocho capítulos con nombre y apellidos, he
pretendido que esas personas representen a otras que atravesaron situaciones
similares, teniendo siempre presente que las casuísticas son miles e intentando
abandonar ese discurso de las dos Españas, que parecen estar condenadas a
enfrentarse eternamente, porque no es real. Hay una gran diversidad de casos
particulares de personas que pensaban de un modo distinto y quiero que, a
través de estas mujeres y hombres, podamos estudiar muchos más casos. Por eso,
la mayoría de las personas que he incluido en el libro no procede de Madrid,
sino de otros territorios como Galicia, Andalucía, Catalunya…
Por tanto, al crear ese espacio de debate al que aludes, lo que haces es
democratizar el estudio de la Historia, ¿no?
Sin duda, claro. La Historia la construimos todos. Eso no quita que deba
ser seria y elaborada bajo un método riguroso, pero sí la democratiza y hace
bajar al historiador al pie de la calle. Cuando terminé los capítulos del libro,
basados en la documentación recibida y mis búsquedas de archivo, les pasé los
textos a las propias familias y ellas fueron las que descubrieron aspectos de
sus antepasados que no conocían. Al mismo tiempo, corrigieron algunos detalles
de mi trabajo, aportándome nuevas miradas. Ese intercambio me permitió
enriquecer el libro.
Esta forma de trabajar amplía enormemente el campo de investigación, multiplica
las fuentes documentales por cien o por mil.
Sí e insisto que ha de ser producto de un trabajo riguroso. Como digo en
la Introducción del libro, la Historia no deja de ser una reconstrucción que
hacemos las personas desde la distancia, porque no podemos analizar los
acontecimientos como si los hubiéramos vivido. Los historiadores desarrollamos
una narrativa rigurosa, pero no deja de estar basada en las fuentes que
disponemos, que no son todas. Y ha de ser siempre sometida a una permanente
construcción y debate. Dentro de veinte años, si sigo dedicándome a este mundo,
me gustaría que llegase alguien con documentación o una mirada nueva sobre lo
que yo he trabajado en mis libros. Resultaría profundamente productivo para todos
los que pretendemos seguir aprendiendo continuamente. Creo que ese es el camino
que debemos tomar.
Cuentas en el
libro que padeces el síndrome del impostor a la hora de publicar. Tu paisano, Manuel
Jabois, en su novela ‘Miss Marte’, narra la existencia del director de un
periódico que tiene miedo a publicar exclusivas y primicias. ¿Por qué te sucede
eso?
Pues la verdad es que no sé por qué me ocurre. Digamos
que obedece a que soy demasiado crítico conmigo mismo. A pesar de que cada
capítulo fue leído por mi editor, con el que intercambiaba continuamente
correcciones, y por expertos en el tema, estaba convencido de que aún podría
cambiar cosas que no me gustaban. Cuando el libro ya estaba maquetado, se lo
devolví al editor con más de doscientas correcciones y sus correspondientes
comentarios. Muchas veces, y por muy seguros que estemos del pasado, siempre hacemos una lectura más para
no equivocarnos. Yo espero que ese interés mío en hacerlo bien no me abandone
nunca, porque me evitará posibles errores en lo que escriba.
Has rebautizado el término Guerra Civil como Guerra de España. A mi
entender eso complica un poco las cosas, porque antes hubo una Guerra de
Sucesión y unas Guerras Carlistas, que fueron guerras civiles y deberían ser
renombradas también.
Este cambio de denominación obedece a dos motivos. En primer lugar, lo
he hecho para darle la relevancia que realmente tuvo. Hay que tener presente
que la Guerra Civil supuso un capítulo más dentro de una serie de conflictos
internacionales en los que intervinieron el fascismo y el antifascismo. Y en
segundo lugar, la cambié para señalar que, según mi opinión, en algunos
territorios no hubo Guerra Civil. Llamarle Guerra de España es un intento de
escapar de la homogeneización de aquel periodo histórico, porque sí hubo guerra
civil en el frente de Asturias y en Aragón, pero no la hubo en Galicia por
ejemplo, donde se vivió un golpe de estado y una posterior represión.
En tu metodología de trabajo, las cartas de los soldados ocupan un lugar
muy importante. Bien lejos estaban ellos de suponer que sus escritos, sin duda
concebidos como elementos de desahogo casi terapéuticos, algún día iban a
servir de material de investigación histórica de primera mano.
Exactamente. Las cartas e incluso algunas memorias, que no vieron la luz
hasta mucho tiempo después, cumplían una misión catártica. En las memorias
reflejaban sus recuerdos de la Guerra y las cartas constituían un intento de evadirse
de ese mundo bélico en el que estaban inmersos. Si no las colocas en su
contexto, parecerían cartas normales, que la gente dirigía a su familia. Sin
embargo, son mucho más que eso porque nos aportan otra perspectiva diferente. Y
en ocasiones dicen más por lo que callan que por lo que cuentan. Los
historiadores nos hemos apercibido de que son documentos muy interesantes y
cada vez los utilizamos más.
Desde el comienzo de la Guerra, los sublevados movilizaron quintas de
reclutas por decreto, mientras que el Ejército Popular Republicano se
constituyó más tarde, con la llegada de Largo Caballero a la presidencia del
Consejo de Ministros. Aunque esto es especular, en tu opinión, ¿esa demora
repercutió en el desenlace de la contienda?
Sí, sería hacer historia-ficción, pero creo que sí podría haber influido.
De hecho había muchos sectores dentro de lo que era la coalición para la
defensa de la República, desde los militares profesionales leales hasta
sectores del Partido Comunista, indispensables en la organización del Quinto
Regimiento, que apostaban por la consolidación de un ejército jerarquizado. En
un primer momento, probablemente se hubieran evitado algunas derrotas, pero no
sé hasta que punto podía haber cambiado el devenir de la Guerra, puesto que la
ayuda extranjera con la que contó el ejército sublevado de Franco, como bien
explica Ángel Viñas, fue muy importante no solo en hombres, sino también en
dinero y armamento.
Según has escrito, en la España sublevada se persiguió a la masonería, porque
invadía el espacio que detentaba la Iglesia Católica. Tradicionalmente, se ha
dicho que se la perseguía, entre otras causas, por una inquina personal de
Franco. Sin embargo, tu afirmación me parece un argumento de mayor peso específico
para justificar tanta persecución.
Muchas veces se quieren buscar características singulares en los grandes
personajes para encontrar una respuesta a hechos tan relevantes. Pero en la
decisión de aprobar la Ley para la Represión de la Masonería intervinieron
muchos factores, como el poder que tenía la Iglesia entonces. Pensadores de
aquel momento, que empezaban a tener influencia en la educación laica,
pertenecían a logias masónicas y se produjo una lucha de poder y, sobre todo,
de influencia social. Dicen los grandes expertos en este asunto, como Ferrer
Benimeli, que la masonería no era una institución cerrada, como lo vendió
Franco después, sino que muchas veces las logias eran lugares de ocio, de
sociabilidad, en los que se debatía de política, educación o sociedad, sin que
existiera ese secretismo del que se habla para cambiar las cosas y mover
determinados hilos políticos. En verdad, no llegaba a tanto la influencia de
esta organización. La aprobación de la Ley se produjo en un contexto donde ya
había un gobierno franquista constituido, del que formaban parte personajes
vinculados a la Iglesia y otros procedentes de la CEDA, como Serrano Suñer, que
tuvieron su influencia para perseguir a esta organización. También hay que tener
claro que todas las dictaduras necesitan un enemigo, porque si no lo tienen
pierden su razón de ser. Y para ello qué mejor que señalar a los judíos, aunque
apenas los había en la España de los años treinta, a los comunistas y a los
masones, a los que se acusaba de mantener una falsa unión.
No voy a entrar demasiado en las personas que aparecen en el libro. Creo
que la gracia precisamente radica en leer sus historias. Sin embargo, una de
ellas, Fray Cándido Rial, un franciscano que salvó la vida, trabajó con el
ejército republicano, se pasó al bando sublevado y escribió sus memorias,
podría convertirse en un buen personaje de novela.
Su historia es muy bonita, como también lo son las de Urania y María. En
el caso del fraile, se trató de una persona que se salvó, mientras mataban a
todos sus hermanos religiosos, sin saberse muy bien los motivos de que le
perdonaran la vida y lo integraran como miliciano hasta que desertó. Después
sintió pena por sus antiguos compañeros, ya que lo habían tratado mejor.
Terminó sus días como capellán en una cárcel franquista. Su historia, en cierto
modo, representa lo que sufrieron muchas personas de entonces a lo largo de su
vida. Tuvieron una transformación constante, pero en contextos como los de la
Guerra Civil o la de Marruecos, quienes participaron en ellas evolucionaron
mucho más rápidamente que las personas que no vivieron esos periodos tan
convulsos. Con la inclusión de su historia en el libro, también he querido
constatar que las personas cambiamos y que no somos los mismos a lo largo de
todo el tiempo.
Hablemos de las mujeres durante la Guerra. Al principio, en las milicias
republicanas se acogió su presencia en el frente con enorme agrado, pero luego fueron
relegadas a lugares subalternos. Al final es lo
de siempre: “el hombre, al frente; la mujer, a la retaguardia", como
leemos en el libro. Por su parte, en el bando golpista, si tomamos como ejemplo
el caso de Amada García, su ejecución constituyó un proceso ejemplificador para
los sublevados, cuya intención era devolver a las mujeres «a su sitio», a su
casa, privándolas del menor atisbo de avance social, bien alejadas de veleidades políticas.
En realidad, lo que sucedió fue un ejemplo de la
sociedad de aquel momento. Hablamos
de un contexto en el que la mujer empieza a romper ciertos techos y a aparecer
en la esfera pública, y eso, incluso dentro de los sectores más progresistas, no
se veía bien. Lo observamos claramente en el caso de las milicianas, cuya
participación en la Guerra se alentó al principio, pero, a medida que el
conflicto avanzaba, se creyó que la mujer molestaba en el frente. La guerra era
«una cuestión de hombres» y ese pensamiento no se vincula únicamente a un
modelo ideológico más fascista, ya que iba con esa época. Si analizamos la obra
de un escritor antifascista como Hemingway, no podemos negar que en su trabajo
hay mucho de machismo, pero insisto en que ese era el contexto de esos años.
Tras la creación del ejército republicano, la figura de la mujer pasó a un segundo plano.
Dejaron de portar armas y fueron relegadas a labores de asistencia, enfermería,
etcétera. De hecho y para demostrar la poca fuerza de la presencia de la mujer
en la guerra, las informaciones que he manejado para escribir el libro,
proceden de fuentes masculinas.
Ser homosexual tampoco parecía ser bueno en la Guerra Civil.
Sí, también estaba mal visto por ambos bandos. En un entorno bélico lo
que prevalecía era el ejemplo de la virilidad, de una masculinidad normativa
que afirmaba que el hombre ha de ser fuerte y valiente. Independientemente del
pensamiento de las personas, en aquel contexto no ser viril era ser tildado de
homosexual. Ese capítulo del libro es el único que no está dedicado a una sola
persona. ¿Por qué? Pues porque ser homosexual o defender otro tipo de
masculinidad, que podemos compartir muchos hombres en la actualidad, estaba mal
visto y constituía motivo de mofa. Cobarde y homosexual eran casi sinónimos. He
tratado de mostrar lo que supuso la Guerra Civil para muchos homosexuales, que
hubieron de callar. La homosexualidad de Lorca, por ejemplo, no se reconoció
incluso por muchos sectores de la izquierda hasta casi entrados los años
ochenta. A él lo mataron por ser de izquierdas, no por homosexual.
Estamos terminando. ¿En la investigación histórica, dudar significa
avanzar?
Claramente. Dudar es avanzar y formular nuevas preguntas significa también
avanzar, porque te obliga a usar o
buscar nueva documentación. Joaquín Sabina dijo en una ocasión que «el sabio
sabe más cuanto más duda» y yo suscribo esa frase en su totalidad.
La última por hoy: ¿te has planteado alguna vez la posibilidad de escribir
novela histórica?
Es una pregunta que me han hecho muchas veces y la verdad es que sí.
Pero primero debería tener una estabilidad laboral, algo muy complicado para la
gente joven de hoy. Pienso en el libro ’El
peón’ de Paco Cerdá, que está a mitad de camino entre la novela y la
investigación histórica. Sin conocernos, hemos llegado a un punto de vista muy
similar. De él admiro su capacidad para novelar lo que cuenta, algo que me
parece complicado de conseguir. Antes de escribir una novela, yo tendría que
hacer un cursillo acelerado de adaptación, porque la ficción maneja un lenguaje
distinto. Pero sí me gustaría intentarlo y no descarto hacerlo en algún
momento.