Al sostener entre mis manos la novela ‘El nombre del padre’ (Lumen) de Vanessa Springora
(Paris, 1972), resulta difícil que la memoria no vuele al pasado y se detenga, treinta y seis años atrás, sobre el recuerdo de la película ‘La caja de música’ del director Costa-Gavras, al que noventa y dos inviernos contemplan ya. En ambos casos, novela y película, la búsqueda de la verdadera identidad constituye el eje central de la narración. La película del director griego trata de rescatar el presunto pasado nazi del padre de la protagonista, interpretada por Jessica Lange. Por su parte, en ‘El nombre del padre’ Springora intenta revivir el pasado de su progenitor, Patrick, recién fallecido al inicio del texto, al que lleva más de nueve años sin ver, y de quien afirma en el Prólogo «Me resulta más fácil decírtelo ahora que estás muerto: siempre me pareciste un personaje intrigante». Inesperadamente, y aquí radica la diferencia con ‘La caja de música’, surge la figura de su abuelo paterno, otro presunto nazi. Springora viene de publicar ‘El consentimiento’, su primera novela, de la que vendió trescientos mil ejemplares durante el confinamiento, en la que cuenta la relación que ella mantuvo, a los catorce años de edad, con el escritor francés Gabriel Matzneff, de cuarenta y siete. Esta es, por tanto, su segunda entrega, esa que dicen que es la más difícil, por aquello del miedo al folio en blanco, el peso de la responsabilidad y otras frases por el estilo. En su presentación en Espacio Telefónica, Vanessa Springora manifestó que trabaja con material delicado, íntimo, y que, tras escribir su anterior novela por necesidad, se propuso no publicar nada nuevo hasta que tuviera algo interesante que contar. En consecuencia y llegado el momento, seguir con asuntos autobiográficos le pareció algo natural, algo que brotó tras la muerte de su padre en pleno éxito de ‘El consentimiento’.
Y es que ‘El nombre del
padre’ arranca precisamente con el fallecimiento de Patrick, que fue hallado
muerto en el mismo piso donde vivieron sus padres y la propia Vanessa, rodeado
de trastos y objetos inútiles, papeles e inmundicia. «Moriste solo en tu viejo
y raído sofá, y no me dejaste más que un misterio, ese campo de ruinas que fue
tu vida». Su padre, casado tres veces, fue un mitómano, un fantasioso que levantó
un pasado imaginario, glorioso, trufado de aventuras y misterios: «Toda tu vida
intentaste ser alguien, te inventaste múltiples personalidades, un aura y una
leyenda tan ficticia como lo era la historia de nuestro apellido». En medio de
esos desperdicios ruinosos, «este vertedero que apesta soledad, miseria
emocional y muerte», la escritora encontrará revistas de hombres musculosos,
consoladores y una carta remitida por un joven magrebí, agradecido porque
Patrick le había permitido conocer el amor entre hombres. Fue su padre un
homosexual? Al proseguir su búsqueda de
recuerdos, Vanessa tropezará con un par de fotografías, en una de las cuales ve
a su abuelo ataviado con indumentaria blanca, de esgrimista, certificada por el
emblema de un águila imperial cruzada por una esvástica. Fue Josef, su abuelo,
un nazi? La historia oficial» de Josef era la de un hombre, de nacionalidad
checoslovaca, que había escapado a Francia, huyendo, en primer lugar, de la
invasión nazi y, después, de la soviética. Con el paso del tiempo, en Francia
obtendría el reconocimiento de refugiado, sin renunciar jamás a su verdadera
nacionalidad. La fotografía encontrada, sin embargo, parece señalar algo más
oscuro, lamentable, inesperado.
A raíz de una visita a la
Feria del Libro de Praga, Springora prolongará su estancia en la capital checa para
profundizar en sus raíces. Se entrevistará con los pocos familiares que
conocieron a su abuelo, que aún viven, y visitará en el cementerio la tumba de
sus antepasados. Los datos y recuerdos que encuentra, no demasiado profusos, le
conducirán a proseguir su investigación a través de la vida administrativa de Josef,
es decir, a perseguir su rastro mediante los documentos oficiales que
atestiguan su existencia. Las dificultades, y algunas decepciones, jalonan sus
pesquisas. Vanessa moverá todos los hilos a su alcance, pero atravesará malos momentos:
«… me siento muy desanimada. Mi investigación se ha estancado», como leemos en
el capítulo Domiciliación. A pesar de todo, consigue ver la luz, o una
cierta luz, porque no podrá obtener todas las respuestas que busca, algo que
sucede a menudo durante el acto de escribir. Sin embargo, la escritora francesa
se muestra hábil y no permite que los vacíos irrellenables empañen su trabajo. Hay
oficio en su capacidad para dosificar sus averiguaciones, ya dije que nada excesivas,
y para sembrar esa incertidumbre necesaria para mantener al lector fiel a la
lectura: realmente Josef trabajó en Francia como policía al servicio de los
nazis? Fue un nazi convencido o por conveniencia? Tal vez el desenlace de la
novela no resuelva todas las dudas despertadas por Springora. ‘El nombre del
padre’ se maneja entre los difusos lindes de la realidad y la ficción y la
escritora se mantiene fiel a los datos constatables que maneja, aún con el
riesgo que eso conlleva.
Narrada en primera
persona, el meollo central de ‘El nombre del padre’ es Josef, de quien
Springora deja escrito que siempre la trató con una enorme ternura y cariño en
los años que vivió en la casa de sus abuelos, sus verdaderos padres durante su
infancia. Por supuesto, la novela explora también los aspectos relativos a
Patrick, incluidos los reproches a él dirigidos por su hija, pero los omito
aquí para que los lectores los descubran por sí mismos. Les aseguro que vale la
pena hacerlo.
Herme Cerezo/Diario SIGLO
XXI.
‘El nombre del padre’ de
Vanessa Springora. Editorial Lumen, 2025. 320 páginas. 20,90 euros.