Herme Cerezo, SIGLO 02/06/2010
Llegó con la cara medio empolvada, procedente del plató de una de tantas televisiones locales y autonómicas. Corrió a quitarse los restos del maquillaje, Con tu permiso, dijo. Luego, apresurado, arreglándose la chaqueta mientras caminaba con aceleración innegociable, tomó asiento, Cuando quieras, dispuesto a contestar mis preguntas. Con este afanoso preámbulo conocí a Javier Reverte (Madrid, 1944), último ganador del Premio Fernando Lara con su novela ‘Barrio Cero’, recientemente publicada por Planeta, obra de soledades, miedos y valentía protagonizada por Paquita Romero, una mujer humilde, una auténtica “madre coraje”, que se toma la justicia por su mano al asesinar al Coyote, el camello que está destrozando con droga la vida de su hijo.
Premio de Novela Ciudad de Torrevieja en el año 2000 y ahora Premio Fernando Lara, los concursos literarios no le van nada mal desde luego, como escritor ¿qué le supone ganar esta galardón?
No, no, la verdad es que no me van nada mal los concursos [risas]. El dinero viene muy bien porque da libertad y tiempo. Yo tenía la idea de irme a Nueva York para conocerla durante unos meses. Ahora ya tengo el dinero que necesitaba para marcharme. Ganar un premio como el Fernando Lara me permite también llegar a más lectores y el escritor que diga que no le interesa el lector, miente.
Entramos en la novela, ‘Barrio Cero’, ¿de dónde salió el título?
No sé, fue un pronto. Al principio, no lo pensé como título sino como lema para la plica del concurso. La novela iba a llamarse ‘Cerro Misericordia’, pero luego vi que me gustaba más ‘Barrio Cero’. Y decidí cambiarlo.
Hay Barrios Cero por todas partes.
Claro, los tenemos aquí al lado, muy cerca. A menos de dos kilómetros del centro de Valencia hay un Barrio Cero, seguro. Y también lo hay en Madrid, en Barcelona … En todas las grandes ciudades del mundo existen grandes, tremendas bolsas de marginación.
Estos barrios, lo leemos en la novela, son microcosmos: allí hay de todo.
Efectivamente, son un microcosmos en sí mismos. En Madrid hay muchos, sobre todo en la parte sur. Son barrios aislados, con casas de lo años setenta, chabolas, donde viven muchos inmigrantes y gitanos, donde hay mucha prostitución y se vende droga.
Y las etnias que los habitan se han especializado.
Sí, es un fenómeno muy curioso. Estos colectivos viven marginados, aparte, no se relacionan con nadie, no se han integrado en la vida española y están muy divididos. Cada etnia se especializa en algo distinto: unos trapichean con cartones, otros son albañiles …
Acostumbrado a escribir libros de viajes, ¿cuesta mucho esfuerzo cambiar de registro y pasar a la ficción?
No mucho, no creas. Lo único que tuve que hacer fue simplemente una tarea periodística, irme a estos barrios, visitarlos, conocerlos. Eran zonas que ya me resultaban familiares porque en mi primera época periodística, cuando trabajaba para la Agencia Efe, hice varios trabajos en suburbios parecidos.
‘Barrio Cero’ está narrada en primera persona y desde la mente de una mujer.
Sí, pero hacerlo así no me ha supuesto ninguna dificultad. A lo largo de mi vida he tenido mucha relación con las mujeres, porque en mi familia había varias. Y, además, desde que se han integrado plenamente en el mundo del trabajo, hombres y mujeres compartimos los problemas.
¿La novela está basada en un hecho real?
De alguna manera sí, porque estos hechos son muy frecuentes. El espíritu del libro arranca en una noticia que leí en un periódico hace cinco o seis años, que hablaba de una mujer que, cuando el violador de su hija salió de la cárcel, fue al bar donde estaba, lo roció con gasolina y le prendió fuego. Durante el juicio, un día en la puerta de la audiencia provincial donde se celebraba la vista, vio que estaba todo el barrio aclamándola. Me quedé perplejo al pensar hasta qué punto un asesino puede ser considerado un héroe.
La gran aportación de la protagonista a esta novela es la contradicción en que vive: piensa que ha asesinado con justicia, pero a la vez se siente culpable.
Claro, ella ha matado con el instinto de madre para liberar a su hijo de un problema feroz, pero al mismo tiempo se da cuenta de que no se puede obrar así, porque si desaparece la ley será terrible y volveremos a la autodefensa con armas, al salvajismo. No se puede olvidar que en este proceso de la civilización están los derechos humanos y tantas otras cosas. Pero lo que siente Paquita Romero en la novela es algo muy común. ¿Cuántas veces hemos oído a la sociedad pedir la pena de muerte ante un atentado terrorista o ante un violador y, sin embargo, estamos luchando contra la implantación de la pena de muerte? El impulso vengador de la protagonista lo tenemos todos.
Paquita Romero pide ayuda a un cura, pero no tiene mucha suerte.
No, no la tiene. Desde que los dos últimos papas echaron abajo toda la iglesia progresista, los kikos están entrando en estos barrios marginales. Pero los kikos pertenecen a sectores muy conservadores, que intentan que la gente acepte la miseria como algo que Dios les envía. Se introducen de una manera muy distinta a cómo lo hacían los curas obreros en la década de los setenta. Curas obreros ya no quedan.
El caso de esta “madre coraje” es manipulado por un grupo feminista e incluso por una política.
Cuando una persona es popular, grupos de diversos tipos o los propios políticos se aprovechan de ella. El político actual busca la foto para ganar votos porque vive de ellos, ya que los primero que ven son las encuestas de opinión de voto. Y en función de eso construye su política. Pero eso lo hace tanto el político que está en el poder como el que está en la oposición. Hoy, tenemos una clase política muy floja y en la novela he querido dedicar un pequeño capítulo a este asunto.
Los medios de comunicación también sacan su tajada de esta situación.
En la lucha diaria de los medios de comunicación antes importaba más la búsqueda de la verdad que el espectáculo. Ahora es al revés. Lo que interesa es vender, el share. El periodismo y la sociedad están muy envilecidos.
Terminamos con una cuestión de actualidad: de un tiempo a esta parte se habla mucho de los escritores, como J. D. Salinger o Thomas Pynchon, que desaparecen y se vuelven inaccesibles para sus lectores, ¿qué opina de esa actitud?
Entiendo perfectamente su postura, es más pienso que está bien que lo hagan. Creo que los escritores no deberían tener rostro. ¿Por qué motivo ha de ser conocido? ¿Por qué ha de salir en los periódicos? A mí me hubiera gustado actuar del mismo modo, pero no he tenido suficiente coraje porque tengo que participar en concursos para vender más libros y vivir de ellos.