En la contraportada del libro, el escritor Lorenzo Silva dice a propósito de ‘No hay que morir dos veces’ de Francisco González Ledesma que “quizá sea su historia más rotunda y esencial. Feroz en su humanidad, tierna en su ironía …”. Probablemente, las palabras dedicadas a la novela por el escritor de Getafe definan perfectamente esta nueva entrega, esperemos que no la última, del inefable, infatigable, entrañable e irredento Méndez.
‘No hay que morir dos veces’ arranca de la manera más “gonzaloledesmiana” posible: con tres capítulos demoledores que fidelizan al lector más escéptico. Y es que si González Ledesma acostumbra a cazar al aficionado a las novelas policíacas utilizando un primer capítulo como anzuelo, en esta ocasión su estrategia se multiplica por tres al repetirla en los dos siguientes. Tres escenarios distintos. Tres escenarios apasionantes. Tres escenarios trepidantes. Tres escenarios que no permiten escapatoria. Tres escenarios sorpresa.
Abocado a este planteamiento, al lector no le queda otro recurso que cumplir con su oficio y leer, tirar adelante, deambular por el itinerario propuesto por González Ledesma, escudriñar una tras otra todas las páginas de ‘No hay que morir dos veces’, una historia de esas que desearíamos haber escrito, que no terminase nunca, que tuviera más páginas, que siguiera y siguiera … Y es que González Ledesma, al que el tiempo transcurrido le ha hecho todavía mejor escritor y más prolífico, ha echado el resto. Los diálogos, tan indispensables como definitorios del estilo del escritor barcelonés, alcanzan aquí un altísimo grado de ironía y fino humor. Para ello ha asignado como acompañante de Méndez, además del clásico personaje Amores, reportero del corazón, a un nuevo superior: el comisario Monterde, uno de los mejores contrincantes dialécticos con los que se ha tropezado en su vida perruna el policía de los bolsillos llenos de libros y vacíos de disciplina jerárquica.
Ésta es también la novela donde González Ledesma habla de Barcelona de un modo distinto, porque no se limita a sus calles y gentes, habla de la luz y, sobre todo, del sol de la ciudad condal, un sol que lame las huellas de sus habitantes y acaricia las sombras de los cristales, que alumbra los días y calienta las noches de los barrios altos y bajos, ricos y pobres, céntricos y de arrabal. Y, siendo esto mucho, aún conserva un recuerdo nostálgico para esos edificios viejos, que un día fueron prostíbulo y hoy son parquet, acero y cristal, oficinas de alguna multinacional pujante, boyante y creciente. También es ‘No hay que morir dos veces’ una novela donde, con sabor agridulce, se cuenta aquí hubo esto y ahora hay lo otro, como si la modernidad, lo nuevo, no fuese capaz de reemplazar a los viejo, carente de su mismo sentido, de su aroma, de su sabor, de su carisma.
Méndez es más Méndez que nunca. Él y su colt, digno de figurar en un museo de artillería, el colt, digo. El personaje se reinterpreta a sí mismo. Está en la plenitud. Y es más viejo; le han gastado la putada – disculpen el término, pero consta en el DRAE y en muchos otros libros – de cambiarle el móvil por uno mejor; tiene otro jefe con el que discutir, el ya citado Monterde; ha perdido vista, según dice, pero conserva los recuerdos, los sentimientos, su pasado. Con todos eso el inspector ve más que cualquier teleobjetivo armado con un lente óptico de última generación. Si Méndez siempre fue sensible, apariencias aparte, en ‘No hay que morir dos veces’ eleva varios grados su capacidad para ahondar en el fondo de buenos y malos, de hombres y mujeres, de villanos y prohombres. Y en el de las niñas con síndrome de Down.
De los temas que aborda en ‘No hay que morir dos veces’ y de su argumento no les contaré nada. No quiero descubrir ningún secreto. Sólo diré, mis improbables, que son de plena actualidad y que la novela empieza con gancho irresistible: “La tumba estaba cerca de la calle principal de la barriada de Pueblo Nuevo, en el cementerio donde todas las tumbas son viejas”.
En resumen, espléndida obra, plena de humor, de realismo, de sorpresas, de denuncias, de desgracias, de crímenes, de gente pía e impía, de una sociedad que muestra sus vergüenzas, sus cloacas, sus grises más tibios y turbios. En suma, una novela negra. Y humana. Sin duda. Como Méndez.
Herme Cerezo, SIGLO XXI
‘No hay que morir dos veces’ de Francisco González Ledesma; Ed. Planeta, 2010. Novela. Crimen y misterio. Booket; Tapa blanda, 388 páginas, 8,95 euros.