Montse de Paz Toldrá (Lérida, 1970), licenciada en filología inglesa, trabaja y colabora con organizaciones humanitarias desde hace más de veinte años. Su afición literaria arranca desde la infancia y se ha nutrido con experiencias extraídas de su vida social y profesional. Es co-directora de la Fundación ARSIS, escribe guiones para la radio, imparte conferencias y es redactora y directora de dos revistas. Tras publicar varios libros, es la actual ganadora del Premio Minotauro 2011 por ‘Ciudad sin estrellas’ (Ediciones Minotauro) una novela de ciencia-ficción que nos habla de Ziénaga, una ciudad inventada, paraíso de cemento y neón, cerrada en sí misma bajo un cielo invariablemente gris durante el día y anaranjado por la noche. Sin embargo, en los foros de los cazadores de antigüedades se habla de otro mundo fuera de los muros de la ciudad. Un mundo muy diferente al que pintan las versiones oficiales. Las autoridades se apresuran a sofocar estos rumores y los llamados “misticoides” son considerados enemigos del sistema, perseguidos y castigados. Uno de los jóvenes que habitan Ziénaga, Perseo, no se conforma con esta realidad y sale a buscar “algo más”. Sobre ‘Ciudad sin estrellas’ y el Premio Minotauro conversé durante unos minutos con Montse de Paz al comienzo de una tarde del mes de marzo, con cielo también gris, en la cafetería del Hotel Astoria de Valencia, inusualmente concurrida a esas horas.
Montse, debes estar orgullosa de haber ganado este premio, cuyo jurado estaba repleto de escritores de fuste reconocido: Ángela Vallvey, Fernando Delgado, Víctor Conde, Laura Falcó, José López Jara y Juan Eslava Galán.
Un jurado así casi da miedo. Cuando me enteré de quiénes eran sus integrantes me sentí impresionada. Y cuando supe que había ganado me sobrevino una gran satisfacción, porque pensé que ellos habían considerado que el libro era suficientemente bueno para ganar. Conseguir el Premio Minotauro me ha proporcionado una enorme confianza, un fuerte impulso y un gran espaldarazo. Ahora sé que puedo trabajar con perspectivas más luminosas.
‘Ciudad sin estrellas’ es tu primera incursión en la ciencia-ficción, ¿por qué elegiste este género?
Efectivamente, es la primera novela que escribo de ciencia-ficción. Quizá era el género más apropiado para vestir la historia que quería contar. En realidad, no planifico de antemano el modelo que voy a utilizar, sólo me planteo una historia y más bien es el editor quien la encasilla después.
¿La ciencia-ficción es el género literario más libre que existe?
Es muy libre, pero los libros de fantasía épica también lo son. La ciencia-ficción forma parte de la literatura fantástica y ambos géneros te permiten salvar una serie de limitaciones tecnológicas que otros registros no pueden.
La novela se desarrolla en Ziénaga: ¿cómo se te ocurrió el diseño de esta ciudad tan particular y, casi, tan “real”?
Se me ocurrió imaginando una ciudad mucho más opresiva y monstruosa que las que ya habitamos hoy. Dejé rodar la fantasía y enseguida surgió todo este entorno hipertecnológico, sofisticado, lujoso pero cerrado, donde no ves el cielo ni las estrellas.
En Ziénaga, como ya pasa en nuestros días, existen depósitos nucleares.
La ciudad vive gracias a la energía nuclear que se alimenta del agua del mar. Es una tecnología muy barata, no utilizada todavía, pero que puede ser desarrollada en el futuro. Como toda fuente energética nuclear, necesita vertederos para guardar los residuos, que son muy peligrosos, y estos depósitos se radican fuera de la ciudad, en ciertas zonas del planeta, fuertemente vigiladas, destinadas a estos fines.
Al comenzar la lectura del libro, pensé que la acción no se desarrollaba en el planeta Tierra.
No, no, la novela ocurre en la Tierra, en nuestro viejo planeta Tierra con aspectos reconocibles de nuestra vida actual y otros mucho más descorazonadores, como esas amplias zonas desérticas que rodean el entorno urbano.
Ziénaga y su civilización emergen de un pasado oscuro, trágico, prohibido...
La ciudad proviene de una gran hecatombe, que marca un antes y un después. De su pasado y de su futuro no se sabe nada. Los personajes viven ajenos a todo esto, habitan un presente eterno en el que están recluidos, donde no les falta de nada pero en el que carecen de todo tipo de inquietudes.
En medio de esa sociedad conformista, aparecen unos sujetos extraños, los misticoides, ¿quiénes son los misticoides?
Son unos personajes que no se contentan con la realidad que viven y buscan la dimensión mística y espiritual de la persona y, evidentemente, en este sistema no tienen cabida. Mientras se limitan a hablar no pasa nada, pero cuando empiezan a esparcir sus ideas son perseguidos y despreciados. El propio nombre de misticoide tiene una connotación peyorativa, son considerados antisociales, marginales, en voz de la autoridad de Ziénaga “perturbados mentales”.
Eso le añade un interesante plus de esoterismo a tu novela, ¿no?
Tenía claro que lo que reivindican los misticoides es la dimensión espiritual y sobrenatural del ser humano. En un mundo tan tecnológico, donde todo está programado y resuelto, centrado en una inmediatez racional, científica, medible y palpable, estos seres se escapan de esa realidad.
El ambiente que se respira en Ziénaga es ciertamente claustrofóbico.
En teoría, en Ziénaga hay de todo y sólo es una atmósfera opresiva y claustrofóbica para quien necesita algo más. Lo dicen los personajes: “tienes de todo, qué más necesitas”. Pero una persona supone una mente con hambre de otros conocimientos y que quiere romper las barreas de ese mundo. Para un lector de hoy que conoce la libertad, el ambiente de la ciudad, aunque sea un paraíso de lujo, resulta opresivo.
Como en toda gran urbe, en la ciudad sin estrellas también hay lacras: los barrios marginales.
Ziénaga tiene grietas, boquetes, son esos barrios a donde van a aparar el crimen, el delito, la suciedad... Como también ocurre hoy en las grandes ciudades, conviven juntos enormes rascacielos con suburbios en los que impera la miseria más flagrante, el ambiente más sórdido, el crimen organizado y desorganizado, en resumen, la lucha pura y dura por sobrevivir cada día.
Y dentro de los habitantes de Ziénaga, hay uno que no se conforma: Perseo.
Perseo es un tipo joven, de 18 años, que tiene ganas de averiguar, de cuestionarlo todo, de no tragarse lo que le enseñan y que desea ir más allá. Su nombre procede de la mitología griega. Él es un buscador tocado con ese puntito de locura de los exploradores. Pasa de la palabra al hecho, es un tipo decidido y enérgico, que se mueve, que actúa, que da pasos en busca de lo que le inquieta.
En ‘Ciudad sin estrellas’ viven también otros sujetos muy interesantes: los cazadores de antigüedades, ¿quiénes son estos cazadores?
Lo dice la palabra. Primero van a cazar, una actividad al límite de la legalidad, un oficio riesgoso y, luego, buscan antigüedades. En Ziénaga no se estudia ni se conoce la historia porque no interesa y ellos van a buscar sus raíces, quieren mirar el pasado antes de la hecatombe, saber quiénes son, de dónde vienen, cuál es su origen.
¿Nos espera un futuro parecido al que planteas en la novela?
Sinceramente espero que no, pero ocurren cosas en la sociedad actual que nos inducen a pensar que podríamos vivir en ciudades alejadas de la naturaleza, con todas las comodidades materiales y mucho ocio, pero con pocas perspectivas, e incluso con un gobierno que, con guantes de seda, imponga su dictadura y nos incline a sentirnos satisfechos, simplemente con lo que tenemos. Se trataría de una enorme comedura de tarro que apagara las conciencias y que nos obligase a vivir como un rebaño.
Después de todo lo expuesto, tal y como ha señalado la escritora Ángela Vallvey, la verdad es que tu novela parece una gran metáfora de nuestra realidad actual.
Todas las novelas de ciencia-ficción, claro, toda distopía, se pueden leer así porque tienen mucha carga simbólica. No vivimos una situación como la que pinto en la novela, pero podríamos llegar a vivir en ciudades constituidas como núcleos muy cerrados, con hipercomunicación y a la vez con mucha soledad, habitados por personas que sólo se mueven con perspectivas muy estrechas, muy suyas.