Erasmo – un excéntrico profesor jubilado, entusiasta de la literatura de los Siglos de Oro – convence a su ex alumna Pilar para que emprendan una aventura en apariencia desquiciada: encontrar el manuscrito del Quijote cervantino. Para ello habrán de seguir un relato donde se narran las vicisitudes de un tal Miguel de Cervantes, el robo de su novela sobre un hidalgo de la Mancha y la intervención en el asunto de otro escritor llamado Lope de Vega. Pero alguien más se halla tras la pista del manuscrito y lo que parecía ser una apacible indagación entre bibliotecas y bibliófilos pronto se convertirá en una aventura de final imprevisible. Bajo estos mimbres, Eloy M. Cebrián, con la colaboración del Francisco Mendoza, bibliófilo consumado de quien partió la idea de este proyecto literario, ha construido la novela ‘Madrid 1605’, editada por Algaida, un thriller que mantiene despierto al lector desde la primera página hasta la última. Hace unos días, con el escritor manchego compartí durante unos minutos los pormenores de la creación de la obra.
Eloy, pregunta obligada y tópica en estos casos: ¿cómo se escribe un libro a cuatro manos?
Eloy, pregunta obligada y tópica en estos casos: ¿cómo se escribe un libro a cuatro manos?
Eso se hace juntando veinte dedos [risas]. No, ahora en serio. ‘Madrid 1605’ no es una novela escrita a cuatro manos. De la parte creativa, de la literaria, me he encargado yo y de la documental Paco Mendoza, de quien además surgió la idea. Paco es un bibliófilo bastante reconocido y reputado, ha escrito ensayos y da conferencias. Solamente él tenía la capacidad suficiente para documentar esta historia, que se mueve dentro de un territorio tan poco conocido como el de la bibliofilia, un mundo elitista con connotaciones que rozan la patología y la delincuencia en muchos casos. Él fue mi profesor de literatura en el instituto y al ponernos manos a la obra teníamos claro que nuestro libro sería muy riguroso con todos los datos que manejábamos.
Esta novela es el resultado del esfuerzo conjunto de dos autores, pero como lectores ignoramos a menudo que el libro también puede ser un producto industrial en el que intervienen varias personas sin que ello signifique un demérito para la obra.
Por supuesto que sí. Una novela puede ser fruto del esfuerzo colectivo, aunque siempre hay alguien que carga con la mayor parte del trabajo. El editor también forma parte de este proceso, corrige el texto y orienta al autor. Incluso los agentes literarios, con su lectura, pueden mejorar el libro. No es exactamente igual que el rodaje de una película o una serie de televisión, donde unos elaboran el guión y otros los diálogos, pero esa idea preconcebida del escritor dándole a la tecla a solas, sin ayuda, es un poco falsa. Paco necesitaba un novelista para su proyecto y yo acerté a pasar por allí en el momento justo.
Sois dos personas nacidas en La Mancha que, además, escribís sobre Don Quijote, ¿hay alguna vinculación especial por este hecho?
No, creo que no. Ni siquiera pienso que El Quijote sea patrimonio de La Mancha o de España, porque ya lo es de la Humanidad. Escribir un libro sobre el manuscrito del Quijote es hacerlo sobre el mayor tesoro en el que puede pensar un bibliófilo. ¿Qué original podría ser más importante que este? Quizá solo alguna obra escrita por el puño y letra de Shakespeare o las Tablas de la Ley de Moisés, obra del propio Yahveh.
No es la primera novela publicada este año sobre Cervantes, ¿qué tiene su figura de novelesco que invita a los escritores a ficcionar sobre su persona?
Cervantes como personaje literario da mucho juego porque en él se puede desarrollar muy bien lo que se llama la épica de la derrota. En nuestra cultura no caen bien los triunfadores, que pertenecen al ámbito sajón. Preferimos a los perdedores, empatizamos más con ellos. Cervantes, de alguna manera, es el símbolo del perdedor que curiosamente al final trasciende. Durante su vida fue un hombre con muchos problemas y nunca consiguió lo que se propuso. Quiso ser poeta, pero no descolló. Decía que la poesía era la gracia que el Cielo no quiso darle. Intentó ser dramaturgo, pero siempre hubo gente mejor que él como Lope de Vega. Trató de ser oficial de Indias y tampoco pudo serlo. Tuvo que contentarse con trabajos menores, que le llevaron a la cárcel y a ser excomulgado dos veces. Tampoco pudo disfrutar demasiado de su éxito, que lo tuvo, y, por último, poco después de publicar la segunda parte del Quijote vio como un oportunista, lo que ahora denominaríamos un pirata, ponía a la venta una versión apócrifa de su novela. Cervantes fue muchos hombres en uno solo y eso le permitió enriquecer tanto a su personaje.
Lo has dejado caer antes, ¿realmente la bibliofilia presenta componentes patológicos y delincuenciales?
Paco Mendoza afirma que los comportamientos de un bibliófilo auténtico son completamente patológicos. Él reconoce que nadie en su sano juicio sería capaz de matar por un milímetro de margen y, sin embargo, le cito textualmente, dice que “un bibliófilo auténtico no dudaría en prostituir a su madre con tal de conseguir el ejemplar ansiado”. Ellos catalogan su afición como arte cinegético, lo que más les gusta es la caza del ejemplar, además de su posesión, claro. Y cuanto más les cuesta, mayor satisfacción les produce. En la novela, al protagonista lo encontramos apostado detrás de un macetero, frente a una librería de viejo, esperando que salga el dueño para entrar, embaucar al dependiente inexperto y llevarse un ejemplar caro a precio barato.
¿Y delincuenciales?
También. El problema es que muchas de las piezas que salen al mercado son fruto de expolios. El propio Paco me contó que en una ocasión, la brigada de Patrimonio de la Guardia Civil se presentó en su casa porque él había comprado un libro antiguo, que procedía, según la explicaron, de un robo de la catedral de Cuenca donde el bibliotecario eclesiástico, que se encargaba de su custodia, lo había sustraído. Paco lo había comprado de buena fe y con absoluta legalidad en una casa de subastas.
¿Tan irresistible es la posesión de libros antiguos?
Tenemos una idea un poco desfasada de lo que son los libros antiguos, estamos poco familiarizados con ellos. Creemos que son mamotretos apolillados y la verdad es que tener un libro viejo en la mano es un auténtico goce. El papel de entonces era de mucha más calidad que el de ahora, más flexible, y al pasar los dedos sobre una página podemos percibir el hueco que han dejado estampado los tipos de plomo. Además desprenden un aroma particular. Como objeto en sí es algo precioso y podemos entender que despierte la codicia de los buscadores.
Hemos hablado de los libros antiguos, pero ¿qué ocurría con los manuscritos de los autores?
Esta es la primera novela que se centra en la búsqueda del manuscrito del Quijote. En aquellos años los manuscritos no se consideraban valiosos porque solo eran objetos cuyo destino era servir para ser impresos, nada más. Después se reciclaban, llevándolos a un molino de papel. No concebían que pudiera adquirir valor con el transcurso del tiempo, carecían del sentido de la posteridad en vida. Para escribir sobre este manuscrito hemos investigado la vida de Cervantes que tiene muchas lagunas. Lo único que sabemos es que durante los meses previos a la publicación del Quijote, él vivía en Valladolid, con su esposa y su hija, dos hermanas y otra hija ilegítima. Aquellas mujeres no tenían demasiada buena fama, más bien se las conocía como alcahuetas que organizaban citas, por lo que suponemos que el ambiente familiar no sería demasiado agradable. Todo eso es un material literario muy interesante y la misión del escritor es rellenar las lagunas a las que aludía antes, basándonos siempre en la documentación disponible.
Has escrito ‘Madrid 1605’ alternando tercera y primera personas. El texto en primera está construido con castellano de la época, un trabajo duro, ¿qué tal la experiencia?
La experiencia fue difícil y detrás de ellas hay muchas lecturas previas. Releí el Lazarillo intentando buscar la música del habla de aquella época. La novela no es una reconstrucción filológica, algo que quedaría fuera de mi alcance, pero creo que era importante hacer que aquel mundo resurgiera a través del lenguaje, que las palabras evocasen aquel ambiente. Era un reto, por supuesto, pero siempre tuve claro que debía hacerlo así.
Bueno, el ejercicio de la lectura ha de ser placentero, leemos por puro goce. En literatura casi todo es tradición y en los siglos XVIII y XIX ya se escribían thrillers. Se trata de un género popular y si un género se convierte en popular es porque cuenta con el beneplácito del público.
Y ¿cómo has conseguido mantener la intriga a lo largo de las 568 páginas que tiene ‘Madrid 1605’?
Espero haberlo conseguido, es un reto. El problema de mantener dos intrigas a lo largo de casi seiscientas páginas es cuestión de técnica, pero también de invención, de ritmo, de ofrecer interrogantes a los lectores que no se solventan hasta el capítulo siguiente. Lo que ocurre es que no sabría racionalizar este proceso. Siempre he pensado que sería un pésimo profesor de escritura, porque no soy muy consciente de lo que hago mientras escribo. En alguna medida, escribir es un proceso irracional que comparo a veces con el sueño. Escribir es soñar sujetándose a unas reglas y a una disciplina que proporciona el lenguaje. Cada sesión de escritura supone tomar una serie de decisiones, no siempre racionales, y unas veces acertamos y otras no. Dicen que hay escritores de brújula y plano. Escribí ‘Madrid 1605’ con un plano, sabía de antemano qué les iba a ocurrir a los personajes, por donde iban a ir y por donde no.
En la vida real y en la novela, ¿qué importa más: todo el proceso de búsqueda del manuscrito o el hecho de haberlo encontrado o no?
La novela la preside la idea homérica, la de Kavafis: lo importante es el camino, tanto en la vida real como en el libro. He tratado que los personajes pareciesen de carne y hueso, que no fuesen como los que hay en esas novelas de intriga en las que el autor mueve las fichas sobre el tablero a su antojo solo para cumplir una misión y protagonizar la historia. He buscado que tuvieran pasado y un mundo interior, que les afectasen los acontecimientos que suceden a su alrededor. ‘Madrid 1605’ contiene un periplo externo y otro interno y el Ítaca es encontrar el manuscrito y cuando se llega al final los personajes han vivido su epifanía personal.
No, no es una novela cabalística ni de contenidos esotéricos, ni de hechos sobrenaturales o religiosos. Las cosas que les suceden a los personajes están enraizadas con la realidad, no hay claves misteriosas que descubrir ni griales que encontrar. Esta novela se inscribe dentro de la corriente realista de la literatura española.
La última: tal y como lo describes, el oficio de librero en el siglo XVII no tenía nada que ver con el concepto actual del término.
El librero de entonces era editor y los libros se imprimían a su costa. De hecho en los propios ejemplares se hacía constar su nombre y los sitios en los que se vendía. Las librerías eran lugares de encuentro, una costumbre que hoy aún perdura y, aunque pocos, todavía quedan dignos sucesores de aquellos libreros. Francisco de Robles, el editor que aparece en la novela, era el librero real y cuando la Corte se trasladó a Valladolid, por presiones de los burgueses vallisoletanos, abrió allí una librería. Donde iba la corte, iba el dinero y, por tanto, el negocio.
SOBRE ELOY M. CEBRIÁN Y FRANCISCO MENDOZA
Eloy M. Cebrián (Albacete 1963) es licenciado en Filología Inglesa, catedrático de instituto y escritor. Para el público juvenil ha publicado ‘Bajo la fría luz de octubre’, ‘Memorias de Bucéfalo’ y‘Operación Beowulf’. En el territorio reservado a los mayores, es autor de las novelas ‘El fotógrafo que hacía belenes’ y ‘Los fantasmas de Edimburgo’. Sus relatos y artículos de opinión han sido recopilados en dos volúmenes:‘Comunión’ y ‘La Ley de Murphy’, respectivamente. Desde el año 2000 dirige la revista de creación literaria titulada ‘El Problema de Yorick’.
Eloy M. Cebrián y Francisco Mendoza |
Francisco Mendoza (La Mancha, 1948) es doctor en Filología Hispánica. Actualmente jubilado, ha ejercido como catedrático de Lengua y Literatura y ha realizado investigaciones sobre literatura culta, oral y de cordel. Como escritor lleva publicados quince libros, entre ellos el ensayo ‘La pasión por los libros. Un acercamiento a la Bibliofilia’ y el poemario ‘El bibliófilo que soñaba (despierto) con Elsa Patayky’.
02/2013
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