Ramón Palomar acaba de publicar
su primera novela, ‘Sesenta kilos’, editada por Grijalbo, una trama entre tramposos y estafadores del
submundo hispánico de la droga, que se disputan la posesión de un goloso
cargamento de cocaína. La acción, que discurre por diversos puntos del
pentágono peninsular, no da tregua al lector hasta su desenlace, resuelto con
habilidad, solvencia y dentro de los códigos propios de traficantes y
delincuentes entre los que la palabra es ley y cuyo incumplimiento produce
nocivos efectos para la salud, mortales mayormente. Por raro que parezca, por
las páginas de ‘Sesenta kilos’ desfilan tipos de muy distinto pelaje, desde
camellos hasta estrípers, pero ni un solo policía.
Ramón, a ti se te
veía venir, parecía claro que un día u otro escribirías ficción, ¿es así?
Sí porque era una asignatura
pendiente. Había publicado ya un par de recopilatorios de artículos y un
dietario. Un grupo de amigos me animó para que escribiera una novela, así que
un verano me pillo con suficiente energía y decidí probar. Por razones de edad
[risas], ya no salgo ni duermo por la noche, así que me fijé un horario
estricto de mañana y tarde y como tenía el andamiaje metido en la cabeza he
escrito la novela que, para mi sorpresa, ha resultado bastante fluida.
¿Y por qué
precisamente género negro?
El género negro siempre me ha
atraído porque está enraizado en la realidad, es muy vivo y te permite ciertos
delirios broncos. Yo no me veo escribiendo sagas familiares o folletines al
estilo del siglo XIX. Tengo la suerte de ser hijo de un catedrático de francés
que marchó a Francia y pilló el auge de la Serie Noire editada
por Gallimard. Por eso en mi casa siempre han estado los clásicos, como Proust,
Balzac o Stendhal, junto a los grandes maestros del género negro y cuando tenía
catorce años, me los leí todos, desde Chandler a Thompson, pasando por Dashiell
Hammet, W.R. Burnett, Le Breton,
Giovanni, Simonet y otros autores mucho
más desconocidos. Mi deriva hacia el género negro, por tanto, creo que ha sido
algo muy natural.
¿Y de esos autores cuál o cuáles te han influenciado más?
De Chandler siempre me gustó la prosa
que impregna sus novelas y, además, me interesó mucho su vida. Dashiell Hammet
me atrajo porque fue quien inventó todo el cotarro y Thompson porque tiene
mucha mala leche.
De lunes a viernes tú conduces un magazine radiofónico. Los magazines
son como reportajes de la realidad, ¿la novela negra es su equivalente
literario?
Creo que no porque el magazine
que hago en la radio procuro que sea irónico y en mi novela hay ironía pero
también hay momentos muy duros, porque nos ponemos serios [pausa, ¡clic!].
Claro que, ahora que pienso, eso también ocurre en la novela, así que cambio
[risas] y digo que sí, que puede haber cierto paralelismo por esas mismas
razones y porque el magazine, como el género negro, también está muy enraizado
con la realidad.
¿El escritor de novela negra tiene algo de francotirador social?
Sí, creo que el oficio de escritor
en general tiene algo de eso. Por mi formación periodística y por la obligación
de escribir diariamente mi columna para ‘Las Provincias’, estoy muy al loro de
la actualidad. Introducirme en determinados ambientes ilegales y estar muy
atento a todo lo que ocurría me ha venido de perlas para la novela. Por
supuesto, calladito y tomando buena nota mental de todo. Sacar un bloc y
apuntar cosas allí mismo, pues como que no habría quedado muy bien, ¿no crees?
[Risas]
¿Eres un novelista de plano o de intuición?
Tenía muy bien planificada la
novela, pero cuando empiezas a escribir descubres que te faltan capítulos para
llegar a los lugares a donde quieres ir a parar. Me di cuenta de que la
escritura te obliga a deambular por caminos que no esperaba, porque la acción o
los propios personajes te lo demandan.
¿Cómo surge la idea
para escribir ‘Sesenta kilos’?
¿Quieres que te diga la verdad?
Claro, por supuesto
que sí.
Hace unos quince años yo acudía a
un chiringuito de tatuajes de unos amiguetes porque allí había tertulia por las
tardes. Uno de los tatuadores me invitó a visitar a un conocido común, un tal
Charli, que a cambio de una pasta vigilaba sesenta kilos de costo en un
apartamento de Valencia y el amo de los kilos, que ya estaba escamado por un
precedente que le había ocurrido en Denia, no quería que un robagallinas
cualquiera se los llevara. Cuando lo visité, Charli estaba en calzoncillos, se
alimentaba solo de pizzas y bocatas, llevaba media paranoia y tenía un machete
en la mano. Y, como ocurre en la novela, él agitaba un poquito los ladrillos de
coca y así conseguía que cayese un polvillo que aspiraba. Como quería conservar
un recuerdo de aquel momento, me hice una foto tapándome la cara y me largué
rápido de allí, porque en cualquier momento podían llegar la policía, los
colombianos o los albanokosovares. Esta historia se me quedó muy grabada y anduvo
revoloteando muchos años en mi cabeza hasta que pude recopilar más datos y
lanzarme a escribir la novela.
Al comienzo del libro, se dice que la policía solo controla el ocho por
ciento de la droga que se mueve por España, ¿está afirmación está contrastada?
A mí eso me lo dijo un tipo que
curraba en Interior y, ciertamente, es normal que ocurra a pesar de que la
policía española es muy buena y cada vez se lo pone más difícil a los narcos.
España es la puerta de entrada de la droga en Europa y el puerto de Valencia,
en tráfico de contenedores, supera a los de Marsella y Barcelona. Gao Ping, por
ejemplo, introducía toda su mercancía por Valencia. Con este volumen de
movimientos es muy difícil que la policía pueda controlarlo todo. Además, los
narcos no son tontos, saben camuflar la droga y dejar que les pillen pequeñas
cantidades como ejercicio de distracción mientras introducen el grueso del
cargamento por otro lado.
‘Sesenta kilos’ es una novela policiaca en la que no aparecen maderos,
¿cómo se come eso?
No me apetecía narrar una
investigación policial al uso. Quería escribir una historia sobre el lumpen
español de medio pelo y hacer una foto de su funcionamiento, de sus vidas, de
sus amores, de su violencia... Y para contar todo eso no me hacían falta polis.
‘Sesenta kilos’ también es una novela de parejas: Mauro y Amapola,
Frigorías y Carapán, Arturito y Yeyo, Mauro y
Ventura, Charli y el Nene…
No había pensado este detalle,
pero sí es cierto que todos los personajes están emparejados, excepto el
contable que es quien se queda un poco solo, incluso hay cambios de pareja. Y
ahora que lo dices, me gusta especialmente la que forman Frigorías y Carapán.
Un personaje lleva tatuado en un lugar de su cuerpo la frase ‘Tu verdad
es mi mentira’ que es el título de otro de tus libros, ¿juego literario,
metaliteratura?
Pretendía hacer un guiño
divertido y muy privado. De todos modos, ese título procede de una noticia aparecida
hace años en la prensa de Barcelona, que hablaba del hallazgo de una prostituta
muerta que llevaba tatuada esa frase. Me gustó, me pareció muy apropiado para
aquel dietario y ahora me ha apetecido retomarlo para incluirlo en ‘Sesenta
kilos’.
Los tacos también juegan un papel importante en el género policial y en
la novela están bien dosificados.
No lo sé. A mí me salen de manera
espontánea. Mi novia flipa conmigo porque dice que no conoce a nadie que los
suelte con tanta naturalidad.
Fusca, hierro, revólver, cacharra, pipa, pistola… El castellano es rico
en sinónimos para referirse a esta arma de fuego.
Un amigo mío, que es policía, me
ha asesorado sobre estos términos y son absolutamente reales. Pero ellos, y los
malotes, los usan de un modo muy espontáneo, como a ti y a mí no nos saldría
nunca.
En el libro aparecen varias ciudades: Valencia, Tánger, Madrid,
Algeciras… Pero no citas calles concretas.
Creo que es mejor dibujar tres o
cuatro pinceladas para situar el decorado, así los lectores que no conocen los
lugares no se sienten a disgusto. Además pienso que es especialmente importante
en novelas como ‘Sesenta kilos’, que se desarrollan en varios sitios. Si
describes con excesiva minuciosidad los escenarios puedes aburrir, hacerte
cargante y la historia entonces pierde potencia. A lo mejor en otro libro
futuro sí necesito hacer descripciones más completas porque la ciudad en
cuestión sea la protagonista de la novela.
Camarón ocupa un lugar destacado en estas páginas, ¿qué significa
Camarón para un gitano?
Para ellos Camarón es como
Maradona para los futboleros: es dios. Muchos incluso lo llevan tatuado. Y eso
lo he documentado muy bien en la novela. Mientras la escribía tuve acceso a
varios atestados en los que la policía describía decomisos de cinturones y
cadenas que llevaban hebillas o chapas con el careto de Camaron. Parece una
religión y ¡que no se lo toquen!
En un pasaje de la novela, refiriéndote a un personaje podemos leer que
era “negro, facha, chivato, seguidor del Real Madrid”, ¿todas esas palabras son
sinónimos?
[Risas] No, no lo son, pero es
verdad que en Valencia conocí a un tipo que era así. La mezcla me pareció tan
friki y explosiva que me dije que tenía que utilizarla en ‘Sesenta Kilos’.
No hace mucho, un escritor me comentó que los quinquis parecía que
tenían más dinero y más sexo que el resto de los mortales, ¿eso es así?
No lo tengo tan claro. Hay mucha
gente presuntamente normal que guarda sus rinconcitos oscuros. Observa que
cuando en Inglaterra aparece un tipo muerto por asfixia sexual, casi siempre es
un ex-ministro o un diputado. Las pasiones por la fusta y la disciplina son
propias de las clases altas.
Para resolver ‘Sesenta kilos’ utilizas los códigos de conducta propios
de los delincuentes, muy alejados de la legalidad vigente, ¿estos códigos
existen, son ciertos?
Claro, totalmente, son códigos
fetén y por lo que me han contado mis informantes las cosas suceden así. El
mundo del hampa funciona igual que una empresa y, como no se firman contratos
delante de un notario, lo que vale es la palabra. Si alguien no la cumple, como
no pueden acudir lógicamente a la policía, recurren a las palizas o a los
tiros. La gente que se mueve en este mundo ha de ser discreta y seria y, si mantiene
la palabra dada, los negocios le afluyen por sí solos.
Terminamos, ¿seguirás por esta senda tan negra?
Si puedo sí. Las columnas diarias
de prensa y los dietarios me sirven para publicar un libro cada diez o quince
años, porque a mí el género memorialístico siempre me ha gustado mucho, pero si
el mercado de género negro funciona, me gustaría continuar por ahí.
SOBRE RAMÓN PALOMAR
Ramón Palomar nació en Nancy
(Francia), hijo de padres valencianos. Vivió en Tánger, donde curso la
enseñanza primaria en un colegio francés y, posteriormente, pasó a residir en
Valencia, donde estudió el bachillerato. Inició la carrera de Filología
Románica aunque, por caprichos del destino, terminó dedicándose al periodismo
como conductor de uno de los programas matinales de radio más seguidos en la
capital del Turia y colaborando en el periódico ‘Las Provincias’ con una
columna diaria. Ha publicado dos recopilaciones de sus árticulos, ‘El ojo y la
bala’ y ‘Carne, cielo y chatarra’, así como el dietario ‘Tu mentira es mi
verdad’.