Intentando descifrar los
enigmas del padre que no conoció, la voz de Milagros nos conduce por una vía
asombrosa. Todo empieza en Aveyron, sur de Francia, a finales del siglo XIX.
Malemort, un joven campesino enamoradizo, cae flechado por Juliette con la que
se casa al poco tiempo. Pero las ansias de ésta por tener una vida mejor hacen
que el matrimonio sea fugaz. Voces malintencionadas hacen correr el rumor de
que la razón del fracaso matrimonial ha sido la impotencia de Malemort.
Desesperado y abandonado por todos, aparece un salvoconducto a su drama
sentimental: un barco a Argentina para empezar una nueva vida como colono. Ni
la travesía ni la llegada al desierto pampeano será lo que Malemort había
soñado. Solo su perseverancia y un giro del destino le resarcirán de los
agravios sufridos. Este es el caldo argumental del que vive la nueva novela del
escritor Guillermo Roz, titulada ‘Malemort, el Impotente’, editada por Alianza
Editorial, con la que ha ganado el
Premio Unicaja de Novela Francisco Quiñones. Después de una siesta de urgencia,
como de primeros auxilios, el autor argentino dialogó conmigo sobre algunos
pormenores de su novela.
Guillermo,
enhorabuena por el éxito, ¿qué significa para ti ganar este Premio Fernando
Quiñones: dinero, autoafirmación como escritor, reconocimiento por parte de los
colegas que integran el jurado…?
Lo más importante es que un
premio significa tiempo nuevo para escribir. Cuando me lo dieron, me di cuenta
de que podría escribir otra novela, otra muy buena novela. Si hay algo difícil
hoy en día es disponer de tiempo para dedicarse a algo tan precioso como la literatura, sin dejar de lado, por
supuesto, el prestigio que supone ganar un galardón como el Fernando Quiñones.
¿Cómo
se te ocurre escribir ‘Malemort, el Impotente?
La novela tiene dos orígenes
distintos. El primero procede de la llamada de un amigo, que me quería contar algo
para que yo, a mi vez, lo contase a los demás. Creí que no me iba a interesar,
pero fui a hablar con él y me explicó una historia fabulosa, la de un vasco
impotente condimentada con un viaje a Argentina. Y el segundo surge de unos
familiares franceses que me hablaron de un puñado de compatriotas suyos que, a
finales del siglo XIX, se marcharon a colonizar Argentina. Anduve con ambas
cosas un tiempo, pero los escritores somos como un mar donde flotan algas sueltas
que, de repente, se juntan y una mañana me desperté con ambas historias
entrelazadas por sí mismas.
Por
lo tanto, la novela trata de una emigración, de un puñado de emigrantes,
¿Argentina es tierra de promisión?
Ahora mismo Argentina es un
país de idas y vueltas, un lugar de emigrantes más periféricos, aunque también
viven muchos españoles, estadounidenses, italianos y franceses, incluso en la
Patagonia nos tropezamos con galeses y alemanes. Mis bisabuelos eran gallegos,
me casé con una hispano-francesa y mi patria es el tránsito, el viaje, por
tanto no podía ser menos que en algún momento escribiera una novela sobre el emigrante
y pienso que está bien, porque demuestra lo multinacional de un movimiento como
es la emigración.
‘Malemort,
el Impotente’, ¿el título lo has escogido a conciencia?
Efectivamente, el nombre del
personaje está escogido con alevosía y premeditación y con ambigüedad, porque
se puede leer como mala muerte o como macho muerto. Y Malemort bebe un poco de ambas
cosas. Esta es la vida de un hombre que se pelea con un destino cruel, el
lector dirá después si justo o no, que tiene como adversario las habladurías de
los demás y qué mejor argumento para una habladuría que la intimidad de la
sexualidad. Si todo esto se produce, además, en un espacio geográfico reducido y
a finales del siglo XIX, la historia se vuelve más densa aún. De esta manera,
Malemort genera inquietud en el lector, que es lo que pretendía conseguir.
¿Inquietar
al lector es la primera obligación de cualquier novelista?
Si hay algo que debe lograr
un escritor es escribir una novela que tire del enigma. ‘Malemort, el
Impotente’ está contada por una mujer, que dice ser hija de un hombre del que
solo sabemos que era impotente. En el ambiente flota la confusa idea de
identificar esterilidad con impotencia y a lo largo del texto vamos a ver si
ambas cosas son lo mismo y si ella es su hija o no.
En
las postrimerías del siglo XIX, la impotencia era un problema más grave que hoy
en día, significaba un lastre para la sociedad porque el impotente no aportaba hijos
al estado.
Claro, hay una concepción
del oscurantismo que procede de la cultura judeocristiana de dios, patria y
hogar. Hace falta estudiar muy poca historia de la Francia del siglo XIX para
comprobar que el hogar se sustentaba con la agricultura y que el campo necesitaba
de trabajadores. Entonces no había industrias como las actuales y las personas
aseguraban su propia existencia generando hijos. No concebían nada peor que la
existencia de familias monoparentales o sin descendencia, el mal se relacionaba
con el hambre, el hambre con la soledad y el tema del sexo se complejizaba un
poco más.
La
novela arranca con un capítulo CERO donde leemos: «Dijeron que la brasilera lo mató. La brasilera es mi madre. El muerto
fue Malemort, mi padre». Algunos escritores opinan que una buena novela se
condensa toda ella en el primer capítulo, ¿era este tu objetivo al incluir
estas palabras?
Escuché una vez a un cómico
en la radio que jugaba a sintetizar las grandes obras clásicas en pocas
palabras. Y, por ejemplo, decía: «Guerra
y paz: un hombre mata a una vieja». Estas palabras dieron vueltas en
mi cabeza un tiempo y me di cuenta que a mí me gustan las novelas que, jugando,
te dicen cosas en tres líneas y eso es lo que aparece en el capítulo CERO,
donde clavé tres enigmas para atrapar al lector, no para resumir su contenido.
‘Mortemort, el Impotente’ arranca de una manera que impide que el lector pueda
renunciar, al menos, a comenzar su lectura. Esto es algo difícil de lograr y
está muy relacionado con la novela negra, cuyos autores te meten un cadáver en
el primer capítulo.
‘Malemort,
el Impotente’ recuerda un cuento clásico desarrollado con forma de novela.
Aunque su vocabulario es actual, su ritmo parece más antiguo.
Absolutamente de acuerdo con
eso. Yo soy hijo del cuento, soy rioplatense y el Río de la Plata tiene como
antonomasia el género del cuento: Onetti, Bioy Casares… Se me nota esa herencia
y no reniego en absoluto, al contrario, estoy muy orgulloso de ello. Creo que
mis novelas tienen voluntad de ser un buen ensamblaje de buenas historias. Una
novela ha de ser muchas historias, pero encajadas en un tronco común, porque a
mí me interesan mucho más las novelas que, de manera un poco más acotada,
cuentan muchas cosas, que las que giran sobre un solo asunto.
A
pesar de los infortunios que Malemort sufre en sus carnes, él es un hombre
fuerte que se dice a sí mismo que «solo está rendido quien se declara rendido».
Se me pone la piel de
gallina porque al final me ha salido la novela de un tipo que gana perdiendo y
que, a medida que pierde, se vuelve más ganador. Pienso en historias de gente
oscura, maltratada por la vida, que al final obtiene un éxito un poco anodino,
pero que es el éxito de una familia, de la gente que te quiere y que reconoce
lo que peleó este tipo contra su sambenito. El sino de Malemort fue luchar con
el dolor de la vida y sacar cada mañana el buey para arar la tierra, aunque
todo le funcionase mal. La suya es una historia de las que no se cuentan, la de esos emigrantes a los que les duele
dejarlo todo, pero que perseveran en pos de la causa que persiguen.
En
la vida real, la colonia fundada por ese puñado de emigrantes franceses es
Pigüé, ¿cómo es Pigüé hoy?
Al principio hablaban
occitano, que luego se convirtió en francés, pero ahora es un territorio tan
occidental como cualquier otro, donde se respetan algunas tradiciones y mantiene
una peña de amistad con Aveyron. Es un pueblo agroganadero, gaucho como el que
más, aunque parezca cerrado sobre sí mismo como lo fue al principio. Los
emigrantes esperaban encontrar allí el oro y el moro, pero se tropezaron con un
desierto solo cruzado por algunos ñandúes. El coraje y la necesidad hicieron
que esta comunidad saliese adelante.
Terminamos por hoy: ¿andas
ya inmerso en algún proyecto literario nuevo?
Estoy con una novela
secreta, en la que llevo trabajando diez años, es la gran novela que quiero
escribir. La verdad es que yo venía construyendo historias cercanas al humor
negro y en Malemort toqué el palo de la historiografía y creo que reincidiré,
porque observo que la realidad tiene grandes dosis de fantasía y ese matiz me
interesa mucho. Y tampoco voy a olvidar mi afán por no respetar géneros, por
contar lo que me sale del corazón y que sirve para que la crítica siga diciendo
que mi estilo es inclasificable.
SOBRE GUILLERMO ROZ
Guillermo Roz (Buenos Aires, 1973), desde 2002 reside en Madrid. Es graduado en Letras por la Universidad Nacional de la Plata. En 2014 se le otorgó la beca Villa Marguerite Yourcenar en Francia y ha publicado ‘Flotarium’, editada por la Universidad de Salento (Italia) y la Universidad Autónoma del Estado de México, presentado en la FIL de Guadalajara. Otras obras suyas son ‘Les ruego que me odien’ (Premio Narrativa Francisco Ayala 2013) y ‘Tendríamos que haber venido solos’, con la que fue distinguido como Nuevo Talento Fnac en 2012. Es colaborador habitual de los diarios ‘El País’ de España y ‘El Universal’ de México.
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