«¡Claro que quiero ser joven! ¡Claro que
quiero que la gente me diga «Está usted hecho un chaval». Porque eso será señal
de que no me da la gana aceptar lo que me digan unos cuantos viejos de menos, y
de más, de cincuenta años, esterilizadores de ilusiones, que solo quieren
vender a los jóvenes odio, desencanto, quejas y afanes de venganza. Y a los
jóvenes, eso no nos gusta» Estas son las últimas líneas del Epílogo de ‘Yo de
mayor quiero ser joven’, publicado por Espasa, la nueva obra de Leopoldo Abadía, en la que el escritor
zaragozano, con 82 años muy jóvenes, recoge sus reflexiones sobre todo lo que
significa enfrentarse a un mundo de mayores con la mentalidad fresca y
entusiasta de un chaval como él.
Leopoldo, cada día
le veo más joven.
Cuando alguien me dice «por usted no pasan
los años», les respondo que me lo cuenten a mí [risas]. A la juventud no hay
que denostarla, ni a la madurez, ni a la vejez, en todas las etapas hay tontos
y listos. Los mayores tenemos el peligro de que las cosas han cambiado mucho en
los últimos diez años y podemos quedarnos atrasados. Para evitar ese problema, la
solución es hablar con jóvenes y ver lo bueno que hay en ellos, que también
tienen cosas malas como cualquier hijo de vecino.
En ocasiones, el
lenguaje es perverso: ¿una cosa es estar viejo y otra muy distinta serlo?
Tengo un deneí que dice que es válido hasta
el día 1 de enero de 9999, con eso veo que ya no me lo van a renovar nunca más.
Risto Mejide me preguntó una vez qué palabra me gustaba más: viejo o mayor. Y
le dije que viejo, porque no pasa nada por ser viejo, no es pecado. Yo lucho
constantemente para no estar viejo, pero me cuesta mucho esfuerzo lograrlo,
porque a veces el cuerpo te duele y parece que está prohibido quejarse. Por
eso, si me preguntan cómo me encuentro les digo que espectacularmente bien
[risas].
Se afirma que el
que se hace viejo es el cuerpo, pero la mente no.
Eso dicen. A mi edad es importante darse
cuenta de las limitaciones. Hace unos años me rompí una cadera y eso me enseñó
que debo caminar más despacio, prestando más atención a todo lo que me rodea.
Lo mismo me ocurre con las gafas, que no puedo perderlas, siempre debo saber
dónde las tengo.
¿Hay una edad para
cada trabajo?
Ahora te digo que no, pero si repaso mi vida
te diría que sí. Pasé por varios trabajos y los acepté sin pensar, sin cuadrar
la ocupación con mi edad. Hubo una temporada en la que viajé mucho, casi ciento
ochenta aviones cogidos en un año, y eso ahora no podría hacerlo. De todos
modos ahora lo hago en el AVE, que es mucho más descansado y tal vez podría
hacer algo parecido.
¿Resulta fácil
mantener la mente siempre joven?
Que un joven tenga ilusiones es muy fácil,
que las tenga un viejo es algo más difícil. Por eso estoy empeñado en que
cuando la gente se jubile, la misma tarde de su jubilación se busque otro empleo, aunque ese empleo consista simplemente
en acudir a un museo, ver el cuadro de un pintor y convertirse en la persona
que más sabe de ese artista, por muy malo que sea. El peligro de la vejez es
volverse inútil, morir de aburrimiento. Siempre hay que hacer algo, aunque sea
pensar.
¿Todos los abuelos
saben comportarse como tales?
Hay abuelos que no saben serlo. El joven no
quiere ser enseñado, se encuentra fuerte y es muy bueno que tenga ideas nuevas,
aunque algunas sean bobadas, que intente hacer cosas y que se equivoque. Los
viejos hemos de aprender a serlo y a callar, cosa que a mí me cuesta mucho.
Tengo un nieto de 26 años que ha empezado a trabajar y descubre mediterráneos
que han sido descubiertos hace muchos años ya. Yo le escucho y me esfuerzo por
callarme. En este esfuerzo me ayuda mucho mi mujer, porque me entiende muy bien
y con una mirada suya tengo bastante.
¿Es necesario
mucho sentido común para ser viejo?
El sentido común es muy útil y necesario para
todo. Cuando en mis conferencias hay coloquio posterior, las preguntas que me
formulan son todas de sentido común. A veces pienso que hay dos Españas: la de
la gente normalita y la de esos señores que salen por la televisión diciendo
bobadas. La mayoritaria es la de la gente con sentido común, la de los que no
dicen bobadas.
¿La escritura es
una buena actividad para una persona mayor?
Escribir es una terapia buenísima y el que no
sepa escribir que escriba también. A mí me va fenomenal, aunque a veces me
agobie un poco. Hay personas mayores que tienen escritos suyos guardados por
vergüenza. Es el momento de sacarlos y corregir el estilo. En el año 2008 yo no
había escrito nada en mi vida. Me encargaron un libro, se publicó y se vendió
bien. Después me pidieron un segundo y un tercero, y así hasta hoy.
Seguimos por la
senda de la escritura. Hacienda quiere cobrar a los escritores jubilados, ¿qué
le parece?
Ya hace mucho tiempo que en mis conferencias
digo que todo aquel impuesto que se pueda subir se subirá. ¿Por qué? Muy sencillo.
Hace unos años España tenía un déficit de noventa y un mil millones y nos
comprometimos con Bruselas a rebajarlo. Hemos llegado a los cuarenta y ocho
mil, pero no hemos acabado aún y el año que viene habrá otro apretón. Así que
subirán los impuestos no solo a los escritores, sino también al guardia de la
porra
Usted siempre ha
sostenido que los empresarios son indispensables para la buena salud del país,
¿cualquier persona, joven o viejo, sirve para ser empresario?
No, para ser empresario no vale cualquiera.
En 1963 cuando yo tenía veintinueve años, el director de una universidad de
Boston nos reunió a los profesores para anunciarnos que íbamos a impartir un nuevo
curso que se llamaba máster. Recuerdo que nos dijo que formaríamos chavales en
el postgrado, pero que sólo una mínima parte de ellos serían líderes y
empresarios, mientras que el resto sería directivos o simples empleados. El
empresariado siempre es una parte pequeña, porque para serlo es preciso estar
dispuesto a dormir poco, a jugarse el dinero y a soportar éxitos y fracasos.
Tener ese temperamento no resulta sencillo y un directivo, por muy importante
que sea, al fin y al cabo no se juega su dinero. En España hacen falta muchos
empresarios, empresarios y no emprendedores, una palabra que no me gusta porque
me parece la forma políticamente correcta de decir empresario.
La última por hoy:
¿‘Yo de mayor quiero ser joven’ es un libro optimista?
Sí, el tono del libro es optimista. En el
fondo no ha sido algo premeditado, pero me alegro de que haya resultado así. A
mí las cosas me salen y las escribo sin más. Si adquieren un tono optimista es
porque yo trato continuamente de serlo, aunque en ocasiones me cueste
conseguirlo. Para mí, un optimista es aquella persona que lucha cada día para
salir adelante, que es lo que yo he hecho toda mi vida para dar de comer a mis doce
hijos, que comían mucho y me han obligado a matarme a trabajar. En ocasiones he
cerrado los ojos para no pensar en los líos que me metía, porque si los abría, me
iba corriendo.
SOBRE LEOPOLDO ABADÍA
Leopoldo Abadía Pocino nació en Zaragoza en 1933. Jubilado. Tiene doce hijos y cuarenta y cinco nietos. Es doctor ingeniero industrial e ITP Harvard Business School. En esta época de crisis, hace unos años decidió sentarse a escribir y explicar a sus lectores los entresijos de la economía, a través de los libros: ‘Como funciona la economía para dummies’, ‘La economía en 365 preguntas’, ’36 cosas que hay que hacer para que una familia funcione bien’, ‘¿Qué hace una persona como tú en una crisis como esta?’, ‘La hora de los sensatos’, ‘La crisis Ninja y otros misterios de la economía actual’ y ‘El economista esperanzado’. De un par de años a esta parte, ha dado un pequeño giro en sus publicaciones para adentrarse en el territorio de la denominada tercera edad. Su anterior obra, ‘Como hacerse mayor sin volverse un gruñón’, ha iniciado la serie que ahora continúa con ‘Yo de mayor quiero ser joven’, su última entrega.
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