Tras su anterior entrega ‘La Ciudad de la
Memoria’ -saldada con un notable éxito de crítica y lectores-, Santiago Álvarez
recupera al memorable detective Mejías y a su ayudante Berta, envueltos en su
caso más complejo: ‘El jardín de cartón’, editado por Almuzara. En esta
ocasión, la investigación les conducirá al corazón de la fiesta fallera, en
pleno mes de marzo, reflejo de una sociedad que esconde más de lo que muestra.
Las raíces del asunto se hunden en el fango del pasado, escenarios sepultados
por la culpa, el dolor y el odio, y los protagonistas se sumergen en una Valencia
actual y al mismo tiempo mágica, donde resulta difícil distinguir la frontera
entre la realidad y la ficción y que les obligará a enfrentarse con lo peor y
lo mejor de sí mismos. En el escenario de la FNAC Sant Agustí, aupados sobre un
escenario iluminado por dos luces cenitales, que imprimían cierta penumbra alrededor,
Santiago y quien esta entrevista suscribe mantuvimos una charla sobre la novela
y el género negro. Corría uno de los últimos viernes del mes de noviembre. Eran
poco más de las cinco de la tarde cuando, salpicados por las cenizas más caras
del mundo, las que llueven sobre Valencia cada diecinueve de marzo, comenzamos
la conversación.
Santiago, cuando
entrevisto a un escritor por primera vez, la pregunta inicial suele ser la
misma: ¿qué significa escribir para ti?
Uff, eso es como no preguntar nada y
preguntar mucho al mismo tiempo. En una ocasión, recuerdo que Rosa Montero me
dijo que si le dieran a elegir entre escribir y leer se quedaría con la
lectura. Y es verdad. No sé exactamente qué significa la escritura para mí,
pero lo que sí sé es que utilizo la ficción para hablar, para contar cosas.
Hace poco tiempo que he llegado a la novelística y aquí me quiero quedar.
Tú no solo escribes
también cantas, bailas, tocas la guitarra, trabajas en una consultora, eres
técnico de sonido y más cosas… ¿Hay un solo Santiago Álvarez o hay varios «santiagos»?
No me siento nada especial, creo que hay
muchos como yo. Soy un tipo inquieto y hago lo que el cuerpo me obliga a hacer
en cada momento. De pequeño adquirí la afición de aprender y eso ya es para
toda la vida. Ese afán me ha llevado a estudiar música, hacer teatro,
escribir y vete tú a saber cuántas cosas más me quedan aún por hacer. Para mí
la cultura se basa en el libro de papel y, como comentaba en la anterior
pregunta, he llegado a un territorio del que no me quiero marchar. Creo que
siempre soy yo y el secreto de un artista radica precisamente en ser siempre él
mismo.
De todas las
opciones, muchas, que existen en la literatura, escogiste la del género negro,
¿por qué?
El género negro es el de las clases
populares, es el más bastardo y creo que por eso ha permeabilizado otros
géneros y sus resortes son los que me interesa manejar Me atrae mucho utilizar
sus arquetipos clásicos, porque son clichés que pueden servir para otras cosas.
A mí me valen para contar otro tipo de historias. Quizá un poco
pretenciosamente, yo digo que escribo «libros
de cuentos de hadas noir», con lo que creo un mundo distinto, un poco
esperpéntico, que a la vez es un lugar que me permite reflejar el mundo actual.
Sin olvidar su contenido social.
Claro, cuando hablamos de género negro
siempre sale a relucir el tema social. El género negro trata de ajusticiar todo
lo que ha ocurrido antes y hacerlo así es un error, porque una cosa es la
realidad y otra distinta la ficción. Me interesa mucho contar cosas que tienen
un reflejo en nosotros. Por eso, la Valencia que aparece en la novela es
reconocible, pero no es la Valencia de verdad.
En Europa los
protagonistas de novelas policiales suelen ser policías y en Estados Unidos
detectives. Sin embargo, tú has contravenido la norma y has ubicado un
detective, llamado Mejías, en la ciudad de Valencia, donde su profesión no es
demasiado común.
Tuve muchas dudas de qué tipo de protagonista
elegir y dónde ubicar la novela. Pensé en un detective, porque es otro cliché
del género negro, un tipo que no tiene bandos y no se casa con nadie.
Personalmente, no me gustan las novelas procedurales, porque tienen demasiada
lupa, me interesa más saber por qué se produce un crimen y analizar el
mecanismo que describe las intenciones de los personajes. Utilizar un detective
implica un cierto lado de romanticismo, porque es alguien que está solo, sin
nadie a su lado. Con relación al escenario, cuando hace quince años llegué a
Valencia, la ciudad me deslumbró. En lugar del sitio maravilloso que nos habían
vendido cuando vivía en Murcia, donde se la veía como una hermana mayor, me
encontré con una ciudad muy antigua, con muchos estratos del pasado. Algunos
colegas escritores me sugerían que utilizase espacios con más sabor, como por
ejemplo Oporto, pero hice pruebas y la cosa no funcionaba. Por eso regresé aquí
y ya solo concibo a Mejías en esta ciudad.
‘El jardín de
Cartón’ es la segunda novela protagonizada por Vicente Mejías, ¿tienes la
sensación de que estás escribiendo una obra mucho más larga y que vas
entregando capítulos sueltos?
No, no tengo esa sensación. El otro día y
vuelvo a ella, Rosa Montero me comentaba que su próxima novela tendrá de nuevo
como protagonista a Bruna Husky, un personaje al que le gusta volver, algo que
a mí me ocurre también. Como creador no creo en las novelas episódicas al
estilo de Sherlock Holmes, en las que da lo mismo el orden en que las leas,
porque siempre lo encuentras igual. En mis novelas los personajes tienen la
obligación de evolucionar, por eso estoy seguro de que no puedo escribir quince
libros sobre el mismo personaje, como máximo tres o cuatro.
Desde luego
encontrar un personaje al que regresar es importante, para un escritor es como
un refugio seguro.
En mi caso, e imagino que en el de todos, al
final el lector se identifica con los personajes, mientras que los escritores
nos quedamos con el tono, con el sabor, con la mirada… No soy especialmente
amante de Mejías y Berta, pero sí del mundo que habita entre las tapas del
libro. Es un mundo que me atrae y, cuando paseo por la calle, veo detalles que
me sugieren la posibilidad de hablar sobre ciertos temas usando los mismos
protagonistas.
¿Cuál es la
primera imagen o la primera frase que dio pie a la escritura de ‘El jardín de
cartón’?
Lo cierto es que no lo sé. Repito mucho un
pensamiento de Mejías, que viene a decir que el pasado brilla con la fuerza de
lo auténtico y ese concepto, que no tiene nada que ver con la idea de que
cualquier tiempo pasado fue mejor, le permite al detective regresar con mayor
fuerza al presente. El tema del pasado, por tanto, influyó mucho para empezar
la novela, y también el hecho de sentirme en medio de todo. España está
polarizada en bandos y yo no me identifico con ninguno de ellos. No me gusta
cavar dos trincheras para meterme en una de ellas. Debo ser un tibio, pero
ninguna de las dos me convence plenamente.
Dibujemos un poco
el perfil de Mejías. No parece un tipo fácil, los clientes que le contratan no
pueden desembarazarse de él cuando quieren. El propio detective afirma que «los
casos terminan cuando lo digo yo».
Sí, él dispone de un arsenal de frases propias,
como otros tienen uno de balas. Mejías se siente como el reflejo del icono de
Bogart, aspira a ser como él y establece una especie de simbiosis entre lo que
fue como personaje y como persona. Sabe también que el mundo no se puede
arreglar, pero el consuelo que le queda es ese estilo sarcástico, audaz,
atrevido y osado, como forma de sentirse inmortal. Mejías adopta su estilo,
aunque sepa que es absurdo, impostado y esperpéntico. A fin de cuentas es la
única cosa que le permite vivir. Mejías necesita actuar y el mundo es su plató.
Mejías es
asmático, una dolencia que no resulta cómoda en una profesión como la suya, y
utiliza con frecuencia un inhalador Ventolín.
Entre la serie de clichés que hay sobre el
arquetipo literario de los detectives, uno de ellos dice que son grandes
fumadores. Yo he querido darle la vuelta a la tostada y buscarle alguna debilidad
física. Así que en ocasiones, para perseguir delincuentes Mejías ha de utilizar
el Ventolín.
Berta es su
secretaria y colabora con él en la resolución de los casos. Pero a la hora de
redactar informes utiliza una máquina de escribir, no sé si eléctrica o no, de
la marca Olivetti, algo poco frecuente en los tiempos que corren.
Sí, es eléctrica, en ‘La Ciudad de la
Memoria’, primera entrega de la serie, se ve cómo nace este asunto. Berta es
todo lo contrario de Mejías. Ella procede de un pueblo de Utiel, es joven y
bastante lanzada y se enfrenta a un tipo conservador como su jefe. Ambas
paradojas se juntan y él le obliga a escribir a máquina porque es una forma de
rebeldía y de marcar estilo propio.
La acción de ‘El
Jardín de Cartón’ se desarrolla durante el mes de marzo, en plenas Fallas, un
tiempo en el que Valencia se convierte en una ciudad difícil para vivir. Me
imagino que para el trabajo de un detective debe ser horrorosa, ¿no?
Sí es un tiempo complicado para todo, tú que eres
de aquí ya lo sabes. Mejías, salvo para casos muy concretos, no se desplaza en
coche y vive en el centro, lo que le resulta útil para su trabajo. Quiero
resaltar que la novela se desarrolla desde el día 1 de marzo, la primera
mascletà, hasta el 19, la última mascletà, y lleva un ritmo orgánico acompasado
con el de las fiestas. Esos días constituyen un escenario maravilloso para
narrar y simplemente dejándote llevar, la historia llega de manera trepidante
hasta el final.
Sin embargo, el
ambiente fallero que describes tiene poco que ver con lo que se observa a
simple vista, ¿al escribir la novela tu propósito ha sido mostrar la cara B de
las fiestas? ¿No se va a enfadar nadie?
Todos me preguntan lo mismo y de momento no
ha pasado nada y, si surgiera algo, me parece que sería bueno. Creo que la
gente no le da importancia a los libros y es una pena, porque eso amplificaría
el poder que tienen. No he escrito contra las Fallas, lo que ocurre es que es
un fenómeno que no se puede tocar y no puedes salirte del guión establecido. Yo
no cuento cosas nuevas, porque todo lo que he escrito se puede encontrar por
ahí, con argumentos respaldados por estudios serios. Lo único que he dicho es
que las Fallas nacieron con un agudo sentido crítico popular y, al principio,
eran ignoradas por las clases altas, pero luego fueron domesticadas, que es
como están ahora. Si uno accede a los archivos del Ayuntamiento, descubre una
enorme cantidad de bocetos de otros tiempos, con figuras y textos censurados.
La censura siempre fustigó a las Fallas, pero ahora ya no hace falta hacerlo.
Con relación a la
estructura narrativa has jugado con dos escenarios, uno en primera persona y
otro en tercera.
No diré que se trata de un molde fijo, que es
algo muy rígido, pero sí es verdad que los libros de Mejías tienen una
estructura reconocible sobre cómo se comportan sus historias. Hay una parte que
sucede en el presente, pero necesariamente el pasado irrumpe en él. En la
primera novela irrumpía en un momento concreto y de manera muy furibunda, pero
ahora quería hablar también del propio pasado, aunque no del mismo modo, y
decidí hacerlo a través de dos historias paralelas que se conectan al final.
El género negro, y
la vida misma, siempre tropiezan con el pasado, ¿qué sería de las novelas
policiacas sin el pasado?
El pasado es indispensable, siempre camina
detrás de nosotros, es algo que impide que tú no puedas hacer lo que te dé la
gana, porque siempre está ahí como una amenaza. Es otro cliché más que
utilizamos estéticamente y soy partidario de hacerlo, porque funciona bien,
pero hay que darle un sentido y eso cuesta trabajo. Yo lo uso para llegar a
alguna parte. Cuando se emplea mal o vacío de contenido hay mucha burla, porque
la historia lo acusa y se resiente.
La última por hoy,
Santiago. Todo proceso creativo tiene un principio y un final y el escritor
cambia mientras escribe. ¿Qué poso te ha dejado a ti ‘El Jardín de Cartón’ una
vez concluida?
Es muy difícil decirlo, los creadores no lo
vivimos como un gran tachín-tachán, porque eso no es ficción, es la vida. Las
películas te cuentan una existencia más ordenada y tienes la sensación de no
haber crecido tanto, pero sí de haber aprendido cosas. Y de eso te das cuenta
cuando pasa tiempo y regresas sobre lo que has escrito. Me dejo la piel en cada
página y seguro que yo cambio, pero resulta difícil saber en qué, porque
siempre vivo el tiempo presente.
SOBRE SANTIAGO ÁLVAREZ
Santiago Álvarez (Murcia, 1973) reside en Valencia desde 2001. Es el director de contenidos del festival de género Valencia Negra. Se inició en la literatura escribiendo relatos, muchos de los cuales han sido premiados en diversos certámenes. Ha escrito, protagonizado y dirigido musicales y obras dramáticas, y ha grabado varios discos con distintos grupos y formaciones. Asimismo, imparte numerosos talleres sobre escritura creativa y es el primer profesor en España del software para escritores Scrivener. ‘La Ciudad de la Memoria’, protagonizada por el detective Vicente Mejías y su ayudante Berta, fue su primera novela. Ahora presenta ‘El jardín de cartón’, con los mismos protagonistas.
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