Nº 508.- Esta es la cuarta ocasión, ¡qué prisa lleva el tiempo!, que
entrevisto a Gonzalo Giner, el veterinario que un día decidió soñar la Historia
y convertirla en novelas trufadas de animales protagonistas. Hablar con Giner supone
un rato de agradable conversación y la comprobación de lo mucho que disfruta
haciendo lo que le gusta, además de sanar animales: escribir. En esta ocasión,
el escritor madrileño de raíces valencianas, se descuelga con ‘Las ventanas del
cielo’, editada por Planeta, donde mezcla los avatares del comercio de la lana
castellana a finales del Medievo, con la pasión del mercader Hugo de Covarrubias, personaje principal del
libro, por las vidrieras y su amistad
con un halcón gerifalte. Todo ello, como siempre, mezclado con la dosis
necesaria de aventuras que precisa Giner para narrar. ‘Las ventanas del cielo’ es un texto que
reivindica el oficio olvidado de los maestros vidrieros, que según Giner fueron
quienes convirtieron las catedrales «en auténticos sagrarios de color y luz».
Gonzalo, ¿de qué manera
surgió la idea para escribir ‘Las ventanas del cielo’?
En mi cabeza brotaron dos ideas aparentemente sin relación:
mi interés por hablar sobre el mercado de lana medieval y el universo de las
vidrieras. Hace veinticinco años visite por primera vez la Sainte Chapelle de
París sin saber lo que iba a encontrar allí. Al verla me quede petrificado y
esa imagen se me quedó dentro. Por mi trabajo de veterinario viajo a menudo a
León y, con frecuencia, me recreo mirando las vidrieras de la catedral, con lo
que mi interés por este asunto fue en aumento. Esas dos ideas se movieron en mi
interior hasta que por cuestiones familiares visité hace tres años el Duomo de
Milán a una hora en que bajaba el sol y el rosetón de la portada proyectaba
unos haces de luz impresionantes. Justo en ese momento me propuse investigar
sobre el mundo de las vidrieras y escribir sobre él.
¿Cómo es que se ha escrito tan poco
sobre las vidrieras y sus autores?
La primera cuestión es algo que no se entiende muy bien, pero
es cierta y no tengo respuesta para ella. La segunda obedece a que los maestros
las construían, las cobraban y se encargaban de su mantenimiento, pero no
firmaban sus trabajos. Por eso no se conoce a los autores de las vidrieras más
espectaculares que hay en el mundo. De las de los siglos XII y XIII ni siquiera
se conservan sus contratos y precisamente por ese motivo he ubicado mi novela
en una época posterior, cuando ya queda constancia de los nombres de algunos
vidrieros. El primer taller que se instaló en Burgos data de 1480 y lo
regentaba un tal Arnau de Flandes. Después aparecieron otros maestros locales. Esta
novela es mi humilde contribución a saldar una deuda que existe con una
disciplina artística que considero muy importante.
‘Las ventanas del
cielo’ es un título curioso, porque las vidrieras colorean la luz exterior que penetra en el
templo, mientras que una ventana sirve para todo lo contrario, mirar el
exterior desde el interior.
Hay que darse cuenta de que, vistas desde fuera, las
vidrieras no nos dicen nada y, sin embargo, desde dentro la cosa cambia
completamente. Como has dicho la luz entra desde el exterior al interior, donde
la vidriera la tamiza y convierte el aire en una suerte de crisol de colores
realmente espectacular. Los maestros no buscaban sólo el efecto lumínico, ya
que para ellos la vidriera era un instrumento que les permitía trasladar la
Biblia a los creyentes, que no sabían leer. Luis García Zurdo, un maestro
vidriero al que conocí mientras escribía la novela, me dijo una frase preciosa
que creo que resume toda su labor: «Nosotros pintábamos la luz».
Acabas de citar la
ciudad de Burgos, ¿por qué has escogido la capital burgalesa como uno de los
escenarios principales de la novela?
En la novela aparece un templo, la Cartuja de Miraflores,
promovido por la Reina Isabel para enterrar allí a sus padres, que por sí sola
ya justifica la presencia de Burgos en el texto. La reina encargó unas
vidrieras a un comerciante de lanas que tenía delegaciones de su empresa por
toda Europa y éste localizó a un maestro de Lovaina, que era de los mejores de
aquel tiempo y lo trajeron. En ese momento es cuando comenzaron a pintar de
verdad el vidrio y se introdujeron una serie de cambios tecnológicos que
confluyeron en la cartuja.
¿Cómo era Burgos en el
siglo XV?
Burgos, que era la capital de Castilla, ostentaba el
monopolio de la lana, que cedió a un grupo de mercaderes. El protagonista de la
novela es el hijo de uno de estos mercaderes, que más tarde se prendará del
arte de construir vidrieras. Antes de la conquista de América la lana era el
producto castellano más importante y se exportaba a través de los puertos
cántabros. En este ambiente se mueve la novela y en él descubrimos la cantidad
de oficios antiguos que se han perdido.
En ‘El sanador de
caballos’ ya rescatabas otro oficio antiguo: el de albéitar. En esta ocasión
repites el rescate con los maestros vidrieros, ¿te has convertido en un
reivindicador de oficios olvidados?
Tienes toda la razón y no sé por qué me ocurre. Los propios
vidrieros dicen que su profesión incluye varios oficios más como los de
controlador de hornos, soplador y cortador de vidrio y pintor. Hay que tener
presente que entonces no disponían de diamante para cortarlo y lo hacían con
tenazas, por lo que los fragmentos de vidrio eran muy chiquitos y se rompían
mucho. Por ello hubo mucho plomo en las vidrieras hasta que en el siglo XV
mejoraron la técnica del soplado y consiguieron una mayor superficie para
pintar y mejores pigmentos. Anteriormente el color lo ponía el propio vidrio al
salir del horno.
Una novela como ‘Las
ventanas del cielo’, con más de setecientas páginas, seguro que requiere un
amplio proceso de documentación, ¿en qué momento disfruta más Gonzalo Giner: documentándose
o narrando?
La verdad es que tras conocer al maestro leonés Luis García
Zurdo, en el proceso de documentación me lo he pasado en grande. Hugo de
Covarrubias, el protagonista, representa el oficio de vidriero y lo descubre un
día que se fascina al ver cómo la luz atraviesa la vidriera, transformándose en
miles de vidrios de colores. García Zurdo me explicó muchas cosas de la técnica
del vidriero, él es un sabio humilde, una excelente persona de ochenta y cinco
años que representa lo que los vidrieros son en la actualidad. Estudió en Madrid,
se fue a Alemania y es consciente de que ha trabajado en un oficio de segunda
categoría, aunque en realidad eso no sea así.
Como no podía ser de
otro modo, en tu novela aparece un animal, en este caso un halcón gerifalte,
¿qué es un halcón gerifalte? ¿El jefe de los halcones?
[Risas] Sí, es un poco eso. El gerifalte es un halcón de
color blanco casi por completo, propio de los países nórdicos, un poco más
grande que los de aquí. Se le ha considerado siempre como el rey de los
halcones y de ahí viene el nombre. Hago que aparezca en Túnez en cuyo desierto
se encuentra con Hugo de Covarrubias, un territorio salino del que el
protagonista está tratando de importar sal para que su padre le admire. Necesitaba
un animal para la novela y vi que el halcón era el amo de los cielos. Para
Covarrubias su conocimiento representará todo un aprendizaje, porque se dará
cuenta que los halcones se elevan mucho para observarlo todo bien y, cuando
deciden atacar, lo hacen a tope. Sin embargo, en este descenso a toda velocidad
en pos de su presa, son capaces de rectificar con rapidez si ven que se mueve. Estas
peculiaridades llevarán a Hugo a reflexionar sobre su propia vida.
¿Es fácil empatizar con
un halcón?
Yo creo que no, hay mucha literatura por mi parte en este
aspecto. Hubo, además, otro factor que me animó a introducir el halcón en la
novela y es que, como Covarrubias se desenvuelve en un ambiente de beduinos
musulmanes, lo que supone un choque de civilizaciones para él, y el halcón
gerifalte procede del Norte de Europa, como te he dicho antes, esta
circunstancia los convierte en dos personajes descolocados, fuera de sus
hábitats naturales. Por otro lado, para los musulmanes el halcón es un animal
sagrado, porque supone su única forma de conseguir carne fresca en el desierto,
ya que ellos no pueden comer carne muerta excepto si el causante de la muerte es
un halcón. Este animal siempre ha tenido una consideración especial, no hay que
olvidar que en el antiguo Egipto era la encarnación del dios Horus.
Has escrito ‘Las
ventanas del cielo’ en tercera persona, ¿por qué?
Siempre las escribo en tercera persona. Me siento muy cómodo
haciéndolo así y tampoco me lo planteo de otro modo. Soy un poco cobarde y no
me atrevo a hacerlo en primera persona. Tal vez el hecho de que mis novelas se
desarrollen en espacios temporales lejanos me incline a ello. A lo mejor con un
trasfondo más contemporáneo, más cercano a mí, me atreviese a cambiar. No lo
sé. Esta es una novela en la que el componente narrativo es importante, aunque
también hay diálogos, claro.
Utilizas un vocabulario
donde mezclas formas antiguas con actuales manteniendo un equilibrio, es tu
sello de identidad literaria.
Sí, es mi sello. Si me pongo a utilizar el lenguaje antiguo
tendría que escribir la novela en romance, algo que no sé hacer. El tratamiento
de vos en el texto es común y los personajes contextualizan un poco su manera
de expresarse. Procuro que el lector descubra a las personas cultas a través de
su forma de hablar y también incluyo tacos.
Hablas también de los
balleneros vascos e incluso insinúas que llegaron a Terranova antes que otros
conquistadores, si seguimos revisando la
Historia, la hazaña de Colón pasará a la cola de los descubridores, ¿no?
Sí, va a ser
el último de la fila, pobre hombre. [Risas]
No, ahora en serio,
Colón se lleva la gloria máxima porque descubrió el continente americano,
mientras que los demás se limitaron a hacer incursiones. Sobre los vascos no
hay pruebas de que llegaran a América antes que Colón, pero es probable que lo
hicieran. Ellos eran balleneros y subieron hasta Islandia y Groenlandia, donde
surge una corriente que, si tienes suerte y sin hacer nada, te conduce a
Terranova. De lo que sí tenemos constancia es que existen contratos del año
1506 donde se habla de una expedición a «Tierra Nueva». Casi seguro que
llegaron y no lo contaron para ocultar que habían encontrado unos bancos de
ballenas y bacalao inagotables, evitando de este modo que otros se aprovechasen
de su descubrimiento.
A lo largo de la
entrevista hemos hablado de Hugo de Covarrubias, ¿qué tiene Covarrubias de Gonzalo Giner y
viceversa?
Hay un momento en que Covarrubias es Gonzalo Giner. Ocurre
cuando visita la capilla de la Sainte Chapelle, las sensaciones que percibe y
explica son exactamente las que yo sentí allí. En la novela, nada más llegar él
se cae al suelo, y yo no lo hice, ésa es la única diferencia. En el resto de la
novela ya no hay muchas más similitudes.
Vamos terminando, si
echas un vistazo hacia atrás, de donde comenzaste hasta dónde has llegado, ¿qué
sientes?
Además de mi mujer y mis hijos y de mi profesión de
veterinario, escribir ha sido el proceso más maravilloso de mi vida. Es lo más
impactante que me ha ocurrido jamás. No todos los libros son iguales. En unos
sufres y en otros no, pero en el cómputo global me siento completamente
enamorado de este oficio, no me importa nada levantarme muy temprano para
escribir, ni hacer la promoción de los libros y creo que, en concreto, esta
novela es la mejor que he escrito hasta hoy. No sé si dentro de tres años
opinaré igual, pero me he vaciado en ella al cien por cien. Y desde luego es la
que más he pensado al escribirla, de ahí su escritura circular en la que no hay
lugar para la improvisación. Es un puzle que se ensambla para entenderlo todo.
A lo largo de tu
trayectoria, has ubicado tus novelas en distintos momentos históricos, ¿en
algún rincón de Gonzalo Giner se esconde una vocación de historiador?
Sin duda ninguna. Me encanta la Historia. Antes que veterinario
debí ser historiador o ambas cosas a la vez, porque no quiero renunciar a nada.
Los escritores somos unos desgraciados porque solo podemos asomarnos a un
trocito de ella que intentamos entender. Pero, aunque ese hueco sea minúsculo,
a mí me produce un placer increíble.
Y la última por hoy:
todas las novelas dejan un recuerdo o un aprendizaje en su autor, ¿qué poso te
ha quedado a ti tras escribir ‘Las ventanas del cielo’?
Esta novela como poso me ha dejado el privilegio de conocer a
Luis García Zurdo, con quien he establecido una amistad enorme. Ha valorado mi
novela, ha corregido cosas y los días que pasé con él han constituido una
experiencia muy enriquecedora.
SOBRE GONZALO GINER
Gonzalo Giner (Madrid, 1962) logró el éxito literario con ‘El sanador de caballos’, que alcanzó cotas de crítica y público muy elevadas, convirtiéndole en un autor de renombre. Veterinario de profesión, especializado en nutrición animal, con aquel título trato de investigar los orígenes de su oficio. Con su siguiente novela, ‘El jinete del silencio’, Gonzalo descubrió a los lectores los antecedentes de la creación de la raza española de caballos durante el siglo XVI. En ‘Pacto de lealtad’, su anterior entrega, dio un salto cualitativo en su producción literaria y por primera vez narró la participación de los perros en dos conflictos bélicos del pasado siglo XX: La Guerra Civil española y la II Guerra Mundial. Otras novelas suyas son ‘La cuarta alianza’ y ‘El secreto de la logia’.