Nº 531.- Melchor Rodríguez, militante
anarquista, fue el último alcalde republicano de Madrid y, tras concluir la
Guerra Civil, cumplió con el deber de entregar la ciudad al ejército franquista,
sublevado tres años antes en las plazas de África. Sin embargo, ni siquiera hay
un cuadro con su retrato que recuerde su paso por el ayuntamiento madrileño. Sobre
Melchor, que salvó de la muerte cierta a más de veinticinco mil personas
durante la contienda, no se ha escrito casi nada y por ello es un personaje desconocido,
al igual que su hija Amapola. Joaquín Leguina y Rubén Buren, su bisnieto, se
han empeñado en reparar este vacío existente y en recuperar su figura. Por ello
han escrito ‘Os salvaré la vida’, editado por Espasa, obra con la que han
conquistado el Premio 2017 de Novela Histórica Alfonso Décimo el Sabio. Hace
unos días pasaron por València y tuve la oportunidad de compartir con ellos
unos minutos de conversación, que supieron a poco porque el AVE, puntual como
un reloj suizo, les esperaba en la Estación Joaquín Sorolla. Ésta fue nuestra
conversación.
Joaquín,
en la vida azarosa de un político, moverse entre la escritura y la política no
debe resultar fácil, ¿son actividades compatibles o supone una carga adicional?
J.
(Joaquín Leguina). Pregúntaselo a Echegaray que fue Premio Nobel
[sonrisa/risa]. Claro que hay tiempo para compatibilizar ambas actividades. En
la Historia de España hay numerosos casos de personas que fueron políticos y
escritores a la vez, igual que funcionarios también escritores. Un ejemplo
claro es Galdós, que era diputado. Lo que sucede es que hoy no abundan los
políticos que saben escribir.
Y
¿para qué sirve escribir?
J. La escritura enseña
bastantes cosas sobre la vida y la humanidad y eso enriquece enormemente.
Rubén,
eres dramaturgo, músico, humorista, pintor, profesor, guionista y director de
teatro, ¿qué te llevó a internarte en los entresijos de la ficción, de la
novela?
R
(Rubén Buren). Mi profesión es escritor y no hay mucha diferencia entre pintar,
tocar la guitarra o escribir, todo son estructuras narrativas. En una novela lo
único que haces es elegir el medio con el que envías el mensaje. Todo esto que
digo puede sonar a desmitificación, pero yo a los escritores no les llamaría
artistas, sino trabajadores de la escritura, porque lo mismo escriben un guión
que un artículo o una novela.
J. Cuando alguien
escribe una pieza de teatro, la reciben dos intermediarios: el director y los
actores. En la novela no existe esa figura, no hay nadie más que el escritor y
el lector, que percibe la obra directamente a través del texto.
¿Ha
resultado fácil organizarse para escribir a cuatro manos?
R. Mira, hemos
reducido el texto a casi la mitad. Alguien dijo que escribir es lo que haces
cuando quitas lo que sobra y a eso nos hemos aplicado. Joaquín ha suprimido muchos diálogos y lo
sorprendente es que en el resultado final parece que no ha quitado nada.
Trabajar a cuatro manos consiste en eso precisamente.
J. A ninguno de
los dos nos molesta que nos corten y esa cualidad es algo que otros autores no
soportan.
¿Cómo
surge esta historia en vuestra vida literaria?
J. Fue el periodista
José Antonio Martín Otín, más conocido como «Petón», quien nos juntó. Le conté
lo que andaba escribiendo y él me dijo que necesitaba hablar con Rubén. Esta «liaison»
que él provocó a mí me ha venido genial.
R. El «joseantonianismo»
de Petón, el socialismo de Joaquín y mi anarquismo propiciaron un diálogo entre
los tres que a mí me ha servido de mucho. Al dialogar, te das cuenta de que las
concepciones del mundo no son tan diferentes y que se puede discutir con
cualquier persona siempre que haya una coherencia en la discusión.
Joaquín,
no es la primera vez que incursionas en la Guerra Civil, un tema que parece
inagotable. ¿Es sano o incluso necesario seguir escribiendo sobre este tema?
J. Sí es sano, lo
que ocurre es que es preciso que lo que se escriba sea nuevo, como esto que
hemos hecho nosotros dos. Nuestra novela no es maniquea, en contra de lo que
hace mucha gente que escribe sobre la Guerra Civil, bien bajo el punto de vista
de un lado o del otro. ‘Os salvaré la vida’ observa la Guerra Civil desde la
óptica anarquista, pero todo lo que cuenta es verdad y escribir contando la
verdad es muy importante.
R. Creo que hay
que escribir, no reescribir sobre la Guerra Civil, esa es la clave. La Guerra
fue lo que fue y no se puede cambiar. Hemos escrito una novela, no un ensayo,
pero hemos intentado contar cosas que no se habían contado aún, como es la
opinión de los anarquistas, que no son esos tipos que nos han pintado como
incendiarios, bombarderos y pistoleros. Es cierto que hubo algunos de esa
clase, igual que hubo falangistas, comunistas, curas o socialistas que también eran
así. Pero había muchos anarquistas bien alejados a esa tendencia violenta, como
el «Noi del Sucre», Madina, Pestaña, Melchor Rodríguez, Celedonio… No podemos
ser maniqueos con el anarquismo.
¿El
anarquismo es una ideología o un modo de vida?
R. Para mí es un
modo de vivir.
J. Sí, es una
forma de vida más que una ideología, admirable en muchos casos como en el que
nos ocupa de Melchor Rodríguez, un tipo singular. No resulta fácil encontrar a
nadie que haya salvado la vida a veintiséis mil personas.
Melchor
Rodríguez es una figura que ha permanecido muy oculta oficialmente, ¿por qué
ese afán de tirar tierra sobre su cadáver?
R. Cuando llegó
la Transición, a Carrillo le hicieron una ley del silencio a su medida y él
decidió reinventarse la Historia y la Guerra Civil. Líster en un libro
magnífico, ‘Así destruyó Carrillo al PC’, ya contó todo esto. Carrillo negó el
anarquismo porque tenía toda una historiografía comunista detrás que lo respaldaba.
El anarquismo tiene muchos enemigos: el capitalismo, el fascismo y el comunismo,
al que hay que añadir el problema de que carece de dinero y no dispone de un
aparato que lo defienda.
Tan
lejos ha llegado ese «tirar tierra» que, siendo el último alcalde republicano
de la capital, es el único que no tiene un retrato suyo en el ayuntamiento
madrileño.
R. Ni retrato, ni
calle a su nombre. Hablar de Melchor Rodríguez es hablar de la represión
republicana, porque para la izquierda con su reescritura de la historia y con
esa falta de autocrítica, hablar de él es hacerlo de una República que mata
obreros y en la que sucede el episodio de Casas Viejas. Y la derecha ha
utilizado a Melchor para equiparar ambas represiones, que no son iguales ni en
número ni en calidad. Una es sistemática y estandarizada, por lo militar, y la
otra es una represión horrorosa de elementos descontrolados, que muchas veces
el estado republicano trató de controlar para paralizar las matanzas.
La
novela, dividida en tres partes, es una obra coral en la que todos hablan de
Melchor Rodríguez, excepto en la última parte, donde él ya interviene de un
modo más activo.
J. Exacto. La
idea primitiva era disponer de dos líneas narrativas, la de Melchor y la de
otro personaje ficticio que coincidirían al final. Pero durante unas Navidades,
Rubén estuvo hospitalizado, tuvo tiempo de pensar y, cuando salió, vino
diciendo que aquello no podía ser. Aunque yo, al principio, no le entendía, al
final decidimos eliminar una de las dos líneas y así ha quedado la novela.
R. Es verdad, estuve
hospitalizado y cuando me levanté de la cama tenía otra concepción del texto y
estaba claro que había que modificarlo.
J. Al final Rubén
tenía razón. Hemos suprimido cientos de páginas y han quedado un montón de
personajes, que mantienen una línea de relación muy frágil entre ellos. Todos
están metidos en una casa y eso tiene mucho de teatral. En la última parte nos
centramos en Melchor, para explicar su procedencia. En buena medida se trata de
una novela costumbrista.
¿Por
qué escogisteis la tercera persona para narrar?
R. En un
principio no lo teníamos claro y algunos personajes hablaban en primera persona,
pero los quitamos, porque queríamos unificar y que un narrador omnisciente hablase
de todos ellos. Si hubiéramos mantenido la primera persona, dado el elevado
número de personajes, podíamos confundir al lector.
J. Antes de la
supresión, como Rubén procede del mundo de teatro, había mucho diálogo y ahí yo
utilicé la tijera.
R. Joaquín domina
la técnica de la novela y ha convertido mi parte, más teatral y
cinematográfica, en novela. Mi referencia es Beckett y la suya Galdós, dos
modelos que se dan de hostias. Y la verdad es que no sabíamos cómo quedaría
pero, mira, nos han dado un premio.
J. Cuando acabas
una novela nunca sabes si está bien o mal. Me tranquilicé cuando mi secretaria,
que la tecleó y está acostumbrada a lo que escribo, me dijo que quedaba bien.
R. Sí, es que
estás tan imbuido del trabajo que no sabes cómo queda. A lo mejor, dentro de
dos años la leo con otra perspectiva y pienso que está bien.
La
acción se inscribe en los momentos finales de la Guerra, cuando Segismundo
Casado dio un golpe de mano para negociar con Franco una rendición honrosa,
cosa imposible, porque el Dictador sólo aceptaba la capitulación sin
condiciones, ¿influyó este hecho en el desarrollo de la contienda o solo
aceleró su final?
R. Lo que no
contaba nadie es con la cerrazón de Franco y con la resistencia tan feroz que
ofrecieron los comunistas, por el engaño al que fueron sometidos por sus
líderes, que se piraron diciéndoles que tenían que resistir. Esa fue la
horrible batalla de Madrid, en marzo de 1939, donde perdieron la vida tres o
cuatro mil personas.
J. Probablemente
la intención de Casado era buena, alcanzar una paz pactada y acortar la guerra.
R. Negrín quería
mantener la guerra, pero estaba perdida desde que Alemania entró en el
conflicto y Francia, Inglaterra y Estados Unidos se posicionaron de un modo
abiertamente anticomunista.
En
‘Os salvaré la vida’ habláis de la Quinta Columna. No es la primera vez que
Joaquín Leguina trata este asunto, ¿realmente su papel fue tan relevante cómo
se afirma?
J. Particularmente,
creo que no fue tan importante.
R. Ahí
discrepamos porque yo sí creo que fue importante. Ellos propiciaron atentados
en una fábrica de Granada, ametrallamientos en los cafés y disparos desde las
azoteas.
J. Mi formación de
pequeño fue el Caballero Audaz, que escribió relatos, muy malos, sobre la
Guerra que yo leí. Me impresionaron mucho. Fue la primera información que tuve
sobre este asunto y conservo su visión. Precisamente en una de sus obras está
presente la Quinta Columna. Después ya leí muchos otros libros y ahora, gracias
a Rubén, he conocido la historiografía anarquista y, por eso pienso que se
trataba de un mito.
R. No poseían una
estructura militar organizada, pero la Quinta Columna estuvo integrada por una
serie de sujetos, unas veces grupúsculos aislados y otras entrelazados, que desde
1937 o 1938 estaban ya coordinados con Burgos y atentaban contra la república,
financiados por Juan March en buena medida. Puedes llamarlo resistencia
fascista o como prefieras, pero fue así. Lo que también ocurre es que con las
palabras de Mola, que fue quien les otorgó el nombre, se creó la psicosis de
que a mucha gente del barrio de Salamanca, monárquicos o antirrepublicanos, la
iban a fusilar por sospechas de pertenecer a la Columna.
¿En
Madrid se pasó hambre durante la Guerra Civil?
J. Ya lo creo que
se pasó hambre, muchísima. Con los pocos alimentos que llegaban, sucedía como
en Cuba. Melchor Rodríguez fue uno de los distribuyó esa poca comida entre todo
el mundo.
Paca
y Amapola, la hija de Melchor, en un pasaje de la novela escuchan «el parte»
por la radio. ¿La Guerra Civil fue el primer conflicto bélico en el que las
ondas jugaron un papel importante?
J. Sin duda,
sobre todo como elemento de propaganda. En la Primera Guerra Mundial no se
conocía tanto este medio de comunicación.
R. La radio es un
personaje más de la novela, un personaje que entra en momentos de tensión y de
distensión, e incluso como antecesor de conflictos.
¿Tenéis
nuevos proyectos literarios en mente, bien en común, bien por separado?
R. Sí, nos lo
hemos pasado tan bien que vamos a repetir. De hecho estamos trabajando ya en un
libro sobre el fotógrafo Paco Boix y el campo de concentración de Mauthausen.
J. Como Boix era comunista,
tendremos problemas [risas].
¿Después
de escribir ‘Os salvaré la vida’, Amapola estará tranquila por fin?
R. Sí, aunque siempre
me decía que dejara en paz a los anarquistas. Amapola estará tranquila y yo
contento, porque con esta novela le rindo homenaje a mi abuela, una persona que me dio un
enorme cariño y a la que debo muchas cosas.
J. Amapola era
católica.
SOBRE LOS AUTORES
Joaquín Leguina (Villaescusa, Cantabria, 1941) fue durante doce años presidente de la Comunidad de Madrid y durante once secretario general de la Federación Socialista Madrileña (FSM). Doctor en Ciencias Económicas (Universidad Complutense, Madrid) y en Demografía (Universidad de la Sorbona, París), es estadístico superior del Estado desde 1969. Autor de numerosos artículos, desde 1985 ha mantenido una fructífera carrera literaria en la que ha combinado ensayo y narrativa. Entre sus novelas destacan ‘Tu nombre envenena mis sueños’ y ‘La luz crepuscular’.
Rubén Buren (Madrid, 1974) es dramaturgo, músico, humorista, pintor, guionista y director de teatro. Formado en la Escuela Libre de Interpretación de José Sanchís Sinisterra, actualmente está haciendo el doctorado en la Universidad Carlos III. Es profesor universitario especializado en guion y estructuras dramáticas de cine, teatro y videojuegos. Su obra teatral está centrada especialmente en el rescate de la memoria histórica y en el reconocimiento moral de las víctimas de la Guerra Civil española y de injusticias sociales. Cuenta con la Mención Especial Lope de Vega de Teatro, 2010. Su ideología anarquista humanista es heredera de la de su bisabuelo: Melchor Rodríguez.