«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

viernes, 5 de abril de 2019

Eloy Tizón: «En ‘Herido leve’ he pretendido hacer literatura a partir de los libros»


Nº 566.- ‘Herido leve’ es el nuevo libro de Eloy Tizón (Madrid, 1964), editado por Páginas de Espuma. Como título, ‘Herido leve’ quizá pueda resultar algo equívoco porque Tizón lo es todo menos un «herido leve» de la literatura. Tal vez el subtítulo del volumen, ‘Treinta años de memoria lectora’, ponga al lector en el camino correcto para saber qué es lo que sostienen sus manos. Evidentemente, alguien que lleva leyendo treinta años, seguro que algunos más en el caso de este novelista, cuentista, articulista y profesor de literatura madrileño, no puede calificarse como «herido leve», sino más bien irremediable, gozoso, irreversible, eso que desde hace tiempo se conoce como un letraherido. ‘Herido leve. Treinta años de memoria lectora’ puede considerarse una biografía intelectual de Tizón, trazada desde su amor inagotable a la literatura, o como él mismo dice, «un paraguas literario contra la adversidad».

¿Cómo lee un escritor? ¿En qué aspectos se fija? ¿A qué abismos se asoma? ¿De qué manera las ficciones atrapan y modifican nuestra mirada? Todas estas cuestiones, y muchas otras que a menudo apetece conocer por la curiosidad del lector, comparecen en este ensayo literario, articulado en torno a ocho constelaciones temáticas, que se pueden seguir al pie de la letra o «picotear», en las que creadores y libros dialogan entre sí, se complementan, discuten o colisionan, siguiendo la máxima del autor según la cual: «Diamante corta diamante». Tras este hilvanado de frases y con el auxilio de dos cafés con leche, «con sacarina, por favor», comenzamos nuestra conversación Eloy Tizón y quien esto suscribe, animados por una soleada mañana. Lugar: el centro de València. Hora: pocos minutos antes de las diez. Encendido, el piloto rojo de la grabadora dio la señal de partida.

Eloy, ¿aquello que teníamos olvidado, porque lo escribimos hace mucho tiempo, a veces nos sorprende?
Claro, de lo que escribí entonces en algunos artículos ni me acordaba y, al leerlos, miras, te sorprendes y te preguntas «¿Yo dije esto?» En unos casos, la sorpresa es agradable, porque descubres que con veinticinco años ya tenías una cierta visión sobre la literatura, pero en otros sucede que ahora no coincides exactamente con lo que habías escrito. Es así como he dejado fuera del libro varios textos y otros los he corregido para incluirlos.


Hay escritores que evitan releer lo que escribieron en su momento, sin embargo, tú te has atrevido a hacerlo.
Sí, desde luego es una experiencia dura, porque no es fácil releerse tanto tiempo después.
¿Cómo surge la necesidad de recuperar estos textos?
Estaba escribiendo ficción y tuve un parón. Me surgió entonces la idea de revisar un disco duro antiguo, donde encontré textos míos sobre literatura. Comencé a releerlos por puro morbo y vi que había de todo. Unos merecían la pena y otros no y me pregunté si podría hacer algo con ellos. Luego recuperé más escritos míos, algunos incluso en papel, que tenía olvidados y ya entonces me planteé cómo podría vertebrarlos en un libro. ‘Herido leve’ es el resultado de todo ese trabajo.
¿Por qué has sentido la necesidad de reflexionar por escrito sobre algunos libros y sus autores?
Me he dado cuenta de que, de manera paralela, he llevado una doble vida: por un lado, de narrador, y por otro, de articulista y reseñador. Esta última faceta mía no era muy visible en general y creo que muchos lectores se han sorprendido de que publicase este libro, pero para mí ha sido muy importante porque he invertido en él mucho tiempo, energía e ilusiones. Si no llevaba a cabo este proyecto, todo el trabajo que hice en su momento se iba a perder, algo que quería evitar. Y considero que tiene sentido haberlo hecho precisamente ahora, cuando tengo cincuenta y cinco años y ya no soy una joven promesa, ni tampoco un venerable anciano.  
Tus artículos no son sólo eso, hay un texto cuidado, mimado, con las sensaciones que provocan en ti los libros y autores de los que hablas, haces literatura de la literatura
Esa era mi intención, los artículos no son reseñas, yo no soy un académico sino un escritor que escribe de modo subjetivo, con momentos líricos y divagaciones, y que ha pretendido hacer literatura a partir de los libros. Todas esas cosas se encuentran en mis ficciones y quería que también estuvieran presentes aquí.
Sin olvidar la intención de que tus características estilísticas sean las mismas, independientemente del texto que lleves entre manos,  a la hora de escribir, ¿te sientes más cómodo en algún género concreto?
La verdad es que cuando estoy trabajando en un proyecto, ese proyecto es lo más importante para mí. Mientras escribía `Herido leve’ no había otra cosa más, sólo eso. He peleado para que, de ninguna manera, se pueda considerar que este es un libro secundario, porque tiene la misma entidad y fuerza que cualquiera de mis textos de ficción.
En el Prefacio cuentas que has retocado muchos artículos. En tu anterior libro de cuentos, la reedición de ‘Velocidad de los jardines’, te sucedió lo mismo aunque en menor medida, ¿esos retoques eran necesarios?
Bueno, los textos de ‘Herido leve’ están mucho más retocados que los de ‘Velocidad en los jardines’. Tiene poco que ver. En aquella ocasión fueron tres cosas nada más las que modifiqué. Aquí me he metido más a fondo. En general, no he cambiado el sentido de lo que decían los artículos, pero lo que sí que he hecho es precisar y matizar algunas afirmaciones muy tajantes, porque ahora disponía de mucho más espacio que en la prensa escrita, siempre limitado. Mi objetivo ha sido enriquecer y completar lo que ya existía.
Recientemente, en una entrevista has declarado que con lo que más disfrutas es precisamente con la corrección, ¿no te da pereza corregir?
No, no me da pereza. Lo que me produce angustia, por expresarlo rudamente, es pasar de la nada a algo, es decir, esa fase en la que el folio o la pantalla están en blanco y has de sacar de tu interior la primera versión. Ahí es donde sufro, si es que a eso se le puede llamar sufrimiento. Una vez concluida esa primera parte, me froto las manos y me digo que ahora viene lo bueno. Es justo en ese momento donde creo que mejoro mucho los textos. En ‘Herido leve’, como el trabajo era exclusivamente de revisión porque la base ya estaba hecha, todo ha sido disfrute.
También en el Prefacio cuentas tus lecturas como adolescente, ¿crees que todavía quedan muchos jóvenes que descubren la lectura e invierten horas y días enteros en leer?
Quiero pensar que sí. No conozco adolescentes ahora e ignoro si hay muchos o no, pero creo que ese veneno de la lectura es algo atemporal. Seguramente se trata de otros títulos y referencias, pero al final ese adolescente que está afectado por el virus de la lectura es lo que sostiene la literatura y lo que le da sentido.
Como lector de hoy, ¿te fijas más en aspectos como la arquitectura o la carpintería de los textos, algo que no hacías en tu juventud cuando leías por puro placer?
Creo que, al principio, uno lee por deslumbramiento. En las primeras lecturas parece que estás descubriendo el mundo. Cuando leí ‘Cien años de soledad’ yo creía que era el primero que lo hacía, cuando entonces ya era un libro famosísimo. A los dieciocho años lees con menos referentes, lo que por un lado es bueno y por otro malo, ya que te lleva a inventar la rueda. Cuarenta años después no he perdido el entusiasmo por la lectura, pero he aprendido a contextualizar las obras y también ves la carpintería, como tú dices. En definitiva, lees con otras armas, con más bagajes. Es una lectura más profunda.
¿Cuándo comenzaste a leer ya tenías clara tu vocación de escritor?
La idea de escribir se produce justamente cuando un texto te deslumbra, entonces te sobreviene un intento de emulación y tratas de imitar a Cortázar o a Onetti. Lo intentas y fallas, pero a partir de ahí comienzas a buscar tu propia voz.
En la página 36 de ‘Herido leve’ leemos: «Detecta huellas de sus propios libros, los libros futuros que escribiremos más adelante, si hay suerte, en las páginas de los demás para leerlos anticipadamente en nosotros mismos». Poco a poco, el joven que eras tú fue descubriendo escritores y maneras de contar, ¿cuáles fueron los primeros autores que dejaron huella en tu literatura?
Creo que es en los escritos que vas leyendo de los demás donde descubres tu posible yo futuro. Son fragmentos que encuentras aquí y allá y que, finalmente, constituirán tu alimento literario. Sin duda los primeros autores que me impresionaron y llamaron la atención fueron los que procedían del llamado Boom Sudamericano. Se trataba de una cuestión generacional y, como he dicho antes, creía que los había descubierto yo [risas]. Teníamos esa arrogancia y luego vimos que había varios millones más de personas que también los habían encontrado. Borges, Cortázar, García Márquez, Onetti fueron autores que me abrieron muchas puertas, me parecían un acercamiento muy novedoso a nuestra lengua, creativo, donde intervenían lo fantástico, los sueños y el erotismo, presentaban una sensualidad que no siempre encontraba en la literatura en castellano que leíamos en los planes escolares. En estos libros descubrías una fiesta del lenguaje, de los sentidos, fue un deslumbramiento para la gente joven de aquel momento.
Igual que los autores del Boom te abrieron puertas e influyeron a ti, ¿eres consciente de que tu literatura, a su vez, puede influir en otros escritores?
Bueno, no puedo ser consciente de eso, me envanecería muchísimo y yo quiero vivir al margen de esas vanidades. Si eso llegase a ocurrir, creo que sentiría agradecimiento y también un poco la sensación del deber cumplido para que esa cadena de escritores-lectores se siga transmitiendo. Pero al día de hoy es una cuestión que ni me planteo, porque lo que yo quiero ser es un aprendiz.
¿Al final, la literatura es emoción tanto para el autor como para el lector?
Para mí sí. En último término, la huella que dejas en un libro es ese punto de emoción que percibimos al concluir la lectura, más allá del propio argumento o de que te haya descubierto cosas sobre la vida. Considero que eso es lo verdaderamente válido de la literatura.
Dime un par de libros que te hubiera gustado escribir a ti.
Jo, hay muchos. Me gusta mucho ‘El bosque de la noche’ de Djuna Barnes.  Es una novela de una fuerza casi carnívora, un mundo muy oscuro, nocturno, con pasiones muy en crudo, pero también con una verdad emocional que posee una fuerza que todavía se mantiene. En el terreno del cuento, me hubiera gustado firmar ‘El acomodador’ de Felisberto Hernández. Tanto Barnes como Hernández podrían ser dos autores que me producen envidia.
Citas a Felisberto Hernández, a quien dedicas un artículo en ‘Herido leve’, que posee todos los atributos de un personaje literario.
Es verdad, hay mucho de literario en él. Vivía en el extrarradio de la civilización, en un Uruguay donde no había imprentas. Sus libros se los editaba él mismo y se ganaba la vida de gira, tocando el piano para poner música a las películas de cine mudo de la época. Se casó muchas veces y una de sus esposas, que era espía de la KGB, participó en el asesinato de Trotsky sin que él se enterase. Felisberto siempre escribió al margen y sólo tuvo un poco de reconocimiento al final de su vida. El suyo es un ejemplo de constancia y de vocación para seguir escribiendo en medio del silencio. Creo que se le ha recuperado ahora, pero está bien considerado en los círculos literarios, como ocurría con Borges. Sin duda fue un escritor para escritores.
En el artículo titulado ‘Maestro’ te centras en la figura de Juan Eduardo Zúñiga, ¿qué ha significado Zúñiga en tu carrera literaria?
Por el lado literario es alguien muy importante, un extraordinario escritor de cuentos; y por otro lado, es una figura a la que, a través de amistades comunes, le llegó la admiración que sentía por él un escritor que aún no había publicado. Me recibió en su casa, se interesó por mis proyectos y me dedicó sus libros. Para mí constituye una lección vital que no quisiera olvidar, la de como los grandes autores suelen ser muy accesibles. Me ha sucedido también con Manuel Longares y con Carmen Martín Gaite. Creo que un escritor grande no es ese figurón engolado, casi una caricatura, que a veces aparece por televisión, sino una persona cercana, asequible, con capacidad de escucharte y verte y que te trata con toda naturalidad y sin revestirse con la solemnidad del escritor consagrado.
Dedicas otro de los artículos a Kafka y en él hablas sobre la historia de la muñeca viajera, al leerlo acudió a mi memoria la película ‘Amelie’, ¿guardan alguna relación?
En la película el viajero es un gnomo, pero es verdad. No lo había pensado.  La de Kafka es una historia muy bella, según la cual el escritor se encontró en un parque a una niña que lloraba porque había perdido su muñeca. Él le dijo que no se había perdido sino que se había marchado de viaje. A partir de ahí se le ocurrió esa ficción maravillosa de enviarle cada día una carta a la niña, firmada por la muñeca, desde diferentes partes del mundo. Lo hizo con la misma intensidad con que escribía sus ficciones, según ha contado su pareja Dora Diamant. No sé si está bien o está mal que se hayan perdido sus cartas, pero nos permite fantasear sobre este relato tan bonito.
¿’Herido leve’, a lo lejos, esconde una vocación de manual de literatura?
En todo caso sería un manual despeinado, diría yo. No hay una vocación de totalidad. Seguramente faltan nombres importantes, pero sí podría servir de brújula orientativa para personas que quieran tener referencias sobre determinados libros y autores conocidos, desconocidos o no tan conocidos, que tienen obras maravillosas. Ojalá, este libro pique la curiosidad para que la gente busque antecedentes e información sobre todo esto. En general, tiene un tono amable, cordial con el lector, no es un libro de crítica antipático. Me gusta compartir lo bueno, que hay mucho. Lo malo ya desaparecerá por sí solo.
Hablemos de una de tus escritoras favoritas: Clarice Lispector. En el artículo que le has dedicado podemos leer: «No, no es fácil escribir. Es duro como partir rocas. Pero saltan chispas y astillas como aceros pulidos», ¿compartes esta imagen sobre el oficio de escribir?
Si no me equivoco esa frase procede de su obra ‘La estrella’. La literatura de Clarice Lispector está repleta de referencias del mundo de la literatura. Para ella, escribir es una tarea de indagación, de introspección. Sus libros son miradas hacia el interior del ser humano, con toda su oscuridad y de un modo poético. Ella muestra una radicalidad hacia la escritura a la que yo no llego, pero me gusta que existan estas personas que lo apuestan todo por la literatura. A los dieciocho años publicó su primer libro y si lo comparamos con su última novela, comprobamos que su voz no cambia, es tan potente que nació ya entera, completa. Fue una escritora que despierta fascinación, especialmente entre los autores de poesía, y que creo que hay que tomar en pequeñas dosis. A mí me resulta difícil leer doscientas páginas suyas seguidas. A veces se me hace fatigoso, porque tiene mucha combustión interna.
Acabamos por hoy: ¿en tus próximos proyectos seguirás mirando hacia el pasado, como hiciste con la reedición de ‘Velocidad en los jardines’ y ahora con ‘Herido leve’ o cambiarás de perspectiva?
[Risas] Un matiz: es verdad que ‘Velocidad en los jardines’ tiene muchos años, pero cuando lo recuperé añadí un texto, el prólogo ‘Zootropo’, que era nuevo. Con relación a ‘Herido leve’, lo considero un libro completamente nuevo, porque la vuelta que le he dado a los artículos es enorme. Sí admito, no obstante, que tiene una mirada retrospectiva. Con relación al futuro, no sé qué será lo próximo que publicaré. Lo más avanzado que tengo es un libro de ficción, que pienso que serán cuentos. Digo pienso, porque es la primera vez que escribo un libro de textos independientes narrados por un mismo personaje. Esto ya se hizo otras veces, no he inventado la pólvora ahora, pero yo no lo había hecho nunca y me estoy divirtiendo.