Nº 568.- Finales
de marzo. València. Un martes por la tarde. La primera vez que entrevisté a
Juan Manuel de Prada fue en la cafetería del Hotel Astoria, ahora presa de
reparaciones y reformas. Fue una charla interesante, donde resultó inevitable
hablar, aunque sólo fuera de pasada, de la primera novela suya que leí: ‘Las
máscaras del héroe’, un auténtico «obrón». Recuerdo que Juan Manuel depositó la
grabadora sobre la meseta de su abdomen para soslayar, en lo posible, el
barullo de voces, o algarabía, que había en el local. Tres años después, se
repitió la entrevista, esta vez en un bareto miserioso, perdido entre el dédalo
de calles del centro de València, poco apropiado no el dédalo, sino el bareto
miserioso, para hablar de Santa Teresa. El lugar previsto en principio, un
garito de más caché, incomprensiblemente cerraba aquella tarde. Así que hubo
que improvisar. La tercera vez ocurrió tan sólo un año más tarde. Hablamos en
un lugar agradable, muy próximo a la estatua del rey Jaume I. Sin embargo, nos
ubicaron en una esquina mínima, y dos tipos de nuestras respectivas
envergaduras hubimos de constreñirlas al espacio disponible para conversar. A
la cuarta, por fin, sentados en torno a una mesa redonda, en el Hotel Vincci
Lys, pudimos desenvolvernos un poco más a nuestras anchas. El motivo de esta
cita fue la promoción en València de su reciente novela, ‘Lucía en la noche’,
editada por Espasa, en la que nos habla de Alejandro Ballesteros, un escritor
cuya decadencia y falta de inspiración le han llevado a renegar tanto de sí
mismo como del mundo que le rodea. Cuando una noche de humo y alcohol, conoce a
Lucía, siente que la vida con todos sus misterios, ilusiones y desengaños,
vuelve a valer la pena. Pero, ¿quién es esta mujer? Después de un año de
relación, Lucía desaparece y, a partir de este instante, se desencadena una
búsqueda febril, salpicada de revelaciones inesperadas sobre la muchacha.
Juan Manuel, otra vez en València y con
nueva novela debajo del brazo, ¿cómo surgió la idea para escribirla?
Surgió porque llegué a conocer la historia, acaecida en un lejano país,
de una persona que pasó por las mismas vicisitudes que soporta Lucía, la
protagonista femenina de la novela, que vive oculta y en circunstancias muy
duras. Esta situación me impresionó mucho, fui madurando la idea y, finalmente,
decidí narrarla aunque en otro contexto.
‘Mirlo blanco, cisne negro’, tu anterior
novela, y ‘Lucía en la noche’, comparten protagonista, Alejandro Ballesteros,
la relación entre ambas es evidente, ¿no?
Bueno, hasta cierto punto… Por los personajes, sí, pero aquella es una
novela más confesional y esta es más imaginativa, digámoslo así. Son novelas
que tienen intenciones muy distintas.
¿Podemos pensar que Ballesteros es tu trasunto literario?
Ballesteros no tiene mucho que ver conmigo. Sí, hay una experiencia
compartida, e igual que él yo soy un escritor que triunfó muy joven y sufrió un
bache, pero sus rasgos no son los míos y la peripecia que vive tampoco. A los
treinta y tantos años, Alejandro experimentará un bajón creativo y abandonará
la literatura para entregarse a una vida más disipada. Luego se redimirá a
través del amor, recuperando su vocación escritora.
¿Te interesa jugar con la ambigüedad que
proporciona el hecho de que la gente pueda pensar que tú y él sois la misma
persona?
No, no, no, para nada, lo que me guía al escribir esta novela es otra
cosa. A medida que me hago viejo, percibo la necesidad de implicarme en las
historias que cuento, en que lo que escribo tenga que ver conmigo y con lo que
yo he sentido y siento.
Apenas comenzada ‘Lucía de noche’, ya
aparece una referencia cinematográfica: ‘Vértigo’, la película de Alfred
Hitchcock. El año pasado publicaste ‘Los tesoros de la cripta’, un libro sobre
cine, ¿qué significa el séptimo arte para ti?
Soy muy cinéfilo. El cine es una pasión, algo que en algún momento de
mi vida he vivido con una gran intensidad. De hecho, en mi adolescencia hubo
momentos en los que no tenía claro si quería ser escritor o director de cine.
He escrito bastante sobre este asunto y es raro el día en que no veo una
película. El cine, especialmente el clásico, forma parte de mi mirada sobre el
mundo y de mi formación estética, es una referencia natural para mí.
Por lo tanto, en tu referencia a
‘Vértigo’ se esconde un homenaje.
Sí, sin duda, ‘Lucia en la noche’ es una novela de intriga que tiene
mucho que ver con ‘Vértigo´, también con otras películas de Hitchcock y con
‘Ciudadano Kane’, donde un personaje entrevista a varias personas, que proporcionan
distintas imágenes de Kane. Aquí ocurre lo mismo, porque Alejandro va recibiendo perspectivas diversas
de Lucía.
En algún lugar te he oído decir que ‘Lucía
en la noche’ es una novela de misterio, no un thriller, ¿qué diferencias
encuentras tú entre un género y otro?
Detesto los anglicismos innecesarios y el thriller está asociado a un
género un poco conspiranoico, muy en boga actualmente, donde las conspiraciones
informáticas, militares y políticas gozan de mucha presencia. Esta novela,
aunque al final tiene connotaciones políticas, trata del misterio de una mujer,
que es lo que me gusta. Por eso me atrae tanto Hitchcock. No me interesan los
ropajes del thriller contemporáneo, ni los asesinatos rituales o en serie. He escrito
una novela de intriga, pero con presupuestos estéticos argumentales muy
distintos.
Sigamos un momento con Hitchcock, ¿en tu
papel de escritor te sientes un poco como el protagonista de ‘La ventana
indiscreta’, que lo ve todo a través del cristal?
No, no, me identifico más con el James Stewart de ‘Vértigo’. Digamos
que yo necesito coger a la mujer amada, no me conformo con mirar. Desde este
punto de vista, se trata de una novela muy carnal, en el sentido de que la
atracción que siente Alejandro nace del vínculo que ha establecido con Lucía,
una mujer a la que creía de una manera y que resulta de otra. Esta
circunstancia le sumirá en el dolor y él tratará de salvar la relación amorosa
que hubo entre los dos y que cree auténtica.
También se repiten otras constantes ya
aparecidas en otras novelas tuyas.
Claro, uno no puede renunciar a su mundo. Siempre me ha interesado la
frontera entre el héroe y el villano, las zonas de penumbra, en las que no
somos capaces de calificar nuestras conductas y comportamientos, la dificultad
de los dilemas morales… Son temas que están presentes en mis anteriores
novelas, y en esta también, simplemente por una cuestión de lealtad personal.
Mis obsesiones siempre acaban emergiendo.
Durante cinco años atravesaste una mala
época. Es justo en esos momentos de zozobra, dicen, cuando un escritor saca a
relucir lo mejor de sí mismo. En tu caso, ¿hasta qué punto la presencia de una
mujer, de un nuevo amor, ha obrado el mismo efecto que esos malos tragos en
otros escritores?
Cuando uno sufre siempre puede sacar lo más puro de su escritura, pero
cuando dejé de escribir no fue a causa de ese sufrimiento, sino porque me había
quedado calcinado, roto. No tenía nada que contar realmente, había dejado de
ser escritor porque para mí escribir se había convertido en un suplicio, era
incapaz de hacerlo. Luego el amor me recompuso y, después de mucho tiempo de
pensar que estaba acabado para muchas cosas, el hecho de descubrir que volvía a
importarle a alguien y que este alguien se interesaba por mí, me devolvió la
vibración perdida. Hay que tener en cuenta que mi vida fue siempre muy intensa.
Con veinticuatro años publiqué mi primer libro con éxito, y a los veintiséis, apenas
nueve meses después de concluir mi carrera, gané el Planeta. Desde ese momento
me convertí en una persona muy querida, sobornada, adulada, me requerían para
ser llevado de un lado a otro, para ofrecerme cosas que no pude rechazar. Por
un lado, eso estaba bien porque haces caja, pero por otro te quema. Abandonas
el hábitat de paz, tu vida interior, tu capacidad de introspección, que un
escritor siempre necesita, y una cierta soledad controlada. Te ves sometido a
un ajetreo constante que te fulmina como escritor. Si a todo eso, le añadimos otras
circunstancias personales tenemos una bomba.
Como Alejandro Ballesteros, tú has
tenido la oportunidad de conocer la cara B de la literatura.
Sí, digamos que tengo una experiencia ya muy dilatada. Son ya muchos
años de dedicación a este oficio. Con la literatura lo he pasado muy bien y
también muy mal. Aunque aún me falta por vivir muchas cosas, creo que en lo
relativo a mi vocación ya lo he vivido
casi todo. Ojalá no lo viva nunca, pero me falta pasar por ese momento en que
has perdido la chispa y escribes por oficio, sin entusiasmo. Lo he visto en otros escritores
que he conocido. He sentido el fervor del escritor juvenil inédito, que escribe
sin esperar nada a cambio; he conocido el rechazo de las editoriales, el éxito
fulgurante, la etapa de autodestrucción, el amor al oficio cuando ya no tienes
delirios de grandeza y te acercas a la literatura con modestia de artesano; he
visto a compañeros de generación quedarse por el camino; he comprobado el deterioro
de la profesión; he comprobado que antes se publicaba a escritores literarios y
ahora a «youtubers», en fin, todo ha cambiado mucho. Sin ser un anciano, sí soy
muy veterano y he pasado por todo.
Al igual que ‘Mirlo blanco, cisne negro’,
‘Lucía de noche’ está escrita en primera persona, ¿por qué escogiste esta voz
narrativa?
Bueno, aquí yo necesitaba utilizar un personaje muy implicado en la
historia, alguien que se encargase de llevar de la mano al lector y que lo
acompañase. Ambos debían vivir los misterios, descubrimientos y engaños al mismo
tiempo.
De nuevo en esta novela se demuestra tu
maestría en el manejo del lenguaje, en la elección de las palabras.
Ahora soy muy poco permeable a los halagos y a los vituperios. Tengo
muchas conchas ya. Para unos seré bueno y para otros malos, los gustos son muy
variados. A estas alturas, lo que cuela menos son las descalificaciones por
haber tomado determinadas opciones vitales o por tener una determinada visión
del mundo. Cuando triunfé como escritor joven también sufrí ese tipo de
comentarios, pero ahora llevo publicados más de veinte libros, he trabajado
mucho y creo que cada vez más gente ha de reconocer que soy un escritor. El
esfuerzo y la dedicación no me las pueden discutir.
De tus palabras, de esas conchas a las
que aludes, parece deducirse que con tu extensa trayectoria ahora escribes lo
que realmente te apetece.
Sí, escribo lo que me apetece, lo que me interpela en cada momento. La
verdad es que siempre lo he hecho, pero con los años vas adquiriendo ese oficio
que te induce a ir por caminos trillados, a repetir fórmulas y has de ser capaz
de resistir esas tentaciones. ‘Lucía en la noche’ se interpuso sobre otra
novela en la que estaba trabajando. La historia me resultó tan perturbadora que
no me pude resistir.
Acabamos por hoy. En días pasados, en
una entrevista de ‘El Confidencial’, te preguntaron sobre la decadencia de la
novela, a lo que respondiste que «A la novela le pasa como al Dios de los
cristianos, que aunque esté muerto sabe cómo salir de la tumba». ¿Por qué se
cuestiona continuamente la vitalidad de un género que renueva sus modelos y goza
de una más que aceptable salud?
Claro,
es absurdo, la novela puede morir tal y como la concebimos hoy, pero la
fabulación, el crear historias que no han ocurrido, aunque estén basadas en hechos
reales, aunque sean como La Ilíada y La Odisea, que son novelas en verso, no va
a morir nunca. Lo que desconocemos es cómo serán las novelas en el día de
mañana, tal vez discurran por cauces impensables en estos momentos. Llegará un
momento en que la novela, como la escribimos hoy, quede obsoleta, pero surgirá
un Cervantes y la convertirá en otra cosa para que siga existiendo. Pero es
verdad que hay una obsesión, que me resulta lastimosa, porque la novela es una
invitación a vivir otras vidas, algo que es una necesidad humana: el hombre
primitivo ya se reunía para contar historias en torno al fuego, eran novelas
orales. La verdad es que no entiendo esa obsesión por matar a la novela, es
como si hubiera un interés por eliminar al ser humano. Se olvidan de que la
novela nos gusta porque los personajes se convierten en arquetipos para
nosotros.
Herme Cerezo