Pues sí, lo ha vuelto a hacer, lo ha vuelto a conseguir. La Selección Española de balonmano se ha proclamado, por segunda vez consecutiva, campeón de Europa tras vencer a su homónima de Croacia por 22 a 20. Triunfo trabajado, costoso, por momentos agónico, pero merecido sin duda. La Selección ha concluido las dos semanas y media de duración del campeonato sin conocer la derrota. Un solo empate, precisamente ante Croacia el pasado miércoles, y el resto victorias. ¡Enhorabuena!
El Europeo estrenaba formato con grupos de cuatro equipos de los que se clasificaban los dos primeros. Y el formato, sin duda, ha pasado factura. A pesar de la dosificación de minutos exhaustiva, que han puesto en práctica todos los entrenadores, Jordi Rivera el primero, las selecciones llegaron a las semifinales con no demasiada gasolina. En la primera de ellas, Croacia se deshizo de una de las grandes favoritas, Noruega, por un solo tanto (29 a 28), tras disputar dos prórrogas cargadas de épica. Los noruegos murieron sobre la pista, lo dieron todo. Como los croatas.
En la segunda semifinal y también en un trabajoso partido, España hizo lo propio con Eslovenia, aunque por dos tantos de diferencia (34 a 32). Esto ocurrió el viernes y ayer, sábado, en el partido por el tercer y cuarto puesto, que terminaría con triunfo noruego sobre Eslovenia (28 a 20), ya se percibió el cansancio de los jugadores por el poco tiempo de recuperación disponible. Hoy domingo, por la tarde, el corto marcador 22 a 20 de la final no solo es el reflejo de la intensidad defensiva y de las porterías bien guardadas, sobre todo la de Gonzalo Pérez de Vargas, que también, sino del agotamiento especialmente apreciable en la fase de ataque, con bastantes imprecisiones, faltas en ataque y pérdidas. Croacia salió a dormir el juego desde el minuto 1 y a fe que lo consiguió. Hoy, por tanto, hemos visto a dos equipos, sin duda los dos mejores, que querían y no podían porque la fatiga lo imposibilitaba. En ningún momento se pudo ver un ritmo de juego trepidante, con chispa, y no porque los contendientes no quisieran, sino porque no podían.
Los dirigentes del balonmano europeo harían bien en hacérselo mirar y, tal vez otra fórmula con un
menor número de encuentros, o un espacio de descanso más grande entre partido y partido, se me antoja recomendable. Los futbolistas, durante sus campeonatos europeos y mundiales, compiten cada 5/6 días. En el balonmano el juego tiene una mayor intensidad y continuidad. Choques, saltos, sprints, desplazamientos laterales y caídas son prácticamente constantes. Es por ello que deberían incrementar el tiempo de recuperación, especialmente en los partidos decisivos. Hay que velar por la salud de los jugadores, que son los auténticos protagonistas de este bello deporte, y también por la brillantez del juego, por encima de otros intereses.
Herme Cerezo