Nº 596.- Con casi dos decenas de
libros, ficción y no ficción, publicados, Marta Robles presenta ahora ‘La chica
a la que no supiste amar’, editada por Espasa, la tercera entrega de la serie
policial protagonizada por el detective Tony Roures, donde aborda el tema de la
prostitución, de la trata de blancas y de los efectos del vudú en las personas.
La acción se ubica en escenarios reales de Madrid, Castellón y Benicàssim, lugar
en el que se recrea para dar a conocer este atractivo rincón de la costa
mediterránea, mediante pinceladas ágiles y precisas como toda su prosa. Son
precisamente los ojos del protagonista, los ojos de Roures, los que nos
permitirán descubrir la cara b de esta zona, la de los puticlubs y descampados
donde chicas medio desnudas, o medio vestidas, atrapadas, esclavas, trozos de
carne, venden sus cuerpos por unos pocos euros. Con ‘La chica que no supiste
amar’ Marta Robles conquistó el galardón Castellón Letras del Mediterráneo 2019
de narrativa. En medio del tráfago del Panaria de la Avenida del Oeste de
València, pulsé el rec de la grabadora y dio comienzo la conversación
que sostuve con la escritora madrileña a comienzos de esta misma semana. La
mañana era fría, aunque soleada, y un café con leche, caliente, sabía más que
bien.
Marta, enhorabuena por este
premio. Para ti que ya llevas unos cuantos galardones en tu mochila, ¿qué
significa ganar el Letras del Mediterráneo de Narrativa?
Me ha gustado mucho ganarlo
porque desconocía Castellón y Benicàssim. A raíz de una visita que hice para
participar en Castelló Negre, unos amigos me prepararon una tournée por
la provincia y no solo me gustó por todo lo que encontré, que es apabullante y
que describo en el libro, sino porque conocí gente maravillosa. Hay mucho
rollazo allí. De alguna manera, me parece importante que una novela, aunque sea
negra y de denuncia como ésta, contribuya a que la gente conozca el paisaje. Ya
me ocurrió con ‘La mala suerte’, una historia que ubiqué en Mallorca y de la
que los propios mallorquines me decían que era importante porque hablaba de una
parte de la isla por la que la gente no suele transitar demasiado.
En un momento determinado de
tu carrera, decidiste ocuparte del género negro y escribir en este registro,
¿cómo sucedió esto?
En realidad, no me lo planteé,
fue algo consustancial conmigo misma. Desde muy jovencita he sido una lectora
omnívora y, además, desordenada. Pero es verdad que el género negro hizo mella
en mí desde que leí a Poe. Mi generación comenzó a leer con las novelas de Enid
Blyton y cuando llegué a los 12 años y lo descubrí, escribí unos relatos breves
terroríficos, que menos mal que los hice entonces, porque si hubiera sido ahora
me hubieran sentado ante un psicólogo y no me hubiera vuelto a levantar. La
novela negra me gustaba y me atrapaba. Y en un momento dado y de la mano de mi
amigo Fernando Marías, al que admiro muchísimo, construí un relato porno
criminal y salió mi parte oscura con mucha fuerza. Como las historias me vienen
a mí, yo no las busco, de repente me encontré escribiendo ‘A menos de cinco
centímetros’ y me di cuenta de que el género negro me favorece, porque soy
capaz de estructurar la escritura de una manera determinada, espontánea, sin
ponerme a ello.
Imagino que tu prosa, ágil y dinámica, tiene
algo que ver con eso.
Creo que la novela negra exige
este tipo de escritura. De hecho, Borges siempre decía que a los académicos no
les interesaba el género negro porque no era lo suficientemente aburrido. Es
una opinión muy acertada, porque la realidad es que, frente a algunos popes que
pretenden que la cultura sea algo insufrible, hay quien opina que la cultura ha
de ser algo que nos haga disfrutar. En ese sentido, el género negro tiene una
cualidad muy importante, porque ofrece un tipo de escritura más descarnada, una
prosa con ritmo que mueve la propia narración, lo que favorece que el lector
pueda ir leyendo. Si no fuera así, resultaría imposible por la cantidad de
tramas y subtramas que tienen estas novelas.
¿A veces creo que el género
negro debería llamarse «género gris», porque sus personajes no son solamente
buenos o malos, sino que tienen matices, tonalidades, dobles caras…?
La novela negra se ha
expandido muchísimo. Antes eran solo historias de polis y cacos, lo que se
llamaba la novela enigma. Luego, como el género nació en los bajos fondos de
Chicago, todo pasó a centrarse sobre un personaje tremendo, la corrupción y el
humo del tabaco. Ahora el lente enfoca al mal, porque todos sabemos que el mal
existe, que habita en nosotros y es un tema que nos interesa. Y, claro, la
línea que hace pasar de un lado al otro, del bueno al malo, es finísima. Por
eso quise que Roures hubiera sido corresponsal de guerra, un lugar donde la gente
mejor se convierte en peor y donde los malvados, a veces, se transforman en héroes.
Esos matices enriquecen mucho, porque hacen que nos veamos retratados en las
novelas. En realidad, la novela negra es una radiografía de la sociedad, donde
no importa tanto quién es sino qué sucede.
Explícanos un poco cómo es
Toni Roures, el protagonista de la novela, ¿de dónde surge?
Tony Roures no está basado en nadie,
pero es verdad que cuando lo concebí hablé bastante con Pérez Reverte, con
Alfonso Rojo, con Jon Sistiaga y con montones de amigos que han sido corresponsales
de guerra. Siempre he dicho que yo también hubiera querido serlo, porque me
gusta cómo ven la realidad estas personas, pero ya no me va a dar tiempo. El
apellido Roures significa roble en catalán y también carvalho en gallego
y portugués. De alguna manera, salir con un nombre que, en el fondo, es el mío,
me hacía sentirme un poco amparada. También hay una parte de homenaje a ese
personaje y una pequeña colleja a mi padre, que nunca quiso que fuera ni
periodista ni escritora.
‘La chica a la que no supiste
amar’ está escrita en tercera persona y en tiempo presente, ¿por qué?
Ignoro la causa. Todas las
novelas de Roures están escritas así, no me planteo escribirlas en primera
persona. Ésta, además, la narro en tiempo presente que es algo distinto, porque
hace que todo sea más cercano y que esté más próximo.
¿Hubo alguna frase, algún
flash, alguna imagen, que te llevó a escribirla?
Hace como diez años tuve la
idea de escribir una novela sobre la trata de mujeres, pero mi amiga Mabel
Lozano me dijo que, en aquel momento, había que hacer un libro-documento y opté
por dejarlo para más adelante. Cuando Mabel escribió ‘El proxeneta’, un libro
en el que actué como editora, a lo largo del proceso editor, reflexioné sobre
todo este entramado. Después y por determinadas circunstancias, a través de una
fundación tuve contacto con una chica nigeriana. Tras hablar con ella decidí
que quería escribir una novela sobre ese último escalón de la prostitución que
ocupan las mujeres nigerianas. Y aquí está.
En el libro abordas el tema de
la prostitución femenina y de la trata de blancas, ¿estamos ante una novela
reivindicativa con la que quieres dar un toque de atención a la sociedad sobre
un problema que, aunque no se aprueba, sí se tolera?
Siempre, todas mis novelas,
negras o no, tienen este carácter reivindicativo, soy una mujer comprometida.
Trato de significarme en todo lo que hago y no podía ser menos en la
literatura. Llevo muchos libros a mis espaldas y me parece importante utilizar
la voz que tengo, una voz de la que mucha gente carece, como todas estas chicas,
para ponerla al servicio de buenas causas y, por supuesto, de denuncia como en
este caso. Esta es una novela de reflexión y para mí es muy importante haberla
escrito así y desde el punto de vista masculino.
En la página 56 leemos: «Para
sus macarras solo tenían coño. Para los clientes solo tenían coño. Y para la
sociedad solo tenían coño. Ni se las miraba a la cara», palabras demoledoras,
¿hasta ese punto hemos llegado?
Hasta ese punto. Pasamos por
las carreteras y vemos edificios sembrados de luces de colores, tras los cuales
se esconden mujeres esclavas. Y sabemos que es así porque lo hemos visto en
reportajes y en la prensa, y pasamos de largo tan contentos. Cuando la
prostitución, entre comillas, estaba bien vista, cuando se pensaba que los
chicos tenían que estrenarse en un prostíbulo −algo que me parece delirante−,
las rameras, prostitutas, meretrices y demás nombres terribles que se les
asignaban eran solo eso, no eran mujeres. Y desde luego para los proxenetas
estas mujeres son trozos de carne, nada más.
El vudú juega también un papel
importante en la trama. Concretamente, para el comercio con mujeres africanas
es una herramienta de control imprescindible para los traficantes.
Sin ninguna duda, las mujeres
africanas hacen unos viajes infernales, larguísimos, en los que ocurre de todo.
A parte de las propias mafias, hay un montón de gente que saca tajada de ellas.
Siempre vienen atrapadas por una deuda, una deuda contraída en el propio viaje,
en el que ponen como garantía las casas o la seguridad de sus propios
familiares, con lo que están atadas hasta la garganta. Su caso, además, es peor
porque a todo esto se añaden rituales de vudú. El vudú no hace daño a nadie más
que a quien cree en él. Y creer en el vudú es tremendo. Sus rituales son
horribles, están descritos en la propia novela, y las mujeres que se someten a ellos
piensan continuamente en todo lo que les dicen. Vivir pendientes de la magia es
algo terrible.
En la novela hay escenas muy
duras, ¿cómo tomas distancia suficiente para que no te afecte lo que escribes?
No sé escribir sin que me
afecte. Me afecta todo, hasta el punto de que en alguna escena he llegado a vomitar.
Decía Naipaul, el Premio Nobel, que la diferencia entre la literatura y lo que
no lo es, es una carta de un chico que escribe a su novia el día antes de ser
ajusticiado. Yo escribo antes de ser ajusticiada.
Estamos finalizando, cambiemos
el foco, ¿dónde lees y dónde escribes? ¿Utilizas los mismos lugares siempre?
[Risas]. Tengo un rincón en mi
casa donde escribo y leo. Ambas cosas son fundamentales en mi vida, pero en
realidad lo hago en cualquier parte. Siempre voy con un libro a cuestas. Por
ejemplo, ahora estoy leyendo ‘Fortunata y Jacinta’.
Sin lectora no hay escritora.
Sí, eso creo yo. Cuando alguien
me dice que «yo es que escribo, pero no leo mucho», me llama poderosamente la
atención y lo veo como una cosa rara.
Dentro de la novela, ¿dónde
quedas tú?
Me ven siempre en muchos
personajes femeninos, pero creo que donde más estoy es en Roures, y en la
música que está muy presente en la novela y es casi un personaje más. Para
Roures, su relación con la música es como un bálsamo, que le ayuda a comprender
las cosas y a enderezar sus pesquisas. También me encuentro en el humor, porque
a pesar de que ‘La chica a la que no supiste amar’ encierra una historia dura y
estremecedora, hay humor en sus páginas. Creo que las novelas negras, al igual
que la vida, requieren una dosis de humor.
Me la has dejado botando, así
que me aprovecho: ¿qué significa la música para Marta Robles?
Para mí la música es la vida.
Tiene que ver con mis recuerdos, con mis percepciones, con mis sensaciones… No
podría vivir sin ella, como tampoco podría hacerlo sin la lectura.