Maravilloso. Es la única palabra que se me ocurre para calificar ‘Regreso al Edén’, el nuevo tebeo, cómic, álbum, novela gráfica o como prefieran denominarlo, de Paco Roca. Editado por Astiberri, a partir de una fotografía familiar virada en sepia, que, según luego descubriremos, resulta estar incompleta, Roca cuenta la historia de Antonia, su madre, aunque tal vez sería mejor decir que tenemos entre manos el retrato de su familia materna completa, en los inicios de los años cuarenta. No hay que olvidar que anteriormente, el dibujante valenciano dedicó ‘La casa’, otro de sus trabajos, a su padre.
La de Antonia fue una más de los miles de familias que
sufrieron las consecuencias del golpe de estado del 18 de julio de 1936, el
inicio de una guerra que tantos proyectos de futuro truncó y tantas vidas segó,
no solo durante la contienda, sino sobre todo en la posguerra. ‘Ha estallado la
paz’ titularía, con gran acierto, José María Gironella una de sus novelas sobre
este mismo tiempo y asunto. La victoria de los sublevados impuso, manu militari
y también eclesiástica, un puñado de «valores», creencias y adoctrinamientos
que fueron indispensables para reconstruir una sociedad destrozada por los tres
encarnizados años de lucha y represalias, que sirvieron para que los golpistas
arrasaran con el legítimo régimen republicano, estableciendo una dictadura que se
prolongaría durante cuarenta negros años.
Es en este paisaje de la posguerra española en el barrio de
Russafa de València, la ciudad protagonista del álbum, donde Antonia y su
familia malviven, sujetos a estrecheces de todo tipo. Quizá sería mejor decir
que resisten como pueden dentro de un panorama donde cada amanecer se anuncia
peor que el anterior, con poca esperanza. Hambre es una de las palabras importantes
de ‘Regreso al Edén’, esa incapacidad de los protagonistas para satisfacer los necesitados
estómagos de sus hijos de una manera eficaz. O al menos, suficiente. Hambre, un
vocablo odioso, que obligaba a las personas a rebajarse a niveles humillantes
para poder comer. Para las familias de la época, ir un día al cine era un lujo
y ser retratados por un fotógrafo, de cámara fija, trapo negro y pajarito, un
despilfarro. Al fondo la arena, el agua y un sol triste. Ni siquiera les alcanzaba
para comprar media docena de tazas de café vacías. Por no hablar del
racionamiento y el estraperlo. A los protagonistas del álbum solo les quedaba
soñar con espacios dorados, increíbles, inaccesibles, para enfrentarse a la
vida. Los vencedores eliminaron personas, pero no pudieron con sus sueños.
Aunque lo intentaron. Los estereotipos sobre El Edén, Madrid, París, Nueva York
o un simple día en la playa de Nazaret constituían una promesa de felicidad a
menudo inalcanzable. Luego estaban los artistas de cine o personajes como el
Capitán Don Milán, que ayudaban con sus proezas a que la vida de los humildes resultase
más amable. Don Milán fue un acróbata, un héroe, que caminaba por una maroma,
despacio, con tiento, entre los tejados y campanarios de la València vieja. Un buen
día subió a un globo, que partió desde el centro del albero de la plaza de
toros, y desapareció para siempre entre las nubes. Nunca más se supo de él. Nunca.
Hay en ‘Regreso al Edén’ detalles técnicos que no puedo pasar
por alto. En primer lugar, el formato apaisado, que ya utilizara en ‘La casa’,
y que presenta las mismas dimensiones que los antiguos tebeos de Roberto Alcázar
y Pedrín o El Capitán Trueno. En segundo, la cuatricromía elegida para dar vida
a las imágenes, donde predominan los tonos parduzcos y grises, los mismos que vestían
el ambiente y las gentes de la España de la que nos habla. Habría muchas más
cosas que citar, por ejemplo, los separadores escritos con la caligrafía de Cuadernos
Rubio, porque los recursos técnicos de Paco parecen no agotarse nunca. Sin embargo, me
quedo con un tercer aspecto del álbum: el creciente valor de sus textos.
Creo que, en la narrativa de Paco, esa voz en off, esa tercera persona que le
susurra al oído del lector lo que contempla en cada viñeta, ha ganado en
calidad. Cada vez sus textos son más cuidados, y literarios, y desempeñan un
papel indispensable. Son el complemento perfecto para sus dibujos.
Es costumbre de El Eco de las Voces elegir un cómic o una
novela como la mejor obra que ha leído quien esto suscribe a lo largo del año.
Sin lugar a duda, en este tiempo de muertes, contagios y paisajes nublados, que
nos ha dejado el covid-19, la mejor obra que he leído en 2020 es ‘Regreso al Edén’ de
Paco Roca. Es un premio simplemente honorífico, no tiene ninguna retribución
económica, ni ninguna estatuilla o diploma que lo certifique, pero no deja de
ser el reflejo de los gustos y maneras de entender la literatura y los cómics
de quien esto suscribe, alguien que lleva leyendo toda su vida.
Herme Cerezo