Edmundo, en ‘La vía del futuro’ encontramos una cita preliminar:
«I program my own computer/Beam myself into the future» (Programo mi
propia computadora/Me proyecto hacia el futuro). Procede de un tema del grupo
Kraftwerk. ¿De alguna manera estas palabras han inspirado la escritura de estos
cuentos?
Cuando comencé a escribirlos no estaba escuchando música.
Fue otro día, mientras Kraftwerk sonaba en mi casa, cuando me dije que en la
letra de ese tema había resonancias. La frase de la cita se me quedó dando
vueltas en la cabeza y comencé a ver conexiones por todas partes. Esas cosas me
suceden siempre que estoy muy metido en lo que escribo.
¿Desde
cuándo arranca tu interés por la ciencia-ficción?
Como lector desde la adolescencia. Cuando comencé a
escribir, publiqué dos novelas sobre este género: ‘Sueños digitales’ y ‘El
delirio de Turing’. La primera se centra en los hackers y la otra en la
manipulación de imágenes audiovisuales por parte de un gobierno. Sucedía entonces
que yo me movía entre dos tradiciones muy fuertes: por un lado, la narrativa
sudamericana, de contenido social y político; y por otro, algo más fantástico
como era la ciencia ficción. Traté de unir ambas vertientes, pero los textos me
salieron con menos ciencia ficción de lo que yo hubiera deseado. Esto pasó hace
veinte años y creo que ahora he encontrado un punto en el que ambas tradiciones
se han fusionado de mejor manera.
La realidad avanza muy deprisa, a grandes pasos, ¿acaso
la ciencia ficción se va a quedar desfasada en algún momento?
Cuando tú escribes un cuento en el que aparece una
pastilla anticonceptiva en pleno siglo XIX, eso es literatura mágica. Si
escribes sobre la pastilla, ambientando la acción en los años sesenta, puede
entenderse como algo provocativo. Y si lo haces ahora, suena a obsolescencia. Por
tanto, creo que la realidad continúa su avance y normaliza ciertos aspectos que,
en su momento, considerabas como fantásticos, pero que ahora parecen procesos
ya inevitables.
‘La vía del futuro’ contiene ocho cuentos que hablan
sobre la Inteligencia Artificial (I.A.). Tal vez podías haber escrito una
novela en lugar de los relatos, ¿por qué te decantaste por este formato?
Simplemente porque para mí el cuento es algo
fundamental para narrar cosas muy específicas. Me gusta escribir libros de
cuentos que guarden una cierta unidad, en los que los relatos dialoguen entre
sí y respiren un mismo ambiente. Para mí el ejemplo más claro sería ‘Ficciones’
de Borges o ‘El Llano en llamas’ de Rulfo. Hacerlo de esta manera supone tener
lo mejor de ambos mundos, es decir, la autonomía del cuento y, a la vez, la
construcción de un espacio como el de una novela, que puedes habitar a lo largo
de todas sus páginas. He de decir que, al principio, solo pensé en un cuento,
‘La vía del futuro’, que fue como el Big Bang del volumen. Después comencé a
estirar de la madeja y descubrí que llevaba entre manos un libro que trataba
sobre la relación de los humanos con la I.A.
Con esta estructura narrativa, al lector le ofreces
una visión poliédrica de la I.A., donde hablas de religión, de tecnología, de
economía, de trabajo, de la vida cotidiana y de varios temas más.
Es verdad. Tras la intuición del primer cuento,
descubrí que todo esto se había normalizado tanto que se había vuelto ubicuo.
Pensamos que el ordenador o el móvil están ahí fuera, pero en verdad trabajan
aquí dentro [Edmundo señala su frente con el dedo índice]. La máquina es tan
fuerte que se ha vuelto invisible y a través de estos cuentos pretendo «desfamiliarizar»
algo que, calladamente, se nos ha vuelto familiar. Por eso abordo diferentes
aspectos de la I. A., que, como tú dices, abarca muchos ámbitos.
Leyendo sobre Levandowsky me surgió la primera idea
para el libro. La tuve un tiempo dando vueltas en mi cabeza hasta que se
produjo la alquimia de la escritura. Sucedió un día en el campus, a la hora del
crepúsculo, cuando salía de la Universidad. Mientras pasaba frente a otro
edificio, vi como a unos cincuenta chicos trabajando con computadoras detrás de
una cristalera. Estaban inclinados sobre las pantallas. Visto desde fuera, me
pareció que aquel lugar era una iglesia y que ellos asistían a misa. Me dije
que Levandowsky no estaba tan loco, que no era un friki como creí al principio,
y que, aunque de manera informal, ya estábamos adorando a la máquina. Así que pensé
que de lo que se trataba era de escribir un cuento sobre esto, pero de manera
más formal.
Se me ocurre que cuando un usuario conecta su
ordenador y establece un diálogo con él, es como si rezara. No sé si ese podría
ser el rito de la plegaria en esa nueva religión.
Pues sí, es cierto. Además, hace unos años el hecho de
pensar en esta unión entre lo espiritual y la máquina podía ser considerado
como una blasfemia. Pero ahora ya no. Todo esto se ha normalizado mucho. De
hecho, durante la pandemia, yo asistí a un montón de funerales, vía zoom, de
antiguos compañeros, que murieron por el covid. La misa se publicitaba en
Facebook, porque entonces en esos actos no se permitía la presencia de
personas. También surgieron apps anunciando misas normales a las que la gente
se podía conectar. Todo eso tiene que ver con el hecho de que la tecnología se
ha mezclado con la vida cotidiana, laboral y también espiritual. Incluso en la
búsqueda de pareja, aunque esto ya se estableció hace mucho más tiempo.
En ese mismo cuento utilizas una estructura narrativa
que he visto en textos más extensos y pocas veces en un relato corto. ¿Se trata
de un experimento literario?
Cada cuento lleva aparejada una indagación para
obtener datos sobre la I. A. Luego me planteé de qué manera lo presentaría. Y
pensé que podía funcionar como un texto relativo al periodismo de investigación
y entrevistas, que justificara incluir esos bloques informativos. A mí no me
gusta que los bloques aparezcan en un cuento. Han de permanecer escondidos en la
narración. Pero en este caso no podía ocultarlos, así que decidí integrarlos
como si se tratase de una investigación periodística.
El capitalismo se reinventa en el nuevo mundo que podríamos
encontrar bajo la I.A. Lo vemos en el cuento ‘El Señor de la Palma’, donde la
explotación humana continúa, pero ahora bajo el control de la máquina.
Exactamente. Me han preguntado muchas veces cómo se
puede hacer una ciencia ficción hispanoamericana si no somos productores de
ciencia, sino importadores. ¡Como si la ciencia ficción fuera un producto
exclusivo del mundo anglosajón! Para mí resulta fundamental que, si nosotros
recibimos esa tecnología, podamos analizar las desigualdades que produce su
llegada. El cuento que citas comienza como una sátira sobre el emprendedurismo,
fomentada por Don Waitiño, el patrón. Él pretende que cada miembro de la clase
trabajadora sea un emprendedor. Después descubrimos que ese deseo suyo esconde
algo más tenebroso. Don Waitiño, además, es un holograma y desconocemos si realmente
existe o no.
En ‘La muñeca japonesa’ hablas sobre la violencia
contra los androides.
Ese relato trata de robots y en él está condensado
todo lo que descubrí que se había publicado sobre ese tema en los últimos
veinte años. Al contrario de lo que ocurrió con el cuento ‘La vía del futuro’,
aquí no quería contar la investigación de una forma obvia, así que suministré
la información al lector a través de cada nuevo modelo de robot que aparecía en
el mercado.
¿Pueden los androides albergar sentimientos como el de
la soledad?
Eventualmente, no me gusta jugar a ser visionario, ni
vaticinar.
Pero, tú eres un escritor de ficción, puedes
especular.
Es verdad, puedo especular partiendo de lo que sé. Un
teórico checo-brasileño, Vilém Flusser, afirmaba que cada máquina tiene su caja
negra y existe un punto al que el propio programador no puede acceder, ni
conocer. Así que no lo tiene todo bajo su control. En consecuencia, pueden surgir
máquinas que proyecten imágenes como si estuvieran comenzando a soñar. Yo no
creo que aparezca todavía un robot, tipo Terminator, que pueda dominar
todo eso. Pero, pasito a pasito, las máquinas adquieren grados de autonomía y
hacen cosas para las que no estaban programadas. Surgirán comportamientos, que
tampoco estaban previstos, y que resultarán lógicos para un ordenador, pero que
carecerán de sentido para un ser humano. Sin embargo, yo no los
antropomorfizaría, porque pienso que desarrollarán capacidades distintas a las
nuestras.
También describes el sentimiento de abandono de los
androides, de su arrinconamiento, como le ocurre a Maggie, la asistenta del
primer relato.
El tema de la obsolescencia resulta más obvio en las
máquinas que en nosotros los humanos. Y así, aunque los obreros pueden ser
reemplazados por máquinas en nuestra corta vida, la duración de su existencia todavía
es más breve que la nuestra.
Dentro de la visión poliédrica que citaba al
principio, en los demás relatos hablas de bitcoins, de ovnis, de la vida en pareja…
En el fondo, si nos paramos a pensar estos relatos no son más que espejos donde
reflejar nuestra realidad actual, proyectándola en un futuro más o menos
lejano, ¿no?
Sí, de hecho a mí me importa lo que puede pasar dentro
de cincuenta años, pero me interesa mucho más lo que pasa ahora. La ciencia
ficción es un instrumento para establecer un diálogo entre el futuro y el
presente y, dado que hay tantas novelas que trabajan la relación entre el
hombre y la máquina, pensé que era el momento de que la ciencia ficción pudiera
iluminar nuestro presente. Todos hablamos y negociamos al menos veinte o
treinta veces al día con los algoritmos y, como he dicho antes, eso es algo tan
evidente que no lo vemos.
Después de esa preocupación tuya por el futuro y el presente,
cabe preguntarte: ¿detrás de estos cuentos se esconde una escritura terapéutica
o de desahogo?
Lo que pasa [risas] es que una vez que abres este
mundo, comienzas a verlo por todas partes. En otros momentos, otros textos me
han producido una sensación de mayor ansiedad que estos. Ahora me resultan más
bien estimulantes. Dice un amigo mío que es como si te agarras a un cable por
el que te está pasando la electricidad a toda velocidad sin que te des cuenta.
Y no quiero soltarme. Trato de aprovechar al máximo esta mirada extrañada sobre
este mundo, porque si te sueltas, a veces te cuesta mucho tiempo volverte a
enganchar.
Hombres, mujeres y androides pueblan tus cuentos, seres desubicados, atribulados y
desorientados, que buscan un lugar en el futuro que les ha correspondido vivir.
Sí, y de hecho, los nuevos explotados de este mundo
desigual, los del relato ‘Bienvenidos al nuevo mundo’, esos chicos de la
universidad que no encuentran acomodo están deseosos de tomar una pastilla para
tratar de marcharse a otro lado, a otra realidad, porque la sociedad no les
brinda las mismas posibilidades que tuvieron sus padres o sus abuelos. Viven
con mucha precariedad, sumidos en la ansiedad permanente, porque se les avecina
un futuro que no parece llegar con muchas esperanzas.
Precisamente, ‘Bienvenidos al nuevo mundo’ es el
relato más desasosegante de todos. ¿Por qué lo has reservado para el final del
volumen?
Pertenece al mundo que más conozco: el de la
universidad. Siento mucha empatía con todos estos chicos que no sé qué van a
hacer luego. Cuando yo terminé hace veinticinco años, había muchas
oportunidades, pero ahora hay campos en los que, literalmente, no hay un solo
puesto de trabajo. Actualmente, tenemos convocado un concurso para cubrir una sola
plaza y hemos recibido doscientas solicitudes. Y todas son de gente muy
preparada y súper capaz. Sé que voy a decepcionar a ciento noventa y nueve e
imaginé que ese sería el futuro. Se abrió la botella, salió el genio y dijo: «Bienvenidos
al nuevo mundo». Yo deseaba sembrar esa duda, esa incertidumbre, sobre los
desafíos que se nos vienen encima. Por eso coloqué este relato en último lugar.
Falta muy poco para concluir la entrevista, pero antes
he de preguntarte dónde se encuentra Edmundo Paz Soldán en estas ocho
narraciones.
Es una muy buena pregunta. El cuento al que me siento
más cercano es ‘Las calaveras’, ya que en ese texto estuve trabajando ciertas
ansiedades de pareja por llamarlo de alguna manera. El protagonista tiene algo
que ver con un determinado momento de mi vida y escribirlo me permitió
entenderme mejor a mí mismo.
La
última por hoy: ¿Próximos proyectos?
En abril aparecerá una nueva novela mía, relacionada
con el cuento de ‘El Señor de la Palma’. Se titulará ‘La mirada de las plantas’
y tiene que ver con la realidad virtual y con las plantas lisérgicas del
Amazonas. En mi opinión, el Amazonas es el grado cero de nuestros problemas en
América Latina. Disponemos de una larga tradición de novelas en la selva y
pensé que era un momento interesante para ver cómo funciona este mundo casi
postnatural. Además de eso, ahora mismo estoy
escribiendo cuentos sobre el cambio climático, los animales y las plantas, con
la intención de aportar un nuevo nivel de visión a estos asuntos.
HermeCerezo/Diario SIGLO XXI, 20/11/2021