Nº 666.-
Copywright: Stefanie Graul |
comenzó a publicar en 2022. Como ella misma dice, su manera de entender el género negro es mediterránea, llena de flores y luz, bien alejada de las tinieblas confusas que envuelven las novelas negras nórdicas. En ‘Amores que matan’, editada por Roca Editorial, la muerte llega en verano, cuando un reputadísimo experto en arte es asesinado en el pasillo de un hotel. A este suceso hay que sumarle el hallazgo de unos restos humanos y unos cuadros de valor incalculable, que han aparecido, emparedados, en una de las estancias de Santa Rita, un antiguo sanatorio, reconvertido en complejo residencial, habitado por unos hombres y mujeres que recuerdan, inevitablemente, a cualquier dramatis personae de Agatha Christie. Sabor británico, perfumado con las esencias del Mediterráneo. Un martes de junio, caluroso y húmedo, aprovechamos una tregua entre los viajes de la escritora eldense y su participación en la Feria del Libro de Madrid para conversar sobre su novela. La grabadora, piloto rojo encendido, registró los minutos de una conversación telefónica pausada, amable y divertida. Durante ese tiempo desgranamos el proceso de escritura de estos luminosos amores criminales, teñidos de buganvilla, junto con otros aspectos de la literatura.
Elia, tu vida
discurre a caballo entre dos países, Austria y España, a la hora de escribir ¿eso
es bueno, malo, regular o indiferente?
Como llevo toda mi
vida así, pienso que es bueno. A mí me ha ido bien, porque creo que todo lo ves
de dos maneras diferentes: dos lenguas, dos puntos de vista, dos ambientes
políticos con los que cabrearte… Siempre estás comparando cómo se hace una
misma cosa en dos lugares distintos y eso es algo que resulta muy interesante y
positivo para escribir, ya que aumenta la empatía.
Después de tantos años
dedicada a la escritura, y también a la docencia, ¿sabes ya los motivos por los
que decidiste dedicarte a la escritura?
Porque necesito
contar historias. Soy una persona que burbujea constantemente. Yo me siento a
mí misma como una copa de champán, en la que no sabes de dónde brotan las
bolitas, pero las ves subir y explotar. A lo largo de los años me he dado
cuenta de que mientras estoy metida en una historia, una novela o un cuento, me
siento mucho más feliz, me lo paso mejor y, además, hago más dichosos a los que
están a mi alrededor porque doy menos la lata. Luego, si encuentro a alguien
que me dice que se lo ha pasado bien con lo que he escrito, entonces mi
felicidad aumenta todavía más.
Ahora andas a
vueltas con una tetralogía de un género que has dado en llamar Noir
Mediterráneo. ¿De dónde procede la idea para escribir estas novelas?
El nacimiento de
esta saga tuvo que ver con la pandemia. Todo el tiempo del confinamiento nos lo
pasamos en Austria e ignorábamos si nos dejarían venir durante el verano. Finalmente,
el cinco de julio nos permitieron regresar y cuando llegué y vi el cielo, las
palmeras y las buganvillas me dije a mí misma que mi próxima novela
transcurriría en esta tierra, bajo la luz del Mediterráneo. Ya esta bien de
tanta novela nórdica, fría y lúgubre. Aquí tenemos una policía que funciona
bien, lo que significa que en esta tierra también se mata gente, aunque de otro
modo y con otra gracia.
La primera vez que
te escuché fue en el Golem Fest, un festival dedicado a la literatura
fantástica, al misterio y a la ciencia ficción. ¿A la hora de escribir decides
tú el género o te lo impone la propia historia que vas a narrar?
Yo me enamoro de
las historias cuando aparecen en mi cabeza. Empiezo a estirarlas para ver si ofrecen
posibilidades narrativas. A continuación, analizo si pueden ser contadas en
género fantástico o negro, porque lo importante, si me enamoro de ellas, es
escribirlas. Y, en este sentido, tengo mucha suerte, porque escribo lo que me
apetece, se lo paso a mi agente y él se encarga de que se publique.
Es evidente que la
novela negra vive un buen momento. Pero creo que se abusa bastante de los
asesinos en serie y de la pederastia, lo que, como lector, me produce un cierto
cansancio. No sé si a ti te ocurre igual.
No veo la necesidad
de explayarse tanto con las guarrerías y la brutalidad en las novelas. Quizá
sea que soy mayor y esas cosas ya no me gustan, pero en realidad creo que no me
han gustado nunca. No hace falta describir todas y cada una de las tripas que
se les salen del cuerpo a los cadáveres. ¿Para qué tanta minuciosidad en los
detalles? Si los lectores son inteligentes y, en principio, una escribe para
personas inteligentes, con un par de pinceladas que les des, añadiéndoles sus
propias experiencias basadas en otras lecturas similares, te entienden.
La galería de
personajes que aparece en ‘Amores que matan’ (entre otros, Robles, el policía
retirado, o Sofía, que escribe novelas románticas bajo seudónimo), junto con la
comunidad de Santa Rita, ese sanatorio reconvertido donde viven todos ellos, me
recuerdan a Agatha Christie.
Cuando me planteé
este proyecto, yo pretendía rendir homenaje a diferentes tradiciones de la
novela negra. Y así en ‘Muerte en Santa Rita’, la primera entrega de la
tetralogía, hago un guiño a Agatha Christie y ubico la acción en una casa
grande, donde se produce un crimen, cometido por uno de sus habitantes. Ese es
mi juego con la escritora inglesa. En ‘Amores que matan’ establezco relación
con el teniente Colombo, de tal manera que desde el principio, el lector ya
sabe quién es el asesino y cómo se ha producido el asesinato. La cuestión
radica en comprobar si pillan al culpable o no. En las dos novelas que faltan,
asistiremos a otras formas distintas de escribir novela negra.
El personaje de
Mercedes, por momentos, me ha recordado a Violet Crawley, Condesa Viuda de
Grantham en la serie televisiva Downton Abbey. En cualquier caso, la novela
respira un aroma inglés por todos sus poros, aunque sea un «inglés
mediterráneo».
Solo he podido ver
unos cuantos capítulos de Downton Abbey, pero la serie me gusta. Y sobre la
condesa, he de decir que siempre me han interesado los personajes con años
porque me parece tonto desperdiciar toda la experiencia de una vida. Esa manía
que tienen, sobre todo, los autores de novela negra, aunque no solo ellos, de
que todas las mujeres han de tener entre veintialgo y cuarenta y tantos años,
no me convence. Es como si después de esas edades no existieran personajes
interesantes. A nadie parece importarle lo que le ocurra a una señora de
sesenta años. Eso es algo ridículo y también una pena, porque poseen una
experiencia vital de la que otros personajes carecen, sin olvidar que han
llegado a una edad en la que ya no necesitan agradar a todo el mundo, ni ser
buenas chicas. Entonces se sueltan la melena y dicen: «Yo soy yo. Si te gusta
bien y, si no, pues da igual», lo que me parece estupendo. Por eso en otras
novelas mías las protagonistas son personas mayores y creo que las lectoras lo
agradecen, porque no tienen que identificarse con mujeres más jóvenes con las
que ya no tienen demasiadas cosas en común.
A propósito del
teniente Colombo que has citado antes. Deduzco que eres una de esas personas
que, durante su juventud, veían la televisión los domingos por la tarde y se
encontraban con las películas de ese detective del puro, la gabardina y un ojo medio
cerrado.
Sí, claro, las he
visto todas. Lo que me agobia es pensar que rodó un montón de películas que
jamás han llegado a España y que me encantaría ver. Siempre que las reponen son
las mismas. Admiraba a Colombo porque era muy inteligente y, al mismo tiempo,
muy discreto.
Ángeles Barceló
coincide contigo y, a propósito de tu novela, dice que «huele a limón, a sal, a
buganvilla». ¿Para transmitir esas sensaciones hay que pisar y conocer bien los
lugares sobre los que escribes?
Sí, es bueno
conocerlos. Si yo tuviera que explicar cómo se siente un personaje en Islandia,
la verdad es que lo tendría difícil porque nunca he estado allí. Cuando
describo una ciudad, intento buscar lugares en los que yo he estado y de los
que conozco la luz, porque la luz para mí es muy importante. No me basta con
mirar fotos por Internet. En ‘Amores que matan’ he tratado de hacer una especie
de exaltación a mi tierra. Como te he dicho antes, ya está bien de tanta niebla
nórdica, de personajes deprimidos y alcoholizados que comen basura y que joden
la vida de su familia por lo obsesionados que están en sus casos.
¿Asesinar a alguien
por encargo es tan sencillo y barato como relatas en ‘Amores que matan’?
No te lo vas a
creer, pero la información sobre ese asunto, que he utilizado en la novela, es
lo único que no me he inventado. Procede directamente de la policía. Lo
descubrí una vez que participé en Pamplona Negra, donde acudieron unos inspectores
para explicar aspectos del procedimiento policial. Allí relataron el caso de un
empresario que, a través de la sección de Mil Anuncios, contrató a un
sicario para que se cargara a su amante, que se la estaba pegando con otro.
En las novelas, unas
veces los asesinos son detenidos y otras escapan a los lazos de la ley. O sea
que esa frase que dice que «el criminal nunca gana» no siempre es verdad.
Claro, pero eso
también sucede en la vida real. Hay casos que terminan siendo cerrados porque
no hay pruebas o porque, aunque la policía tiene la certeza de quién es el
culpable, no se encuentran evidencias que lo demuestren y puedan convencer al
juez. En situaciones así, el caso se abandona. Pero, si al cabo de diez o doce
años, se encuentran nuevos datos que pueden afectar a la investigación de un
caso cerrado, se puede reabrir y detener al culpable. A veces, estas
reaperturas se producen gracias a los avances de las técnicas de investigación
de la ciencia criminológica.
«El pasado es otro
país» escuché decir el otro día en una película. ‘Amores que matan’ arranca con
el descubrimiento de unos restos humanos y de unos cuadros emparedados. ¿Las
cosas se esconden para no verlas o para que un día regresen con todas sus
consecuencias?
Son válidos ambos
supuestos. Hay cosas que uno esconde voluntariamente pensando que en este
momento no te conviene verlas, pero no las quieres perder para siempre. Tal vez
en el futuro a tus hijos les pueda venir bien disponer de ellas. Otras veces se
esconden pensando en una solución definitiva. Pero esta segunda opción es un
poco tonta, porque si quieres que algo desaparezca de verdad has de destruirlo
o quemarlo. Es lo que le sucede en la novela a Sofía con sus propios diarios y
los papeles de su madre. Ella sabe que sería mejor que desaparecieran, pero
nunca encuentra el momento adecuado para ello. Y desde luego, si alguien muere
sin haber acabado con algo que quería destruir, pierde el control de lo que
pueda suceder con ello.
Has utilizado la
tercera persona para narrar.
Sí, pero no
siempre. Si te fijas, en todas estas novelas hay un narrador omnisciente, que
me permite penetrar en el pensamiento de todos los personajes, y también otros
narradores en primera persona que, de repente, entran en acción y dicen «yo».
Sin embargo, uno tiene la sensación de que todo está controlado por una
instancia superior, que es lo más clásico de las novelas negras, aunque siempre
intento no pasarme con los juegos de narrador y estructura. Ya tenemos todos
muchas cosas en la cabeza como para calentárnosla en estos detalles.
Sin embargo, en mi
opinión, una de las cosas fundamentales de la novela es ese juego que has
establecido entre el pasado y el presente.
Sí, a mí me encanta
el pasado. Siempre tengo la sensación de que el pasado vive conmigo, sin
olvidar que uno es lo que es ahora porque es lo que fue antes. Por eso, en mis
novelas trato de explicar que muchas formas de actuar o reaccionar de los
personajes proceden de algo que sucedió en otro tiempo, momentos que te
marcaron consciente o inconscientemente. En Santa Rita pretendo que cada novela
nueva acceda a una generación más atrás, hasta llegar al momento de su
fundación que es cuando se inició todo. Siempre hay un asesinato en el presente
y otro suceso en el pasado, ya sea un crimen, un suicidio o un accidente.
La falsificación de
obras de arte es otro de los temas que desfilan por ‘Amores que matan’. ¿Hay
más cuadros falsos expuestos en los museos de lo que pensamos?
Por todo lo que he
leído y averiguado, es seguro que en los museos del mundo hay falsificaciones y
de las buenas. Pero a nadie le interesa particularmente investigar demasiado porque,
si se prueba la falsedad, es un desdoro para el museo y los especialistas que
compraron esas obras. De modo que, a menos que haya que vender un cuadro (y ese
no suele ser el caso de un museo), no se efectúan más peritajes una vez que la
obra forma parte del catálogo de la institución. Por tanto, si nadie dice nada,
no se hace nada.
Abordas el delicado
asunto de la separación entre la vida de un autor y su obra. Realmente,
¿podemos desligar ambas cosas?
Es un tema muy
complicado, al que hay que darle muchas vueltas. Si pensamos en autores vivos,
lo tenemos todo muy fresco, pero ¿qué hacemos con escritores que vivieron hace
trescientos años? ¿Dejamos de leerlos porque en algún sitio consta que un tipo
mató a alguien en una ocasión? No sé. Creo que hay que desligar un poco más la
vida y la obra. Si la persona está viva y tengo la certeza de que ha obrado
mal, yo no quiero ninguna relación con ese escritor, pero tampoco puedes
negarle a la humanidad la obra de unos tipos geniales que, sin embargo, fueron
desagradables en sus vidas personales. Por ejemplo, ¿qué hacemos con Picasso?
¿Hemos de quemar todo lo que pintó?
Blauer Reiter es un grupo integrado por artistas como Kandinsky, Marianne von Werefkin, Alexej Jawlensky y algunos otros más, que juega su papel en ‘Amores que matan’. ¿Te atraía este movimiento pictórico por algún motivo particular?
No, eso surgió, por
algo que se llama una «necesidad técnica» [risas]. Como Elia Barceló me atrae
mucho más el impresionismo que el Blauer Reiter. El caso es que para la época en
que se desarrolla la novela, necesitaba encontrar una pintora que hubiera hecho
una gran aportación al arte y que hubiera podido conocer al personaje de
Mercedes y convertirse en su amiga. Cuando estaba en Viena, a través de mi
hija, llegué al conocimiento de la pintora Marianne von Werefkin, que formaba
parte de ese grupo y que había tenido una vida muy interesante. Me documenté
sobre ella, vi que coincidía con lo que buscaba y decidí utilizarla.
El personaje de Mercedes
hace sus pinitos en la pintura y se encuentra con Marianne von Werefkin como acabas
de decir. Se convierten en amigas y
comparan sus respectivas vidas personales. Me pregunto que ¿cuántas
mujeres artistas nos quedan por descubrir aún?
Cientos. Y
científicas y arquitectas y artistas… La Historia está llena de mujeres y lo
que me impresiona mucho es que incluso las que en su época fueron reconocidas,
llegaron a tener taller propio, a convertirse en retratistas de reinas y reyes,
y consiguieron imponerse en un mundo de hombres, fueron borradas de la Historia
de la Pintura. De manera intencionada suprimieron su pasado tras su muerte, con
ganas de joder, como si no hubieran existido. Yo, en la medida de lo posible,
quiero contribuir a que se vaya descubriendo que esas mujeres existieron e
hicieron maravillas. El problema con las chicas jóvenes actuales − a mí también
me sucedió en su momento −, es que han de empezar de cero porque carecen de
referencias a causa de ese borrado. Es muy bonito que sepan que, antes que
ellas, hubo mujeres que hicieron cosas y que únicamente hay que sacarlas a la
luz.
Ese borrado que
dices me parece injusto y cruel, pero también me resulta incomprensible que algunas
mujeres, con carreras bien notables y una sólida producción literaria, decidieran
apoyar a sus maridos, encumbrarlos y ocupar un segundo plano.
Marianne von
Werefkin también pertenece a ese grupo de mujeres. Ella, que era aristócrata y tuvo
el mejor maestro de pintura que había en Rusia, Iliá Repin, llegó a un punto en
el que se concentró en Jawlensky, su pareja, para que se convirtiera en un gran
pintor, apoyándolo constantemente. Le pagó todo lo que había que pagarle para
que lo consiguiera y luego, cuando se quedó sin un duro, él la abandonó. Pero
eso era lo que nos enseñaban a las mujeres entonces, que teníamos que ser
amables y dignas de ser amadas. Para ello había que ocupar una posición secundaria
y perdonarlo todo. Si además su marido o su pareja era artista, ya era el colmo
de los colmos.
Dice la novela que Sofía
(viene del griego) significa "sabiduría". Yo añado que Elia (que
también procede del griego, aunque en algún momento le birlaron el espíritu
áspero y la correspondiente hache en castellano) quiere decir "la que
resplandece como el sol". ¿Algo que añadir al respecto?
¡Qué bonito! Pues
es verdad lo que dices. Cuando estudiaba en el instituto me contaron que mi
nombre debería escribirse con hache, por el espíritu áspero, pero mis padres
pensaron que era demasiado sofisticado. Y como mi madre ya era Elia sin hache,
pues conmigo hicieron igual. De todos modos, mi nombre me gusta mucho con o sin
hache.
La última por hoy:
¿has empezado la tercera entrega de la tetralogía o te estás moviendo por otras
aventuras literarias?
Ya estaba metida en
esa tercera entrega hasta que empezó el cancaneo de la promoción de ‘Amores que
matan’ y hace dos meses que casi no la toco. Esta noche por ejemplo, he pasado
dos horas pensando en la novela, que me tira y me pide que la retome. Pero no
me da tiempo. Y no me quejo en absoluto, aunque me siento un poco cansada de
tanto ajetreo. Lo que de verdad quiero es quedarme en mi casa y ponerme a
escribir.