Copywright: Hermezo |
Manuel Ríos San Martín acaba de publicar ‘El olor del miedo’ (Planeta), un thriller singular, en el que la policía debe aclarar el asesinato – perdón, no sé si se puede denominar así – de Blanca, una elefanta albina del Bioparc de València. Con ese punto de partida, Elena, una veterinaria de dicho centro, ayudada por su pareja, Cristina, y por su compañero Sidy, trata de averiguar qué se oculta detrás del crimen. Pero la policía, representada por los inspectores JP y Violeta, un veterano de colmillo algo retorcido y una casi debutante, también tercia en el asunto e investiga lo sucedido. Por en medio, la trastienda, las bambalinas de unos personajes que no son de trampa ni cartón, sino criaturas que viven su propia existencia al margen de su oficio policial. A las cinco de la tarde de un martes de septiembre, mientras por la calle ululaban las sirenas de los vehículos policiales o de los bomberos, tan usuales por la zona que habito, comenzamos nuestra conversación.
Manuel,
¿cómo surge la idea para escribir ‘El olor del miedo’?
Desde niño me fascinan los animales. En vez de libros
infantiles, mi madre me leía enciclopedias de Félix Rodríguez de la Fuente. Por
lo tanto, es algo que siempre he llevado en mi cabeza. En una estancia en
València, coincidí con Pepa Crespo, responsable de comunicación del Bioparc. Me
interesó lo que le escuché decir y le pregunté si podría visitar la
instalación. Abusando de su amabilidad conviví junto a los cuidadores durante
tres o cuatro días. Así conocí la operativa habitual con los animales. Pasé una
noche allí y se me quedó la imagen de un lugar misterioso, lleno de ruidos nocturnos.
Sin duda daba pie a contar un policíaco que se desarrollase en aquel entorno. La
muerte de la elefanta era el nexo de unión de todas las ideas que había ido
almacenando en mi cabeza.
Tú eres
director de cine, guionista y escritor, ¿los procesos creativos son muy
distintos?
Digamos que
el inicio es muy parecido, pero en cuanto te sientas a escribir es muy diferente,
porque un guion cinematográfico es algo muy escueto, con poca acción y muchos
diálogos. Después un montón de personas, actores, músicos, etcétera, va a
mejorar tu trabajo, mientras que en un libro solo estás tú, con tu imaginación,
y el lector, al que has de proporcionarle todos los datos, ya que nadie lo va a
hacer por ti.
Imagino que
eres consciente de que ‘El olor del miedo’ es una novela muy visual, muy para
la gran pantalla.
Lo que me
gusta de la literatura es que el lector vea en su cabeza lo que yo le cuento.
No me interesa una escritura que le deje fuera. Siempre intento que se sienta
como en el escenario donde están mis personajes. Para eso he de recrear también
la parte visual. Por ejemplo, si están en un zoológico por la noche y los
personajes pasan miedo, pretendo que el lector lo perciba también. Por tanto,
en ese sentido, mi forma de escribir sí es muy visual.
‘El olor del
miedo’ tiene 549 páginas, divididas en 136 capítulos bastante cortos, ¿por qué
has escogido esa estructura?
Me salieron
un poco así, pero es verdad que vivimos una época en la que todo es muy
inmediato, muy breve. Nos movemos por las redes sociales, por los tuits o por Tik-Tok
y la gente se ha acostumbrado a mantener la atención durante periodos cortos.
En consecuencia, esa estructura funciona muy bien. También es una pequeña
trampa que los escritores tendemos a los lectores, que consumen lectura muy
deprisa y que, cuando acaban un capítulo, piensan que necesitan leer otro, que
también es corto, y de este modo leen unos cuantos más.
Como has
anticipado, la novela se inicia con la muerte de Blanca, una elefanta albina del
Bioparc de València, ¿los elefantes albinos son una especie escasa?
Sí, hay
pocos, pero los hay. Y también leones y tigres. No es que sean blanquísimos,
tienen un tono rosado, pero se percibe bien que son albinos. En Barcelona
tuvimos el ejemplo de Copito de Nieve, que era un gorila blanco y esa especie
sí que escasea.
En España
matar a un animal no se considera asesinato. ¿La policía investiga esos casos
con procedimientos análogos a los que utiliza en las muertes de los seres
humanos?
Antes de
escribir la novela me puse como condición hablar con la policía. Formulé la
consulta y me respondieron que este caso concreto lo investigarían exactamente
igual que si se tratara de un ser humano. Y bajo esta premisa comencé a trabajar.
Luego es cierto que el castigo es mucho menor, porque creo que la pena por
matar a un animal como el que nos ocupa es de unos dieciocho meses. Una cosa
distinta es que el inspector, que he introducido en la novela, resulta un tanto
descreído por tener que investigar la muerte de un bicho, aunque a medida que
avanza en sus pesquisas su punto de vista cambia un poco.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con la jueza que interviene en la novela, menos receptiva que la policía.
También
pregunté a una jueza, aunque luego escribo lo que yo quiero [risas], que me
contestó que no se podía destinar demasiados recursos a este tipo de asuntos.
Su respuesta me vino muy bien para que el interés judicial actuase como
contrapunto en la investigación de la novela.
Bueno, hay también
policías veteranos que han entrado de pleno en estas técnicas. De hecho, ya no
se puede investigar sin utilizarlas. Yo hice algún curso impartido por algún
excomisario y las nuevas tecnologías estaban muy presentes en las
explicaciones. Evidentemente, los policías jóvenes ya llegan con esas ideas
incorporadas y, con toda probabilidad, hay también policías como JP en la
novela, más intuitivos, a los que les cuesta un poco poner por escrito todas
las investigaciones.
A lo largo
de la novela, observamos una evolución en la relación entre JP y Violeta. Ambos
aproximan sus propios mundos.
A mí me
gusta que los personajes cambien durante las historias, que aprendan algo, que les
surjan dudas. A JP, que es un viejo rockero, se le tambalea un poco su mundo,
ya que él tiene una nieta que está deprimida porque han matado a la elefanta. Y
eso le lleva pensar y comportarse de otro modo, igual que en la relación con Rosa,
su mujer. Pretendo que mis policías sean muy humanos, a fin de cuentas no sólo son
personas que llegan a un lugar para hacer preguntas. Tienen su vida propia y hay
que quererles.
El procedimiento
de la autopsia de una elefanta no debe resultar sencillo desde el punto de
vista de la logística. ¿Cómo lo hacen?
No lo cuento
en la novela para no entristecer a los lectores, ya que es un poco trágico,
porque al ser un animal tan grande han de cortarlo por piezas. Pero no todo es
malo, ya que suelen llevarlos a la facultad de Veterinaria y sirven para
aprender y trabajar con ellos.
Cuentas en
‘El olor del miedo’ que los animales hacen duelo cuando muere un miembro de su
manada.
Sí, es
verdad. Los elefantes suelen ser los animales a los que más les afecta la
muerte de un miembro de la manada. Se cuenta que se quedan dos o tres días
alrededor del cadáver oliéndolo. Incluso cuando en sus migraciones vuelven a
pasar por el lugar donde murió su congénere, permanecen allí un rato. Los
chimpancés también observan un cierto duelo. En Madrid hay un refugio de chimpancés
que funciona muy bien y su responsable me contó que hubo un macho que estaba
platónicamente enamorado de una hembra. Pero un día ella murió y él se pasaba
las noches aullando y llorándola. Transcurrido un mes, los demás chimpancés le
pegaron una paliza como diciendo hasta aquí hemos llegado. Y funcionó, porque
al día siguiente el chimpancé enamorado se buscó una nueva hembra y volvió a
hacer con ella lo mismo que con la otra.
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En la novela flota un triángulo amoroso, dos mujeres, Cristina y Elena, y un hombre, Sidy, tres personajes con una relación nada sencilla.
Es cierto.
Pienso que ‘El olor del miedo’ es una buena novela para que aquellos que quieran
iniciarse en la literatura negra lo hagan. Contiene algunos elementos propios
de novelas de otros géneros y los personajes presentan unas vidas más
desarrolladas. Y repito que para lectores primerizos puede ser una primera
lectura negra ideal.
Hablas
también sobre la maternidad. ¿El sentimiento de maternidad entre seres humanos
y animales es muy diferente?
Pues vivimos
muy alejados de la naturaleza, pero sí que hay un instinto que se mantiene,
aunque ya no es tan natural y, en ocasiones, nos provoca un cierto sentimiento
de culpa. Los chimpancés viven la maternidad con plena naturalidad y, cuando
nace una cría, las hembras jóvenes quieren arrebatársela a la madre, porque ven
que disfruta mucho con ella. Es una especie de envidia que en nuestra sociedad
no se da. Los padres vivimos tan estresados que los que nos ven no quieren
quitarnos al hijo, porque ellos no desean estresarse, e incluso se plantean la
posibilidad de no tener descendencia. Hemos perdido un poco esa sensación que conservan
los chimpancés.
Ya hemos
hablado de la muerte de los animales, del amor, de la maternidad… A lo largo de
la novela creo que has tratado de establecer un paralelismo entre la vida
animal y la humana. ¿Es así?
Sí, me gusta
que el narrador los compare continuamente, porque todos somos animales. Y así
vemos cómo es la justicia para los animales y para nosotros. Si una cebra muere
en la sabana africana nadie lo investiga, pero si fallece una persona en una
ciudad sí lo hacemos. Los humanos desarrollamos una enorme parafernalia con
policías, jueces, salones para juicios, cárceles, etcétera. Los animales
también tienen un alto sentimiento de la justicia, pero nosotros lo
sofisticamos mucho.
Nuestro
mundo occidental es fundamentalmente urbanita, mientras que los animales,
excepto perros, gatos, pájaros y alguna otra especie doméstica, viven al aire
libre, en el campo, en la montaña o en la selva, ¿las redes sociales se han
convertido en nuestra jungla actual?
A veces sí,
a veces resultan violentas y desagradables. Pero creo que también es nuestra
responsabilidad. Hemos de decidir a quién seguimos. Si sigues a gente que habla
de animales, música o fotografía es estupendo, porque tienes unas redes
sociales amables. Hay que seguir a la gente que puede aportarnos algo y no
hacerlo con quienes se comportan de una manera nociva.
Cuentas que
los humanos y los animales compartimos el miedo a la oscuridad, a ser devorados
durante la noche. ¿Cada amanecer significa la esperanza de vivir un día más?
Arsuaga dice
que en el bosque, de noche, da mucho miedo y más debería dar en la Prehistoria.
Por ejemplo, las jirafas del Bioparc de València, que son los animales más
miedosos que hay allí, en cuanto llega la oscuridad marchan hacia la puerta de
su cobijo y allí se tumban tranquilamente para dormir. Sin embargo, las jirafas
en libertad duermen de pie y siempre están alerta ante la amenaza que les
suponen los leones, que son cazadores y tienen muy buena visión nocturna.
A veces
escucho decir que València no tiene quien le escriba, o que se escribe poco
sobre nuestra ciudad. ¿A alguien de fuera como tú, con una mirada fresca y
diferente, le resulta más fácil escribir sobre ella que a nosotros mismos?
Es curioso
pero nunca he escrito ninguna novela que suceda en Madrid, mi ciudad. La
primera transcurría en Atapuerca, Burgos; la segunda, en Extremadura; y esta
tercera, en València. Yo voy a donde me llevan mis historias: excavaciones, una
iglesia, un buen parque como el Bioparc… Tengo muchos amigos valencianos y
conozco esta ciudad medianamente bien, cuenta con un buen festival de novela
negra y me decidí por ella. Y me ha funcionado como escenario, aunque no
pretendía que resultase una novela llena de mil detalles valencianos. Solo los
imprescindibles. Por ello he introducido pequeños guiños en el lenguaje para
ambientarla.
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¿Si una persona no deja descendencia es como si no hubiera existido?
No, no, los
animales sí, pero nosotros somos capaces de dejar otras cosas. La cultura
abarca tantos aspectos en nuestra vida que podemos legar libros, películas,
pinturas… Hoy, la manera de trascender no es solo teniendo hijos, sino con todo
lo que tú aportes a la sociedad. Pero no deja de ser impactante que seamos la
única especie que puede decidir no reproducirse.
Para concluir y parafraseando
el título de la novela, ¿a qué huele el miedo?
No lo sé, la
verdad. Los humanos vivimos lejos del instinto y yo, en concreto, tengo muy mal
olfato. Nosotros detectamos el miedo más por la cara y la expresión que los
animales.
HermeCerezo/Diario SIGLO XXI 18/09/2023