Javier Moreno Luzón (fotografía cedida por Galaxia Gutenberg) |
los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid, donde desarrolla su labor docente e investigadora desde 1997. Su curriculum le ha llevado a trabajar y colaborar con múltiples organismos nacionales e internacionales. Como historiador se ha especializado en la vida política de la España de la Restauración y ha publicado múltiples trabajos sobre clientelismo, partidos, elecciones, parlamentarismo, elites, monarquía y nacionalismo español. Costó mucho tiempo conseguir esta entrevista. Pero la espera mereció la pena. Se pospuso un par de veces porque Javier Moreno se encontraba fuera de España. Pero con el inicio del nuevo curso académico, las circunstancias cambiaron y fue posible conversar con él acerca de su nuevo libro, ‘El rey patriota. Alfonso XIII y la nación’ (Galaxia Gutenberg), donde aborda la biografía del monarca, cuyo reinado precedió al advenimiento de la II República Española. Un libro, imprescindible, diseminado por muchos escenarios para obtener una imagen fidedigna del tiempo que le correspondió vivir a Alfonso XIII. Un libro, armado bajo un estilo que roza la literatura desechando la ficción, coto vedado para los historiadores. Un libro, cuya lectura acomete el lector y muy pronto, como si de un puzle se tratara, descubre que él mismo, guiado por la experta mano de Moreno Luzón, va construyendo la propia vida del rey y su imagen. Fue el quince de septiembre, por teléfono, cuando durante casi una hora conversé con el catedrático de la Complutense madrileña, mientras en València caía una tromba de agua, amenizada por rayos, truenos y relámpagos sobre un cielo gris algodonoso y oscuro.
Javier, supongo que ‘El rey patriota. Alfonso XIII y la
nación’ es un libro que ha ido fraguándose a lo largo del tiempo, producto de
otras investigaciones tuyas.
Sí, aunque sea un libro relativamente moderado en su volumen,
es fruto de muchos años de trabajo y en sus páginas he tratado de sintetizar a
mi juicio los asuntos fundamentales del reinado de Alfonso XIII.
Como todo
historiador buscas fuentes y documentación para sustentar tus afirmaciones. Después
de treinta años de trabajar en torno a la época del reinado de Alfonso XIII, tú
ya te has convertido en referencia para otros investigadores. ¿Qué sientes
cuando alguien te cita o incluye uno de tus títulos publicados en la
bibliografía?
Mucha alegría,
claro. El hecho de que un libro tuyo sea leído y debatido, aunque no todo el
mundo coincida con tus apreciaciones, y que mucha gente lo considere como algo
valioso, produce una gran satisfacción.
Has comenzado la
biografía del rey por el final, ¿es una forma de advertirle al lector de que,
en tu caso, no solo te importa la estructura y el contenido del libro, sino
también el estilo y la forma?
Sí, creo que hay
que escribir con vistas al lector, considerando que el autor ha de ser capaz de
ofrecerle el ambiente de la época para que pueda penetrar en ella, conociendo
los problemas, los significados y la cultura de ese momento. Y para eso, como
dices, es importante la escritura. Como has visto, todos los capítulos arrancan
con una viñeta relativa a un acontecimiento significativo, que he tratado de
narrar de forma atractiva. Y el primero es la muerte del rey. He utilizado la
técnica del flashback para ese instante y desde ahí he marchado hacia
atrás para tomar contacto con el personaje, resaltar su importancia y mostrar
su manera de pensar en sus últimos momentos. Sin olvidar que la escena del
fallecimiento del rey resulta casi cinematográfica. Mi maestro Santos Juliá
siempre me decía que había que escribir bien, con propiedad, y utilizar
estrategias narrativas para convertir la historia en materia accesible.
Admiro la capacidad
que tienen los hispanistas británicos para suministrarle al lector la
información de una manera amena y atractiva. Y observo que tú también te
apuntas a esa forma de relatar.
Esa afirmación tuya
me parece muy interesante y me siento identificado con ella. Yo ampliaría el
término a la historiografía anglosajona en general, porque hay muchos
historiadores norteamericanos que cultivan ese estilo y prescinden de la jerga
académica, que sólo va dirigida a los colegas, para explicar problemas
complejos de manera comprensible y con ciertas aproximaciones a lo literario.
Creo que ahí reside la clave de su éxito.
La primera sorpresa
que se lleva uno con este libro es la portada: un retrato de Sorolla, que fue
retratista de Alfonso XIII, en detrimento de Zuloaga, cuyo trabajo no gustaba
tanto al monarca. ¿A qué se debe su preferencia por el pintor valenciano?
En primer lugar, hay que decir que Sorolla es muy importante
en la creación de la imagen de Alfonso XIII como un rey a la vez muy español,
preservador de las tradiciones de la monarquía hispánica, y también moderno,
muy puesto al día. Sorolla le ofrecía esa calidad porque poseía un pincel
sensible con el tipo de valores que pretendía trasladar la corona al mundo.
Junto con Mariano Benlliure, otro ilustre valenciano, escultor, creo que son
los creadores de la imagen regeneracionista del rey, mostrando una España en
vías de modernización y progreso, al tiempo que arraigada en las tradiciones
nacionales. Ese es el motivo de que el retrato pintado por Sorolla constituya
la portada del libro, un cuadro maravilloso, que se encuentra en la Hispanic
Society de Nueva York y que, quizá por eso, no era demasiado conocido. Sobre
Zuloaga, hay que decir que es un hombre integrado en la generación del 98, que
representa a una España negra, muy atrasada, grotesca, aplastada por el mundo
tradicional, la religión y las cargas del pasado. Sorolla es todo lo contrario
y simplificando mucho digamos que simboliza la luminosidad y el optimismo, es
decir, justamente la imagen que pretendía proyectar el monarca.
El reinado de Alfonso XIII coincide con una época en la que las monarquías europeas no atravesaban un buen momento. Era necesario replantearse su estructura. Los reyes de otros países buscaron la cercanía del pueblo e incluso inventaron leyendas para darle sustancia a la institución. En este sentido, ¿se reinventó bien la monarquía de Alfonso XIII?
Digamos que Alfonso XIII cubrió un periodo muy largo, con
casi treinta años de reinado efectivo, complicado y sujeto a cambios. Y él
también evolucionó. Su imagen como el rey, que representaba a la España
regenerada tras el desastre del 98, tuvo mucho éxito, no solo entre las derechas
monárquicas sino también entre las izquierdas republicanas. No hay que olvidar
que tanto Sorolla como Benlliure, por ejemplo, fueron republicanos durante su
juventud en València y luego se convirtieron en monárquicos liberales. Hubo
muchos más casos como ellos. Sin embargo, a partir de 1917, que marcó una
cesura importante en su reinado, el rey se fue encerrando en una postura más
conservadora, con una alianza con la Iglesia Católica, que entonces era
fundamentalmente antiliberal, y con sectores del ejército cada vez más
contrarrevolucionarios, que luego desembocará en la Dictadura de Primo de
Rivera. En esta segunda etapa él se convirtió en la encarnación de un proyecto
que, por decirlo así, ya no era para todos los españoles, sino para aquellos
que se identificaban con unas determinadas ideas políticas.
De muy joven, Alfonso XIII escribía un diario. En una de sus páginas se puede leer, cito de memoria, que tenía cierto miedo de que los políticos le pusieran de patitas en la calle. En este sentido, ¿lo que le sucedió en el año 1931 fue toda una premonición?
Resulta un poco
inquietante y sí, se puede leer así, con ese carácter premonitorio. Pero lo que
deja claro el diario es lo que pensaba ese jovencito de dieciséis años, que se
iba a hacer cargo del gobierno de España, acerca de cuál era su misión. Ahí hay
un trasfondo de responsabilidad enorme, que le habían transmitido sus
profesores y su madre y que él asumió con esa edad, muy influido por el
ambiente creado por el desastre del 98. A mí me gusta llamarle un teenager
del desastre, porque lo vivió de muy pequeño y le marcó mucho. Él se sentía
responsable del destino de su país y estaba imbuido de una misión
providencialista: dios le había puesto en aquel lugar para gobernar y salvar a
España. El párrafo que has citado dice textualmente que «él puede ser alguien que
no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y finalmente puesto en la
frontera». O sea, que relaciona el posible fracaso de su gobierno, que tanto
teme, con dejarse gobernar por los ministros, lo cual es curioso porque
demuestra que no está pensando en convertirse en un monarca representativo y
simbólico al margen de los conflictos políticos, como ya comenzaba a ocurrir en
Inglaterra y en otros países, sino que pensaba en tener un papel activo,
implicándose plenamente en los asuntos de máximo relieve para dejar su huella.
A causa de ese afán
protagonista, Alfonso XIII también se inmiscuía en la vida militar y la
controlaba. Sin embargo, no debió resultarle nada fácil manejarse en una institución
como el ejército, dividida en aquella época entre africanistas y junteros.
Estaba
absolutamente inmiscuido en la vida militar. Y la situación era difícil. Ante
todo él se consideraba un soldado-rey, más que un rey-soldado, porque en muchos
conflictos entre el poder militar y el civil se decantaba por el lado castrense.
Hay que entender que el ejército vivió el desastre del 98 como una especie de traición
de los políticos, algo que tenía bien presente el rey. En el ejército se fue
haciendo una clientela, un grupo de afectos como la gente de su casa militar,
generales palatinos y determinados oficiales a los que favoreció. Pero como
tenía facultades gubernativas como jefe del ejército, él iba más allá y se comunicaba
directamente con los militares al margen de los ministros. La división de africanistas
y junteros, marcada por intereses corporativos, especialmente por ascensos por
antigüedad y méritos de guerra, se plantea a partir de 1909 cuando la guerra en
Marruecos. El rey no quería que el gobierno se dividiera y trató de mantener el
equilibrio. Veía que la forma de sostener la monarquía era que el ejército ni
se fraccionara ni se volviera republicano, evitando que se girase en su contra.
Y ese equilibrio es el que trató de mantener cuando en 1917 se produjo el
problema con las juntas de defensa. Finalmente, terminó decantándose por los africanistas,
como el general Berenguer o el general Fernández Silvestre, protagonista del
desastre de Annual. Mimó a la legión, creada en 1920 por Millán Astray, un
cuerpo inspirado, nada menos, que en el código samurái y en la legión
extranjera francesa. Y fue padrino de Franco, al que nombró director de la
Academia militar de Zaragoza.
El título del libro
es ‘El rey patriota’. Ser patriota es un oficio arriesgado, ya que con el
transcurso del tiempo el concepto de patriotismo puede variar y, si fallas a tu
pueblo, dejas de serlo y vas fuera. Y parece que eso es lo que le ocurrió a
Alfonso XIII, ¿no?
Sí y hay otra cosa
más: si uno antepone por encima de todo a la nación y, digamos, juzga su propio
desempeño como rey en función de lo que haga por la patria, pierde esa
autoridad tradicional y se le puede condenar si no ha conseguido lo que
prometió o no ha hecho las cosas adecuadamente según el punto de vista de los españoles.
Es decir, entra ya en ese terreno donde el aura tradicional, casi religiosa,
que envolvía a los monarcas y emperadores desaparece, y ahora todo queda
condicionado a lo que haga o deje de hacer. Al final esa fue una debilidad
suya, pero también le proporcionó mucha fortaleza, porque a su vez se
retroalimentaba con todo lo que significaba España o español.
Alfonso XIII viajó
mucho por la península y en cada lugar aprovechó el momento para exaltar la
unidad patria y la nación española. Pero hay un viaje que resultó distinto. Me
refiero al que realizó a la comarca de Las Hurdes en 1922 y del que se rodó un
documental. Hoy, en 2023, cuando uno contempla esas imágenes, no puede permanecer
indiferente.
Es muy interesante
incluso desde el punto de vista del análisis cinematográfico, porque es un
documental de propaganda y utiliza recursos que podrían ser fácilmente
comprensibles. Se proyectó por todas partes y constituyó un éxito. El viaje lo
efectuó Alfonso XIII en 1922, cuando su figura ya estaba bastante discutida.
Fue un golpe maestro que nació casi por casualidad y a iniciativa de Gregorio
Marañón, que le propuso ir allí en una cena donde le comentó lo que había visto
en una reciente visita suya a la zona. El rey se comprometió a ir y le dijo que
remediaría lo que pudiera. De hecho, creó el Real Patronato de las Hurdes para
mejorar las condiciones de vida de los habitantes de aquella comarca. Alfonso
XIII tenía esos arranques, lo que le proporcionó una proyección de hombre
preocupado por los españoles y sus problemas.
La religión estuvo
muy presente en la vida del monarca. En ese sentido, la consagración de España
al Sagrado Corazón de Jesús en el año 1919 constituye toda una declaración de
intenciones. Sin embargo, al mismo tiempo, el rey observaba una vida
ciertamente disipada, con amantes e, incluso, una familia paralela. ¿Cómo se
conjugan en su caso la religión católica y este modelo de comportamiento?
Bueno, creo que
como la conjugaban los varones poderosos en la España de la época. Una cosa era
la Iglesia, como garante de la estabilidad, del orden social y del sostén de la
corona, y otra el comportamiento privado del monarca. La Iglesia estaba muy
vinculada a la monarquía, como se observa en la cantidad de ceremoniales y conmemoraciones
litúrgicas que se celebraban en palacio, cuyo calendario estaba marcado por las
festividades religiosas. Y sobre su comportamiento privado, el no ceñirse de
manera estricta a la moral eclesiástica y a la fidelidad en el matrimonio no
afectaron de manera negativa a la imagen del rey. El machismo estaba tan
extendido en la época que estas cosas casi hacían gracia. A sus más acérrimos
partidarios les demostraba que, por el hecho de que tuviera amantes, el rey era
un verdadero hombre. Tan es así que ni siquiera sus enemigos se lo reprocharon.
Como señalas, el
rey debía de proyectar una imagen atractiva, porque según leemos en el libro, hasta
Agatha Christie estaba enamorada de él.
Así es y es una
circunstancia que me pareció bastante curiosa. Él tenía esa imagen de latin
lover, de hombre encantador y a la vez de gentleman. Vestía bien,
iba a la moda y se movía en ambientes elegantes con ese toque exótico que
tenían los galanes de entonces.
De hecho, una de
las palabras empleadas con mayor frecuencia en este libro es el adjetivo viril.
Ya sabes que ahora
resulta imprescindible aplicar en el estudio de la Historia eso que se llama la
perspectiva de género. Es una tendencia que se ha impuesto, y que a mí me
parece bien, que consiste en que, además de ver cuestiones políticas más
concretas, también hay que contemplar las fuentes desde esa misma perspectiva:
qué significaba ser hombre o mujer, cuáles eran sus roles en un periodo
histórico concreto y observar cómo esos conceptos van cambiando a lo largo del
tiempo. En consecuencia el término virilidad y el adjetivo viril tienen mucha
importancia en este caso.
Justamente estos
días se han cumplido cien años de la Dictadura de Primo de Rivera. En verdad,
¿el Expediente Picasso sobre el desastre de Annual, que no llegó a leerse en el
Congreso, tuvo algo que ver con el pronunciamiento militar?
Aquí hay que tratar
dos cuestiones. La primera es que el rey estaba muy metido en el funcionamiento
y nombramiento de los responsables del ejército de África. Eso es clarísimo. De
manera especial, para Alfonso XIII Marruecos era una pieza fundamental de la
política exterior española. Las obligaciones que España debía de cumplir en el
protectorado eran irrenunciables para continuar teniendo voz propia en la
escena internacional y eso exigía la ocupación de dicho territorio. Pero la dominación
de la zona del Rif se complicaba de modo notable por la presencia de un
movimiento guerrillero independentista encabezado por Abd-el-Krim. Ello dificultó
la labor de un ejército poco preparado, corrupto e ineficaz como era el
ejército español de entonces. Por tanto, que el rey estaba implicado en lo de
Marruecos era de dominio público. Que Fernández Silvestre, responsable de la
comandancia de Melilla, era un hombre muy cercano al rey, también lo sabía todo
el mundo. Poco antes del desastre, en una fiesta celebrada en Valladolid, se
habló de que Fernández Silvestre se disponía a tomar Alhucemas y que lo iba a
lograr, aunque costaría muchas vidas. Cuando llegó a Melilla, dijo que el rey
le había encargado que lo hiciera y él lo hizo, con el resultado de un desastre
absoluto y entre diez o doce mil soldados españoles muertos. Eso tuvo mucha
repercusión en el parlamento. Los socialistas, con Indalecio Prieto a la
cabeza, acusaron al rey de ser el responsable del desastre. Se especula con que
Alfonso XIII había enviado un telegrama a Fernández Silvestre en el que decía «¡Olé
tus huevos!». Pero, hasta donde yo sé, ese material no se conserva. En consecuencia,
resulta difícil probar si esas acusaciones son ciertas o no. Pero que los
factores contextuales indican que el rey aprobaba la estrategia general de la
comandancia de Melilla es verosímil. A partir de ahí se pusieron en marcha
distintos procesos. Uno de ellos afectaba a la justicia militar, que llevó su
procedimiento con juicio y condenas. La segunda cuestión es la vertiente
parlamentaria. Quizá es la más interesante porque después de unos años de atonía,
el parlamento da señales de normalidad. Asume un papel protagonista y acusa al
gobierno que estaba en funciones en 1921, a los responsables militares, e
incluso al rey. A Alfonso XIII eso no le gustó, pero de ahí a afirmar que
existía una línea recta entre el desastre de Annual y el golpe de estado de
Primo de Rivera no está tan claro. Hubo una comisión de responsabilidades del
Congreso de los Diputados que tenía que emitir su informe unos días después del
golpe de Primo de Rivera. Pero tras el pronunciamiento ya no se volvió a saber
nada del asunto porque las cortes fueron clausuradas. Sin duda influyó en el
golpe, pero de que fuera la clave del mismo no estoy tan seguro.
El ministro de
Gracia y Justicia tomó juramento a Primo de Rivera cuando asumió el poder. Se
puede saber ¿qué demonios debe jurar un dictador que acaba de dar un golpe de
estado?
El rey estaba muy
preocupado porque no se quebraran las apariencias de legalidad constitucional.
El juramento fue el día 15 de septiembre y el día del golpe, dos días antes,
mantuvo una entrevista con el jefe del partido conservador, Sánchez Guerra,
para comunicarle que iba a encargar a Primo de Rivera un gobierno que, aunque
fuera una dictadura, tendría apariencias constitucionales. Él era consciente de
que estaba traicionando su propio juramento del año 1902, rompiendo el pacto
constitucional, y temía sus consecuencias. Por tanto, procuró darle un aspecto
legal. Y ahí entra el juramento de Primo de Rivera, ante el ministro de Gracia
y Justicia que, en aquel momento, era el notario mayor del reino. Primo tenía
claro que era leal al rey, como así consta en todos los documentos que firmó.
Con el paso del
tiempo la relación entre el monarca y el dictador se fue resquebrajando. En un
momento dado, Primo de Rivera llegó a afirmar del rey que «como buen borbón es
ingrato, de ningún fiar».
Como pasa en otras dictaduras
monárquicas, había dos rivales y, aunque estén de acuerdo en lo fundamental,
surgen roces entre ellos. La relación se fue deteriorando, pero el rey firmaba
todo lo que Primo le presentaba, aunque a veces dilatase la firma, porque, si
se negaba a hacerlo, provocaría una crisis muy profunda que conllevaba la
dimisión de Primo de Rivera. Y no se trataba de la dimisión de un gobierno
corriente, sino que significaba el final del régimen dictatorial tal y como se
estaba construyendo. Y el rey no se atrevió a hacerlo hasta mucho más tarde, en
el mes de enero de 1930.
En noviembre de
1923, Alfonso XIII, con el golpe de estado aún caliente, viajó a Italia, donde manifestó
su admiración por el Duce: «Este es mi Mussolini» dijo referido a Primo de
Rivera. ¿Era fascista Alfonso XIII?
Yo diría que
Alfonso XIII admiraba el fascismo por lo que tenía de gobierno fuerte, de freno
a la violencia revolucionaria izquierdista y de corrección drástica de los
defectos que él observaba en el parlamentarismo liberal. A su juicio, como el
de mucha gente conservadora del periodo de entreguerras, el viejo
parlamentarismo del siglo XIX no servía para frenar la revolución y había que
arbitrar soluciones autoritarias. Esto es lo que provocaba su admiración por el
fascismo. El rey también se mostró partidario de una alianza más estrecha con
Italia, que liberase a España de la tutela de Francia. Sin embargo, pienso que
no era fascista en el sentido de que no se daba cuenta de la profundidad de las
transformaciones que implicaba el fascismo. No acababa de entender que el
fascismo no solo era un movimiento contrarrevolucionario sino también
revolucionario, pero por el otro lado. El fascismo transformaba el estado por
completo y arrastraba un movimiento de masas que la dictadura de Primo no
tenía. Si comparamos el somatén español, compuesto por unos señores burgueses, fusil
al hombro, con las escuadras fascistas paramilitares, uniformadas y dedicadas a
la guerra callejera contra los izquierdistas, percibimos enseguida la
diferencia. Pero de todos modos mantuvo una idea positiva de la Italia fascista
y la prueba más evidente es que terminó refugiándose en Roma, donde murió.
Mi paisano Vicente
Blasco Ibáñez publicó un panfleto titulado ‘Una nación secuestrada (el terror
militarista en España)’, en el que arremetía contra la dictadura y el rey.
Blasco siempre me ha parecido un personaje singular, un antimonárquico y
anticlerical, venerado por la derecha valenciana.
Me parece que
Blasco es un buen ejemplo de lo que podríamos llamar el españolismo
republicano. Creo que, hasta cierto punto, eso es lo que explica su éxito
actual entre las derechas valencianas, siempre caracterizadas por su
anticatalanismo y un regionalismo españolista. En aquella época, el españolismo
republicano no era algo exclusivo de Blasco, sino también de muchos líderes
antidinásticos, como Alejandro Lerroux, que alcanzó un gran éxito electoral en Barcelona
contra el catalanismo, blandiendo la bandera rojigualda junto a la republicana
sin ningún problema, y pensando que la unidad de España era un valor superior.
Ahora bien, se trata de un nacionalismo cívico en el sentido de que concibe la
nación como una comunidad de ciudadanos, que deben ser libres y estar al margen
de tutelas doctrinales como las de la Iglesia. Un nacionalismo muy diferente
del católico, que era la alternativa. En ese sentido, su figura no me parece
tan incoherente porque Blasco encaja con ese españolismo cívico y anticlerical
que se impone durante la II República. Él era un genio de los medios de
comunicación y alcanzó un éxito internacional extraordinario, que muy pocos
escritores españoles han tenido. Por eso tuvo tanto impacto su panfleto, que se
difundió enormemente, traducido a varios idiomas y que a los monárquicos
españoles y a los adictos a la dictadura de Primo no les gustó mucho, claro.
Resulta muy
interesante saber que el rey recibía abundante correspondencia de sus súbditos. Es decir, disponía de una
información o feedback, como decimos ahora, de primera mano. Quizá por
eso afirmaba que conocía lo que querían los españoles mejor que nadie.
En un caso como
este, los historiadores hacemos crítica de fuentes y a mí me parece que esa
correspondencia es muy interesante. Y apenas ha sido estudiada hasta ahora. Se
conservan muchísimos legajos, en los que descubrimos cosas tan curiosas como la
sección de «anónimos y locos», que es enorme, gente que la secretaría de
palacio consideraba que estaba mal de la cabeza, pero de la que, sin embargo,
guardaba sus cartas. Este material a mí me ha servido para descubrir los
tópicos que más éxito tenían de la imagen del monarca. Digamos que había una
estrategia para captar la benevolencia real, que siempre pasaba por el halago.
Algunos se atrevían a criticarle, pero esas cartas se clasificaban como «de
locos». Había gente que pedía trabajo, un traslado o un poco de caridad y esos
ponían al rey, y también a la reina, por las nubes. Es una fuente interesante
que yo no he agotado, porque es amplísima como te decía. Y también da idea de
la influencia que tenía el rey, porque él tramitaba las recomendaciones que,
normalmente, por proceder de palacio, eran atendidas por las autoridades
correspondientes.
¿Alfonso XIII fue
el rey más cinematográfico que hemos tenido?
No sabría yo
decirlo. Alfonso XIII triunfó en el medio de comunicación más difundido en la
época, que era el cine. En este sentido, los noticieros cinematográficos, que
entonces estaban en boga, le prestaron una atención extraordinaria, tanto en
España como en el extranjero. Bastaría con decir que, de las películas que se
conservan, la mayoría están centradas en su figura: viajes, cacerías,
practicando deportes… Los monarcas más recientes han dispuesto de la
televisión, pero el rey supo explotar bien el cine como medio de comunicación y
de propaganda.
La última por hoy: ¿en
qué estás trabajando ahora si se puede saber?
Estoy metido en
otro asunto que tiene que ver con este, centrado en la relación entre la
religión y el nacionalismo. Más concretamente, entre el catolicismo y el
nacionalismo en España, pero con una perspectiva trasnacional, porque el
catolicismo, como sabemos, es universal y existen muchas relaciones
interesantes entre el español y el de otros países.
Creo que merece la
pena incluir, como despedida, las primeras líneas de la Introduccion de ‘El rey
patriota. Alfonso XIII y la nación’. Dice así: «El manto no llegaba. En los
momentos de lucidez, el enfermo perdía la paciencia y preguntaba a su ayuda de
cámara, o a las monjas que lo cuidaban: «¿Pero aún no ha llegado el manto?». El
26 de febrero de 1941, miércoles de Ceniza, habían pasado ya catorce jornadas desde
el primer ataque grave de angina de pecho…»
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 29/09/2023