Mi relación con la literatura de Stephen King (Maine, 1947) no había resultado demasiado fructífera
hasta hoy. Poco aficionado al género de terror, hace años le di una oportunidad a través de la lectura de ‘El retrato de Rose Madder’, que me dejó más bien frío. Nunca volví sobre sus obras. Pero quedó ahí como una deuda. Latente. No hace mucho me enteré de que King había publicado una novela de corte policíaco, no era la primera vez que lo hacía, titulada ‘Holly’, editada por Plaza&Janés, y me picó la curiosidad. ¿Cómo sería un thriller policial contado por el maestro del terror? Así que me sumergí en su lectura. Y la experiencia mereció la pena.
He leído por ahí que algunos
críticos celebraban que King hubiera vuelto a escribir una novela policiaca. Lo
cierto es que ignoro cómo han sido sus anteriores experiencias en este sentido
y, en consecuencia, no puedo celebrar este regreso. Pero sí tengo claro que ‘Holly’
es una novela de género bien trazada y mejor trenzada. Si algo ha llamado mi
atención a lo largo de su lectura, es comprobar que el escritor estadounidense,
como si de un pintor se tratase, estructura la historia por capas. Primero, una
imprimación donde asentar los cimientos de la narración y sus escenarios. Y
después, una superposición de capas, colores y matices, hasta conseguir el
efecto deseado, el cuadro final. El desenlace. King inocula la historia en el
lector como una inyección de la que sólo se percibe el pinchazo inicial. El
líquido, calmo y despacioso, penetra con lentitud, pero con seguridad, y va
sentando su poso en nuestra mente.
El mal acecha siempre, a la vuelta de cualquier esquina, de manera invisible las más de las veces. Sin embargo, en ‘Holly’ conocemos al malvado desde muy pronto. Bueno, en realidad hay que decir los malvados, porque son dos: Rodney y Emily Harris, un matrimonio de profesores universitarios jubilados, de apariencia pacífica, respetablemente burgueses, bien asentados. Y no nos importa disponer de este detalle casi desde el principio. No conocerlo hubiera originado la escritura de otro tipo de novela. Lo que de verdad cuenta aquí es cómo son esos malvados, vestidos con un perfil aparentemente impropio para asesinos al uso. Poco a poco, el autor de ‘It’ va instruyéndonos en su caracterización. Y eso es lo que nos colma de asombro, lo que incentiva nuestra lectura, lo que nos incita a devorar un capítulo más. Por supuesto, la descripción de los personajes incluye una cara A y otra B, así como un toque siniestro, viscoso, tan inherente al gusto de King. Sin ese apunte, ‘Holly’ no sería obra suya. Y al acabar la novela, me surgió la duda de pensar si los Harris son los asesinos más hipocondríacos y de salud más débil de toda la historia del género negro. Pero carezco de respuesta al respecto.
La narración arranca en el
momento en que Penny Dahl busca la ayuda de Finders Keepers, la agencia de
detectives privados a la que pertenece Holly Gibney, para que localicen a su
hija Bonnie, que ha desaparecido. La desesperación de Penny despertará el
interés de Gibney por su caso. Y pronto descubrirá que la desaparición de
Bonnie no es la única. Sobre la misma zona se han producido otros casos
similares. La pregunta está servida: ¿guardarán relación entre sí? Y eso es lo
que tendrá que averiguar Holly, con quien colaborarán los hermanos Barbara y
Jerome, poetisa incipiente y escritor, respectivamente, que jugarán un papel
decisivo en determinados pasajes de la trama.
Hay un par de aspectos de la
novela que quisiera comentar. El primero es que Stephen King reserva un pequeño
lugar en sus más de seiscientas páginas para incluir apuntes sobre la
escritura. En concreto, una de las protagonistas, tras escuchar en una
conversación que la escritura es como un pus del que hay que deshacerse,
reflexiona sobre sus propios motivos para componer poemas y afirma que los
escribe «porque no entiendo el mundo. Prácticamente ni siquiera veo el
mundo. A veces me enloquece, y no es broma». Y añade que, cuando termina un
poema, el mundo «¡Se vuelve menos comprensible! ¡Más loco! Pero hay algo sobre
el hecho de escribir… No sé explicarlo». Y el segundo aspecto es el del covid.
El covid se dibuja como telón de fondo de la novela. No hace mucho que estalló
la pandemia y sus efectos en el comportamiento de los personajes está patente
todavía, agravado además por el temor al posible regreso de Donald Trump, que
se marchó de la presidencia de los EE.UU. «dejando a sus espaldas un país en
guerra consigo mismo», tal y como piensa la propia Holly, cuya madre
controladora falleció tras su obstinada negativa a vacunarse contra el covid. Otro
de los personajes, afirma sobre Trump que se trata de un patán y a la vez de un
hechicero, capaz de haber «convertido en revolucionarios a individuos de clase
media regordetes y apáticos».
Y ya tan solo un par de
recomendaciones. Si después de leer ‘Holly’ les da por mirar con desconfianza a
alguno de sus vecinos, o a todos, y a sus conocidos de siempre, no se
preocupen. Es un síntoma absolutamente normal. La maldad aparece por cualquier
lugar, ya lo dije antes. Omnibus lateribus. Y a pesar de las referencias
al covid, no se precisa mascarilla para leerla. Aunque tampoco está de más su
uso, especialmente si leen en lugares públicos.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 06/12/2023