«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 17 de marzo de 2014

‘La rubia de ojos negros’ de Benjamin Black. El regreso de Philip Marlowe más de medio siglo después.

En otras disciplinas es algo común y sucede con cierta frecuencia. En el universo del cómic un dibujante o un guionista o ambos a la vez, continúan la serie que otro dibujante, otro guionista, o ambos a la vez, comenzaron in illo tempore. En literatura tampoco es tan raro: algún escritor hay que, después de muerto, ha publicado más obras nuevas que antes. No son milagros, no, son solo cosas que suceden. Hace un tiempo, Benjamin Black recibió por parte de los herederos de Raymond Chandler el encargo de resucitar – no sé si el término es el adecuado porque su necrológica nunca se publicó hasta ahora – al detective Philip Marlowe.  Todo un reto. Al que suscribe esto le parece cuanto menos pintoresco. Y la razón es sencilla: Benjamin Black, el otro yo de John Banville, en principio nunca había pensado escribir novela negra sino “literatura seria”. Sin embargo, tras la publicación de ‘El secreto de Christine’ como Black , o sea como no John Banville, y el éxito alcanzado por la serie protagonizada por el forense Quirke, el escritor irlandés se ha atrevido a hacerlo. Y aquí está el resultado: ‘La rubia de ojos negros’. Sin lugar a dudas, en la obra de Banville/Black creo que actualmente pesan más las novelas negras que lleva en su haber (la ya citada ‘El secreto de Christine’, ‘El otro nombre de Laura’, ‘El lémur’, que no pertenece a la serie Quirke, ‘En busca de April’, ‘Muerte en verano’ y ‘Venganza’) que las otras, las de la “literatura seria”.

Y es una suerte, oigan, mis improbables, que Black decidiera escribir género policial y asumir el reto de introducirse en la piel de Chandler con todos sus sentidos. He leído por ahí, en algún lugar, en algún perdido suplemento literario, que el irlandés no ha precisado empaparse de todas las aventuras de Marlowe para entrar en situación. Sin esa ayuda complementaria, no obstante, ha sabido captar la esencia del investigador privado con enorme facilidad. No hay más que comenzar la lectura de ‘La rubia de ojos negros’ para comprobarlo. “Era martes, una de esas tardes de verano en que la Tierra parece haberse detenido. El teléfono, sobre la mesa de mi despacho, tenía aspecto de sentirse observado”. Estas tres escasas líneas bastan para ver que lo ha conseguido y también para darnos cuenta de que tenemos ante nosotros una nueva voz de Black, diferente de la que escuchamos cuando leemos las andanzas dublinesas del forense Quirke, su hija Foebe y el inspector Hackett, más parecida pero no igual a la que nos entregó con ‘El lémur’. Lo difícil, además, es colegir cómo le llega a Benjamin Black otra voz nueva, que no es suya, que es de Chandler, de Marlowe y sin duda de otra época. Cuando uno ya tiene su propia voz narrativa, y Black/Banville tienen dos, no es sencillo hacer suya una tercera. Pero lo ha conseguido. Reto superado. Y la puesta en escena es tan correcta que el título procede del propio Chandler. Lo tenía pensado para una de sus futuras entregas, pero no llegó a usarlo.


Ha cuidado Benjamin Black los diálogos, que son trascendentales en el género negro, especialmente en Chandler, muy característicos. Cortantes, irónicos, ácidos, directos... Hay muchos ejemplos, pero no me resisto a transcribir dos de ellos. En el primero, página 38, hablan un millonario y Marlowe:
-          ¿Eres el nuevo chófer? – me preguntó.
-          ¿Tengo aspecto de chófer?
-           No lo sé. ¿Qué aspecto tienen los choferes?, dijo.

Y en la página 210 conversan Canning, un tipo sucio, y Marlowe:

-          ¿Cómo se hizo esa herida en la mejilla? – me preguntó Canning.
-          Me mordió un mosquito.
-          Los mosquitos no muerden, pican.
-          Este tenía dientes.

Las novelas de la serie Quirke tienen otro tempo, más pausado, que no lento. Los años cincuenta en Irlanda se parecen poco a esos mismos años en Estados Unidos. Black se adapta, imprime a la narración un ritmo dinámico, genuinamente negro, innegable. Las páginas de ‘La rubia de ojos negros’ se beben, como los gimlets que toma Marlowe, pasan casi con tanta rapidez ante nuestros ojos como los árboles de la campiña cuando es atravesada por el tren en el que viajamos. Marlowe vive otro momento, una época en la que se podía fumar, a cielo abierto o bajo techado, en un despacho o en la sala egipcia de un hotel, cualquier lugar era bueno para hacerlo. En blanco y negro. Se fumaba en todas partes. Las volutas grises del humo del tabaco suben hasta el techo con pereza, regodeándose, incitando al fumeque, como diría Plinio, el jefe de la policía municipal de Tomelloso. Entran ganas de bajar corriendo al estanco a comprar unos pitillos o una pipa, prenderles fuego y rememorar otros escenarios, otras pausas, otros placeres, los de ‘La rubia de ojos negros’.

A esta novela solo le falta el olor a viejo de las antiguas ediciones de Chandler, esas que guardamos en un
rincón selecto de nuestras estanterías, las mismas que conservamos con las esquinas de las páginas amarillentas y las cubiertas desgastadas por el paso del tiempo, del polvo almacenado, de los lectores que las leyeron, de muchos dedos, de muchas manos… Pero eso tiene fácil solución porque el buqué llega solo. Es cuestión de esperar. No más. Con la incorporación de Benjamin Black al género negro, con Quirke o sin Quirke, con Marlowe o sin Marlowe, la literatura policial ha dado un enorme salto, un innegable salto en calidad. Quien no lee policiales es porque no le gusta. Las excusas sobre su falta de calidad acabaron hace mucho tiempo. Con Black/Banville solo les ha llegado el tiro de gracia.

En ‘La rubia de ojos negro’ hay referencias a otras novelas de Chandler. Es lógico, indispensable para recrear el universo de Marlowe. Incluso se recurre a Linda Loring, el gran amor del detective, o a Terry Lennox, uno de los protagonistas de ‘El largo adiós’. Qué mejor forma de acabar esta crítica que recordando las primeras líneas de aquel clásico chandleriano. Sin duda, de este modo la espera hasta el siguiente Chandler/Black, será más corta. O lo parecerá, al menos. “La primera vez que posé mis ojos en Terry Lennox, éste estaba borracho, en un Rolls Royce Silver Wraith frente a la terraza de The Dancers. El encargado de la playa de estacionamiento...” Ah, se me olvidaba. Esta crítica no cuenta el argumento de ‘La rubia de ojos negros’. No hace falta. Son Marlowe, Chandler y Benjamin Black. Un trío negro, selecto, letal. No hacen falta más referencias, solo sentarse a leer.