Mario Cifuentes, un septuagenario de enigmático pasado, pero que
parece relacionado con todos los acontecimientos de cierta importancia que se
han producido en España desde la muerte de Franco, se entrevista en el Café
Comercial de Madrid con Cintia Soraluce, una profesora universitaria en la
treintena que está escribiendo un libro sobre los servicios secretos españoles
durante la transición y que es hija de un militar fallecido pocos años antes, y
que también estuvo relacionado con los servicios secretos. Este es el punto de
partida de ‘La transición perpetua’, la última novela del escritor aragonés
Luis del Val, por la que ha sido galardonado con el I Premio Internacional de
Novela Solar de Samaniego. Del Val pasó por València y en una esquina del
lounge bar del Ayre Hotel Astoria Palace conversamos durante unos minutos sobre
la obra ganadora.
Luis, ¿qué es lo más importante del hecho de ganar
un premio?
Lo más importante no es el dinero, ni que un jurado se haya inclinado
por tu novela, lo más importante es la promoción. Aunque hasta ahora no he
tenido problemas, atravesamos un momento de crisis. Si un editor publica un
libro mío nadie lo sabe. Sin embargo, si gano un premio tengo la posibilidad de
que mis lectores se enteren y de que también lo hagan otros nuevos, atraídos
por el reclamo del premio. Por eso me presenté al concurso.
Al ganar la primera edición del Premio Internacional
Solar de Samaniego, que relaciona el vino con los libros, has inaugurado la
lista de autores galardonados.
Es verdad. Antes de presentarme quise averiguar ciertas cosas y me
enteré, por ejemplo, que Félix de Samaniego se retiraba para escribir a su
finca de La Escobosa, donde ahora se alzan las bodegas. Samaniego es un
personaje que me llama la atención, porque es conocido por sus fábulas
moralizantes, en las que la virtud triunfa siempre sobre el vicio. Sin embargo,
por otro lado, es también un escritor erótico-pornográfico, autor de historias
protagonizadas por monjes de lubricidad espantosa y monjas con un sentido del
pecado muy laxo. Me fascinaba que en aquella misma finca fuese capaz de
escribir textos tan distintos, era un tipo con dos caras. Tanto es así que
estuvo recluido durante varios años por orden de la Inquisición. El otro
aspecto que me interesó mucho fue la relación existente entre la literatura y
el vino. En una biblioteca hay libros guardados y lo mismo ocurre en las
bodegas con las botellas de vino. Y cuando los libros se abren y las botellas
se descorchan se da rienda suelta a todo un mundo de sensaciones.
A propósito de la crisis del libro, durante el acto
de entrega del Premio Solar de Samaniego, decía un escritor allí presente que
el auténtico premio hoy en día era publicar.
Es difícil para un escritor nuevo, pero para alguien que ya tiene
libros editados creo que no lo es. En un chiste de Chumy Chúmez que apareció en
‘La Codorniz’, un librero le decía a un escritor: «Joven, lo difícil no es
publicar, sino vender» [risas]. Yo no me quejo de las ventas, pero pertenezco a
la clase media, una clase social que antes vivía muy bien y que ahora está
desapareciendo, sustituida por los ricos y por el proletariado. Con los libros
ocurre igual: o tienes un libro que es un bestseller
y vendes muchísimo o nadie nos compra.
Fácilmente, ‘La transición perpetua’ podía haber
adoptado la forma de ensayo, sin embargo has escogido la novela, la ficción,
¿por qué?
Tenía claro que iba a escribir una novela, pero quería que todos los
datos que incluyera fuesen exactos. Durante un año y medio estuve recogiendo
documentación y lo más doloroso vino después, cuando prescindí del ochenta y
cinco por ciento de esa documentación. Si lo aprovechaba todo, la novela se hubiera
convertido en un ensayo, un texto difícil de digerir, justo lo que yo no
buscaba.
¿Y cuáles han sido las principales fuentes
documentales que has utilizado?
Por supuesto he utilizado prensa y libros especializados, pero tuve la
suerte de conocer a algunas de las personas que aparecen en el libro, porque
pertenecí a la Comisión de Defensa, donde coincidí con Gutiérrez Mellado con
quien hablé muchas veces, aunque él nunca rompió su secreto profesional. Por
otro lado, tenía un amigo, que estuvo en el CESID, que me contó algunas cosas
también. A pesar de su discreción, de la de ambos, uno va atando cabos poco a
poco.
¿Has escrito ‘La transición perpetua para un
segmento determinado de lectores?
Mira, tengo una hija que ha cumplido cuarenta años y un hijo que tiene
treinta y seis. Nacieron con la democracia y la televisión en color. Yo he
vivido bajo la dictadura y bajo la democracia. La democracia es como respirar,
algo que vemos absolutamente normal porque a nadie le llama la atención
respirar cada mañana. Sin embargo, si sufrimos un ataque de asma, o una ola de
autoritarismo, y no podemos hacerlo, lo echamos de menos. Con la novela les he
querido explicar que la democracia no es un regalo del cielo, no está hecha de
aluminio anodizado, ni de acero inoxidable, y que como todo en esta vida hay
que cuidarla, porque se puede romper.
El estilo de ‘La Transición Perpetua’ es muy
dinámico, ¿el hecho de que tú provengas del periodismo tiene algo que ver con
esto?
Pienso que no. Conozco muchos compañeros que son muy plúmbeos y a
muchos escritores que son muy ligeros. Todo depende de la forma de enfocar la
novela. España está llena de grandes escritores, pero hay muy pocos novelistas.
He admirado mucho a la novela norteamericana, en la que un escritor no se
preocupa de hacer literatura sino de contar historias que interesen al lector.
Siempre me ha preocupado que cuando alguien compra un libro mío no se lastime y
crea que ha invertido bien su dinero. Cuando no sucede así y el lector ha
dedicado unas horas a la lectura del libro, se irrita mucho.
¿Hubo un antes y un después de la transición, como
antes lo hubo del franquismo?
Permanentemente hay un antes y un después. Los individuos estamos en
transición permanente. Esta sociedad no se parece en nada a la de 1977 y la de
1982 tampoco se parecía a la anterior. Todo evoluciona, aunque a veces
avancemos dos pasos y retrocedamos uno. Ahora nos encontramos en el momento en
que el general Goded se disponía a detener al presidente de la Generalitat
[sonrisa irónica].
Hay pocas novelas que cuenten historias de amor y de
traiciones enmarcadas en el periodo de la transición.
Quizá eso se deba a que tenemos un cierto pudor en hablar de asuntos
contemporáneos. Uno de los grandes temas literarios y dramáticos incluso para
la escena, como es el terrorismo de ETA, tampoco tiene demasiada literatura
escrita. Es indudable que sentimos un indudable pudor a hablar de cosas
demasiado cercanas, demasiado próximas.
Desde el punto de vista literario, ¿te ha resultado
muy difícil introducirte en los personajes que transitan la novela?
A la hora de escribir, lo único que había de cuidar es que cada
personaje hablase de un modo coherente. Gutiérrez Mellado o Adolfo Suárez no podían
expresarse igual que un hombre de la calle. Y no me ha resultado difícil,
porque como escritor de teatro estoy acostumbrado a introducirme en el lenguaje
de personajes de muy distinto rango. Por otro lado y como he dicho antes, tuve
la suerte de vivir algunos de los momentos que narro y de integrar comisiones a
puerta cerrada en las que, como entonces no había periodistas, se hablaba con
toda sinceridad.
Si tuvieras que etiquetar ‘La transición perpetua’,
¿en qué género la incluirías?
Sin duda es una historia de amor con un trasfondo histórico, aunque
quizá sería mejor decir con un trasfondo contemporáneo, porque muchos de los
que aparecen en la novela todavía están vivos.
La novela habla de cinco intentos de golpe de estado
durante la transición.
Sí, hubo un medio golpe de estado y cuatro intentos más. Cuando
alguien de las nuevas generaciones desprecia la transición, un momento en el
que hubo tantos muertos, comunistas, etarras, guardiaciviles, políticos,
policías, militares, etcétera, no me parece correcto, porque no se puede
despreciar de modo tan frívolo aquellos años. Tuvimos suerte y la transición
salió bien, con todas las imperfecciones que tenemos como seres humanos que
somos.
Y dice también que el último intento no se
esclareció.
No, no se quiso esclarecer por el sentido de estado que tenía Felipe
González. Él trató de minimizar los efectos, porque había tantos implicados
entre los jefes y oficiales que hubiera resultado muy perjudicial para el
ejército español. Pero hay una cosa que hizo muy bien: les trasladó el mensaje
de que el gobierno estaba al corriente de lo que tramaban. Sin duda fue la
mejor forma de evitar que se produjese un nuevo intento, el quinto, que tal vez
hubiera sido definitivo.
SOBRE LUIS DEL VAL
Luis del Val nació en Zaragoza (1944). Como periodista ha colaborado en publicaciones tan emblemáticas como Sábado Gráfico, Pueblo, Interviú, Tiempo, Diario 16 y La Vanguardia, y en la actualidad lo sigue haciendo en la agencia OTR-Europa Press y en La Razón. Ganador en dos ocasiones del Premio Ondas, resulta muy popular su labor como comentarista, primero en la Cadena SER y ahora en la COPE, y guionista de diversos programas emitidos por TVE, Antena 3 y Localia. Autor de más de una docena de libros, destacan sus novelas ‘Buenos días, señor ministro’, ‘Los juguetes perdidos’ o el libro de relatos ‘Cuentos del mediodía’, que ha alcanzado las cinco ediciones. Con ‘Las amigas imperfectas’ obtuvo el Premio de Novela Ateneo de Sevilla y con ‘Reunión de amigas’ el VI Premio Logroño de Novela.
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