El sábado 12 de diciembre de
2015, el crítico del suplemento cultural ‘Babelia’ del diario ‘El País’, José-Carlos
Mainer, definía ‘Farándula’, la nueva novela de la escritora Marta Sanz, como
«un carrusel desasosegante e impiadoso». Y desde luego, por estructura y
contenido, bastante tiene de ambos epítetos. Resulta también llamativo su título.
Según el ‘Diccionario del uso del español’
de María Moliner, ‘Farándula’ posee tres acepciones. La primera, «Arte, trabajo, profesión o mundo de los
cómicos. Carátula, farsa, teatro» y la
segunda, «Nombre específico aplicado en
el siglo XVII a una de las compañías ambulantes de cómicos, constituida por siete
o más hombres y tres mujeres», resultan bastante comunes, aunque no deja de
llamar la atención eso de «constituida
por siete o más hombres y tres mujeres». La tercera y última desconcierta un
poco más: «Charla embrollada encaminada a
desorientar o engañar. Trapacería». Y quizá algo de eso, igual que el «carrusel
desasosegante e impiadoso» que citaba Mainer, tenga también esta ‘Farándula’
que, para uno de sus personajes principales, Ana Urrutia, es un vocablo que
sintetiza otros dos: faralaes y tarántula, justamente los títulos de dos de las
tres partes en las que se divide la obra.
La acción de ‘Farándula’ se
sitúa en Madrid, eso queda claro desde la primera página, «cruzaba a buen paso
la Puerta del Sol». Valeria Falcón es una actriz de cierta notoriedad, que cada
jueves visita a una vieja gloria del teatro, Ana Urrutia, que padece el síndrome
de Diógenes y no tiene donde caerse muerta. Su ocaso se solapa con la eclosión
de una nueva actriz, Natalia de Miguel, joven aspirante que enamora al cínico
Lorenzo Lucas, álter ego de Addison DeWitt. Nadie tendrá derecho a destrozar la
felicidad de Natalia, una mujer muy delgada, pero que en la pantalla resulta
gordita. Por otro lado, el ganador de la copa Volpi, Daniel Valls, confronta su
éxito, su dinero y su glamour con la posibilidad de su compromiso político.
Charlotte Saint-Clair, su esposa, lo cuida como una geisha y odia a Valeria,
gran amiga de Daniel. Un ictus, el montaje teatral de ‘Eva al desnudo’ y la
firma de un manifiesto descubrirán al lector una historia sobre el miedo a
perder el sitio, sobre el significado actual de la palabra reaccionario, sobre la devaluación de la
imagen pública del artista, su precariedad y la contradicción entre el glamour
y el compromiso.
Marta Sanz anduvo por
Valencia el pasado miércoles 16 de diciembre. Acudió a presentar su novela, en
compañía del poeta José Luis Falcó, a la librería Ramon Llull. Minutos antes
del inicio del acto, tuvo la amabilidad de conversar conmigo sobre algunos pormenores
de ‘Farándula’ y un poco también de la literatura en general. No olviden, mis
invisibles, que ‘Farándula’ fue galardonada con el Premio Herralde de Novela
2015.
¿Qué
significa escribir para Marta Sanz?
Para mí, la escritura es
fundamentalmente una forma de comunicación con los demás, una vía para que tus
deseos, ideología, inquietudes, visión del mundo, emociones e insatisfacciones
puedan ser verbalizados y compartidos con una comunidad en la que, en cierta
manera, pretendes influir para transformar algo que va mal.
Con
‘Farándula has conquistado el Premio Herralde, entre los muchos miles de libros
que se publican cada año en España, actualmente ¿ganar un premio es la única
forma que tiene una escritora de hacerse visible ante los lectores?
Es una de las pocas, desde
luego. En mi caso es clarísimo. Cuando quedé finalista en el Nadal de 2006 y semifinalista
en el Herralde de 2010, percibí un cambio sustancial en mis posibilidades como
escritora. Comenzaron a llamarme de muchos a sitios y a gozar de más oportunidades.
Creo que los premios son una legítima — o ilegítima, no lo sé cierto —,
estrategia de marketing de las editoriales, que a los autores nos viene muy
bien.
¿Cuál
fue la imagen o cómo surgió la idea inicial para escribir ‘Farándula’?
Creo que hay dos momentos
importantes que desencadenaron la escritura de la novela. El primero es una
cuenta pendiente que yo tenía con ‘Daniela Astor y la caja negra’, una novela
en la que se dice que la cultura es importante, que no es intrascendente,
porque sirve para que nosotros acuñemos nuestros valores y nuestra
sentimentalidad. Y el segundo es un icono personal, una persona, María
Asquerino, cuya vida me impresionó aunque todavía lo hizo mucho más su muerte,
en soledad, rodeada de miseria, en una casa que se venía abajo. Probablemente
esa biografía ejemplar, especialmente con sus momentos más malos, actuó como
desencadenante de ‘Farándula’.
Por
tanto, para comprender ‘Farándula’ ¿resulta indispensable leer antes ‘Daniela
Astor y la caja negra’?
No, no, para nada, aunque es
cierto que mis novelas surgen de hilos que me quedan pendientes de obras
anteriores. Siempre trato temas principales de los que surgen ramas tangenciales,
colaterales, y me quedo con ganas de escarbar y profundizar más en ellos. Me
pasó con ‘Susana y los viejos’, donde traté el tema del desnudo femenino que
luego recogí en ‘La lección de anatomía’, en la que hablo de cómo se relaciona
la realidad con sus representaciones y que se convirtió en el asunto principal
de ‘Daniela Astor y la caja negra’, que recogía el mundo de las actrices, que
ahora abordo en ‘Farándula’. Todas mis novelas surgen de la observación de la
realidad, por un lado, y del regreso a temas anteriores, por otro.
Inicias
la narración con un incidente que sufre Valeria Falcón en plena calle. Como si
se tratase de una máquina de fotografiar, que dispara a ráfagas, asistimos a
una sucesión muy veloz de imágenes, un modo efectivo de captar la atención del
lector, pero ¿cómo consigues mantener su fidelidad a lo largo de la novela?
Por una parte, sigo
utilizando el recurso de la fotografía a ráfagas en diversos capítulos en los que
juego con la idea de estar fotografiando cosas. Como es una novela satírica,
utilizo mucho las enumeraciones, que forman parte de una visión exagerada de la
literatura, que creo que cuadra muy bien con el código de la sátira. Esto es un recurso, si quieres estilístico, como lo
es también utilizar la risa como deformación y denuncia de la realidad. El interés
se mantiene mediante el entrelazado de las tramas: el ictus de Ana Urrutia, la
firma de un manifiesto político por parte de un actor y la adaptación teatral
de una película titulada ‘Eva al desnudo’. A partir de estos caminos
principales, creo que los personajes van encontrando su lugar en la narración.
‘Farándula’
es una novela coral no polifónica, es decir, hablan muchos personajes pero la
voz narrativa es la misma todo el tiempo.
Efectivamente, se trata de
una novela coral no polifónica. La aparente polifonía del principio es falsa,
porque al final solo hay un personaje que lleva la voz cantante. Y eso es
coherente con el tono dramático de la novela, porque a fin de cuentas lo que
hacen los actores es impostar diferentes voces, ejecutar un ejercicio de
ventriloquia, esquizofreneizarse, si
se puede utilizar esta palabra, y en eso creo que los actores con sus máscaras
se parecen mucho a los escritores con las nuestras. Por eso para mí,
‘Farándula’ es una novela que trata del mundo del teatro, pero que al mismo
tiempo habla del mundo de la literatura.
Y,
¿por qué las has ubicado en el mundo de los actores, cuando podrías haberla
desarrollado con mayor facilidad dentro del universo de los escritores?
Podía haberme servido, pero
no quería hacerlo para no tener que hablar de la escritura desde dentro de la
escritura misma. Prefería utilizar una metáfora, un recurso literario para
tomar distancia. Además al ser el mundo de los actores más visible, más glamuroso
e icónico, me servía mejor para explicar este gran teatro del mundo, esta
España o esta realidad envuelta en una crisis en la que todo brilla por fuera,
pero que está bastante podrida por dentro.
Aunque
ya has comentado que en ‘Farándula’ solo hay una referencia concreta a una
actriz real, ¿algún otro actor o actriz
puede reconocerse en alguno de tus personajes?
He querido que los
personajes tuvieran su propia entidad y que Natalia de Miguel, Valeria Falcón o
Lorenzo Lucas funcionaran como tales. Como tú dices, la única referencia
explícita es Ana Urrutia, referida a la actriz María Asquerino, algo que ha de
entenderse como una forma de homenaje. En ‘Farándula’ hay un gran amor por los
actores de este país, por lo que significan y por su profesión. Y en ese
«frankenstein» que son cada uno de ellos he pretendido que fueran autónomos,
pero para eso han de tener aspectos reconocibles de su profesión, como el hecho
de que pertenezcan a una saga, que atraviesen épocas buenas y malas o que el
lector descubra cómo funcionan hoy las compañías de teatro. Por supuesto que poseen
rasgos reales, pero no he querido hacer un calco absolutamente mimético de algunos
actores, que pudieran resultar fácilmente reconocibles.
En
la página 108 de la novela, tropezamos con esta frase: «La dignidad solo se
pierde cuando no se cobra». ¿En verdad la profesión de actor está tan por los
suelos como se dice?
Sí, efectivamente, está muy
mal. No sé si ahora están remontando o no, pero me consta que durante mucho
tiempo no han cobrado por los ensayos y su sueldo dependía de un porcentaje de
la taquilla. En este país creo que hay una especie de amor al arte excesivo,
que tiene que ver con las profesiones artísticas, vocacionales o creativas que
están muy poco reconocidas. Se supone que si haces algo que te gusta no has de
cobrar por ello. A ti te resulta gratificante y punto. Y eso es una gran mentira.
En los momentos más agudos de la crisis y en palabras de Emilio Gutiérrez Caba,
los actores han sufrido un porcentaje de paro del noventa por ciento, que no es
ninguna broma, y eso no solo no ha sido remediado desde el punto de vista
institucional sino que, encima, se ha grabado con un veintiuno por ciento el
precio de las localidades, como si la cultura fuera un artículo de lujo y no de
primera necesidad.
Los
actores han mantenido una actitud contestataria contra el gobierno por la
política cultural que padecen, pero ¿esa postura ha sido un planteamiento
generalizado o también esconde una dosis de una cierta pose?
No lo sé, no te lo puedo
decir de primera mano, porque carezco de un contacto directo con ese mundo. Lo
que sí sé es que en esta posición de protesta se revela una contradicción que
nos afecta a todos. Por una parte, la gente castiga mucho a los actores que
protestan, porque ven que son personas socialmente muy reconocidas y no
entienden su postura ante un sistema que les premia y recompensa, a veces, desde
un punto de vista económico. Y esa es una visión falsa, porque los actores
tienen mucho que reivindicar de su profesión. Son personas y como tales ciudadanos,
que poseen el mismo derecho que los demás a decir lo que sea fuera de su
trabajo. Se les penaliza porque existe un enorme resentimiento social, justificado
por la tremenda crisis que soportamos, un resentimiento orquestado por las instancias
del poder que busca desprestigiar la cultura, porque sabe que puede hacerle
mucho daño.
Tradicionalmente
los actores, los cómicos, siempre han plantado cara al poder.
Efectivamente, pero ahora
solo guardamos su imagen glamurosa y nos olvidamos del actor de verdad, del
cómico de la legua, que sigue existiendo y que retrató Fernando Fernán Gómez en
‘El viaje a ninguna parte’, un tipo que pone copas los sábados por la noche y
que para sacar adelante a su familia ha de conformarse con trabajar en pequeños
papeles teatrales.
En
‘Farándula’ en lugar de números, los capítulos llevan título.
Esto ya lo hice en ‘Lección
de anatomía’ y me gustó. No hay más motivo. Cada título sintetiza lo que hay en
cada uno de los capítulos, que en ocasiones pueden funcionar como una historieta
autónoma.
Cuando
hablamos del compromiso del escritor parece que siempre nos referimos al
contenido de su obra, pero ¿existe también un compromiso estético con respecto
al lector?
Esa pregunta es absolutamente
fundamental y creo que has sintetizado muy bien lo que significa el verdadero concepto
de literatura comprometida e incluso política. Para mí, este tipo de literatura
es el que habla de las cosas que nos preocupan desde el punto de vista social,
político o humano, y que al mismo tiempo es consciente de que la forma de
representar y contar esas historias es ideológica. Se trata de una literatura
que se exige desde el punto de vista estilístico para no incurrir en
repeticiones y generar preguntas en el receptor, no solo desde el punto de
vista de lo que se cuenta, sino también de cómo se hace. Eso creo que forma
parte de nuestro oficio de escritores.
Por
lo tanto, para ti el equilibrio entre contenido y estilo es esencial.
Por supuesto, ese equilibrio
es fundamental. El estilo y el contenido son inseparables.
Sin
embargo, hay escritores que dicen que les importa cómo escriben y no lo que
cuentan.
Quien piense así creo que
debería reflexionar un poco mejor esa respuesta, porque en la literatura y en
el cine el estilo es la manera de representar la realidad, una forma de tomar
postura frente a ella. Si yo elijo una sátira o una larga enumeración para
narrar, no es una elección sin más. Estoy tratando de significar algo más
profundo.
Concluimos
la entrevista, ¿tienes ya la cabeza ocupada en algún nuevo proyecto literario?
Tengo la cabeza ocupada con
nuevas ideas y también tengo muchas ganas de sentarme para desocuparla, pero
hasta ahora no he dispuesto de tiempo para hacerlo.
Herme Cerezo
SOBRE MARTA SANZ
Marta Sanz (Madrid, 1967) es doctora en Filología. Ha publicado las novelas ‘El frío’, ‘Lenguas muertas’, ‘Los mejores tiempos’ (Premio Ojo Crítico 2001), ‘Animales domésticos’, ‘Susana y los viejos’ (finalista del Premio Nadal en 2006), ‘La lección de anatomía’, ‘Black, black, black’, ‘Un buen detective no se casa jamás’ y ‘Daniela Astor y la caja negra’. En 2007 recibió el Premio Mario Vargas Llosa NH de Relatos. Es autora de tres poemarios, ‘Perra mentirosa’, ‘Hardcore’ y ‘Vintage’.
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