Hace seis años, Santiago Posteguillo se
adentró en la vida de Marco Ulpio Trajano, el emperador romano nacido en las
cercanías de Sevilla en el año 53. Con su nueva novela, ‘La Legión Perdida’,
editada por Planeta, acaba, literariamente hablando, claro, con su vida y
cierra la Trilogía que le ha dedicado y que se inició con ‘Los asesinos del
emperador’ y ‘Circo máximo’, también publicadas por la editorial barcelonesa. Esta
última entrega fija su arranque en el año 53 a.C., cuando el cónsul Marco
Licinio Craso, al mando del ejército de Oriente, cruzó el río Eufrates para
conquistar un vasto y rico territorio. Craso quería ganar prestigio ante César
y Pompeyo, sus compañeros del triunvirato. Sin embargo, sus siete legiones
fueron destruidas en Carrhae, él mismo encontró la muerte y una legión, la
Legión Perdida, desapareció, sin que jamás se tuviera noticias de ella. Esta es
la fuerza motriz que impulsa y alienta la escritura de la novela del escritor valenciano.
Santiago, después de haber vendido más de 300.000 ejemplares de los dos títulos anteriores, ¿se siente vértigo a la hora de sentarse a escribir?
Uno ya está curtido en la técnica literaria y
tiene una cierta intuición sobre la senda por la que ha de conducir el relato,
pero el vértigo es enorme. Ese vértigo lo he empezado a superar ahora, cuando
ya ha salido a la venta la segunda edición, cuando empezamos a saber que los
lectores le han deparado una acogida positiva y cuando las primeras críticas
destacan el trabajo de documentación y de ambientación. En el fondo, un
escritor no deja de ser un artista, es como ese actor veterano que no tiene
rubor en confesar que la noche del estreno siempre está nervioso. En mi caso,
la víspera de que el libro saliera a la venta no pude dormir.
También debes sentir responsabilidad ante tus
lectores, ¿no?
Claro, el éxito de las dos primeras partes le
añade mucha responsabilidad a tu trabajo. Y miedo. Esto es como una «mascletà»
y esta tercera parte es como la traca final, no puede decepcionar al lector. Y
creo que lo he conseguido.
A Trajano le has
dedicado tres mil seiscientas páginas, todas absolutamente necesarias, porque
el guión lo pedía.
Si me presento ahora con una novela de
trescientas páginas mis lectores me fusilan [risas]. Creo que este relato
exigía un enorme volumen de páginas y, utilizando argumentaciones suficientes,
mezclando varios imperios y varias culturas, han salido solas. Lo que he
pretendido es que no haya espacios de relleno, que todo lo que cuento tenga un sentido
y un porqué, ya que estirar las novelas sin más hubiera sido un craso error.
En alguna
entrevista has manifestado que ‘La legión perdida’ te ha supuesto «el mayor
reto narrativo y de documentación al que he hecho frente como novelista», ¿eso
es cierto o es pura retórica?
En este caso no es una pose retórica. He trabajado
con fuentes escritas en chino clásico, latín, griego, sánscrito, silabario cusana y parto.
Evidentemente, no domino todos esos idiomas y he tenido que recurrir a expertos
y a traducciones de estas lenguas al inglés. No es habitual que un autor
trabaje con tantos documentos y eso supone un esfuerzo brutal. La novela está
dividida en cuatro partes y en dos tiempos, el correspondiente a Trajano y al
de la Legión Perdida. El único referente que se me ocurre de una novela
parecida a esta es ‘Creación’ de Gore Vidal, donde el escritor estadounidense
describe el viaje de un embajador persa a Grecia, India y China. Pero es un
texto que da una imagen muy intelectual de esas culturas, mientras que mi libro
ofrece una narración más ágil y dinámica.
Para un militar
romano, para un emperador como en este caso Trajano, la leyenda de la Legión Perdida
¿significaba un reto o una pesadilla?
No creo que Trajano se planteara la conquista
de Partia como un reto para superar ese miedo a la Legión Perdida. Él pretendía
solucionar un problema económico y fronterizo a la vez y, en el momento
decisivo, en el momento de la verdad, descubrió que muchos de sus legionarios
conservaban todavía ese temor a la leyenda.
¿Los romanos
tenían el mismo concepto del imperio que nosotros hoy en día?
Ellos carecían de una noción clara del
emperador. Solo se daban cuenta de que cada vez adquiría mayor poder y que el
Senado veía disminuidas sus atribuciones. Pero eso también dependía de cada
emperador. Trajano, por ejemplo, no declaró la guerra contra Partia enseguida,
prefirió reunir primero argumentos suficientes y sólidos para que el Senado
aprobase la campaña bélica. Él era partidario del pacto y del gobierno con
consensos. Su inteligencia en este sentido le llevaba a pactar incluso con
pueblos enemigos.
¿Partía se
convirtió en una obsesión para Trajano?
No, pero existía un problema diario que era
la frontera. Ocurría entonces lo mismo que pasaba anteriormente en el Danubio,
cuando sus límites eran sobrepasados por el rey Decébalo y los suyos para
cometer todo tipo de tropelías. Por otro lado, los partos controlaban la Ruta
de la Seda y ya se sabe que el origen de las guerras, casi siempre, tiene un
motivo económico. Ante esta situación, los romanos se sentían incómodos y
Trajano decidió solucionar este asunto.
¿El lector, que ya ha leído las dos primeras
partes de la trilogía, encuentra en este último volumen a un Trajano muy
cambiado?
El personaje sufre una evolución, pero no
toma el camino de la maldad. Trajano tiene un vicio, que es el alcohol, que se
irá acentuando y que acabará con su muerte. Pero su nobleza de carácter se mantiene
y es capaz de transmitirla a sus soldados, lo que les llevará a ganar batallas.
Él luchó contra esa leyenda de la Legión Perdida y su gran problema entonces,
como ya he dicho, fue que sus tropas superaran el temor a ese fantasma.
¿Esta Trilogía se
convertirá en Tetralogía?
No, no, en esta novela dejo a Trajano bien muerto
y enterrado y con su triunfo post mortem celebrado en el Circo Máximo. Además,
tendría que seguir con su sucesor, que fue Adriano, un personaje que me cae muy
mal y no me apetece.
¿De dónde procede
esa aversión tuya hacia Adriano?
Marguerite Yourcenar en sus ‘Memorias de Adriano’
hizo un retrato muy particular del personaje y cogió aquello que le gustaba.
Pero en realidad, Adriano maltrataba a su mujer física y psicológicamente; era
caprichoso e inestable, podía acabar con la vida de un esclavo si este vertía
mal el vino en su copa; y, por último, si visitas el Panteón de Roma descubres
un edificio de una increíble belleza, cuya cúpula es más alta incluso que la
del Vaticano. Su autor fue Apolodoro de Damasco y Adriano fue quien ordenó su
ejecución. Creo que son razones poderosas para que me caiga mal.
Algún escritor
dice que tiene la impresión de estar escribiendo una obra grande, de quince o
veinte mil páginas, y que la entrega al público poco a poco, como si cada
novela suya fuera un capítulo, ¿es tu caso también?
Todo lo relacionado con el Imperio Romano lo
tengo metido en mi cabeza y es verdad que cada vez escojo un segmento y lo
cuento. Sé también que quedan todavía muchas cosas más que pueden resultar
interesantes para el lector y en este sentido, podríamos decir que estoy escribiendo
una Historia de Roma novelada, pero sin orden cronológico.
Por lo tanto, ¿la
gran protagonista de tu obra es Roma?
De momento sí lo es, aunque no tiene por qué
ser siempre así.
¿Tus otros libros de relatos están ya
olvidados?
No, no, qué va. Puedes contar a tus lectores
que «amenazo» con un tercer volumen, pero he de valorar si lo publico a
continuación o después de otra novela histórica.
¿Te va a entrar sensación de vacío ahora que has
abandonado a Trajano?
Bueno, podría haberla habido, claro, lo que
ha ocurrido es que, mientras el libro se encontraba en pleno proceso de
maquetación e impresión, he comenzado a trabajar en un proyecto nuevo y ya estoy
enamorado de otro personaje.
Concluimos la
entrevista con una pregunta de actualidad. Trajano desterró a los corruptos y
les hizo devolver el dinero robado, ¿por qué les cuesta tanto a nuestros
políticos hacer lo mismo?
Los políticos de hoy no saben, o no quieren,
dotarse de las leyes necesarias y apoyar la justicia lo suficiente para que eso
se produzca. Fácilmente podrían promulgar una ley que, en función del dinero
que devuelva el corrupto se suavice o se endurezca la pena impuesta, siempre de
acuerdo con los cálculos del importe defraudado que haya efectuado Hacienda. Y
para eso no hace falta recurrir ni a las fieras ni a los martirios.
SOBRE SANTIAGO POSTEGUILLO
Santiago Posteguillo es profesor de Literatura en la Universidad Jaume I de Castellón. Estudió literatura creativa en Estados Unidos y lingüística, análisis del discurso y traducción en el Reino Unido. De 2006 a 2009 publicó su trilogía ‘Africanus’, sobre Escipión y Aníbal, merecedora de grandes elogios por parte de los expertos. Ha sido premiado por la Semana de Novela Histórica de Cartagena, obtuvo el Premio de las Letras de la Generalitat Valenciana en 2010 y fue galardonado con el Premio Barcino de Novela Histórica de Barcelona en 2014. Ha publicado también ‘La noche en que Frankenstein leyó el Quijote’ y ‘La sangre de los libros’, dos imaginativas obras de relatos sobre la Historia de la Literatura. Con su Trilogía de Trajano, Posteguillo ha continuado recibiendo elogios por su narrativa histórica. ‘La Legión perdida’ cierra el periplo que se inició con ‘Los asesinos del emperador’ y ‘Circo Máximo’
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