Roberto Ferrando, profesor del
I.N.E.M. Juan de Garay de Valencia en la época del bachillerato de Villar Palasí,
inculcó a sus alumnos una afición que todavía perdura: el amor por el arte.
Entre otras muchas enseñanzas, fue el primero que nos habló de ‘El jardín de
las delicias’, un tríptico sugerente que admitía múltiples interpretaciones,
obra de un pintor flamenco llamado El Bosco, cuyo nombre real, Hieronymus
Bosch, descubriríamos más adelante y cuya procedencia resultaba cuanto menos
brumosa, pues sus orígenes no terminaban de quedar claros. Para distinguir las
pinturas del Bosco de las de otros autores, en realidad inconfundibles, Ferrando
explicaba que había que buscar las ratas negras insertadas en sus escenas. «Las
ratas negras simbolizan la muerte», decía. Esta insistencia suya inducía a
pensar que el holandés se servía de alguna suerte de código para transmitir
algún mensaje a quienes contemplaran sus obras. Es curioso que aquellas dos
ideas, la de su confusa procedencia y la del código interpretativo, que nos
inculcó Roberto Ferrando, constituyan aún hoy los pilares fundamentales sobre
los que se asientan las dudas que suscita la figura de Hieronymus.
De esas dos dudas y de los
restantes aspectos de su vida y obra, se ocupa profusamente el historiador Nils
Büttner (Bremen, Alemania, 1967) en su libro ‘Hieronymus Bosch «El Bosco»’, recientemente
publicado por Alianza Editorial. Büttner, especializado en arte holandés y
también alemán, que imparte magisterio en la Universidad de Stuttgart, desarrolla
en poco más de doscientas páginas un pormenorizado estudio sobre El Bosco, manejando
trayectoria personal, pinturas y estatus social. Y lo hace con un lenguaje
sencillo, que rehúye el tecnicismo inalcanzable para el profano. Lo de Büttner
aquí es pura didáctica, pero una didáctica bien alejada del aburrimiento. Creo
que el lector ha estado muy presente en su mente durante la redacción del texto,
que se convierte en una auténtica guía para conocer la obra del Bosco.
Para despejar la primera duda, la
de la brumosa procedencia, el profesor alemán deja clara la nacionalidad
holandesa del pintor, nacido en la ciudad de Den Bosch, así como su ascendencia
alemana (su abuelo, natural de la localidad germana de Aachen, emigró a los Países Bajos en 1404). No ocurre
lo mismo con la fecha de su nacimiento, que al día de hoy se desconoce con
exactitud, aunque el lustro 1450-1455 parece el momento más aproximado a la realidad.
Hieronymus Bosch por Cornelis Cort (1572) |
A pesar de que se le han
atribuido multitud de obras, solo veinticuatro de las que nacieron de sus
pinceles, pigmentos y aceites, han llegado hasta nosotros con certeza absoluta
de autenticidad. Büttner explica que, para datarlas con exactitud, se ha
utilizado la técnica dendrocronológica, que permite conocer la antigüedad de
las maderas sobre las que fueron pintadas, mediante el estudio de la fecha de
tala de los árboles de los que se extrajeron. Es curioso, pues, que la obra del
Bosco se catalogue con mayor facilidad gracias a una técnica científica que por
el estudio de la evolución de su pintura. Sin duda su producción fue más
extensa, pero tras su muerte se perdió gran parte de la misma, probablemente
vendida, primero, y extraviada, después.
Como afirma el historiador
alemán, para El Bosco «crear fue siempre pintar» y su espacio pictórico no fue
«un fragmento de realidad que se destaca y observa, sino un escenario de fuerte
carga simbólica en el que tiene lugar una acción». Este enfoque conduce
directamente al capítulo del libro dedicado a la interpretación de sus tablas y
pinturas, la suerte de código del que hablaba al principio, que ha admitido
todo tipo de conjeturas a lo largo del tiempo. Cuando El Bosco comenzó su carrera, la pintura cobró una importancia muy
grande y se asimiló al mismo nivel que la palabra: Ut pictura poesis («como la pintura así es la poesía»). Dado el alto
nivel de analfabetismo de la población, los teólogos defendían el principio de
que «la principal tarea de las artes visuales era contribuir a la salvación de
las almas». Si la gente no sabía leer, al menos podía recibir información a
través de la pintura. En este ambiente se desenvolvió El Bosco, sin embargo, su
fascinación por el infierno, le llevó a crear monstruos y seres demoniacos inimaginables
hasta entonces y a mezclar criaturas mitológicas como prueba del infinito poder
creador de Dios. Añade Nils Büttner que «los cuadros del Bosco fueron tan
imitados porque confirmaban los peores miedos de sus contemporáneos». Para
comprender bien esta aseveración, hay que tener presente que para sus
conciudadanos el mundo albergaba individuos grotescos y estrafalarios, tipos
espantosos a los que consideraban cómicos y entretenidos. Desde ese punto de
vista, no podemos reducir las invenciones del holandés a la esfera de la
instrucción teológica y moral. Sin duda, gracias a su desahogada economía y al
contrario que ocurría con muchos de sus colegas, El Bosco pudo dedicarse a
imaginar con completa libertad.
Estrechamente ligado con lo
anterior, encontramos que, a lo largo de su carrera, comenzó a concederse
importancia en la pintura al tema y a la forma. Surgió en aquel momento la afición
por el coleccionismo de obras de arte. A los pintores se les encargaban obras
y, en el momento de firmar el contrato, el artista entregaba un esbozo del
cuadro concertado. De ahí procede la mayor parte de dibujos abocetados
existentes de los cuadros del Bosco. El hecho de que entre su clientela se
encontrasen monarcas, nobles y burgueses acomodados, que apreciaban, valoraban
y admiraban su arte, además de proporcionarle buenos ingresos como ya se ha
dicho, actuó como caja de resonancia para la difusión de su obra.
El libro de Büttner, que se
cierra con un abundante apartado de Notas, Bibliografía e Índice onomástico, también
entra al detalle en los trabajos más representativos de El Bosco. Obras como San Cristóbal, El carro de heno, El jardín
de las delicias, Las tentaciones de San Antonio, Cristo con la cruz a cuestas,
El Juicio Final, La Adoración de los Reyes Magos, Crucifixión con donante,
Meditaciones de San Juan Bautista o La
Mesa de los pecados capitales, entre otros muchos, son analizadas con
minuciosidad, proporcionando al lector un punto de vista distinto del que
observa el mero visitante de una exposición de cuadros. Precisamente ahora,
cuando en el Museo del Prado de Madrid se está conmemorando el V Centenario de
su muerte con una exposición antológica, gracias este ‘Hieronymus Bosch «El
Bosco». Visiones y pesadillas’, tal vez sea el momento de enfrentarse a la
contemplación de las obras del artista holandés con otra mirada, con ojos
cargados de referentes históricos, sociales y artísticos distintos.
Ah, y las ratas negras del
profesor Ferrando existen. Al menos, quien esto suscribe, guiado por el verbo
de Büttner, las ha encontrado. Y en El
jardín de las delicias, nada menos.
Herme Cerezo
‘Hieronymus Bosch «El Bosco».
Visiones y pesadillas’. Nils Büttner (traducido por Miguel Ángel Pérez Pérez).
Alianza Editorial. Mayo 2016. Tapa dura, color, 205 páginas. Precio: 18 €.