extraño viajero a un hotel rural de la Sierra de Madrid, Aunque carece de
documentación, Lucía Olmedo, la propietaria, decide alojarlo. El recién llegado
le inspira tanto desasosiego como curiosidad, pero pronto comparten un fugaz
encuentro amoroso. Al poco tiempo el hombre desaparece, dejándole una escueta
nota, el recibo de un laboratorio de revelado y sesenta dólares. Cuando Lucía
trata de recoger el encargo, descubre que el recibo tiene más de medio siglo de
antigüedad. Es solo el principio de una inquietante investigación.
A mitad de camino entre la novela
histórica y el relato fantástico, Manuel Rico se sirve de una historia de amor
para profundizar en un tema que le interesa particularmente: la memoria
histórica más reciente. Descabalados los ejes espaciotemporales, por la novela
navegan los campos de trabajo del franquismo y surgen espectros como el del
escritor Humphrey Slater, un personaje real que se esfumó en el aire, bajo
extrañas circunstancias, en el año 1958. Nunca se ha vuelto a saber nada de él.
Manuel, a lo largo de tu carrera literaria has alternado poesía y
novela, periodismo y crítica literaria, con incursiones en libros de viajes y
ensayos, ¿escribir registros tan diversos es necesario para todo autor que se
precie o hay que considerarlo como un reto?
Todo eso forma parte de mi manera
de acercarme a la literatura. Soy muy curioso, empecé escribiendo poesía y, de
modo natural, la novela se me planteó como una forma de desarrollar algunas de
las obsesiones de mis poemas. Yo he sentido un enorme interés por descubrir los
resortes que convierten en única la poesía de ciertos autores, como Lorca o Ángel
González, y eso me llevó a acercarme a la crítica hasta tal punto que se ha
convertido en mi forma de entender por qué escribo poesía. El ensayo es el
colofón de la crítica, porque es un intento de sistematizar mi forma de
ejercerla.
Y ¿qué es para ti la escritura?
Comencé a escribir cuando
constaté que mi padre, mi madre y los paisajes de mi infancia, donde fui feliz,
iban a desaparecer algún día. La escritura es una forma de conservar aquellos
paisajes, de detener el tiempo, de recuperar la memoria y de enfrentarse,
aunque sea artificiosamente, a la muerte.
¿Para qué le sirve a Manuel Rico ganar un premio como el de Novela
Ciudad de Logroño?
Ganar un premio te proporciona la
posibilidad de acercarte a más lectores. En el caso de un escritor como yo, a
cuyos libros accede el lector ya iniciado, un premio de estas características y
una colección como la de Algaida, en la que se incluye, permite que llegues a
cualquier tipo de público. Por supuesto, también son importantes el
reconocimiento de los colegas del jurado y el importe económico.
Han definido ‘Un extraño viajero’ como novela histórica, con tintes de género
negro y fantástico a la vez.
Sí, eso son muletillas que
utilizan las editoriales. Yo solo he pretendido escribir literatura, una
historia que se mueve en el presente, pero que abre ventanas al pasado, y que
está elaborada de tal modo que su estructura, a través de determinados recursos
técnicos, permita atrapar al lector y conducirlo al desenlace final. Es verdad
que está inmersa en un escenario histórico y que hay en ella un cierto aspecto
fantástico, porque juego con el tiempo y, a veces, el lector duda del espacio
por el que transitan algunos personajes.
Parece ser que la contemplación de un hotel de las afueras de Madrid
disparó tu imaginación para escribirla. ¿Cuántas historias se cuecen y esconden
en las habitaciones de un hotel?
Un hotel es una especie de
burbuja, un lugar donde, en parte, el tiempo deja de existir. Tengo un poema
titulado ‘De paso’ en el que cuento como, en ocasiones, necesitas disfrutar de
unas horas para pasear por una ciudad de incógnito. En este sentido, los
hoteles tienen algo de cápsula, de espacio de tránsito donde pueden ocurrir
multitud de cosas, porque allí se da cita gente de muchos lugares. La novela
empieza así porque yo guardaba, desde hace bastante tiempo, la imagen de un
viajero, Salko Hamzic, que llega en invierno a un hotel donde le atiende una
mujer, Lucía. De ahí nació esta historia de amor, que ya sabía que no
culminaría porque él se marcharía y ella habría de ir en su búsqueda. En esta
búsqueda tropezaría con una historia insospechada, como es la de los campos de
trabajo en la España de Franco.
Para narrar has manejado el tiempo pasado y el presente, ¿el lector, a
través de las indagaciones de Lucía, asiste a la construcción de la novela o ella
le sirve solo como la cámara de cine que guía al lector durante su lectura?
Lucía es el sujeto de la
narración, contada en tercera persona, aunque me meto en su mente muchas veces
y recojo sus pensamientos. De alguna forma, ella va abriendo las puertas para
desarrollar la novela, pero no la he utilizado conscientemente para eso. Detrás
de todo hay una gran obra de cocina, como dicen ahora, aunque a la hora de
leerla dé la impresión de que sí que es ella la que enseña todo lo que se
cuenta.
En la novela aparece el escritor Humphrey Slater, un personaje real,
que participó en la Guerra Civil y desapareció en España en la década de los
años cincuenta.
Dicen que murió pero no se pudo
comprobar. Es un personaje fascinante, que llegó a publicar tres novelas y
cuatro ensayos, fue director de una película, muy exitosa, y tomó parte en la
Guerra Civil como miembro de las Brigadas Internacionales. Fue comunista, pero
más tarde, decepcionado, se transformó y trabajó en algunas instituciones
democráticas, porque estaba en contra de la Europa del Este. Después regresó a
España y se desvaneció en 1958, aunque se sabe que estuvo alojado en el Hotel
Ritz de Madrid antes de desaparecer.
¿No lo eliminaría el servicio secreto del régimen por algún motivo que ignoramos?
La hipótesis que planteo en la
novela es ésa, pero también dejo una zona de ambigüedad, porque él trabó
amistad con un fotógrafo que estuvo en España al mismo tiempo que él. Coincide
también su desaparición con los años en que se terminó la presa de Valsequillo,
pero nadie puede demostrar a ciencia cierta que siguiera vivo y que más tarde
fuera asesinado por un comando franquista.
No conocemos demasiada literatura sobre la Posguerra, ¿no?
Creo que la Guerra Civil sí es un
motivo narrativo importante, no solo para escritores españoles sino también
para extranjeros, porque desde Hemingway y Humphrey Slater, que sale en mi
novela, hasta cantautores como Bob Dylan o Pete Seeger, se han ocupado de ella.
Sin embargo y aunque en realidad no sabría explicar el motivo muy bien, la
posguerra es una etapa larga y resulta un momento incómodo para trabajar, porque
en contra de lo que sucede con otros periodos históricos, aquí no basta con
leer libros de Historia, hay que recurrir a otro tipo de fuentes, como los
testimonios orales directos que escasean.
Quizá sea más difícil escribir sobre la posguerra porque, al contrario
de lo que les ocurrió a los nazis, el franquismo sí tuvo tiempo suficiente para
borrar pruebas de sus atrocidades.
Sí, el franquismo tuvo tiempo de
borrar su pasado, mientras que a los nazis y a los fascistas no les sucedió eso,
porque llegaron los aliados y liberaron a los prisioneros directamente. Durante
el franquismo hubo ciento veinte campos de concentración con varios miles de
presos. A lo largo de la década de los sesenta y primeros años de los setenta,
los fueron cerrando y destruyendo sus vestigios. El campo que aparece en ‘Un
extraño viajero’ se encontraba en Valsequillo, albergaba a unos cien
prisioneros y no queda ni el más mínimo rastro de su existencia. Nadie de los
que van por allí pueden imaginar que aquel embalse fue levantado por presos
políticos, mano de obra esclava a la que se pagaba una peseta al día. Al interés
de Franco por ocultar aquella realidad, se sumó la voluntad de la propia gente
que quería olvidar, enterrar su pasado y lavar su imagen. A todo eso, tenemos
que añadir la existencia en nuestro país de una derecha que todavía no ha
condenado el franquismo. Por lo tanto, bajo este planteamiento, es
absolutamente normal de que en Valsequillo no haya ninguna placa conmemorativa
de aquella triste página de nuestra historia.
El contenido de la novela cae de lleno en lo que denominamos memoria
histórica, una temática que no es nueva en tu escritura.
Efectivamente, la reivindicación de
la memoria histórica se encuentra en todas mis novelas y en buena parte de mi
poesía. Considero que la literatura es una recuperación del pasado colectivo.
Sin obras como las de Primo Levi, de Imre Kertész o de Jorge Semprún sobre los
campos de concentración, seguramente nuestro conocimiento de esta materia sería
muy limitado. Creo que la literatura puede entrar en el corazón de las
personas, algo que un ensayo no alcanza, y contarte la vida de un hombre de
veinticinco años, carpintero, que, de repente y por ser republicano, va a la
cárcel y luego a un campo de trabajo, con una dieta de hambre, ignorando cuánto
tiempo va a pasar allí. Y de esto trata la historia de ese hombre que llega
solo al hotel una tarde de invierno, que se esfuma dejando el resguardo de una
casa de revelado de muchos años atrás, cuyas fotografías contienen imágenes que
escasean, las de la vida cotidiana en los campos de trabajo del franquismo.
Acabamos por hoy. ¿En qué rincón de la novela estás tú?
En Lucía Olmedo, en Slater, en
todos un poquito y también en la voz narrativa. Muchos de mis fantasmas desfilan
por ahí. De repente, aparece el barrio de la Concepción, donde yo fui niño, o
los paisajes de la Sierra del Norte de Madrid, que también tienen mucho que ver
con mi infancia y la relación con mi padre, con quien recorría aquellas
tierras. En todo eso estoy yo.
SOBRE MANUEL RICO
Manuel Rico (Madrid, 1952) es poeta, narrador y crítico literario. Licenciado en Periodismo, ha colaborado en diversos diarios y revistas (‘El Mundo’, ‘Cuadernos Hispanoamericanos’, ‘Ínsula’, ‘Letra Internacional’, ‘Mercurio’, ‘Turia’…). Ejerce la crítica de poesía en el suplemento ‘Babelia’ del diario ‘El País’. Es autor, entre otras obras, de los libros de poemas ‘La densidad de los espejos’ (Premio Juan Ramón Jiménez, 1997), ‘Donde nunca hubo ángeles’, ‘Fugitiva ciudad’ y ‘Los días extraños’. ‘La mujer muerta’, ‘Los días de Eisenhower’ y ‘Verano’ (Premio Ramón Gómez de la Serna, 2009) son sus últimas novelas. También es autor del libro ‘Memoria, deseo y compasión’ y de los libros de viajes ‘Por la sierra del agua’ y ‘Letras viajeras’. Con ‘Un extraño viajero’ ha obtenido el IX Premio Logroño de Novela.
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