Javier Alandes (copywright:hermezo23) |
Javier, con ‘La última mirada de
Goya’ ya son siete las novelas que has publicado, ¿qué significa para ti
escribir ahora?
Cuando con cuarenta y tres años publiqué
mi primera novela, estaba lleno de dudas, incertidumbres y expectativas. Todo
eso se ha ido moldeando con el transcurso del tiempo y escribir ahora es un
oficio como cualquier otro, una ocupación profesional de la que disfruto mucho.
Me gusta crear historias y la escritura tiene la ventaja de que cada proyecto
supone una investigación distinta, cargada de ilusiones renovadas, y con personajes
diferentes.
Me parece que te lo pasas
especialmente bien durante el proceso de documentación.
Sí, mucho más que con la escritura,
porque el tipo de novelas históricas que escribo requieren de un proceso de documentación
muy amplio, siempre teniendo en cuenta que no pretendo hacer un tratado
histórico, ya que lo que llevo entre manos es una novela. No hay que olvidar
que construir la trama requiere de un proceso creativo muy arduo. Existe un
debate entre los escritores que son de brújula y los de mapa. Yo soy de mapa y
sé perfectamente qué he de escribir cada día.
¿Hubo alguna noticia o alguna
historia, tal vez una imagen, que te sirvió de punto de partida para narrar ‘La
última mirada de Goya’?
Jamás había pasado por mi cabeza
escribir una novela sobre Goya, pero en septiembre del año 2020 me fui a Madrid
con mi hijo. Me sugirieron que fuera a comer pollo asado a un restaurante
llamado Casa Mingo. Y allí nos fuimos. Justo enfrente del establecimiento había
una estatua de Goya y un poco más allá dos ermitas iguales. En una estaban
haciendo misa y en la otra apenas había movimiento. Pregunté y me explicaron
que una de ellas, la situada a la derecha, tenía los techos de la bóveda
pintados por Goya y que, además, él estaba enterrado allí dentro. La otra solo
se utilizaba para los oficios religiosos. Entré a visitarla y vi que aquello
era como la Capilla Sixtina de Goya. A los pies del presbiterio estaba la tumba
del pintor y por todas partes había paneles informativos donde explicaban que a
su esqueleto le faltaba el cráneo. Entonces pensé que ahí había una investigación,
que mezclaba una curiosidad histórica con un personaje de enorme relieve, y que
podía desembocar en novela. Por tanto, podemos decir que he escrito este libro
por ir a comer pollo asado [sonrisa].
¿Si tuvieras que ayudar a un librero
a vender tu libro con qué etiqueta lo clasificarías: thriller, novela
histórica, libro de aventuras…?
El concepto de novela histórica se
me queda corto, porque la Historia en mayúsculas sólo es el contexto. No permite
sujetar la novela. Lo que la sujeta es la trama y la trama puede ser romántica,
judicial, histórica, de aventuras… A mí me gusta decir que escribo novelas
históricas de aventuras, que ojalá tengan la capacidad de llegar a los lectores
como las de Pérez-Reverte, que es uno de mis autores de referencia. Me
encantaría que los libreros que puedan recomendarla, al hacerlo digan que la
compren por su similitud con el estilo de Pérez-Reverte.
Has dividido la narración en dos
espacios temporales.
Sí, la historia se sustenta en dos
tramas, paralelas, separadas por sesenta años de distancia. La primera de ellas
es una pura novela de aventuras, en la que un funcionario corrupto de la
monarquía española quiere asesinar a Goya por una venganza personal. Para ello
contrata a un sicario y, como prueba del éxito de su trabajo, le pide que le
traiga la cabeza del pintor. En la segunda trama, Joaquín Pereyra, cónsul español en Burdeos, encarga a un
detective que busque el cráneo del aragonés, y en ella rindo un homenaje al
género detectivesco que tanto me gusta.
‘La última mirada de Goya’ la has
escrito con un lenguaje ágil, bien alejado de los relamidos léxicos de época.
Uno de mis objetivos a la hora de
escribir es que me lea mi madre, que tiene setenta y un años. Mi trabajo día a
día es la formación de personas emprendedoras. Soy profesor de modelo de
negocio y oratoria y el primer día de clase les pido a los alumnos que me
cuenten de qué van sus proyectos. Cuando les digo que no les entiendo, porque
utilizan un vocabulario excesivamente moderno, les explico que mi madre no
podría entenderlos. Y con las novelas me sucede igual. Es evidente que cuando
viajamos a otra etapa histórica, es fácil que nos encontremos con términos que
enriquecen el conocimiento, pero que a mi madre le van a costar de entender. En
ningún momento pretendo que las conversaciones de los personajes sean modernas.
Quiero que tengan un sabor clásico sin necesidad de recargar el lenguaje con un
lirismo demasiado barroco.
Cualquier lector tuyo sabe que has
escrito sobre otros pintores como Velázquez y Sorolla. ¿Qué similitudes encuentras
entre ellos y Goya?
No soy un experto en pintura, pero
sí que me gusta ver sus cuadros y percibir las emociones que me producen. Tras
haber estudiado sus vidas, sé que técnicamente son muy diferentes. Quizá
Velázquez y Goya pueden parecerse más por sus retratos reales y porque reflejan
un cierto costumbrismo de sus épocas. Velázquez pinta un ángel, la infanta
Margarita, que no sabemos cómo sería realmente porque entonces no existía la
fotografía y Goya, en ‘La familia de Carlos IV’, retrata algunos personajes
grotescos. Sin embargo, la temática resulta similar. En común tienen la
determinación por dedicarse a lo que realmente aman. Se trataba de pintar o
morir de hambre, todo o nada. Sorolla pudo ser cerrajero, porque su tío mantuvo
su cerrajería para cedérsela, pero él optó por pintar. Esa misma determinación
está en los otros dos. Y todos huyen de esa etiqueta de artista maldito que
persiguió a Van Gogh o Toulouse Lautrec, ya que los tres fueron millonarios en
vida gracias a su trabajo.
A la hora de pensar en Goya mientras
escribías, ¿en cuál de sus varios retratos y autorretratos te fijabas más?
Bueno, el Goya que aparece en la
novela es un hombre anciano, con ochenta y dos años, completamente sordo y con
todos los achaques que te puedas imaginar. Y la verdad es que el modelo que
tuve todo el tiempo presente en mi imaginación fue Paco Rabal, que en la
película de Carlos Saura bordó el papel. Un Goya iracundo, pero tierno,
centrado en su labor, aunque la cabeza ya se le va de vez en cuando.
copywright:hermezo23 |
Goya tomó abundantes apuntes de muchas escenas de la vida real, de la calle, creo que en su pintura hay alma de reportero.
Hay que tener presente que los
pintores fueron los narradores de su época, los que contaban victorias,
derrotas, retrataban a las familias reales y pintaban escenas cotidianas. Sin embargo, Goya fue mucho más
allá, porque además de la pintura al óleo trabajó el grabado y la litografía y
se convirtió en el gran cronista de la segunda mitad del siglo XVIII y del primer
tercio del XIX. Su pincel abarcó desde las escenas costumbristas de los
cartones de la Real Fábrica de Tapices hasta las Pinturas Negras, pasando por
los retratos reales y algunos desnudos. Está claro que las auténticas consecuencias
de la Guerra de la Independencia las conocemos gracias a su pincel.
¿Le atraían a Goya especialmente ciertos
contextos subidos de tono como los fusilamientos, las ejecuciones públicas o la
Parca?
A través de mi investigación he
percibido que la sordera modificó el estilo de Goya. Hay cambios en las caras,
en los ojos saltones, en las bocas abiertas… Yo fabulo en la novela y le hago
decir que la capacidad de oír le perturbaba porque no le mostraba la realidad.
Sin embargo, si solo se centraba en su mirada, descubría las intenciones de las
personas a través de sus rostros, lo que le ofrecía una visión más fidedigna del
entorno. ‘Los Desastres de la guerra’ y los ‘Caprichos’ son una continua
crítica hacia el clero, la nobleza y la corona. El grabado de ‘El sueño de la
razón’ explica su desesperación porque los gobernantes impedían que se
aplicasen las ideas de la Ilustración, que nos llegaban de Francia, ya que
querían mantenernos en la ignorancia.
Además de ‘El sueño de la razón’, en
la novela se recalca la importancia del cuadro de ‘La lechera de Burdeos’.
‘La lechera de Burdeos’ es la prueba
fehaciente de que Goya está prácticamente activo hasta el último mes de su vida.
Con ochenta y dos años aún es capaz de pintar un cuadro como ese, que para mí
es la muestra de la recuperación de una cierta ingenuidad al final de su vida.
Veníamos del Goya que había pintado ‘Saturno devorando a sus hijos’ o la ‘Lucha
a garrotazos’ y nos encontramos con un último cuadro que representa a una joven
casi angelical.
Goya pasó sus últimos años en
Burdeos porque estaba exiliado. Vivía con temor a la persecución del rey
Fernando VII. Sin embargo, el rey le pasaba una pensión con la que lograba mantenerse,
una paradoja al menos curiosa.
No me puedo imaginar cómo serían las
tramas políticas de la época y los secretos que se guardarían en las cajas
fuertes para ser utilizados en cualquier momento. En su primera colección de
los ‘Caprichos’, compuesta por 80 grabados, él imprimió trescientos juegos que
se vendían, a precios en verdad asequibles, en una perfumería que había debajo
de su propia casa. En esos ‘Caprichos’ hay críticas hacia la Iglesia y la
Corona y cuando a Goya le advirtieron de que la Inquisición podría llevarlo a
juicio, decidió retirarlos. En total había vendido sesenta juegos. Entonces,
como prueba de buena voluntad, retiró todos los demás y se los entregó al rey,
junto con las planchas originales. A cambio le pidió una pensión vitalicia de
la que vivió hasta el final.
Uno de los protagonistas de ‘La
última mirada de Goya’ es Gilles Leland, un detective que forma pareja con
Jean-François, como Holmes y Watson. Tanto en la literatura como en la vida
real, con frecuencia los investigadores funcionan de dos en dos.
Me gustan mucho los libros que
hablan sobre escritura y hay uno, escrito por Blake Snyder, titulado ‘¡Salva al
gato!’, donde dice que en las buddy movies las parejas de policías son
historias de amor encubiertas, en las que el protagonista necesita a alguien a
quien trasladar sus reflexiones y que le contradiga. Así que ese recurso de ir
en pareja sirve para que el investigador principal comparta sus sospechas con otra
persona. Leland es el detective contratado por Pereyra, que cuenta como
ayudante con Jean-François, con quien comparte esta aventura.
Pero a veces contratar a Leland no
resulta rentable, porque suele descubrir trapos sucios de sus clientes, lo que
le convierte en un protagonista peculiar ¿no?
Sí, él se erige en juez y verdugo.
No solo resuelve los casos sino también, en lugar de poner al culpable delante
del juez, impone penitencias y les obliga a efectuar donaciones para gente
necesitada. Leland piensa que siempre tiene razón y que la suya es la mejor
manera de impartir justicia. Precisamente debido a esas penitencias que impone,
Jean-François le dice que cualquier día los van a matar por la calle y le anima
a aceptar el caso que le propone Pereyra para salir de París. Sin embargo,
cuando el caso dé la vuelta tendrá que regresar a la capital francesa y entonces
su compañero le pedirá que abandone, cosa que Leland no hará porque ya tiene a
su presa y no puede soltarla.
En Burdeos, Goya se rodeaba de un
grupo de exiliados españoles como él, compuesto por Manuel Silvela, Rogelio
Valdés y Leandro Fernández de Moratín. En su huida hacia Francia, Moratín vivió
casi un año en Peñíscola.
Goya sufrirá un atentado y ahí sus
amigos, entre los que se encuentra Moratín, descubrirán que el pintor necesita
un guardaespaldas. En la novela, Moratín es un personaje secundario, pero él
fue un gran pensador e intelectual. ‘El sí de las niñas’ es una obra que ha
perdurado hasta nuestros días. Moratín era un protegido de Godoy, valido de
Carlos III. Incansable viajero, sabiendo que tenía que huir a Francia, recaló
en varios lugares y uno de ellos fue Peñíscola.
copywright:hermezo23 |
Hay tiempo también en el libro para el amor, ¿las novelas sin historias de amor no funcionan tan bien?
No necesariamente ha de haber una
trama de amor romántico o sentimental. Lo que sucede es que creo que el amor,
en sus múltiples vertientes, es lo que nos mueve a todos. Yo quiero un trabajo
cada vez mejor para que mis hijos tengan una vida adecuada. Con los compañeros
que remamos juntos formamos un equipo donde se da una relación de amor laboral
y fraternal. En la novela he utilizado el amor sentimental como una cuestión de
redención para muchos personajes, una manera de darse cuenta del tipo de vida
que llevan y de cómo pueden mejorarla.
Muguiro, otro de los secundarios de
la novela, afirma que Goya capturó el alma de su padre en un retrato, ¿has
tratado tú de hacer algo parecido con Goya?
El reto de los personajes
históricos, y más si son del calibre de Goya, consiste en que conocemos mucho
su obra, pero no su personalidad. No disponemos de vídeos ni de declaraciones
suyas. Y el reto se encuentra en imaginársela. En ‘La última mirada de Goya’
describo a un anciano que está en un momento de su vida en el que hace balance
de todo ese tiempo y que está muy satisfecho con algunas de las cosas que hizo,
pero no con otras. Así que te pones en la piel de alguien que está al final de
su vida y es como tener la capacidad de exorcizar esas memorias y, al mismo
tiempo, se trata de un intento de capturar el alma de ese Goya tan mayor.
Estamos todo el tiempo hablando de don
Francisco, pero ¿dónde podemos encontrar a Javier Alandes en la novela?
Resulta inevitable, o a mí me lo parece,
no volcar una parte de ti en un personaje o en varios. Soy una persona que cree
vivir en un siglo equivocado, porque a mí me hubiera gustado ir a caballo,
tener un sable y correr aventuras y, sin embargo, resulta que estoy pagando
electrodomésticos a plazos y quejándome del precio de la gasolina, entre otras
cosas. Me identifico mucho con el personaje de Andrea Boscoscuro, un sicario de
guante blanco, que no juzga si lo que le han encargado está bien o mal. A él le
pagan y él lo ejecuta, aunque luego lleguen nuevas personas a su vida y le
permitan descubrir que ser tan aséptico y profesional no es lo más correcto del
mundo. Le encargan matar a Goya y, en un pasaje de la novela, conoce a otro
sicario que le dice que, al menos, Boscoscuro es consciente de que es un
asesino, pero que hay hombres de negocios, que destrozan familias, trabajadores
y proveedores y, sin embargo, su actitud socialmente está bien vista.
¿Gilles y Jean-François nacen con
vocación de serie? ¿Seguiremos encontrándolos en tu literatura?
Con mi anterior novela, ‘Los Guardianes del Prado’, la editorial me propuso que escribiera una precuela, pero yo sentí que esa historia estaba ya contada por completo. Como escritor, regresar a esos personajes no me interesaba porque ya había dicho sobre ellos todo lo que tenía que decir. Desde el punto de vista económico puede resultar interesante, pero como proyecto narrativo no me atrae. Y con ‘La última mirada de Goya’ pienso lo mismo. Considero que la historia está cerrada y, como escritor, me siento como los dioses que crean cosas y disfruto más con la ilusión de un nuevo proyecto que cambie de tema, escenario y época.