Herme Cerezo/SIGLO XXI, 09/11/10
“Estaba escribiendo un artículo sobre las últimas fusiones empresariales, cuando noté un temblor en el bolsillo derecho de la bata, de donde saqué, mezclados con varios mendrugos de pan, cuatro o cinco hombrecillos que arrojé sobre la mesa, por cuya superficie corrieron en busca de huecos en los que refugiarse. En esto ...” Así comienza ‘Lo que sé de los hombrecillos’ la última novela de Juan José Millás (Valencia, 1946), editada por Seix Barral. El galardonado escritor y periodista anduvo por la capital del Turia durante unas pocas horas. Las suficientes para conversar con él algunos minutos en la cafetería del Hotel Astoria, donde, expectante y paciente, atendía a un nutrido grupo de periodistas, uno tras otro. Afuera, en la calle, lucía un sol espléndido, impropio del mes de noviembre, el mes de los difuntos, cuyo color, casi por decreto, debería ser un poco gris. Ceniciento, más bien. Las que siguen fueron las respuestas del autor de ‘La soledad era esto’, ‘El mundo’, ‘Cerbero son las sombras’, ‘El orden alfabético’, ‘Visión del ahogado’, ‘Dos mujeres en Praga’, ‘Laura y Julio’, ‘El desorden de tu nombre’, ‘Articuentos’ y ‘Los objetos nos llaman’, entre muchas otras obras, a mis preguntas.
¿Qué pensarían los hombrecillos si leyesen el libro?
No lo habrían leído [risas]
De pequeño, usted sentía temor de pisar una cucaracha que pudiera estar dentro de sus zapatos, ¿no le daba miedo pisar un hombrecillo?
Claro que sí, precisamente ahí nacen los hombrecillos. En mi casa convivíamos con las cucarachas casi como si fueran animales domésticos. No se me ocurría nunca ponerme los zapatos sin mirar antes su interior y comprobar que no había ninguna. Pero me daba tanto asco esa posibilidad que, en algún momento determinado, no sé cómo, se me ocurrió sustituir las cucarachas por hombrecillos. Como los niños tienen esa capacidad de delirar, alguna vez incluso creí ver a un hombrecillo que corría para esconderse debajo de la cama. Ese sueño viajó conmigo a través de los años, pero sin pensar que pudiera convertirse en materia narrativa. Sin embargo, hace un tiempo, soñé con hombrecillos y pensé que era un mensaje que me enviaban para que hablara de ellos. Y aquella misma mañana me puse a escribir la novela.
Así que el primer flash que impulsó la creación de esta novela fue un mensaje de los hombrecillos?
Sí, fue ese sueño, pero el origen es el otro. Hay novelas que se escriben hoy, pero que comenzaron a fraguarse hace cuarenta años. El proceso de maduración de una novela es complicado y cuando terminamos de escribirla sabemos tan poco de ella como cualquiera que pase por la calle en ese momento. Pero por las preguntas de los periodistas, poco a poco construimos un discurso que termina por convertirse en una novela paralela.
¿Cómo es su proceso de escritura?
Cuando tengo una novela entre manos, me impongo una disciplina bastante férrea. Hay otros géneros, como la poesía o el cuento, donde prima más la inspiración, pero en la novela no ocurre así, la novela sólo se puede escribir a base de disciplina. Hay que tener contacto con ella cada día, aunque únicamente sea para repasar lo que se ha escrito el día anterior. Si la abandonas dos semanas, regresar resulta muy ingrato. Mientras las escribo, restrinjo mis salidas y me encierro. Ahora, cuando estoy recorriendo toda España para darla a conocer, es el momento contrario, el de la antidisciplina.
Su casa tiene tres alturas, usted escribe en la tercera, ¿podríamos dividirla en ficción, el piso superior, y realidad, los otros dos?
No está mal vista la comparación porque, efectivamente, arriba es mi espacio, mi “sancta sanctorum”, donde yo impongo mis reglas. En el resto de la casa las normas las impone el grupo, pero en el tercer piso nadie más que yo, así que de alguna manera la comparación es válida.
El tema del desdoblamiento de la personalidad aparece en varios de sus títulos, ¿por qué le atrae tanto?
No es una atracción consciente y es algo que resulta complicado de explicar porque lo inconsciente, por definición, lo desconocemos. Sin embargo, puedo aventurar que a mí siempre me ha sorprendido mucho esta división que establecemos entre la razón y el corazón. No hay ningún otro animal en la naturaleza que se comporte así. Somos seres divididos entre lo que nos conviene y lo que nos gusta. Frecuentemente nos gusta comer lo que nos sienta mal o nos enamoramos de quien nos hace daño. Esta obsesión me ha interesado desde pequeño y, quizá por eso, recorre todo mis libros. También me llama mucho la atención el afán de colocar en compartimentos estancos la vigilia y el sueño, la fantasía y la realidad, como si esos dos mundos fueran independientes cuando, en verdad, están en permanente comunicación. Y no sólo eso sino que nosotros somos el resultado de nuestros sueños, de nuestros deseos y cuanto más los reprimimos de peor manera afloran a la superficie.
Cuando el protagonista siente dolor o placer, le ocurre lo mismo al hombrecillo y viceversa, ¿se esconde ahí una especie de somatización?
Bueno eso pasa porque ambos forman una unidad que, poco a poco, se va separando y por eso los procesos digestivos de uno afectan al otro. Por esa misma causa también aparece en la novela la metáfora de las colmenas en el mundo de los hombrecillos, porque allí lo importante no es el individuo sino el grupo.
El hombrecillo saca a relucir la parte más oscura del protagonista.
Sí, claro, en la medida que representa el lado más negado o reprimido tiene esa función.
¿Cuánto hay de Juan José Millás en ‘Lo que sé de los hombrecillos?
Todo libro, este también, tiene una carga autobiográfica grande, sobre todo los míos que son de esos que llevan la etiqueta de introspección psicológica porque yo entiendo la escritura como una forma de autoanálisis, de autoconocimiento. Eso no quiere decir que la literalidad de lo que se cuenta ahí se corresponda con mi vida. Hay veces que el libro más autobiográfico en apariencia es el que está más lejos de uno, porque lo que ocurre es que durante el proceso de escritura se produce una especie de metamorfosis. No hay que confundir la literalidad de la peripecia con la biografía. Por eso cuando a Flaubert le preguntaban quién era Madame Bovary, respondía: “Madame Bovary soy yo”. Y, teóricamente, ése era el libro más alejado de su persona.
En general, sus narradores son muy “suyos”, encerrados en su propio mundo, viven una gran soledad.
La soledad es otro de los temas que atraviesa mi obra, la soledad ante un mundo que no se entiende. Mis personajes suelen tener una gran perplejidad y una gran extrañeza sobre la realidad, porque no comprenden el mundo que les rodea. Yo fui un niño raro que, con el tiempo, aprendió habilidades sociales para relacionarse. Y por eso me hice escritor, porque se escribe desde la extrañeza del conflicto. Si uno no tiene extrañeza del mundo no se hace escritor. Se empieza a escribir y a leer para entender. Un chico que está bien no lee ni escribe.
Periodismo y literatura, dos constantes en su obra, ¿se complementan o se interfieren?
A mí me enriquece mucho el periodismo, constituye una parte muy importante de mi obra creativa. De ningún modo lo considero un género menor. Si sólo fuera escritor de novelas no me levantaría de la cama, porque lo que me gusta es ir de un territorio a otro haciendo siempre lo mismo, que es escribir. No me ocurre, como a otros autores, que desarrollan su periodismo como una faceta puramente alimentaria de su actividad.
También hace radio: ¿qué sensación produce pasar de la palabra escrita a la hablada?
Lo de la radio es un divertimento. De pequeño, yo escuchaba mucho la radio que, por aquel entonces, era un aparato muy importante en la vida familiar. Cuando había una radionovela o algún programa especial, la casa se paralizaba para prestarle atención. Tener la oportunidad de ver el otro lado, cuando has sido un apasionado de éste, me parecía fantástico. Lo que ocurre es que pensaba que sería una experiencia de cuatro meses y ya llevo diez años.
El humor siempre está presente en sus libros, ¿es su forma de enfrentarse al día a día?
Efectivamente, la ironía y paradoja son recursos literarios que nos permiten acercarnos a temas muy duros sin rompernos. Enfrentarse a un tema duro con dureza creo que puede resultar insoportable. En este sentido, me parece ejemplar Woody Allen, que se ha acercado a los núcleos más oscuros del ser humano utilizando recursos estilísticos que no producían rechazo sino, al contrario, atractivo. Cuando descubrí esos recursos comprendí que eran mi registro.
Y la última: en el año 1993, usted decidió dejar su trabajo en Iberia, una decisión valiente, ¿imagina su vida si hubiera continuado trabajando allí?
En aquel momento sí fue una decisión valiente, porque también estábamos en crisis, aunque no era tan fuerte como la actual. Hubiera crecido menos como periodista, porque el problema es que Iberia no me dejaba tiempo para desarrollar mi actividad periodística. Era más arriesgado irme que quedarme que era la opción más segura, más protectora, pero que implicaba no crecer. No sé cómo viviría hoy, es imposible saberlo, pero lo cierto es que fue la mejor decisión que he tomado en toda mi vida.
Al despedirse, puestos en pie, Millás introdujo la mano en el interior de uno de los bolsillos de su americana. Por un momento, pensé que sacaría un mendrugo de pan y algunos hombrecillos. Pero no fue así. No fue necesario. Media docena de ellos, trajeados de riguroso color gris, corbata oscura y camisa blanca, tocados con sombrero de ala, saltaron sobre la mesa. De ahí pasaron a las sillas y luego al suelo. Corrieron por la cafetería del Astoria, afanosos, buscando un rincón donde ocultarse y observar, sin ser vistos, la anatomía de algunas señoras por las que parecían sentirse especialmente atraídos.